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Authors: Frédéric Beigbeder

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—No tengo ganas de hacer el amor contigo pero me encantas. Creo que te quiero, Tamara. Tienes los pies grandes pero te quiero. Estás mejor con algunos retoques informáticos que al natural pero te quiero.

—Conozco a muchos malos que fingen ser buenos, pero tú perteneces a una especie rara: un bueno que finge ser malo. Bésame, esta vez es gratis.

—Eres mi sueño prohibido, mi único tormento y mi única esperanza. Eres para mí la única música que hace bailar las estrellas sobre las dunas.

—Palabras, sólo palabras.

El plano de degustación siempre es lo peor de este trabajo: a pleno sol, después de almorzar, la pobre bereber tuvo que fingir el éxtasis veinte veces introduciéndose en la boca cucharadas repletas de Delgadín. Después de varias tomas, estaba totalmente asqueada. El encargado de atrezzo trajo entonces un barreño en el que ella escupía el queso fresco inmediatamente después de que Enrique gritaba: «Cut!» Ya está, es una pequeña confesión que os hacemos, no la hagáis correr demasiado: cada vez que veáis cómo, en un anuncio, un actor se deleita con un producto comestible, recordad que nunca se lo traga, sino que, justo cuando la cámara deja de filmarle, lo vomita en un recipiente previsto a tal efecto.

Charlie y yo estamos sentados en unas sillas de plástico con kilos de junk-food como única compañía. En todos los rodajes de anuncios se repite el mismo circo: los creativos son aparcados en un rincón y se les mima con el más absoluto de los desprecios, esperando que no se quejen demasiado con el pretexto de que son los autores de la campaña en curso de realización. Nos sentimos humillados, inútiles y ahitos de chucherías, en resumen, todavía más asqueados que de costumbre. Fingimos no enterarnos de nada porque sabemos que, en calidad de futuros directores del departamento creativo de la Rosse, tendremos mil oportunidades de vengarnos de un modo implacable.

Seremos ricos e injustos.

Despediremos a los que antes eran nuestros amigos.

Jugaremos con dos barajas para aterrorizar a nuestros empleados.

Nos atribuiremos las ideas de los subalternos.

Convocaremos a jóvenes realizadores para exprimirles ideas frescas con el señuelo de un gran trabajo que, a sus espaldas, acabaremos ejecutando nosotros.

Nos negaremos a conceder vacaciones a los asalariados antes de tomarnos las nuestras en la isla Mauricio.

Seremos megalómanos e indecentes.

Nos guardaremos los mejores clientes para nosotros y confiaremos las campañas más apetitosas a free-lances externos para deprimir de lo lindo a todos los CDI.

Insistiremos para conseguir que nuestro perfil aparezca en las páginas salmón de Le Figaro y exigiremos el despido de la periodista cuando salga publicado si su artículo no resulta lo bastante hagiográfico (amenazando a Le Figaro con no contratar más páginas de publicidad).

Encarnaremos la renovación de la publicidad francesa.

Pagaremos a una jefa de prensa para poder declarar en las páginas de comunicación de la revista Strategies: «no hay que confundir el concepto con el precepto».

Asimismo, utilizaremos con mucha frecuencia la expresión «preferenciar la compra».

Estaremos desbordados y seremos ilocalizables; para conseguir una cita con nosotros será necesario esperar tres meses como mínimo (para que, en el último momento, la mañana misma de la cita, ésta sea anulada por una arrogante secretaria).

Nos abrocharemos hasta el último botón de las camisas.

Desencadenaremos ráfagas de depresión nerviosa a nuestro alrededor.

Hablarán mal de nosotros en el mundillo pero nunca delante de nosotros porque seremos temidos.

No nos camuflaremos y, sin embargo, nuestros allegados dejarán de vernos. Seremos peligrosos e hiperredundantes.

Moveremos los hilos de la sociedad moderna.

Nos mantendremos a la sombra «incluso a plena luz».

Nos sentiremos orgullosos de tener unas irresponsabilidades tan importantes.

—¿Usted estar contenta con la maquillaje?

Nuestro delirante cuento de la lechera se ve interrumpido por la maquilladora, que solicita de nosotros una opinión detallada. Cuando llegue el momento, la nombraremos make-up artist in chief del grupo R&W porque supo darse cuenta de lo importantes que éramos incluso antes de nuestro nombramiento.

—Bastará con algo muy natural —dice Charlie en un tono perentorio—. Tiene que parecer sana/equilibrada/dinámica/auténtica.

—Yeah, le pondré labios un poco glossy, y no retoco piel suya, ella tener piel fantástica.

—Glossy no —insiste Charlie con el aplomo del futuro gran patrón que es—, prefiero shiny.

—Of course, shiny es mejor que glossy —me apresuro a añadir—. Si no, corremos el riesgo de rozar la desviación cromática.

La maquilladora retrocede con respeto ante semejantes especialistas del maquillaje labial —a todas luces, profesionales a los que resulta imposible pegársela—. Sólo nos queda vacilarnos a la estilista culinaria y tutto ira bene.

Tamara pone a cien a todo el equipo. Todos la adoramos, intercambiamos miradas cómplices ante su hierática belleza. Podríamos haber sido felices si no me hubiera dedicado a pensar en otra persona. ¿Por qué tengo que desear únicamente a personas que no están? De vez en cuando, Tamara ponía sus manos sobre mi rostro: eso parecía calmarla. Necesitaba una dosis de levedad. Mira, aquí hay algo que podría asegurarnos un buen lema de reserva: «DELGADÍN. TODOS NECESITAMOS UNA DOSIS DE LEVEDAD.» Me lo apunto, nunca se sabe.

—Y qué, ¿vas a aceptar todo ese dinero que te ofrecen?

—El dinero no da la felicidad, Tamara, lo sabes muy bien.

—Gracias a ti, ahora lo sé. Antes no lo sabía. Para saber que el dinero no da la felicidad, hay que haberlos conocido a ambos: el dinero y la felicidad.

—¿Quieres casarte conmigo?

—No, bueno, sí, pero con una condición: que en nuestra boda haya un helicóptero que deje caer una lluvia de chuches de color rosa.

—¿Y qué hacemos con las chuches de color blanco?

—¡Comérnoslas!

¿Por qué baja la mirada? Ambos nos sentimos incómodos. Cojo su mano cubierta de adornos de alheña.

—¿Qué pasa? ¿Qué es lo que te ocurre?

—Eres muy malo al ser tan bueno conmigo. Me gustaba más cuando fingías ser malo.

—Pero…

—No sigas. Sabes perfectamente que no me amas. Me gustaría ser tan frivola como tú, pero resulta que estoy harta de jueguecitos, sabes, he estado reflexionando y creo que voy a dejarlo todo, con el dinero de Delgadín podré comprarme una casita en Marruecos, tengo que educar a mi hija, la he dejado allí, con mi madre, y la echo mucho de menos… Escúchame, Octave, tienes que recuperar a tu novia y ocuparte de vuestro hijo. Ella te ofrece el mejor de los regalos: acéptalo.

—¡Mierda! ¿Qué demonios os ocurre a todas? Justo cuando uno empieza a sentirse a gusto con vosotras, ¡enseguida tenéis que hablar de bebés! ¡En lugar de responder a la pregunta «¿por qué vivir?», preferís reproducir el problema!

—Déjate de filosofías de pacotilla. Con esas cosas no se bromea. Mi hija no tiene padre.

—¿Y qué? ¡Mi padre tampoco me educó y no he convertido eso en un drama!

—Espera, ¿pero tú te has mirado en el espejo? ¡Dejas tirada a una chica embarazada para pasarte las noches yendo de putas!

—Sí, de acuerdo…, pero por lo menos soy libre.

—¿Libre? ¡Ésa sí que es buena! ¡No, Octave, eso no! ¡Anda y que te folien! ¡No te pases de segundo milenio! Mírame a los ojos, he dicho a los ojos. El niño que va a nacer PUEDE tener un padre. Por primera vez en tu vida tienes la oportunidad de servir para algo. ¿Cuánto tiempo vas a aguantar arrastrándote por antros asquerosos, escuchando los mismos chistes vulgares contados por los mismos idiotizados e impotentes borrachos? ¿Cuánto tiempo, mierda? ¿A eso le llamas libertad, atontado?

Hay psicoanalistas de 10 talegos la sesión: Tamara es una moralista de 30 talegos la hora.

—¡Déjame en paz con tus lecciones de moral! ¡Mierda!

—Deja de agredirme o me dará un ataque. La moral quizás esté un poco pasada de moda, pero seguimos sin encontrar nada mejor para distinguir lo bueno de lo malo.

—¿Y qué? ¡Prefiero ser asqueroso y libre, sí, libre, me has oído bien, que ético y prisionero! «¡Hombre libre, siempre amarás lo amargo!» Comprendo perfectamente lo que me dices, pero resulta que la felicidad familiar quizás resulte todavía más patética que una mierda de chiste salaz contado por un estúpido a las seis de la mañana, ¿te enteras? Además, ¿cómo quieres que me ocupe de un hijo si me estoy enamorando cada diez minutos, me cago en la puta? ¡Uf!

En este punto, acabo de infringir una regla básica con Tamara: ella es la única que puede utilizar la palabra «puta»; si lo hace otro, se lo toma como un insulto. Rompe a llorar. Intento rectificar.

—No llores, lo siento, eres una santa, ya lo sabes, te lo he dicho y te lo he repetido. No me bastaba con ser el único tío que paga a las putas para no acostarse con ellas, para, además, ser también el que haya conseguido hacerlas llorar.

¿Acaso no es eso una proeza? Déjame tu móvil, necesito llamar urgentemente al Libro de los récords, ¿sí, alló? Póngame con la sección «hombre más torpe del mundo», porfa.

Victoria: sonríe un poco; la maquilladora sólo tendrá que recuperar el raccord con un poco de mascarilla. Aprovechando el impulso, prosigo con mi autoanálisis:

—Mi amorcito inmigrante, dime sólo una cosa: ¿porqué siempre que uno ama a una mujer y que todo transcurre de maravilla, ella desea convertirnos en criadores de mocosos, interponer entre nosotros una retahíla de hijos, un ejército de chiquillos para gritar enredados en nuestras piernas e impedirnos estar juntos y a solas? Maldita sea, ¿tan horrible es ser dos? A mí me gustaba ser una pareja «DINK» (Double Income No Kids), ¿por qué querer convertirnos en «FAMILIA» (Fabricación Artificial de Males Interminables y de Linfático e Intenso Aburrimiento)? ¿No te parece lamentable tener hijos? ¿Todas esas románticas parejas que ya sólo hablan de su pequeñín? ¿Te parecen sexys, los hermanos Gallagher limpiando el culo de sus hijos? ¡Hay que ser escatófilo! ¡Además, en mi deportivo BMW Z3 no cabe una sillita para niños!

—Tú sí que eres lamentable. Si tu madre no hubiera tenido hijos, no estarías aquí soltanto semejantes burradas.

—¡¡No se habría perdido gran cosa!!

—¡Cállate!!

—¡Cállate tú!!

—¡¡¡¡¡Y DÉJATE YA DE TANTOS SIGNOS DE EXCLAMACIÓN!!!!! —exclama resoplando.

Se suena. Dios mío, qué hermosa está cuando llora. Si los hombres producen tanto dolor en las mujeres se debe sin duda a que están mucho más guapas cuando lloran.

Entonces levanta la cabeza y consigue encontrar las palabras precisas para convencerme.

—Podríamos seguir viéndonos a escondidas.

Viva esta moral. Ya lo dijo Blaise Pascal: «La verdadera moral se burla de la moral.» Y mientras aspiraba sus lágrimas con la cañita de mi Seven Up, los dos estábamos pensando exactamente en lo mismo.

—¿Sabes por qué lo nuestro nunca funcionará?

—Sí, lo sé —le respondí—. Porque yo no soy libre y tú lo eres demasiado.

5

Ya está, el rodaje ha terminado: acabamos de gastarnos tres millones de francos (500 kiloeuros) en tres días. Antes de recoger las cámaras, le hemos pedido a Enrique rodar una versión «trash» del anuncio. Bueno, estábamos como una cuba, Tamara también, y Charlie ha gritado:

—Escuchad. ¡ESCUCHADME TODOS! Listen to me, please. La última vez que vi a Marc Marronier con vida le echó una bronca a Octave, aquí presente, y le dijo que el guión que acabamos de rodar era una birria y que teníamos que escribir uno nuevo.

—Es cierto —he añadido—. Incluso me dijo la siguiente frase, que quedará grabada para siempre en mi memoria «Siempre se puede encontrar algo mejor.»

—Señoras y señores, ladies and gentlemen, ¿vamos a pasar por alto las últimas voluntades de un muerto?

Los técnicos no estaban muy entusiasmados. Después de algunas negociaciones con la tv-prod y con Enrique, se ha tomado finalmente la decisión de rodar una rápida toma «agencia», en plano secuencia, cámara al hombro, al estilo Dogma (era el invierno en el que todo lo que se filmaba en plan vídeo doméstico llevaba el sello intelectual danés).

He aquí el resultado de la versión «Delgadín-Dogma»: Tamara deambula por un decorado de teca, se despoja grácilmente de la camiseta en la veranda, luego, con el torso desnudo, mira a la cámara mientras se embadurna las mejillas y los pechos con yogur. Da vueltas sobre sí misma, da brincos descalza por el jardín y se pone a gritarle a su yogur bajo en calorías y a chillarle: «Delgadín! I'm gonna eat you!», y, a continuación, se revuelca por el césped recién pintado, sus pechos se cubren de pintura verde y de Delgadín y ella relame el queso fresco sobre su labio superior mientras gime (zoom sobre su rostro sobre el cual chorrea el producto); «mmmmm…, Delgadín. It's so good when it comes in your mouth».

Qué talento. Decidimos enviar esta versión al Festival Mundial de la Publicidad de Cannes sin presentársela a Madone. Si nos llevamos el León, Duler se verá obligado a aplaudir.

Marronier habría apreciado tanta dedicación. Podemos regresar a París con la conciencia tranquila para ocupar su poltrona todavía caliente. Pero Charlie, más tozudo que nunca, no se conforma con eso. Esa misma noche, después de la fiesta de fin de rodaje en el Liquid, nos arrastró a una lamentable excursión que, por desgracia, me veo en la obligación de relatar.

6

Las luces estroboscópicas parcelan el espacio. Una vieja sadomaso cruza la pista de baile llevando un corsé que le proporciona una cintura de diez centímetros. Parece un reloj de arena de cuero negro.

—¿Sabes en qué me hace pensar ese vejestorio? En Europa, las empresas despiden a miles de trabajadores para recaudar más pasta para los jubilados de Miami, ¿no es cierto?

—Bueno…, más o menos. Todos los ancianos de Florida son accionistas de fondos de pensiones propiedad de las firmas internacionales, así que, de un modo esquemático, podría decirse que sí.

—Pues bien, ya que estamos en el lugar de los hechos, ¿por qué no le hacemos una visita a uno de esos ancianos propietarios del planeta? Sería una gilipollez estar en su territorio
y
no charlar un ratito con uno de ellos, puede que incluso consigamos convencerle de no echar a nadie la próxima vez, ¿qué te parece?

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