Authors: John Norman
—La has puesto furiosa —me dijo un hombre en goreano.
—Lo siento.
La chica estaba jugando a un juego parecido al fútbol con otros jóvenes, y yo no me había dado cuenta, hasta que fue demasiado tarde, de que estaba atravesando el campo de juego.
—Lo siento —dije.
—Tiene una lengua muy afilada —dijo el hombre.
—Sí. ¿Quién es?
—Poalu, la hija de Kadluk.
Aunque los cazadores rojos son reticentes a la hora de dar su nombre, no tienen reservas para dar los nombres de los otros. A veces es muy difícil, si no imposible, conseguir que un hombre te diga su propio nombre. Generalmente un hombre te dirá el nombre de su amigo, y su amigo te dirá el nombre de él. De esta forma puedes conocer el nombre de ambos.
—Es bonita, ¿verdad? —preguntó el hombre.
—Sí —dije—. ¿Es tu intención ofrecerle ropas festivas?
—No estoy loco. Kadluk nunca la colocará.
Pensé que tal vez era cierto.
—¿Tienes un amigo que pueda decirme tu nombre?
Él llamó a un hombre que estaba allí cerca.
—Alguien quisiera saber el nombre de alguien —le dijo.
—Él es Akko —dijo el hombre. Luego se marchó.
—Yo puedo pronunciar mi propio nombre —dije yo—. Soy del sur. Nuestros nombres no se van cuando los pronunciamos.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Akko.
—Te lo mostraré. Me llamo Tarl. Ahora escucha... —esperé un momento—. Tarl —dije—. ¿Lo ves?
—Muy interesante.
—Mi nombre no se ha ido.
—Tal vez es que ha vuelto muy deprisa —sugirió.
—Tal vez.
—En el norte creemos que más vale no correr riesgos innecesarios.
—Eso es muy sabio.
—Buena caza —dijo.
—Buena caza. —Se marchó. Akko era un gran tipo.
Olía a tabuk asado.
La gran caza había sido un éxito. Yo no sabía si era por la mañana, por la tarde o por la noche. En esos días el sol, muy bajo en el horizonte, traza interminables círculos en el cielo.
Seis días atrás Imnak y yo habíamos bajado de las alturas del paso de Tancred, con nuestras chicas. La gran caza acababa de comenzar. Cientos de mujeres y niños, gritando y batiendo sartenes, habían empujado al rebaño hacia un pasillo formado por dos paredes de piedras amontonadas, de unos dos metros de altura. Cuando llega al final de las paredes de piedra, el tabuk se da la vuelta, y muchos son cazados, hasta que alguno, más sabio o más aterrorizado que los otros salta las piedras, y los demás le siguen hacia la libertad de la tundra.
En esta época del año, la tundra desmiente su reputación de tierra desolada. Por todas partes estalla con la frescura de las flores. Casi todas las plantas de estos parajes son perennes, puesto que la estación del brote es demasiado corta para permitir a las plantas anuales completar sus ciclos. En el invierno muchas de estas plantas yacen dormidas en una crisálida que las protege del frío. En el ártico goreano crecen más de doscientos tipos de plantas. Ninguna de ellas es venenosa, y ninguna tiene espinas. En el verano las plantas y las flores crecen por todas partes, excepto en los lugares próximos al hielo glacial.
En determinadas épocas del verano aparecen incluso insectos, moscas negras de largas alas revolotean entre las tiendas y ante los rostros de los hombres.
Dos niños pasaron corriendo junto a mí.
Miré hacia el norte. Allí era donde esperaba Zarendargar.
Uno de los problemas para acercarse al tabuk en la tundra es la falta de cobertura.
Seguí el ejemplo de Imnak, arrastrándome sobre mi vientre detrás de él, el arco de cuerno en la mano, una flecha dispuesta en la cuerda. Tenía mucho frío y estaba mojado. La tundra es fría y pantanosa.
Unos once tabuks pastaban en el musgo a cien metros de nosotros.
Por desgracia, el arco de cuerno no es efectivo a más de treinta metros, de modo que uno debe estar casi encima del animal antes de dispararlo. La madera escasea en el norte, y el arco de campesino no es conocido. Además, un arco largo se congelaría en invierno y se partiría. Yo había traído conmigo un arco largo del norte, pero deseaba acostumbrarme al arco de cuerno, porque sabía que el arco largo sería inútil en aquellas latitudes la mayor parte del año. Es difícil convivir con la naturaleza en un mundo sujeto a tan bajas temperaturas. Un clavo golpeado por un martillo puede romperse en pedazos. La orina se congela antes de llegar al suelo. El gemido de un eslín puede ser oído a doce kilómetros de distancia. Una conversación común puede ser oída a medio pasang. Una montaña que parece muy cercana, debido al aire tan claro, puede estar a cuarenta pasangs de distancia. El aire frío al tocar el cuerpo de un eslín forma una nube de vapor que casi oculta al animal. Un tabuk corriendo puede dejar una estela de vapor.
Maldije para mis adentros mientras el tabuk se alejaba un poco más.
Yo le había sugerido a Imnak que fuéramos de caza. Deseaba hablar con él a solas, lejos de la presencia de las chicas. Me pareció que una cacería daría las condiciones adecuadas. Ahora deseaba haberle sugerido ir a buscar musgo.
Intentábamos acercarnos al gran tabuk. Él volvió a alejarse de nosotros.
Me resistí al deseo de levantarme y correr gritando hacia el animal con el arco en ristre.
Seguí a Imnak. Casi parecía formar parte de la tundra. Cuando el tabuk se dio la vuelta alzando la cabeza, con las orejas de punta, nos detuvimos y nos quedamos quietos.
Nos acercamos más. Llevábamos tendidos más de un ahn, intentando acercarnos al tabuk.
Imnak me hizo un gesto para que me acercara.
—¿Tienes frío? —susurró.
—Oh, no —dije.
—Qué raro —dijo él—. Yo tengo mucho frío.
—Me alegra oír eso. Yo también tengo mucho frío.
—Quería venir de caza contigo —dijo Imnak—, porque tengo algo muy serio que hablar contigo.
—Es extraño —dije yo—. Yo también quería hablar contigo.
—Mi asunto es muy serio —dijo Imnak.
—El mío también.
—Hay que acercarse muy cautelosamente a los hombres del sur —dijo Imnak—. Son muy extraños y susceptibles. Si no, ya hace tiempo que habría discutido esto contigo.
—Oh —dije. Yo había ido demorando el hablarle a Imnak de mi misión en el norte por la misma razón.
—Mi asunto concierne a Poalu, la hija de Kadluk.
—Tu asunto es más serio que el mío —dije—. El mío sólo tiene que ver con la salvación del mundo. —Recordaba muy bien a Poalu, aquella bola de fuego cuya bola de piel me había golpeado.
—No lo entiendo —dijo Imnak.
—No importa. ¿Qué pasa con Poalu?
—La amo —dijo Imnak.
—Qué mala suerte.
—¿Tú también la amas?
—No. Pensaba que era mala suerte para ti.
—Oh. Y Poalu me ama también.
—¿Estás seguro?
—Sí. Una vez llevé a casa de su padre ropas festivas y ella me tiró encima el pote de la orina.
—Es un buen signo —dije.
—En otra ocasión —dijo alegremente—, me golpeó con un palo, y me dijo que era un inútil.
—Sí, es muy extraño —admití.
—Mi amigo Akko dice que tomar a una mujer así sería como ser arrojado desnudo en medio de un rebaño hambriento de eslines de nieve. ¿Lo crees así?
—Eso creo —dije. En realidad, pensaba que la comparación de Akko era estupenda, adornada con su nativo buen humor y optimismo, vicios endémicos entre los cazadores rojos.
—Pero soy muy tímido —dijo Imnak.
—Lo encuentro difícil de creer —dije—. A mí me pareces un tipo muy arrojado.
—No con las mujeres —dijo.
—Pero eres muy fiero con Thimble y Thistle. Ellas viven con el terror de molestarte en lo más mínimo.
—Ésas no son mujeres.
—¿Oh?
—Bueno, en cierto modo son mujeres, pero no son del Pueblo. No son nada, sólo bestias esclavas de piel blanca. Ellas no cuentan. ¡Tendré a Poalu!
El tabuk salió trotando.
—El tabuk se ha ido —dije.
—Pero soy muy tímido —dijo él—. Tienes que ayudarme.
—¿Qué quieres que haga? —pregunté.
—Yo soy demasiado tímido para hacerlo.
—¿Eres demasiado tímido para hacer qué?
—Soy demasiado tímido para llevármela.
—¿Quieres que yo me la lleve? —le pregunté.
—Por supuesto. No te preocupes. A nadie le importará.
—¿Y Poalu?
Imnak frunció el ceño.
—Bueno, Poalu no sé —admitió—. A veces tiene mal genio.
—Tal vez deberías llevártela tú mismo —le sugerí.
—Soy demasiado tímido para eso —dijo con voz pesarosa.
—Supongo que puedes hacerlo oculto por las tinieblas —le dije.
—Pero entonces no podría ver bien lo que estoy haciendo —dijo Imnak—. Además, no oscurecerá hasta dentro de varias semanas.
—Ya lo sé. Podemos esperar.
—No, no, no, no, no —dijo Imnak.
—¿Quieres que me la lleve a plena luz del día?
—Por supuesto. Es la época de llevarse a las chicas.
—No lo sabía. Soy nuevo en el norte. —Le miré—. ¿Y nunca tenéis problemas, como el que sus hermanos os maten por la espalda?
—Poalu no tiene hermanos.
—Es una suerte —dije—. ¿Y su padre? Confío en que sea un inepto.
—Kadluk es un gran cazador —dijo Imnak—. Puede arrojar un arpón desde un kayac y dar en el ojo de un eslín marino.
—¿Y si Kadluk no aprueba que yo me lleve a su hija?
—No temas, ya lo arreglé todo —me aseguró Imnak.
—¿Entonces Kadluk sabe que voy a llevarme a su hija?
—Por supuesto. No querrías llevarte a la hija de Kadluk sin su permiso...
—¿Sabe Poalu que se la van a llevar?
—Por supuesto —dijo Imnak—, ¿cómo iba a estar preparada si no?
—Bueno —dije—. Volvamos a la tienda. El tabuk se ha ido, y estoy helado y empapado. Me vendrá bien una taza de té bazi caliente.
—Ah, amigo —dijo Imnak tristemente—, me temo que no hay té bazi.
—Pero últimamente había mucho.
—Es cierto, pero ya no hay.
—¿Has comprado a Poalu con el té?
Imnak me miró horrorizado.
—Le he hecho un regalo a Kadluk —dijo.
—Oh.
—Y tampoco queda azúcar. Y muy pocas pieles.
—¿Y el oro que conseguiste con la venta? —pregunté.
—También se lo he dado a Kadluk —dijo Imnak—. Y casi toda la madera.
—Al menos tenemos tajadas de tabuk, con la caza que hemos hecho —dije tristemente.
—A Kadluk le gusta el tabuk.
—Oh.
Nos encaminamos, mojados y sombríos, hacia el campamento del Pueblo.
El destino quiso que nos encontrásemos a Poalu.
—Ah —dijo ella—. Habéis estado cazando.
—Sí —dijo Imnak.
—Y veo que lleváis los hombros cargados de caza.
—No —dijo Imnak.
—Ya veo —dijo ella—. Habéis matado muchos animales en los campos y habéis marcado la carne. Más tarde mandaréis a vuestras chicas para que corten filetes para todos nosotros.
Imnak bajó la cabeza.
—No iréis a decirme que volvéis al campamento sin carne —dijo ella con incredulidad.
—Sí —dijo Imnak.
—¿Se habrá equivocado mi padre? —preguntó ella.
Imnak la miró atónito.
—¡Él dice que Imnak es un gran cazador! Y yo creo que es verdad. Lo único es que Imnak no es prudente y deja la carne en los campos para los jardos.
Imnak volvió a bajar la cabeza.
—Es una suerte que no seas más que un pobre diablo sin esposa.
—¿Estás seguro de que espera que se la lleven? —le pregunté a Imnak.
—Por supuesto —dijo él—, ¿no te das cuenta de que me ama?
—Sí, está clarísimo.
Entonces Poalu me miró. Sacó un puñal de sus ropas.
—No pienses que vas a llevarme —dijo—. ¡Te cortaré en rebanadas!
Yo retrocedí para que no me alcanzara con el puñal. Imnak también dio un salto hacia atrás.
Entonces Poalu se dio la vuelta y se marchó.
—A veces tiene mal genio —dijo Imnak.
—Sí —admití.
—Pero me ama —dijo alegremente.
—¿Estás seguro?
—Sí. No puede ocultarme sus auténticos sentimientos. ¿No te has dado cuenta de que no nos ha apuñalado?
—Sí. Ha fallado —dije.
—Con Naartok no falló —dijo él.
—Oh.
—Naartok tuvo que permanecer en su tienda seis semanas.
—¿Quién es Naartok? —pregunté.
—Es mi rival —dijo Imnak—. Y todavía la ama. Puede que intente matarte.
—Espero que no sea bueno lanzando arpones a los ojos del eslín.
—No, no es tan bueno como Kadluk.
No es fácil llamar a la puerta de una tienda.
—Saludos, Kadluk —dije.
Un rostro cobrizo salió de la tienda. Era un rostro muy ancho, de mejillas altas y ojos brillantes y oscuros, un rostro enmarcado en cabellos negros azulados, con entradas en la frente.
—Ah —dijo Kadluk—. Tú debes ser el joven que ha venido a llevarse a mi hija.
—Sí —dije. Parecía de buen humor. Tal vez llevaba años esperando este momento.
—Todavía no está preparada —dijo Kadluk alzándose de hombros en gesto de disculpa—. Ya sabes cómo son las mujeres.
—Sí —dije. Miré hacia atrás, donde esperaba Imnak para darme apoyo moral. Sonrió y agitó una mano dándome ánimos.
Esperé varios minutos fuera de la tienda.
Salió otra figura, una mujer. Era Tatkut, la mujer de Kadluk, la madre de Poalu. Me sonrió y me tendió una taza de té.
—Gracias —dije. Me bebí el té.
Después de un rato volvió a salir y yo le devolví la taza.
—Gracias otra vez —dije.
Ella sonrió y asintió y volvió a la tienda.
Imnak se acercó a mí. Parecía preocupado.
—No debería hacer falta tanto tiempo para llevarse a una chica —le dije. Imnak volvió alejarse.
Dentro de la tienda se oía una discusión. Pude distinguir la voz de Poalu, y la de Kadluk y Tatkut. Hablaban en su propia lengua, y yo no entendía más que algunas palabras. Oí algunas veces la expresión que utilizan para referirse al té bazi. Me imaginé que Kadluk no tenía intenciones de devolverle a Imnak el té bazi ni los otros regalos.
Después de un tiempo, reapareció la cabeza de Kadluk.
—No quiere que se la lleven —dijo.
—En fin, qué le vamos a hacer —me encogí de hombros. Me volví hacia Imnak—. No quiere que se la lleven —le dije—. Volvamos a la tienda.