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Authors: John Norman

Bestias de Gor (16 page)

BOOK: Bestias de Gor
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—¡No, no! —exclamó Imnak—. Ahora debes entrar en la tienda y llevártela por la fuerza.

—¿Está armado Kadluk? —pregunté.

—¿Y qué diferencia hay?

—Pensé que sí podría haber diferencia.

—No —dijo Imnak—. ¡Kadluk! —llamó.

Kadluk salió de la tienda.

—Parece que habrá que llevarse a tu hija por la fuerza —dijo Imnak.

—Sí —convino Kadluk. Eso me tranquilizó.

—Adelante —me dijo Imnak—. Entra y llévatela.

—Muy bien —dije.

—Tiene un cuchillo —advirtió Kadluk.

—Adelante —me urgió Imnak.

—No hay por qué apresurarse —observé—. ¿Estás seguro de querer a Poalu en tu tienda? Tal vez deberías someter la materia a nuevas consideraciones.

—Pero nos amamos —dijo Imnak.

—¿Por qué no vas y te la llevas tú mismo?

—Soy demasiado tímido —dijo Imnak moviendo la cabeza.

—Tal vez se avendrá a razones —dije esperanzado.

Kadluk se dio la vuelta con los brazos en jarras. En un momento cayó rodando al suelo. Los cazadores rojos suelen ser muy vehementes mostrando sus emociones. Poco después recobró la compostura y se secó las lágrimas de los ojos.

Alcé la puerta de la tienda con cuidado. Dentro estaba Poalu vestida con ropas festivas. Cerca de ella estaba su madre, Tatkut.

Hice una finta para esquivar el cuchillo que pasó junto a mi cabeza y que falló por muy poco a Imnak que esperaba fuera.

—¡Nunca me llevarás por la fuerza! —gritó Poalu.

—Eso te lo aseguro —le dije.

Ella cogió una pesada sartén de hierro, de las que se utilizan para cocinar sobre un fuego entre piedras.

No sería nada agradable recibir en la cabeza un golpe con tal utensilio.

—Mira —le dije—, se supone que tengo que llevarte.

—¡No me toques!

—Ya están hechas todas las disposiciones —señalé.

—No las he hecho yo.

Eso era cierto.

—Dice que no fue ella la que hizo las disposiciones —le grité a Imnak.

—Eso no importa —gritó él.

—Eso no importa —le dije a Poalu.

—Sí importa —dijo ella.

—Dice que sí importa —le grité a Imnak.

—No, no importa —dijo él.

—No importa —le dije a Poalu.

—Sólo es una mujer —señaló Imnak.

—Sólo eres una mujer —le repetí a Poalu las palabras de Imnak. Eran ciertas.

Entonces ella se abalanzó, golpeándome con la pesada sartén. Yo se la quité, para que no me matara.

Ella corrió hacia la parte trasera de la tienda. Miró a su alrededor, pero no encontró nada que pudiera usar como un arma. Supuse que Kadluk se había llevado de la tienda sus cuchillos y flechas antes de que Imnak y yo llegáramos.

Conocía a su hija tan bien como cualquiera, por supuesto.

—¿Puedes acercarme el martillo de ballena que hay detrás de ti? —preguntó Poalu.

Cortésmente le acerqué el martillo. Pensé que podría esquivar sus golpes. El martillo, de cabeza de piedra y mango de madera, se utiliza para golpear la carne de ballena hasta sacar la grasa.

—Gracias —dijo Poalu.

—De nada.

Entonces se enfrentó a mí blandiendo el martillo.

—Si no quieres que te lleve —le dije—, ¿por qué llevas las ropas festivas?

—¿A que está muy bonita? —preguntó Tatkut sonriendo.

—Sí —admití.

Poalu me dirigió una mirada torva.

—No soy una chica corriente a la que te puedas llevar sin más.

—Eso parece cierto —le garanticé.

—¿Dónde está Imnak? —preguntó ella.

Seguramente no ignoraba que estaba fuera de la tienda.

—Está fuera de la tienda —le dije.

—¿Por qué no me lleva él?

—Ya me gustaría —dije—. Es muy tímido.

—Bueno, pues no voy.

—Dice que no viene —le grité a Imnak.

Entonces hubo una pausa. Luego Imnak dijo:

—Por mí está bien.

Poalu se quedó perpleja. Yo estaba aliviado. Me volví para marcharme.

—Espera —dijo ella—. ¿No vas a llevarme?

—Si por mí fuera —le dije—, te dejaría para siempre en la tienda de tu padre.

Oí a Imnak en el exterior.

—Sí —dijo—, por mí está bien que no venga.

—Te devolveré tus regalos, Imnak —dijo Kadluk, en voz más alta de lo que era necesario.

—Puedes quedártelos —dijo Imnak, generosamente.

—No, no puedo hacer eso —dijo Kadluk.

—Será muy divertido oír las canciones que cantarán en la casa de fiestas acerca de Poalu —dijo Imnak en voz alta—, acerca de que nadie la quiere.

—¿Cómo puedes llevarme? —dijo Poalu—. No tienes trineo.

—No hay nieve —le dije yo.

—Hay una forma correcta de hacer las cosas —dijo ella.

—Oh, mira —dijo Imnak—, aquí hay un trineo.

Poalu sacó la cabeza, sin soltar el martillo.

Fuera había un trineo, el trineo que había construido Imnak junto al muro y que las chicas habían arrastrado para cruzar el glaciar Eje.

Atadas a los arneses del trineo estaban Thimble, Thistle y Arlene.

—¡Oh! ¡Ho! —gritó Poalu burlona—. ¡Esperas llevarte a una chica en un trineo tirado por bestias de piel blanca! ¡Qué insultante!

—Pediré prestado un eslín de nieve —dijo Imnak—. ¿Bastará con eso?

Pensé que un eslín de nieve, uno de esos enormes y agresivos animales, se quedaría pasmado al encontrarse atado a un trineo cuando no había nieve.

—Tal vez —dijo Poalu.

Imnak desató a Thimble, Thistle y Arlene. Ellas se quedaron allí asombradas. Luego se dieron la vuelta y se alejaron.

En pocos minutos volvió con el eslín de nieve atado a una correa. Pronto estuvo atado al trineo. El animal era de Akko, que lo había cedido alegremente.

—Alguien tiene un eslín de nieve atado a un trineo junto a la tienda de alguien —gritó Imnak.

—¿Es que nadie va a impedir que se lleven a una chica? —gritó Poalu.

Todavía llevaba el martillo. Podría descalabrar a alguien.

—¿Nadie me va a salvar? —gimió Poalu.

Kadluk miró en torno, nervioso por si alguien se interponía. Ahora había varios hombres mirando.

—¡Naartok! —gritó Poalu—. ¿No vas a salvarme?

El corpulento individuo que estaba allí cerca sacudió la cabeza vigorosamente. Todavía llevaba el brazo derecho atado y vendado junto al cuerpo. Recordé que Poalu le había metido el cuchillo en algún lugar de su cuerpo. Imnak me había advertido que Naartok, su rival, podría intentar matarme para impedir que me llevara a Poalu. Sin embargo, Naartok parecía totalmente deseoso de que yo completara la tarea. Naartok, como muchos de los cazadores rojos, no era un hombre que sintiera amargura ante ese tipo de cosas.

—Ven —le dije a Poalu—. Pronto será de noche. —Era cierto. En unas pocas semanas descendería la noche ártica.

Ella me lanzó el martillo a la cabeza, y yo me hice a un lado. El martillo pasó junto a mí y le dio a Naartok un fuerte golpe en la frente.

Ella volvió a meterse en la tienda. Allí la cogí y me la eché al hombro. Sus pequeños puños golpeaban mi espalda con saña.

—¿Vas a parar de una vez? —pregunté.

—No quiero ir —dijo ella.

—Oh.

La puse en el suelo y me di la vuelta, saliendo de la tienda.

—Dice que no quiere venir —le dije a Imnak.

—Vuelve —me urgió él.

—Yo estaría contento de llevarme a una chica por ti, pero una cosa es llevarse una chica y otra es llevarse a Poalu.

—Supongo que tienes razón.

—¿A dónde vais, perezosos? —preguntó Poalu.

—A casa —dijo Imnak.

Comenzamos a caminar hacia la tienda de Imnak, que estaba a unos doscientos metros.

—¡Imnak es un perezoso! ¡Imnak es un cazador horrible! Tengo mucha suerte por no ser la mujer de Imnak. Compadezco a la pobre mujer que vaya a la tienda de Imnak. Me alegro de no ir a su tienda. ¡Nunca entraría en su tienda!

—Ya estoy harto —dijo de pronto Imnak.

—Un hombre tiene su orgullo —dije yo.

—Por desgracia soy demasiado tímido —dijo Imnak apretando los dientes.

—Sí, es una lástima.

De pronto Imnak echó hacia atrás la cabeza y aulló al cielo. Hizo un ruido de animal salvaje y salió corriendo hacia la tienda de Kadluk.

Yo volví con las chicas a nuestra tienda.

Detrás nuestro oímos risas.

Vimos a Imnak arrastrando una figura que se agitaba y gritaba. La traía asida por el pelo.

Al llegar a la tienda se la echó al hombro. Ahora ella estaba indefensa y él podría llevarla a donde se le antojara. La llevó dentro de la tienda y la arrojó sobre las pieles a sus pies.

Ella le miró furiosa. Intentó levantarse, pero él se lo impidió.

—Llevas las ropas festivas —dijo él—. ¿Es que vas a una fiesta?

Ella alzó los ojos hacia él.

—Quítatelas... ¡Todas!

—¡Imnak!

—¡Ahora mismo!

Ella se desnudó, asustada, y se tendió en las pieles de la tienda.

Entonces Imnak le ató las muñecas y la puso a sus pies.

—¡Imnak! —gritó ella.

Él la sacó de la tienda y la arrastró hasta el poste que había detrás, del que a veces se colgaba la carne de tabuk para que se secara. Imnak ató las manos de Poalu sobre su cabeza al poste.

—Imnak —gimió ella—. ¿Qué vas a hacer?

Él había vuelto a la tienda. Salió con un látigo de eslín.

—Sólo uno puede ser el primero —dijo.

—¡Imnak!

Los cazadores y las mujeres que observaban la escena jaleaban a Imnak. La azotó bien.

Entonces ella gritó.

—¡El primero en esta tienda es Imnak! —Se retorció en sus ligaduras. Luego fue azotada de nuevo—. ¡Él es el primero! ¡Imnak! ¡Imnak!

Imnak se metió el látigo en el cinto.

Se puso ante ella, donde pudiera verle.

—Eres el primero, Imnak —gimió ella—. Yo soy tu mujer. Tu mujer te obedecerá. Tu mujer hará todo lo que le digas. —Luego gritó—: ¡No, Imnak!

Él le ató las correas al cuello.

Los hombres y las mujeres de la multitud rugieron con aprobación. Algunos comenzaron a cantar.

Supuse que ninguno habría esperado ver nunca las correas de esclavitud en el cuello de la arrogante y fiera Poalu.

Su genio y su afilada lengua se habían creado muchos enemigos entre los cazadores rojos y sus mujeres. Creo que hubo pocos que no se sintieran aliviados al verla con las correas. Ahora podría ser azotada impunemente, y debía obedecer a los hombres y mujeres libres.

La multitud comenzó a dispersarse, dejando solos a Imnak y Poalu.

—¿Por qué me has hecho esto, Imnak? —preguntó Poalu.

—Quería poseerte.

—Es una extraña sensación, la de ser poseída —dijo ella.

Imnak se encogió de hombros.

—Te he amado desde que éramos niños, Imnak —susurró ella—. He pasado años pensando que algún día sería tu mujer. Pero nunca pensé que sería tu bestia. —Le miró—. ¿De verdad me obligarás a obedecerte, Imnak?

—Sí.

Ella sonrió.

—Esta bestia no está descontenta.

15. AUDREY

Es bonito tener a una chica desnuda en los brazos, una chica que lleva al cuello las correas de esclavitud.

—He esperado mucho tu contacto, amo —susurró Thistle. Le acaricié el rostro. Ella alzó los ojos hacia mí. Valía la pena poseerla.

La había ganado en el juego de los huesos. Podía utilizarla como mi esclava hasta que saliera de la tienda.

La caza había ido bien. Imnak y yo habíamos ido a por tabuk. Poalu, a quien Imnak había hecho la primera chica, y las otras esclavas nos siguieron. Poalu les había enseñado cómo cortar la carne y luego cómo dejarla secar sobre las piedras.

Ahora todos dormían en la tienda, menos Thistle y yo.

—Una vez fuiste Audrey Brewster —le dije.

—Sí, amo.

—Puesto que tengo todos los derechos sobre ti, mientras te posea te llamaré Audrey.

—Gracias, amo.

—Pero ahora llevas ese nombre no como un nombre libre, sino como el nombre de esclava que yo he elegido para ti.

Hacía unos días tuve que separar a Arlene y Audrey con el látigo.

—¡Aléjate de él! —había gritado Arlene.

—No sé de lo que estás hablando —protestó Audrey.

—¿Crees que no me doy cuenta de que te pones ante él y le sonríes y le tocas los brazos? —gritó Arlene.

—¡Mentirosa! —había exclamado Audrey.

—¿Lo niegas?

—¡Por supuesto!

Arlene se había arrojado sobre ella y en un instante las dos chicas rodaban por el suelo mordiendo y arañándose.

Al final caí sobre ellas con el látigo.

—Oh —gritaron. Las cogí del pelo y las arrojé de rodillas junto al poste.

—Desnudaos y levantaos —les dije—. Las manos sobre la cabeza con las muñecas cruzadas. —Cuando obedecieron las até juntas al poste.

—Ya has conseguido que nos azoten —le dijo Audrey a Arlene.

—Calla, esclava —saltó Arlene.

Audrey comenzó a llorar.

Yo le di el látigo a Thimble.

—Veinte azotes a cada una.

—Sí, amo.

Luego me marché. Arlene recibió el primer latigazo, Audrey el último.

Ahora miré a los ojos de Audrey, desnuda en mis brazos.

—He esperado mucho tiempo tu contacto, amo —susurró—. He esperado con ansiedad servirte.

Me besó dulcemente en el brazo. Ahora Arlene no podía atacarla. Debía servirme con toda su habilidad y obediencia.

—Enséñame a sobrevivir como esclava —suplicó.

—Te enseñaré algunas cosas básicas —le dije—. Pero generalmente las chicas aprenden de otras chicas.

—¿Cómo es la esclavitud en el norte?

—Es lo mismo que aquí —dije—. Estás totalmente a merced de un hombre.

—Eso ya lo sé, amo. Pero, ¿cómo iría vestida? ¿Qué tendría que hacer?

—En caso de que fueras vestida, llevarías lo que tu amo quisiera, y tendrías que hacer cualquier cosa que te dijese.

—¿Me marcarían?

—Sin duda. Así es más fácil seguirle la pista a una esclava.

—¿Duele mucho? —preguntó.

—En el momento, pero luego no.

—¿Y dónde nos marcan?

—Generalmente las chicas son marcadas en el muslo izquierdo o derecho, a veces en la parte baja del abdomen.

La toqué en el muslo.

—¿Ahí? —preguntó ella.

—Es muy posible.

De pronto me abrazó.

—Oh, oh —gritó—. Por favor, amo, abrázame. ¡Abrázame!

Cerró los muslos con fuerza.

—Me llega el orgasmo —gritó asustada.

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