Calle de Magia (21 page)

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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Fantástico

BOOK: Calle de Magia
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De modo que Ceese se preparaba para ser policía y poder hacer algo bueno en el mundo, y leía la Biblia para descubrir qué era el «bien» y hacía todo lo posible por vigilar a Mack y asegurarse de que no le sucediera nada malo.

Y de vez en cuando pasaba ante aquel lugar de Cloverdale, mirando atentamente hacia delante, pero sin Mack a su lado nunca veía ni un atisbo de la Casa Estrecha, y nunca veía tampoco al Señor Navidad ni a la motociclista vestida de negro por la calle.

Word también se centró en la religión. Había visto el verdadero poder dos veces en su vida: cuando el Hombre de las Bolsas había salido del dormitorio de sus padres con un bebé imposible en una bolsa, y luego en aquella habitación de hospital cuando el Hombre de las Bolsas se había curado simplemente agarrándose a Mack Street.

Word también pensó en Jesús, como había hecho Ceese. Sólo que él veía el asunto desde una perspectiva completamente diferente. Pensó: ¿No sería magnífico tener un poder semejante?

Eso empezó a acechar sus sueños.

Mack volvió a la Casa Estrecha en cuanto tuvo ocasión. Quería encontrar a Puck y hacerle todas las preguntas que lo quemaban por dentro. Pero la casa estaba vacía, sin muebles, ni comida, ni rastro alguno de que allí hubiera alguien aparte de Mack. Descubrió que si traía cosas, se quedaban. Las cosas de verdad que traía a ese punto de paso entre la realidad y el País de las Hadas no desaparecían. Así que trajo un cuaderno, y anotó todos sus pensamientos. También trajo comida: cosas que no se pudrieran sin estar en el frigorífico. Latas de habichuelas, mandarinas y botecitos de plástico con salsa de manzana. Usó su dinero para comprar un abrelatas barato y algunas cucharas de plástico.

De esa forma podría hacer expediciones al País de las Hadas y llevarse comida. Mack no sabía qué era comestible allí y de ese modo no importaría: en el País de las Hadas cualquier cosa podía ser venenosa. No quería acabar como aquel hombre con la cabeza de burro.

Aunque si algo salía mal, ¿qué sucedería? Si había seis formas de morir y una de sobrevivir, ¿la versión de sí mismo que viviera regresaría a la Casa Estrecha y encontraría otra vez seis pares de pantalones en el armario? ¿O era esa ruptura del tiempo cuestión de una sola vez? ¿Era así como funcionaban las cosas o se debía a algo que había hecho Puck, jugando con él?

Mack descubrió que el País de las Hadas era un sitio enorme, pero seguía la orografía del mundo real. Mack podría sortearlo si esbozaba un mapa y se guiaba por el sol para determinar el este y el oeste, el norte y el sur. La montaña de Baldwin Hills y Hahn Park era más impresionante y peligrosa que en el mundo real, pero eso se debía a que nadie la había domado. También había más agua por todas partes: arroyos donde el terreno era bajo y llovía a menudo cuando estaba allí. En pleno verano, salía empapado
y
por las ventanas de la Casa Estrecha podía ver el sol brillando y el terreno seco como un hueso.

Caminó a lo largo y ancho del territorio. Había ruinas antiguas en las cimas de las colinas de Century City, una enorme estructura de piedra con columnas que rodeaban una mesa central abierta al cielo. Por su aspecto parecía romano o griego, pero la disposición le recordó Stonehenge. Se hallaba en la cima de la colina que había sido cortada en dos para dejar paso al Olympic Boulevard. Sólo que allí no había ningún Olympic Boulevard, ni ningún corte en la montaña, aunque donde tendría que haber estado la carretera un manantial brotaba borboteando de la tierra e iniciaba un arroyo que se abría paso sobre claras piedras redondeadas.

El tiempo corría de manera distinta en el País de las Hadas. La primera vez que entró, pasó allí dormido la noche
y
cuando salió también era de día en el mundo real. Pero a partir de entonces fue diferente. Si se quedaba en el País de las Hadas unas cuantas horas, al salir sólo había pasado una hora o así en el mundo real. Así que llegó a pensar que el tiempo iba la mitad de rápido en el País de las Hadas.

Entonces, un día, Miz Smitcher le dio permiso para pasar la noche en casa de un amigo y se fue al País de las Hadas y caminó por las praderas de Santa Mónica hasta los aterradores acantilados que daban al mar,
y
cuando oscureció durmió allí. A la mañana siguiente se dirigió al sur siguiendo la costa, hasta donde los acantilados se fundían con las ciénagas de Venice, y allí vio criaturas que no imaginaba que pudieran existir en el mundo real: enormes dinosaurios de colores vivos avanzaban por el pantano, dejando que el agua soportara parte de su peso, mientras mordisqueaban los árboles que formaban una jungla que parecía extenderse más allá de Marina Del Rey hasta el aeropuerto.

El problema de los pantanos es que es fácil perderse en ellos, y Mack lo descubrió por la tremenda. No sabía si las serpientes que vio eran venenosas o no, pero lo dejaron en paz y, en una ocasión en que un caimán surgió de improviso, con la mandíbula abierta
y
dispuesto a darle una dentellada en la pierna, Mack oyó un gruñido y se dio la vuelta y había una pantera (tal vez
la
pantera) amenazando al caimán, que retrocedió y huyó. Pero ¿desde cuándo podía una pantera ser una amenaza para un caimán? Mack no tenía ni idea de dónde acababa la i calidad y empezaba la magia. Y en cuanto a la pantera... ¿era su amiga? ¿O era la amiga de algún otro, dispuesta a ayudarle si eso cuadraba con el propósito de esa persona, o a lastimarlo, o incluso a matarlo si se pasaba de la raya?

Tardó todo el día en salir del pantano y luego se perdió, porque no estaba seguro de hasta dónde había llegado. Se confundió y pensó que Cheviot Hills era Baldwin Hills y ahí pasó su segunda noche, muerto de preocupación porque Miz Smitcher estaría muerta de preocupación. Comparado con eso, haberse quedado sin comida apenas era un problema.

A la mañana siguiente encontró con bastante facilidad Century City, y luego se dirigió al sureste por terreno familiar, así que a mediodía encontró el camino que conducía al patio trasero de la Casa Estrecha.

En la Casa Estrecha caía la tarde.

Mack corrió a casa, intentando desesperadamente idear una mentira plausible que explicara a Miz Smitcher dónde había estado dos días enteros.

Ella estaba sentada en el salón, tomando café con la señora Tucker.

—Bueno, Mack, ¿se te ha olvidado algo? —preguntó—. ¿O echas de menos mi cocina?

La señora Tucker se echó a reír.

—Venga, Ura Lee, eres una mujer maravillosa, pero no tan buena cocinera.

—A Mack le gusta mi comida, de todas formas, ¿verdad, Mack?

Fue entonces cuando Mack se dio cuenta de que, no importaba cuánto tiempo pasara en el País de las Hadas, nunca pasaba más de hora y media en el mundo real, aunque descubrió que podía ser mucho menos. La única excepción había sido aquella primera noche. Y no se le ocurría por qué esa vez tuvo que ser diferente.

Podía llevar comida y herramientas al País de las Hadas (no pudo resistirse a escribir su nombre con rotulador en una de las columnas del Stonehenge de Century City), pero no podía plantar nada y hacerlo crecer y, cuando intentaba sacar algo del País de las Hadas, se transformaba. Había pensado en intentar que su profesor de ciencias identificara alguna de las bayas y flores que
había,
encontrado, pero cuando salió se
habían
mustiado y secado en su bolsillo, de modo que resultaba imposible saber qué habían sido.

Incluso atrapó a un ratón una vez
y
lo sostuvo en las manos mientras caminaba hacia la Casa Estrecha, atento a lo que le pasaba. Le pasó esto: el ratón se quedó muy quieto
y,
al siguiente paso, su cuerpo se volvió más liviano
y
más seco. Estaba muerto,
y
el cadáver desecado.

Inmediatamente Mack se dio la vuelta para tratar de resucitarlo devolviéndolo al País de las Hadas, pero no funcionó. Siguió muerto. Mack no intentó nunca más sacar un ser vivo del País de las Hadas.

Sin embargo, las hadas sí que podían hacer el tránsito. Y cualquier cosa de nuestro mundo podía entrar en al suyo.

¿O no?

Mack nunca había tenido ningún problema con ninguna de las herramientas: una pala, tijeras, el rotulador, su cuaderno, sus lápices. Pero descubrió que no podía prender ni una cerilla en el País de las Hadas. No podía encender ningún tipo de fuego. Nunca
había visto
fuego allí... ni siquiera relámpagos.

Así que las cosas dependían de que el fuego no se encendiera allí. No había armas, ni coches. Si quería una comida cocinada tenía que traerla consigo. Si de algún modo conseguía matar a un animal allí, no podría asar la carne, tendría que comérsela cruda.

¿Qué comían las hadas? ¿Eran seres vegetarianos? ¿O podían cocinar mágicamente su comida en vez de usar fuego?

Sabía que eran preguntas triviales comparadas con las importantes: ¿Por qué existía un lugar como el País de las Hadas, para empezar? ¿Había otras tierras además del País de las Hadas y la realidad? ¿Por qué había una conexión entre los mundos allí mismo, en la calle de Mack? Cuando recorría aquellos lugares, ¿por qué no veía a ningún ser sobrenatural? No había visto a ninguno hasta que encontró a Puck, herido.

¿Quiénes eran los enemigos de Puck? ¿Eran también enemigos de Mack... o era Puck su enemigo?

¿Quién estaba enredando con el barrio de Mack, y por qué?

Mack se esforzó por leer
El sueño de una noche de verano y
no pudo seguir a los enamorados ni quién se suponía que estaba con quién. Tal vez le hubiese sido más fácil si hubiera conocido a los actores que interpretaban los papeles, para poder distinguirlos por sus rostros. Pero no importaba. Al segundo intento Mack sólo leyó la parte de las hadas. Titania y Oberón. Qué pareja. Y Puck: parecía el sirviente de Oberón, pero también le gustaba causar problemas por su cuenta.

Una vez más, sin embargo, la verdadera pregunta era mucho más fundamental: aquello era una obra de teatro, no historia. ¿Cómo podía aprender nada de una historia inventada?

Buscó en Internet y descubrió que
El sueño de una noche de verano
era la única de las obras de Shakespeare que no procedía de la historia de otro autor. En una página web decía que probablemente había sacado sus hadas, sus «espíritus del bosque», de las tradiciones populares orales.

Las hadas aparecían en otras obras de Shakespeare. Había niños robados e intercambiados en
Enrique IV.
Mercutio hablaba de la reina Mab, lo cual llevó a Mack a preguntarse si era la misma persona que Titania o si había dos reinas, o muchas y montones de reinos sobrenaturales, o tal vez sólo uno.

Las páginas web hablaban de cómo antes de Shakespeare todo el mundo pensaba que las hadas eran espíritus de tamaño apreciable que odiaban a los humanos y querían perjudicarlos siempre que podían. Supuestamente, Shakespeare cambió todo esto al hacerlas pequeñas y simpáticas.

Sólo que Mack no comprendía por qué nadie pensaba que las hadas eran simpáticas. No eran tampoco malignas, no exactamente. Simplemente, les daba igual. No sentían ninguna compasión por los humanos. La gente simplemente las divertía. «Oh, qué necios son estos humanos», decía Puck.

Así que si las historias que Shakespeare oyó de niño eran sobre seres sobrenaturales tan grandes como los humanos, llenos de odio hacia la raza humana, ¿por qué los convirtió en criaturas tan pequeñas que la reina Mab podía viajar en un carro hecho con una cáscara de avellana y tirado por un mosquito?

Aunque no siempre eran seres pequeños. Cuando Puck hacía que Titania se enamorara de Fondón mientras tenía cabeza de burro, parecía tener el mismo tamaño que él.

La opinión general era que Shakespeare estaba domando a las hadas, inventando cosas que las hicieran parecer simpáticas en vez de peligrosas.

Pero Mack sabía que cuando un hada salía a nuestro mundo, como el Señor Navidad, tenía el tamaño de un hombre. Aunque en el País de las Hadas era pequeño. No tan pequeño como para caber en una cáscara de avellana, desde luego. A menos que fuera más pequeño cuanto más se internara en el bosque. Ya había llegado a un punto del camino desde donde veía la Casa Estrecha. Si todavía hubiera sido tan pequeño como la reina Mab, Mack no lo habría encontrado nunca.

Shakespeare lo había acertado. Shakespeare sabía algo del funcionamiento del País de las Hadas. Los cambios de tamaño. La forma en que las hadas se mezclan con los humanos para divertirse pero en realidad no nos odian porque no les importamos.

Y si Shakespeare acertó en eso, entonces, ¿por qué iba a desconocer la permanente rivalidad entre el rey y la reina de las hadas? En su época, había sido cuestión de bromas, de discusiones por un niño cambiado, de pociones de amor. Tonterías. Pero ¿y si las cosas se hubieran ido poniendo más y más feas a medida que pasaban los años? ¿Y si Oberón había conseguido de algún modo aprisionar a Titania en una linterna en forma de globo que flotaba en un claro al otro lado de un barranco, guardada por una pantera?

Había dos linternas con una luz de hada en su interior. ¿Era la otra el propio Oberón? ¿O tal vez algún novio sobrenatural con el que Titania estaba engañando a Oberón?

Si Shakespeare hubiera escrito más...

Era considerado el mejor escritor del mundo. Incluso gente que no hablaba inglés lo consideraba así, leyendo traducciones de sus obras. Incluso un tipo había escrito un libro en el que afirmaba que Shakespeare había inventado de algún modo a los seres humanos, o una chorrada por el estilo.

¿Era posible que la brillante escritura de Shakespeare hubiera sido su
deseo?
¿Que anhelara ser el mejor escritor del mundo igual que Tamika
había,
anhelado el agua donde nadar para siempre? ¿Era eso lo que Shakespeare podía haber pedido? Fama imperecedera. Un nombre que viviera eternamente.

Tal vez lo que deseó fue fama imperecedera en el teatro, creyendo que se haría famoso como gran actor, pero su deseo se le concedió de una forma trucada: sí, era famoso por sus obras, pero no por actuar en ellas. Un truco. Una pega. Sí, por eso Shakespeare sabía escribir sobre las hadas. Le habían concedido el deseo de su corazón, pero de un modo que le dejó sabor a cenizas en la boca. Y luego, al final, incluso le quitaron la escritura, porque la mano empezó a temblarle tanto que ni siquiera podía escribir con su nombre.

«Shakespeare», en efecto. Algún hada bromista (¿el propio Puck?) había decidido que la vida de Shakespeare hiciera honor a su nombre
[
4
]
. Si la pluma era su nombre, su lanza, entonces, al final de su carrera su lanza temblaba tanto que fue incapaz de seguir escribiendo. No había deseado una carrera larga, ¿no? Ni felicidad en el amor. Acabó casándose con una mujer años mayor que él porque la dejó embarazada... o lo hizo alguien. Y luego su carrera quedó cortada porque le temblaban las manos, pero su deseo se había cumplido ya, ¿no? Ya iba a ser famoso para siempre, ¿por qué iba a permitírsele seguir escribiendo o incluso seguir viviendo para disfrutar de su fama?

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