Calle de Magia (31 page)

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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Fantástico

BOOK: Calle de Magia
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Dejó que la mano se apartara.

El reverendo Theo tenía los ojos muy abiertos, llenos de lágrimas.

—No sabía que estaba usted casado.

—Ella me abandonó hace diez años —susurró el reverendo—. Un año después de que dejara mi bonita iglesia y viniera a este lugar. Ella no podía soportar la pobreza. Yo no podía con su materialismo. Se llevó a mis hijos. Juré que perdonaría a todos los pecadores, pero no podía perdonarla a ella.

—Pero la perdona —dijo Word.

—Como Dios me ha perdonado mi pecado de orgullo.

El reverendo Theo lo rodeó con sus brazos y lloró sobre su hombro y Word lo abrazó mientras su cuerpo se estremecía con sollozos de alivio y gratitud.

—Gracias, oh, Rey de Reyes —murmuró Word; El poder de derrotar al mal había vuelto de nuevo al mundo, y estaba en sus manos.

17

Deseos cumplidos

Mack despertó tendido en el sofá blanco y vio que Yolanda lo estaba mirando a los ojos.

—Está despierto —dijo ella.

Al parecer, Ceese estaba arrodillado junto al sofá, cerca de la cabeza de Mack.

—Eso ya lo veo.

—Deberías hablarme con más respeto —dijo Yolanda—. O haré que te enamores de mí.

—Ya estoy enamorado de ti —dijo Mack. No se había dado cuenta hasta que lo dijo.

—Pues claro que sí—respondió Yolanda—. Porque Oberón lo está.

—¿Te encerró en un frasco de cristal
y te ama?
—preguntó Ceese.

—Me encerró en un frasco de cristal porque yo lo aprisioné bajo la tierra.

Mack cerró los ojos.

—Ha vuelto a desmayarse —dijo Ceese.

—No, sólo hemos herido sus sentimientos —contestó Yolanda—. Es algo que Will Shakespeare me enseñó a reconocer. Los mortales se entristecen cuando su amor no los ama.

—He tenido un sueño terrible —dijo Mack—. Un sueño frío.

—Lo cual explicaría los temblores.

—Tengo esos sueños.

—Lo sé —dijo Ceese—. Lo explicaste antes.

—Empecé a tener éste... hace un par de años. Pero es diferente a los demás. No sé quién es. Y hasta ahora nunca lo dejo terminar. Esta vez no he podido detenerlo.

—¿ Qué significa eso ? ¿Qué el deseo se vuelve realidad? —preguntó Ceese.

—No lo sé. Sí, tal vez. Hasta ahora siempre ha sido así.

Yo Yo le acarició la cara.

—Vamos, pequeño niño cambiado, dime lo que has visto.

—No es tan pequeño —murmuró Ceese.

—Calla la boca, niño —replicó Yo Yo, también en un murmullo.

—Salía a escena. En un enorme coliseo. La primera vez pensé que era como un gladiador porque sentía que era una especie de competición y estaba muy nervioso. Temía perder. Pero entonces me di cuenta de que estaba solo, de que estaba allí solo delante de la multitud y que ellos cantaban pero yo no podía oír nada. Es como si en el sueño estuviera sordo.

—¿Te pasa lo mismo en alguno de tus otros sueños? Que seas sordo, quiero decir.

—No te hagas el poli y empieces a hacer un montón de preguntas estúpidas —sugirió Yo Yo.

—No seas una reina de las hadas y empieces a mandonear a la gente —contestó Ceese.

—Siempre puedo oír en mis sueños, y en éste oía también, pero no a la multitud. Lo que oía era el batir de alas.

—¿Un pájaro? —preguntó Ceese.

—No. Hasta ahora no sabía qué era. Ni siquiera sabía que eran alas. Normalmente sé ese tipo de cosas. Pero este sueño me está medio oculto. Y no me gusta. Me parece feo. Como si el deseo mismo fuera feo, no sólo la broma pesada en el que puede acabar convirtiéndose. Tamika... su deseo era precioso. Incluso el deseo del diácono Laundry estaba lleno de amor y deseo y... admiración. Pero este deseo es oscuro. Es
hambriento.

—¿Cuál es el deseo?

—Ya te digo: salgo allí y tengo mucha hambre y veo a toda esa gente gritando y cantando y saludando, pero no emiten ningún sonido y apenas puedo saborearlos, así que tengo aún más hambre. Odiaba este sueño. Escapaba de él tan rápido como podía. Sólo que esta vez, cuando lo he intentado, todo lo que he podido hacer ha sido llevarme el sueño conmigo. Y cuando he mirado por la ventanilla del coche de
mi
sueño, he visto a la multitud del otro sueño. Así que no me había escapado como suelo poder hacer. Y entonces he sentido que algo pasaba junto al coche, una vaharada y desaparece, y allí estoy, solo en ese coliseo y de repente hay algo debajo de mí. Algo que parece el asiento de una motocicleta. O de un caballo. Me hace avanzar y de repente estábamos por encima del público, revoloteando sobre ellos, y sus caras me miraban llenas de amor y locura y daba miedo la forma en que volábamos. Ahora podía sentir las alas batiendo, y naturalmente las oía... y ha sido entonces cuando me he dado cuenta por el sonido de que eran alas. Yo cabalgaba algo, pero no podía ver qué era.

—Era un dragón —dijo Yo Yo tranquilamente.

—Supongo que sí —respondió Mack, y comprenderlo lo hizo entristecerse, porque sabía que tendría que haber estado combatiendo al dragón, no cabalgándolo.

—Continúa —dijo Ceese.

—Eso es todo. Así era el sueño. Después de eso, dejó de tener sentido.

—Cuéntamelo de todas formas —dijo Yo Yo.

—Vale, pero no significa nada —contestó Mack—. Yo sobrevolaba la multitud y miraba hacia abajo y podía sentir su amor. Su necesidad. Como aquella mujer con el bebé. Me miraba y metía el dedo en la garganta de la niñita y sacaba una uva. Entonces la alzaba hacia mí como si fuera una ofrenda, como si fuera una joya. Y un hombre alzaba las manos hacia nosotros y un batir de las alas del... dragón, de la cosa que yo montaba, lo hizo volar por el coso y aterrizó justo encima de una mujer que lo
abrazó
como si fuera un amante largamente perdido. Cosas raras. No como los sueños fríos. Así que pensé que el sueño frío había terminado.

—No había terminado —dijo Yo Yo—. Oberón vino a ti en tu sueño y tomó el control. Ha empezado a usar el poder que puso en ti, Mack. El poder que has reunido de todos esos sueños. No va a dejarte controlar el flujo nunca más. Quiere que los deseos se hagan realidad ahora. Está soltando la riada.

—Lo sé —dijo Mack, y empezó a llorar mientras recordaba—. Intenté detenerlo. Pero sueño tras sueño, oía el batir de las alas pero estaba en un viejo sueño, uno que conozco desde hace años. Sabrina Chum, esa chica de la nariz tan grande, en su sueño es siempre un elefante y se enfrenta a un rinoceronte que le corta la trompa. Odio ese sueño, el momento en que se la corta. Pero esta vez la vi tirada en el suelo. Y entonces el batir de las alas y estuve en el sueño de Ophelia McCallister, que sale al patio de su casa y allí está su marido y él tiende la mano y la abraza y la besa.

Mack se estremeció.

—¿Qué tiene eso de malo? —preguntó Yo Yo.

—El viejo McCallister murió hace mucho tiempo —dijo Ceese.

—Sé que esos sueños se hacen realidad —dijo Mack—. Se me ocurren un montón de maneras por las que su marido podría volver a tenerla en brazos, pero ninguna es muy agradable.

—¿Algún otro sueño?

—Sherita Banks —dijo Mack—. Sólo quiere que los chicos piensen que es mona. No lo es. Tiene el culo gordo, como su madre. Más de lo que la mayoría de los tíos encontrarían atractivo. Una especie de maldición familiar. Pero ella no sueña que su culo se vuelve pequeño, sueña que los chicos se le acercan y le ponen las manos en el culo y le dicen que es preciosa.

—No parece malo —dijo Yo Yo.

—No —dijo Mack—. Ese sueño podría volverse realidad, cierto, pero no sería de un modo agradable. Podría ser una banda que la viola.

Ceese asintió.

—¿Alguien más?

—Estuve mirando el sueño del profesor Williams. No el sueño en el que mata al Hombre de las Bolsas. El sueño en el que está escuchando mientras la gente recita sus poemas. Sólo que esta vez naturalmente no oí los poemas, sólo oí las alas batiendo y entonces fue cuando paró. Fue entonces cuando me desperté.

—Entonces, ¿crees que esos deseos se hacen realidad? —preguntó Ceese.

—No siempre se hacen realidad cuando no sé cómo detenerlos —dijo Mack—. Pero esta vez, sin ningún control, cuando volaba en esa cosa de sueño en sueño... pensé que iban a volverse reales. Lo sabía. Como ha dicho Yo Yo. Él quiere que los deseos se hagan realidad. Iba de sueño en sueño.

—Y se detuvo cuando llegó al profesor Williams.

Mack asintió.

—Sí, pero no me importa dónde se paró, me importa lo que hizo. Tenemos que llamar por teléfono. Tenemos que avisar a la gente. Es como cuando Tamika estaba dentro de la cama de agua. Si hubiera sabido lo que estaba pasando, podría haber llamado al señor Brown y lo habría despertado y le habría dicho que buscara a Tamika dentro del agua.

—Cierto —-dijo Ceese—, pero entonces habría salido corriendo a buscar una piscina y no la habría encontrado nunca. Quiero decir: ¿de qué avisamos a la gente?

—Tenemos que intentarlo. Tenemos que llamar a la gente. Tenemos que ir a sitios e intentar detener las cosas.

—¿Tienes aquí un teléfono que funcione? —le preguntó Ceese a Yo Yo.

—Sí. ¿Te sabes de memoria el número de todo el mundo?

—No. Pero mi madre sí. Mira, iré a casa y empezaremos a llamar. Hay que averiguar dónde está Sherita. Puedo hacer que un coche patrulla vaya e impida que pase lo que dices que puede pasar. Una violación en grupo.

—¿Qué hay de Sabrina y su nariz? —preguntó Mack.

—Llamaré a su familia. Tal vez se la ha cortado ella misma. Tal vez puedan todavía llevarla a un hospital... y pegársela.

—Entonces, ¿por qué estás sentado aquí, chico? —preguntó Yo Yo.

—La señora McCallister no responderá al teléfono —dijo Mack—. Lo descuelga por la noche.

—Entonces ve tú a verla mientras yo voy a casa. Teníamos... ¿quiénes eran? Sabrina, la señora McCallister, Sherita Banks, el profesor Williams, y entonces te despertaste. Voy a llamar a todos y tú te acercas a casa de los McCallister.

Para cuando Mack se levantó del sofá y salió de la casa, Ceese doblaba ya la esquina camino de casa.

Entonces Yo Yo sacó la motocicleta del garaje y la arrancó mientras Mack se sentaba detrás.

Al otro lado de la calle, la parte trasera de la casa de los Jones daba a la calle situada al pie de la curva cerrada... y a la casa de Yo Yo. Moses Jones estaba en el patio de atrás, completamente en cueros y gritándoles. Mack no oyó lo que decía por el ruido de la moto. Pero se dio cuenta de que casi le daba un ataque de tanto dar saltos arriba y abajo y gritarle a Yo Yo levantando un dedo. Ni siquiera era el dedo medio. Pero tal vez en la oscuridad el viejo Moses Jones no se daba cuenta. Todavía estaba dando saltos cuando se perdieron colina arriba hacia la casa de los McCallister.

Ophelia McCallister vivía en la casa que había compartido con su esposo antes de que él se muriera. Estaba justo en lo alto de Cloverdale, a un par de casas de donde la carretera terminaba y de la verja siempre cerrada y a menudo saltada que conducía a Hahn Park. Mack se bajó de la moto antes incluso de que parara, dando un salto como si estuviera jugando a las acrobacias y manteniendo la moto bajo él. Pero, naturalmente, todavía llevaba un montón de impulso, así que se abalanzó hacia delante y como Yo Yo acababa de parar la moto chocó contra ella.

Yo Yo paró el motor.

Al otro lado de la calle dos vecinos se habían asomado a las ventanas para mirar la moto y no parecían muy contentos. Aunque al menos no estaban en cueros ni saltaban arriba y abajo como había hecho Moses Jones.

Llegaron a la puerta y Mack tocó el timbre y luego llamó con los nudillos y empezó a gritar.

—¡Señora McCallister!

Los vecinos empezaron a salir de sus casas.

—¿Qué estáis haciendo? —preguntó Grand Harrison, el vecino de al lado por la parte del parque—. ¿Sabéis qué hora es?

—Algo le ocurre a la señora McCallister —dijo Mack—. Tenemos que entrar. ¿Tiene una llave de repuesto?

—No lo sé —respondió el señor Harrison. Y entonces miró a Yo Yo y de repente su rostro se iluminó—. Tiene una llave de repuesto.

—¿Dónde? —preguntó Mack.

Grand Harrison inmediatamente corrió al manzano que había junto a la puerta delantera y levantó una roca que resultó ser falsa. Sacó una llave y, momentos después, los tres entraron en la casa.

—No está aquí—dijo Grand.

—Pensaba que estaría.

—Bueno, lo estaba —dijo Yo Yo—. Ha dormido en su cama. Pero ya no está.

—¿Por qué iba a marcharse? —preguntó Grand.

—Señor Harrison —dijo Mack—, ¿sabe usted dónde está enterrado el señor McCallister?

—Puedes apostar que no en Forest Lawn.

De nuevo miró a Yo Yo, y de nuevo se animó súbitamente.

—Recuerdo que ella iba y venía en un taxi todas las semanas, pero yo la llevé una vez hace unos años y está... está...

Se acercó al calendario que había en la pared, sobre el teléfono. Señaló el nombre y la dirección del cementerio que lo regalaba a sus clientes, incluida la señora McCallister.

—Pero no pensarás que ha ido a visitar la tumba de su marido en plena la noche.

Mack sabía lo que sucedería probablemente si trataba de explicarlo.

—Sé que parece una locura, pero creo que está con su marido ahora.

—¿Muerta?

—No, viva. Pero con él. ¿Sabe dónde está la tumba?

—Creo que no.

Yo Yo le tocó el hombro.

—Sí que lo sabe.

—Sí—dijo él—. Lo sé.

—¿Puede llevarme allí? —preguntó Mack.

—¿Ahora mismo?

—Antes de que ella se quede sin aire.

—Estás diciendo que está ahí dentro con...

Guardó silencio durante un momento, con la mano de Yo Yo en el hombro. Entonces miró alrededor con gesto de urgencia y echó a correr hacia el garaje de su propia casa.

—¡Vamos, Mack! ¡Ven conmigo y ayúdame a sacar ese ataúd!

—¡Será mejor que se lleve una palanca para abrir la tapa! —gritó Mack mientras lo seguía hasta su patio. Antes de que hubieran metido un pico y una pala y una palanca en la parte trasera de su cuatro por cuatro oyeron la motocicleta de Yo Yo arrancando a toda potencia.

Ralph Chum trabajaba hasta tarde en la contabilidad de un cliente cuando sonó el teléfono. Lo atendió.

—¿Barbara?

—¿Señor Chum? —preguntó una voz masculina.

—¿Quiénes?

—Soy Cecil Tucker, señor. Disculpe que le llame tan tarde, pero podría tratarse de una emergencia.

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