Calle de Magia (34 page)

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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Fantástico

BOOK: Calle de Magia
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—¡Es una bruja! —gritó un hombre.

—Entonces cuando la policía aparezca por aquí y pregunte por qué hay un tumulto callejero en
Baldwin Hills
y tal vez incluso un linchamiento, todos explicaréis que habéis tenido que quemar a una bruja, ¿es ése vuestro plan? Eso es lo que veremos cuando muestren vuestras imágenes en las noticias. Un tumulto de negros otra vez, pero ahora porque tienen miedo de las
brujas.
—Imprimió en sus palabras todo el desdén que pudo acumular.

—Mack —dijo Ebby DeVries—, tengo miedo.

—Pues claro que tienes miedo —dijo Mack—. Esta noche han pasado cosas terribles. Y no tienen sentido, porque lo sucedido es magia. El mal. Como pensáis. Tal como el pobre Curtís Brown trató de contarnos hace años. Se despertó y Tamika estaba nadando dentro de su cama de agua y él sólo pudo salvarle la vida. ¡Imposible! ¡No pudo suceder! Como el diácono Landry. Él
nunca
le hizo nada a Juanettia Post. ¡La deseaba! ¡Es todo lo que hizo! ¿Alguno de vosotros ha deseado alguna vez a una mujer que no fuera su esposa? Eso fue todo,
desear.
Y de repente, igual que Tamika apareció dentro del agua, él apareció en plena iglesia desnudo con Juanettia Post justo cuando la gente empezaba a llegar para la misa.

—Para ensayar con el coro —le corrigió alguien.

—Esta noche Grand Harrison y yo hemos cavado en la tumba del viejo señor McCallister y hemos abierto su ataúd y salvado la vida de Ophelia McCallister porque ella
deseaba
poder estar con él y esa misma magia maligna le
concedió su maldito deseo.

Un murmullo recorrió la multitud.

—¿Y vosotros? ¿Por qué de pronto estáis tan seguros de que había que venir a atacar a Yolanda White? ¿Quién os ha dicho que es una bruja?

—No ha hecho falta que nos lo dijera nadie —dijo Lámar Weeks.

—Eso es —respondió Mack—. Lo habéis sabido sin más. Os habéis despertado
sabiendo
que era una bruja y que teníais que ir... ¿a hacer qué? ¿Qué ibais a hacer?

—A atraparla —dijo alguien.

—¿Atraparla y hacer
qué?
—exigió saber Mack.

No supieron responder.

—¿Quemarla viva? ¿Ése era el plan? ¿Como solían hacer cuando linchaban a los pobres negros en el Sur? ¿Colgarla de una cuerda y pegarle fuego luego? ¿No lo veis? La misma magia maligna ha entrado en vosotros y os ha hecho actuar como la mayoría de la gente mala que conocéis. Y ni siquiera habéis intentado deteneros. —Miró a Ebby—. Ebony DeVries, ¿qué estás haciendo aquí?

—Viendo cómo salvas la vida a tu nena del alma —dijo ella amargamente.

—¡Pero ahí está otra vez! —dijo Mack—. Si hay alguien en el mundo que me guste, eres tú, Ebby. ¡No ella! Y creo que yo también te gusto. Pero esa magia maligna ha entrado en ti y te ha dicho: Yo Yo White te está robando a tu hombre. ¿No es eso? Pero no es
cierto.
Ese mal es su enemigo y quiere que le hagáis el trabajo sucio.

—¿Cómo sabes tanto, Mack Street? —preguntó el padre de Ebony.

—Porque esa magia maligna me ha estado haciendo cosas feas toda la vida. He estado viendo vuestros sueños... los sueños profundos, los deseos de vuestros corazones. De todo este barrio. He estado viendo vuestros secretos más oscuros en sueños
toda la vida.

—-¿Y nos dices que no existen los brujos? —dijo Lámar.

—¡Os digo que existe el mal y que esta noche sois sus esclavos! ¡A menos que os enfrentéis a él y le digáis
no
al diablo!

—¿

le dices no al diablo? —gritó Lámar—. Apártate de la puerta y déjanos pasar.

—Empieza por matarme a mí, Lámar —dijo Mack—. No toda la multitud, sino sólo tú. Ven aquí y mátame. Asesíname con tus propias manos. Demuestra a todo el mundo que eres enemigo del mal. Mata a un chaval.

—Nadie va a matarte, Mack —dijo una mujer.

—He estado combatiendo estos sueños vuestros durante años, desde que descubrí cómo funcionaba. Si dejo que el sueño termine, entonces puede cumplirse. Así que me escapo de esos sueños vuestros. No los dejo terminar. Pero esta noche, nuestro enemigo ha empezado a hacer sus movimientos. Ha obligado a los sueños a llegar hasta el final. Ophelia McCallister deseando que su marido estuviera de nuevo en sus brazos. Sabrina Chum deseando no tener esa nariz en la cara. Sherita Banks deseando que los chicos la encontraran deseable. El profesor Williams deseando que la gente leyera sus poemas. Los deseos de su corazón. Esta noche esos sueños han terminado. Yo se lo he dicho a Ceese y Yo Yo, y ellos han estado trabajando toda la noche para intentar impedir que sucedan cosas malas a esa gente decente. ¡Nadie más como Tamika! ¡No queríamos a nadie más como el diácono Landry! Tal vez Ceese haya llegado a los otros a tiempo. Yo sé que con la ayuda de Grand Harrison y Yo Yo hemos salvado a Ophelia McCallister. ¡Y ahora queréis hacer el trabajo del diablo
matando
a una mujer que me ayudó a salvar a Ophelia McCallister de su propio deseo terrible!

—Se está inventando estas chorradas —dijo Lámar.

—Compruébalo. Llama a los Chum. Llama a casa de Sherita. Compruébalo con Grand Harrison.

No les dijo que hablaran con Ophelia McCallister. No si iba a farfullar todavía que Yo Yo era una bruja.

Naturalmente, todos podían estar infectados por el mismo delirio. En ese caso, ¿qué podía hacer él? No era lo bastante fuerte para luchar contra todos.

Y no podía hablarles del rey de las hadas. No si quería que creyeran algo de lo que había dicho.

Señaló a Lámar Weeks.

—Tú, Lámar. Conozco ese sueño tuyo. Dinero, Lámar. Es todo lo que quieres, dinero suficiente para que la gente te trate con respeto, para poder tener todo lo que quieras. Sólo que para ti todo se resume en ese coche. Ese bonito Lexus. Que todo el mundo te vea en ese coche, ¿verdad? ¿No es ése el sueño?

Lámar dio un paso atrás.

-—Apártate de mis sueños.

—¿Cuántas veces te he sacado de ese sueño? Te he llevado a mi sueño, donde vas en un coche por un cañón y llega una riada de agua...

—¡Basta! —gritó Lámar.

—Os he estado salvando a todos de vuestros sueños. ¡De los deseos que surgen de esa tubería del suelo! —Señaló hacia donde estaba: detrás de la cresta de la colina; no podían verla desde allí—. ¡Id a mirarla! ¡Id a ese lugar! Fluye desde allí, envenenando la calle, envenenando al barrio. Un río de poder, un río de magia que toma vuestros sueños, y
yo os he estado protegiendo.

Empezaron a apartarse de la casa de Yolanda. Del patio. Se encaminaron hacia el borde del pequeño valle donde se agolpaba el agua de la lluvia para inundar el llano.

Mack no sabía qué iban a ver. A lo mejor no verían más que la tubería, como siempre. O tal vez el brillo rojo que él había visto.

Ebby se le acercó.

—¿De verdad te gusto?

—Por supuesto que sí—dijo Mack—. Pero no esperaba tener que decírtelo a gritos delante de una multitud.

—No sé qué me ha pasado. Sabía que ella era mala y que te estaba robando, pero no tiene sentido, y ahora veo que ella... que tú...

—No pasa nada. Ya no pasa nada. Nadie va a matar a nadie.

—Pero estaba muy segura. Como si detenerla fuera la cosa más importante del mundo.

—Vamos —dijo Mack. Le tendió la mano. Ella la aceptó. Subieron la colina detrás de los demás.

Se asomaron al borde del valle. Todavía brillaba, roja, pero no tan fuerte. ¿Podía verlo alguien aparte de Mack?

Si no podían verlo, ¿por qué seguían mirando?

—¿Alguien más ve lo que yo veo? —preguntó Lámar—. Esa cosa parece tan caliente que podría fundirse.

Los otros asintieron entre murmullos.

—Al rojo —dijo alguien—. Está al rojo vivo.

—Roja como el diablo en el infierno —dijo otro.

—No es el diablo —lo corrigió Mack.

Guardaron silencio. Ahora que los había despertado del trance del ansia de sangre, lo escucharon con respeto.

—Os diré lo que es. Es quien me hizo. El rey de... va a parecer una estupidez, pero no lo es. El rey de las hadas. Los elfos. Los
leprechauns.
Lo han encerrado bajo tierra. Aprisionado durante mucho tiempo. Está furioso y decidido a escapar. Ha estado enviando su poder al mundo a través de esa tubería. —A través de mí, pensó Mack, pero no lo dijo—. Yo lo noto más que nadie porque me encontraron junto a esa tubería. Está dentro de mí. Por eso veo los deseos en vuestros sueños. Pero no tengo poder propio. No soy nada comparado con él. Tenemos que detenerlo y no sé cómo. Yolanda no es una bruja. Es buena. Pero tiene poco poder. Eso es todo. Antes tenía más. Tenía tanto que fue ella quien lo aprisionó. ¿Comprendéis? Ella es su más terrible enemiga y por eso él ha enviado su poder y tratado de que la matarais esta noche.

—A través de esa tubería —dijo un hombre.

—¿Y va a darme ese Lexus? —preguntó Lámar, medio burlón.

—¿Qué te parece esto? —dijo Mack—. ¿Y si de pronto te despiertas en ese Lexus, a ciento veinte kilómetros por hora y derechito contra el raíl de protección en el acantilado que está sobre el muelle de Santa Mónica?

—Sí, claro.

—O te despiertas en ese Lexus y todo el Departamento de Policía te persigue por la autopista como si fueras O. J., y estás todo cubierto de sangre pero no sabes de quién es la sangre. Tal vez del propietario del Lexus. Tal vez es así como se cumplen tus deseos. ¡Todo el mundo te ve en ese Lexus, tío! ¡Por la tele! Pero el dueño del Lexus está muerto en su garaje y tus huellas están por todo el palo de golf con el que le han saltado los sesos. ¿Qué te parece esa forma de conseguir tu deseo?

—Eso no puede pasar —dijo Lámar.

—Ophelia McCallister se despertó anoche dentro del ataúd de su esposo muerto —repuso Mack—. Eso tampoco podía pasar.

—Creo que deberíamos hablar con esa gente —dijo Osie Fleming—. Comprobar si es cierto antes de creer en estas chorradas.

Oyeron el sonido de una motocicleta.

Se dieron la vuelta y vieron un faro que subía por la colina. Había dos personas en la moto. La de delante tenía que ser Yolanda. Y tras ella, cuando estuvieron lo bastante cerca y entraron en el camino de acceso de la casa, reconocieron a Sherita Banks. Con aquellas caderas, no podía ser nadie más.

Sherita vio a toda aquella gente mirándola a cincuenta metros de distancia y enterró la cara en la espalda de Yo Yo, quien se volvió y los vio también. Echó la pata de cabra y desmontó sin bajar primero a Sherita. Y cuando la ayudó a bajar, todos vieron que la chica llevaba una sábana alrededor de la cintura a modo de falda.

Bajaron la colina. Mack soltó la mano de Ebby y corrió hacia ellas.

—¿Qué está pasando, Mack? —le preguntó Yo Yo.

Mack no respondió. Se adelantó al grupo y se volvió.

—Que nadie se acerque —dijo. Por encima del hombro, le gritó a Yo Yo—. A algunos de estos tipos les ha dado por pensar esta noche que eres una bruja. Vinieron a hacerte una visita. Tal vez a lincharte.

—Nadie va a linchar a nadie —aclaró Lámar.

—¿Yo? ¿Bruja? —dijo Yo Yo. Y se echó a reír.

Fue una risa gloriosa, cálida y vibrante. Pareció reverberar por todas partes en la colina. Pareció hacer que las estrellas reverberaran en el cielo.

La mayoría de la gente subía o bajaba la colina para reunirse ante su casa.

—¡Sherita! —llamó Ebby—. ¿Qué ha pasado?

Sherita se echó a llorar y se escondió detrás de Yo Yo.

—Casi la violan, eso es lo que ha pasado —dijo Yo Yo—. Estaba dormida en su cama teniendo ese sueño y se despertó en casa de una amiga y allí estaba su hermano el pandillero dispuesto a iniciar una violación en cadena. ¡Sí, eso es! ¿Y sabéis por qué no ha sucedido? Porque Mack ha visto su sueño y se lo ha dicho a Ceese y Ceese ha llamado a sus colegas de la policía y han llegado a tiempo. ¿No es cierto, Sherita?

Pudieron ver que Sherita asentía.

—¿Qué venís a hacer aquí? —exigió saber Yo Yo—. Dejad a esta chica en paz. La traigo para lavarla y prestarle ropa antes de llevarla a casa. No quería que sus padres la vieran sin nada encima.

Lámar se volvió hacia Mack.

—-Esto sólo demuestra que los dos habéis preparado juntos vuestras historias.

—Déjalo correr, Lámar—dijo Osie Fleming—. La chica no lo está negando. Y Mack tiene razón. Es una locura perseguir así a una bruja. ¿En qué estábamos pensando?


El
cree en la magia, maldición —contestó Lámar—. ¡No está negando que no sea una bruja!

—Y yo estoy diciendo que estamos locos al tratar esto como si fuera una emergencia —dijo Osie—. ¿En qué estábamos pensando? Ya habrá tiempo de sobra para hablar de esto mañana. Para averiguar cuánto de cierto hay en lo que nos ha contado Mack Street. Podemos hablar con Ceese. Podemos hablar con los Chum. Podemos hablar con Byron. Vamos a casa a dormir. Cazar brujas en plena noche. Tenemos que estar locos.

Eso fue todo. La gente empezó a marcharse calle abajo.

Yo Yo llamó desde el camino de acceso.

—¡Si alguien necesita que lo lleve, estaré lista dentro de un minuto!

Cállate, Yo Yo, pensó Mack, pero no lo dijo. No vas a ganarte ningún amigo burlándote así de ellos.

—He oído eso, Mack Street —le dijo cuando se acercó.

—No lo has hecho.

—Claro que sí.

—¿Qué he dicho?

—Has dicho: «Ahora soy tu héroe, Yolanda, porque les he impedido pegarle fuego a tu casa.»

—No sabía que no estuvieras dentro.

—Así que me estabas salvando la vida.

—Lleva a esa chica dentro, Yo Yo.

Pero Sherita no entró. Se volvió a mirar a Mack. Ahora que la multitud se había dispersado, no se sentía tan avergonzada.

—El agente que me ha salvado me ha dicho que Ceese Tucker le dijo que viniera a salvarme. Y Ceese me ha dicho que fuiste tú quien vio lo que me pasaba.

—Sé que no elegiste hacerlo —dijo Mack.

—Gracias, Mack. Y, por si te sirve de algo, yo nunca he pensado que estuvieras loco.

Tras ella, Yo Yo frunció las cejas. Pero Mack no se rió.

—Gracias, Sherita. Ahora ve dentro con Yolanda.

Eran casi las tres de la madrugada cuando Yo Yo llevó a Sherita de vuelta con sus padres y logró escaparse de las lágrimas y los abrazos y las gracias. No mucho después, Mack se reunió con ella, con Ceese y Grand Harrison allá en Cloverdale, entre las casas de los Snipe y los Chandress.

—¿ Qué está haciendo él aquí? —preguntó Ceese. Yolanda se mostraba recelosa.

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