Calle de Magia (36 page)

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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Fantástico

BOOK: Calle de Magia
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—Me da vueltas la cabeza —dijo Grand—. Quiero irme a casa a dormir.

—No te he invitado —replicó Puck alegremente—. Márchate cuando quieras, no te cortes.

—¿Cuál es exactamente el plan? —preguntó Mack—. ¿Y qué podemos hacer para ayudar?

—Nada —contestó Yo Yo—. Es demasiado poderoso para ti. Gracias por todo lo que has hecho hasta ahora, pero, a excepción de para una cosita, no te necesitamos y no pretendemos ponerte en peligro.

—¿Qué es esa cosita? —preguntó Mack.

—Sácanos de esas linternas.

—¿Cómo? —preguntó Mack.

—Bueno, ésa es la cuestión —dijo Yo Yo—. Para salir necesitamos saber la contraseña. Así que necesitamos que la consigas. Tú o alguien.

—¿Y dónde me entero de esa
contraseñal?
—preguntó Mack.

—Oh, ya la sabes —contestó Yo Yo—. Pero no sabes que la sabes. De hecho, crees que no la sabes. Pero la sabes.

—Entonces, sí que me necesitáis.

—Sólo un poquito. Luego estaremos solos.

—Vale —dijo Mack—. Os ayudaré a encontrar esa
contraseñal.

—Contraseña —dijo Puck, con toda la presunción de un académico.

—Pero tenéis que ayudarnos también a nosotros.

—Os estamos ayudando —dijo Yo Yo—. Cuando nos liberes de esas lámparas y estemos unidos de nuevo, podremos ir a buscar al poni de Oberón y hacerlo callar. Cerrarle el negocio. Volver a meter al genio dentro de la botella, como si dijéramos.

—¿No sabrá que estáis fuera?

—Bueno, probablemente.

—¿Y no irá por vosotros en el mismo instante en que estéis libres?

—Ésa es otra cosa que necesitamos.

—La contraseña y algo más.

—Necesitamos una distracción. Necesitamos... .

Grand Harrison la interrumpió.

—Lo que necesitáis es un círculo de hadas.

Yolanda lo miró como si estuviera loco.

—¿Sabes cuántas hadas hacen falta para crear un círculo decente?

—Pero eso es lo que necesitáis, ¿no? —dijo Grand.

—No tenemos hadas con las que trabajar —repuso Puck—. Oberón las tiene a raya. Sólo permite que aquellas en quienes confía por completo salgan a... humm... jugar. Así que no podemos crear un círculo.

—¿Está mintiendo? —le preguntó Mack a Yo Yo.

—¿Tú lo crees? —inquirió Yo Yo como respuesta.

—Bla, bla, bla —dijo Mack—. Nunca nos dais una respuesta directa.

—No se puede meter una respuesta directa en una mente torcida —dijo Puck.

—¿Qué quieres decir con eso? —se quejó Mack.

—Quiero decir que sólo me crees cuando miento.

Grand Harrison volvió a intervenir.

—Si él puede extraer nuestros deseos, ¿por qué no utilizas a mortales para tu círculo de hadas?

—Este tío me está empezando a molestar —dijo Puck, poniéndose en pie—. ¿Qué sabrás tú de círculos de hadas?

—Es como hacéis los trucos verdaderamente grandes. Reunís a un puñado de hadas y ellas forman un círculo y todo el poder de las hadas se convierte en parte de lo que intentáis hacer.

—¿Dónde has aprendido eso? —preguntó Yo Yo.

—En
El libro azul de las hadas
—respondió Grand—. O en el rojo. O por ahí.

—No
en
esos libros —dijo Puck.

—Cíñete al tema, Puckaroo —le ordenó Yo Yo.

—Si yo tuviera algún poder, caería muerta cuando me llama así —dijo Puck. Luego sonrió a Yolanda—: Es broma, querida.

—El círculo de hadas —dijo Ceese—. La idea de Grand.

—Podría funcionar —respondió Yo Yo—. Pero no sabemos cuánto de él ha puesto en su poni. Si todo está allí, excepto la parte que es Mack... entonces podríamos hacerlo usando un círculo de hadas compuesto por mortales. Pero si una parte de él está aquí, en este mundo, y otra parte en el País de las Hadas, sería como enlazar a una serpiente con un lazo de cinco centímetros de diámetro.

—¿Caerá esto en el examen de geometría? —preguntó Mack.

—Para hacer un círculo de hadas que lo confine el tiempo suficiente para liberarnos hay que averiguar dónde está él exactamente —dijo Ceese—. Y para descubrir dónde está, hace falta... dejadme ver... Mack, porque él es Oberón. Más o menos.

—Eso es —dijo Yo Yo.

—Sólo que Mack no lo sabe.

A Puck de repente le salió un bigote y se lo atusó.

—Poco sabe...

El bigote desapareció cuando todos lo miraron y nadie se rió.

—Entonces, ¿cómo vas a conseguir la contraseña y la información de un tipo que, en realidad, no sabe las cosas que tú crees que sabe? —preguntó Ceese.

—Acostándome con él, naturalmente —respondió Yo Yo

—¡Tiene diecisiete años! —exclamó Ceese.

—Es una honorable tradición —dijo Grand—. La reina de las hadas necesita averiguar algo de un mortal. Así que se lo lleva al País de las Hadas, se lo tira y luego él no quiere marcharse. El mortal la acosa hasta que ella se apiada de él y le permite olvidar.

—¿
El libro azul de las hadas
o el rojo? —preguntó Mack.

—Se lo está inventando —dijo Puck.

—Soy folclorista —explicó Grand—. Aficionado. Empecé con narraciones de los esclavos y creencias mágicas de los esclavos. Luego me diversifiqué. Nunca me lo había tomado como algo real.

—Si es que piensas que
esto
es real —dijo Puck.

—Cierra
el pucko,
Puck —le ordenó Yo Yo.

—Ja, ja, ja —dijo Puck—. Ahora eres la graciosa de la clase.

—Pero hay que hacerlo todo a la vez, y eso es imposible —dijo Grand—. Porque no podéis usar el círculo de hadas para aprisionarlo a menos que vosotros dos estéis al mando, y no podréis estarlo a menos que os reunáis con vuestras esencias aprisionadas. Y no podréis ser liberados hasta que vuestro círculo de hadas lo haya distraído.

—Y además no voy a acostarme con ella.

Tanto Puck como Yo Yo lo miraron como si estuviera loco.

—Todo el mundo quiere acostarse con ella —dijo Puck.

—Yo no —repuso Mack.

—Sí que quieres —dijo Yo Yo—. ¿Crees que no lo sé?

—Oh, quiero. Pero no
quiero.

—A ver, ahora inténtalo en inglés —dijo Puck.


Quiero
acostarme con ella, pero decido no acostarme con ella.

Yo Yo se puso en pie al momento.

—¿Por qué no? ¿Qué tengo de malo? ¡Nunca me ha rechazado ningún mortal!

—Porque no voy a acostarme con una chica con la que no estoy casado —explicó Mack.

—Guau —dijo Ceese—. Eso no se oye muy a menudo.

—Tú lo haces también —le dijo Mack a Ceese.

—Sí, pero no estoy seguro de hasta qué punto es voluntario y hasta qué punto es involuntario.

Puck se rió y luego se dirigió a Mack.

—Entonces, ¿quieres
casarte?

—Ella ya está casada —respondió Ceese.

—Eso no importa —dijo Yo Yo.

—A mí sí que me importa —contestó Mack.

—Quiero decir, no importa que yo esté casada con Oberón. Tú
eres
Oberón. Así que podría acostarme contigo ahora mismo.

—Puede que Oberón y tú estéis casados, pero yo no soy Oberón. Y nosotros no estamos casados.

Ceese trató de resumirlo:

—Así que todo se reduce a que Mack entra ahí con Yolanda White, tú averiguas lo que necesitas saber y todo lo demás pasa a la vez.

—Eso es —dijo Yo Yo.

—Incluido un círculo de hadas.

—Si los vecinos están dispuestos a cooperar voluntariamente.

—Si formamos vuestro círculo de hadas —dijo Grand—, ¿eso hará que estos horribles deseos se acaben?

—Nos daría a Puck y a mí el poder que necesitamos, si sois suficientes.

—¿Y cómo metemos a toda esa gente en esta casa? —preguntó Grand.

—No, hombre, no —respondió Yo Yo—. Los deseos de los mortales no tienen ningún poder en el País de las Hadas. Sobre todo en este punto de paso. No, el círculo de hadas tiene que hacerse en el mundo mortal.

—Pero vosotros estáis prisioneros en el País de las Hadas —dijo Mack.

—Cierto —contestó Puck—. ¿Por qué crees que no hemos resuelto esto en algún otro barrio hace mucho tiempo?

—Tampoco lo habéis resuelto en
este
barrio —dijo Mack—. Incluido lo de acostarte conmigo sólo para conseguir información. Es como una mala película de la Segunda Guerra Mundial. ¿Cómo se llamaba aquel musical con Julie Andrews y Rock Hudson?

—¿Y ésos quiénes son? —pregunto Ceese.

—Cuando la gente se pone a ver un vídeo, deja que me quede a verlo también —explicó Mack—. He visto de todo.
Darling Lili,
se llamaba. Mary Poppins hacía un
striptease.
Nadie quiere ver a Mary Poppins haciendo un
striptease.

—A mí no me importaría —dijo Puck.

—No voy a acostarme con una mujer con la que no estoy casado.

—Aquí tenemos a un chico que sí que lee la Biblia —dijo Puck.

—Bien por ti, Mack Street —intervino Grand.

—¿La reina de las hadas quiere acostarse contigo y tú dices que no? —preguntó Ceese.

—Lo que le estoy diciendo es que se case conmigo —respondió Mack.

—Ni hablar —dijo Yo Yo.

A Mack le enfureció que lo rechazara tan fácilmente.

—Cásate conmigo y en serio.

—Lo hice en serio la primera vez que me casé contigo —dijo Yo Yo, impaciente—. ¿No es suficiente?

—Nunca te has casado
conmigo
—dijo Mack. Se levantó y salió por la puerta principal.

—Oh, vaya —dijo Ceese—. ¿Y ahora cómo vamos a volver a casa?

—No necesitáis su ayuda para salir, mortal atontolinado —respondió Puck con una sonrisa alegre—. Sólo para entrar.

—¿Y por qué? —preguntó Grant.

—Porque ése es el mundo del que procedéis —contestó Yo Yo—. El mundo de la calle de ahí fuera. Es ahí adonde pertenecéis. Siempre podéis volver a casa.

—Entonces, ¿eso significa que Mack pertenece a nuestro mundo también?—preguntó Ceese.

Yo Yo le dio una palmadita en la mano.

—Eres un muchacho tan dulce, Ceese. Todavía cuidando a tu pequeño Mack Street. Ese chico vive en ambos mundos. Vive en ambos mundos
todo el tiempo.

—¿Quieres decir que cuando está en el País de las Hadas va caminando también por ahí? Me sorprende que no lo atropelle un coche.

—Quiero decir que proyecta una sombra en ambos mundos. Deja huella.

Puck hizo una mueca.

—Ese chico apenas es una huella. Ni siquiera proyecta sombra.

—Es más que una sombra —dijo Ceese—. Es el mejor chico del mundo.

—Porque no causa ningún problema —dijo Puck—. Exactamente lo que yo digo.

Ceese le dio la espalda y se dirigió a Yolanda.

—No quiero que se case contigo.

—Como decía, me da igual. Sólo tengo que saber qué pasa con mi marido.

—Conozco a un montón de gente que se acuesta con otra gente sin saber nada unos de otros.

—Ceese —dijo Yolanda—. ¿No te has preguntado nunca por qué la reina de las hadas sigue queriendo acostarse con trovadores errantes y muchachos granjeros en todos esos cuentos de hadas?

—Por el mismo motivo por el que las mujeres blancas quieren acostarse con negros —respondió Ceese.

—Pobre muchacho. Cuando los mortales conectan así, ni siquiera conocen los cuerpos de los otros. Ni siquiera es conocimiento
carnal.
Pero cuando yo conecto con alguien, lo sé todo, lo veo todo. Incluso sé cosas que ellos no saben. Todo es mío. Eso es lo que me gusta.

—¿Oberón lo hace también?

—Cree que sí, pero no tiene ni idea de todo lo que yo obtengo. Saberlo verdaderamente todo sobre otra persona... Eso me pone muy por encima de todas esas mujeres mortales que se excitan y gimen y tiemblan y arañan.

—Pero entre las hadas los hombres no hacen eso.

—Tal vez pudieran si se molestaran en mirar a sus parejas como yo miro a las mías.

—Me parece que obtendrías mucho de Mack a cambio de darle muy poco.

—Soy reina —dijo Yolanda—. ¿En qué planeta has estado viviendo?

—Entonces, ¿vas a fastidiárselo a otras mujeres? ¿Vas a hacer que no pueda ser feliz con alguien como Ebony DeVries?

Yolanda estuvo a punto de contestar, pero negó con la cabeza.

—No le negaré nada que pueda tener.

—Oh, eres todo corazón —dijo Ceese—. Eres Miss Simpatía multiplicada por diez.

—Cecil Tucker, nunca haré nada que perjudique a Mack Street. Pero tampoco puedo darle una felicidad que no esté a su alcance por naturaleza.

—No tenéis nada de natural, las hadas.

—No me gusta la forma en que dices «hadas» —repuso Puck.

—Me importa cien puñetas lo que te guste, Puck.

—Oh, creo que tendrías que decir
pucknetas
—dijo Puck.

—Silencio —ordenó Yolanda—. Necesitamos a Ceese.

—¿Para qué me necesitáis?

—A veces hace falta un gigante.

20

Boda

Durante todo el día la gente llamó y acudió a la iglesia del reverendo Theo, interesándose por si las historias que estaban escuchando eran ciertas. El reverendo Theo les aseguraba que la noche anterior habían sido verdaderamente bendecidos por Dios y que, sí, había sido a través de Word Williams, su pastor asociado. Si alguien advirtió que el uso del término «pastor asociado» implicaba un ascenso, no lo mencionó.

Sin embargo, los que quisieron hablar con Word se sintieron decepcionados. Word pasó la mañana y parte de la tarde recluido. De vez en cuando el reverendo Theo llamaba a la puerta de su despachito, pero Word contestaba:

—¿Puedo quedarme un poco más, señor?

El reverendo Theo le dijo a todo el mundo que Word estaba pasando el día rezando, y era cierto que rezaba de vez en cuando. Pero sobre todo leía las Escrituras y trataba de resolver mentalmente las cosas.

No se podía negar que el don que había recibido la noche anterior hacía cosas buenas para la gente. Él había recibido unos conocimientos que no debería haber tenido: las palabras fluían a su mente y las pronunciaba. Y las curaciones, la vida salvada, eran cosas reales y decididamente buenas.

Pero en contrapartida estaba la sensación de que algo había entrado en él. Se suponía que el Espíritu Santo te daba una sensación de alegría, de exaltación. No te hacía sentir como si alguien te hubiera metido una mano fría y resbaladiza por el cogote hasta la espalda. Como un gusano internándose en tu carne.

Era como haber sido poseído por un diablo. No es que Word hubiera visto pasar eso antes. Pero ¿cómo si no podía ser? O como si alguien hubiera introducido una criatura extraña en su sistema nervioso y se hubiera apoderado de su cuerpo.

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