—Oh, se me había olvidado, eres tímido.
—Hay gente en apuros —dijo Mack—. Y el sexo no fue tan bueno.
—No mientas. Me deseas ahora mismo.
—No —dijo Mack sinceramente—. No.
Corrieron en silencio unos instantes.
—Ese hijo de puta te ha convertido en un eunuco.
—Tal vez sólo he sentido lo que siente él al estar contigo —dijo Mack. Sabía que era cruel, pero también ella lo era.
—¡Para! —gritó Yo Yo.
Al principio él pensó que le estaba gritando, pero entonces un coche de policía se detuvo en la acera. Yo Yo agarró la puerta de pasajeros, la abrió y dijo:
—Sube, Mack Street, éste es nuestro taxi.
Los dos agentes sentados delante los saludaron alegremente y el conductor escuchó mientras Yolanda les indicaba el camino. Extendió la mano y conectó la sirena y se dirigieron velozmente hacia Baldwin Hills.
—¿Qué está pasando? —preguntó Mack.
—Te hice el amor y eso me llenó de parte del poder que mi querido esposo almacenó en ti. Podría hacer que este coche volara ahora mismo, pero sólo por poco tiempo, así que me ha parecido que correr por el suelo sería suficiente.
Mack ignoró el hecho de que ella considerara «su esposo» a alguien que no era él.
—¿Qué quieres decir con eso de que Word es su poni?
—Está predicando lo que Oberón quiere que predique. Y está realizando los milagros, no entregándoselos a Puck para que los pervierta. Está jugando limpio. Pero ése es el peor truco de todos, porque se trata de convertir a Word en un santo milagrero. Ojalá lo hubieras visto. Word es grande. Usa el lenguaje casi tan bien como Shakespeare. Y no lo lleva escrito: va diciendo directamente lo que le pasa por la cabeza. Es como poesía.
Citó a Word como si su sermón hubiera estado en verso:
¿De verdad tenéis que venir a mí
para enfrentaros a vuestros pecados?
¿No podéis verlos vosotros solos
y admitirlos ante Dios,
y dejar que el milagro cambie vuestra vida?
—Shakespeare era mejor —dijo Mack.
—No improvisando —respondió ella—. Tartamudeaba, ¿sabes? Cuando no tenía frases escritas para recitar. Tartamudeaba. No mucho. Pero no le salían las palabras. Se quedaba callado cuando estaba en compañía. Irónico.
—Así que Oberón no le da a Word las palabras que dice.
—Oberón le da conocimiento. Ideas. Entonces Word dice lo que dice y Oberón hace que se cumpla. O hace que la gente que lo oye crea que es verdad. Lo que sea.
—Entonces, ¿los milagros no son reales?
—Oh, claro que lo son —dijo Yo Yo—. Dile a una mujer que vaya a su casa y salve a su bebé para que no se ahogue, y Oberón se encargará de que el bebé se ahogue justo cuando llegue allí. Ese tipo de cosas. Y algunas probablemente sean verdad.
—Entonces en realidad no cura a nadie.
—Claro que lo hace. ¿No lo entiendes? Ése es el truco. Usa el poder que almacenó en ti para hacer que todos sus deseos se cumplan. Pero también hará famoso a Word. Importante. Lo convertirá en un santo. Y Word es buen chico. Listo. Entiende a la gente. Oberón no entiende a nadie. Así que confía en que Word le muestre qué es bueno para ganarse a la gente. Para cuando termine, Word será el rey del mundo.
—No tenemos reyes en América.
—Lo tendréis —dijo Yo Yo—. Porque el profeta de la bestia está hablando, ¿y puede estar muy lejos la bestia?
—Una vez tuve un perro —dijo el policía que no conducía—. Siempre me seguía. En mi bici. Lo atropellaron al cruzar una calle cuando yo crucé el semáforo justo a tiempo.
El comentario desenfadado del agente los hizo callar durante los últimos minutos de trayecto.
Mack se preguntó qué estaría pensando el policía por debajo del control que tenía Yo Yo sobre él. ¿Se rebullía de resentimiento? ¿Lo haría, cuando regresara su voluntad? ¿O sería ajeno a todo aquello?
¿Y yo?
Nadie debería tener ese tipo de poder para hacer que alguien haga lo que no quiere hacer, o sienta lo que no quiere sentir.
Ahora que tanta gente era consciente de la perversa forma en que la magia estaba invadiendo el barrio, Mack y Yo Yo y Ceese recibieron ayuda.
Llegaron demasiado tarde para impedir que Nathaniel Brady despertara en el aire, después de haber soñado que estaba volando. Pero Ceese telefoneó para despertar a sus padres, quienes encontraron a Nathaniel tendido en el caminito de acceso, con una contusión severa y varios huesos rotos. Los enfermeros les aseguraron que no se habría despertado solo y probablemente por la mañana lo habrían encontrado ya muerto.
—¿Qué, se creía que era Superman? —preguntó un enfermero.
Y cuando Dwight Majors se encontró haciendo el amor con Kim Hiatt, Miz Smitcher estaba en la puerta de la casa de los Hiatt y pudo calmar a todo el mundo y convencerlos de que no se trataba de una violación. Hizo falta algo más que una conversación entre lágrimas antes de que saliera a la luz que no era Dwight quien había estado deseando a Kim: Dwight estaba felizmente casado. Fue el deseo de Kim el que atrajo a su amor de instituto cuando le estaba haciendo el amor a su esposa. De hecho, fue Michelle Majors a quien hubo que convencer con más fuerza, aunque había visto a su marido desaparecer sin más.
Yo Yo fue en su moto hasta el Seven-Eleven de La Ciénega y Rodeo Road para convencer al encargado del turno de noche de que no llamara a la policía para que se hiciera cargo de Alonzo Graves, que tenía cinco años, y cuyo deseo lo colocó encima de una montaña de caramelos en mitad de la tienda.
Madeline Tucker pudo pedirle prestado un sujetador realmente enorme a Estelle Woener para que Felicia Danés, de trece años, pudiera con los pechos enormes que le habían crecido durante la noche.
Grand Harrison y Ophelia McCallister ayudaron a tranquilizar a unos histéricos André y Monique Simpson después de que encontraran el cadáver disecado de su hijo muerto a los seis meses entre ellos, en la cama.
—Sabíamos lo de los deseos de anoche —dijo André, cuando pudo hablar—. Intentamos no desear que nuestro bebé estuviera con nosotros.
—Creo que en el fondo no podéis dejar de desear eso —dijo Ophelia—. Porque yo no deseaba estar con mi marido, no conscientemente. Creía estar esperando volver a verlo en el cielo.
Aaron Graves, el hermano menor de Alonzo, fue devuelto a casa por los bomberos, que lo encontraron en pijama montado en una manguera, en un coche de bomberos que trabajaba para salvar el último piso de un edificio de apartamentos de cuatro plantas.
Y Mack tuvo que hacerle el boca a boca a Denise Johnston hasta que revivió. No sabía quién había deseado verla muerta, ni por qué.
Eran más de las once de la noche cuando todos los deseos fueron contrarrestados, en la medida de lo posible, y unos setenta adultos se congregaron delante de la casa de Yolanda White. Esta vez no eran una turba. Estaban asustados, más que nunca, pero Mack y Yolanda y Ceese tenían la única explicación que encajaba con todos los hechos, y estaban dispuestos a escuchar.
—Va a seguir así—dijo Yolanda—. Noche tras noche. Cada vez que Oberón, bendito sea su corazón, use su poder en este mundo, vuestros deseos se soltarán para romper corazones y causar caos.
—Pero nosotros no deseamos estas cosas —insistió Ophelia McCallister.
—Vuestros deseos se retuercen. Y no podéis detenerlos. Siempre están guardados.
Mack agradeció que ella no explicara exactamente dónde estaban guardados.
—Entonces, ¿podemos hacer algo? —preguntó Myron Graves—. Mis dos hijos esta noche... Tenemos suerte de que los de servicios sociales no vinieran y se los llevaran porque somos padres negligentes y no los vigilamos de noche.
—¿Qué va a pasar ahora? —preguntó Denise Johnston—. ¿Puede concederse de nuevo el mismo deseo? Tengo derecho a saber quién desea verme muerta.
—No, no lo tienes —dijo Mack bruscamente—. La persona que tuvo ese deseo nunca lo habría cumplido. Fue malicia, pero no asesinato. Y no creo que vuelva a sucederle lo mismo a nadie. Excepto tal vez a los niños pequeños, porque no comprenden el peligro que corren y siguen deseando las mismas cosas.
Ceese lo devolvió al tema en cuestión.
—¿No podemos ir a la persona a través de la que opera Oberón y pedirle que pare?
Un montón de gente quiso saber quién era, pero Yolanda se negó a decirlo.
—Él no sabe que Oberón lo está utilizando como herramienta. Es un buen hombre y quedaría destrozado si supiera lo que está pasando. Y además eso no cambiaría nada porque Oberón se saldrá con la suya mientras esté prisionero y tenga que actuar a través de un poni, aquí en vuestro mundo.
—¿Es un
caballo?
—preguntó Miz Smitcher.
—Cabalga a un humano como si fuera un poni. Su poder es irresistible.
—Así que no podemos detenerlo —dijo Grand.
—No hablando con la pobre herramienta que está utilizando. Pero sí, creo que podemos detenerlo. Y me refiero a todos nosotros. A todos vosotros.
—¿Qué podemos hacer? —preguntó Romaine Tyler—. Yo haré lo que sea si puedo deshacer el daño que se ha hecho.
—No se pueden deshacer las cosas reales. Las mágicas, sí, se desvanecerán. Pero el daño que tu padre sufrió fue causado por una viga real.
—Entonces, ¿por qué no puede concederse mi deseo antes de que detengáis todos los demás? —dijo Romaine—. Porque cada momento de mi vida deseo no haber deseado mi estúpido deseo.
—¿ Cómo podremos volver a enterrar a nuestro bebé? —dijo André Simpson—. ¿Cómo podemos explicar que teníamos su cadáver?
—Ya lo resolveremos —contestó Yolanda—. Pero primero tenemos que impedir que estos malditos deseos sigan siendo concedidos. ¿O alguien siente curiosidad por ver cuáles serán los deseos de mañana por la noche?
Nadie quería.
—No tengo poder para detenerlo. Yo sola, no. Nunca he sido tan poderosa como él y he pasado los últimos siglos con el alma dividida por mi deambular.
—Sea lo que sea lo que eso significa —le murmuró Miz Smitcher a Mack.
—Esto es lo que tiene que suceder. Mi alma tiene que ser liberada de su cautiverio y serme devuelta. Cuando eso suceda, en ese mismo momento, por la manera en que estas cosas están entrelazadas, Oberón quedará libre de su propio cautiverio. Pero su representante se habrá marchado también y estará ansioso por reunirse con él. Irá primero al País de las Hadas y luego buscará un paso a este mundo.
—¿Y entonces lo mataremos cuando esté pasando? —preguntó Ceese.
—¿Matarlo? ¿Qué parte de la palabra «inmortal» no entiendes? —dijo Yolanda—. No, mi pobre esposo Oberón es peligroso ahora, pero porque en realidad no es él mismo. Ojalá lo hubieras conocido en su momento. Era glorioso entonces, lleno de luz. La gente lo consideraba un dios, y lo merecía. Pero con el paso de los siglos se aburrió y empezó a gastar jugarretas para divertirse y, al cabo del tiempo, dejaron de ser divertidas y empezaron a ser malvadas. Compitió con Puck para ver quién era peor, y cuando Puck se negó a continuar porque empezaban a hacer daño a la gente, Oberón lo esclavizó y lo obligó a continuar jugando.
—¿Quiénes sois vosotros? —dijo Miz Smitcher—. ¿Qué os da el derecho?
—Eso es lo que yo pienso —respondió Yolanda—. ¿Qué nos da el derecho? ¡Nada! Por eso aprisioné a mi esposo, para empezar. ¿Quién más tenía el poder para hacerlo? Pero durante su cautiverio él se despojó deliberadamente de todo jirón de bondad. Se libró de todo lo que yo amaba en él y se convirtió en un ser terrible. Un monstruo.
—¿Y vas a soltarlo? —preguntó Grand.
—Va a soltarse de un modo u otro —dijo Yolanda—. Ha estado acumulando poder y su representante está controlando a un joven que va a impulsar el poder en nuestro mundo. Ahora mismo la propia virtud del joven está dando forma a sus acciones, pero a medida que Oberón ponga más y más poder dentro de él aplastará el bien de ese muchacho y el mundo será gobernado por un ser más cruel que Hitler o Stalin o Saddam. Eso es lo que sucederá si no hacemos nada: por no mencionar toda la destrucción de este barrio cuando todos esos deseos se hagan realidad.
—¿Por qué eligió este barrio? —preguntó André—. ¿Qué hicimos?
—Si algo malo va a suceder, naturalmente les sucede a los negros —dijo Dwight Majors.
—No tenéis motivos para estar tan amargados —dijo Miz Smitcher—. Ni siquiera habíais nacido cuando nos trataban como a Jim Crow.
—Que tú lo pasaras peor no significa que nos guste lo que pasa ahora —replicó Dwight.
—Tal vez sea que encontró la tubería de desagüe —dijo Yolanda—, o puede que sea por algo más. Tal vez vuestros deseos lo atrajeron. Tal vez los negros de América son más apasionados, tienen deseos más fuertes. Y tal vez se sintió atraído por Baldwin Hills porque éste es un barrio donde los negros realmente creen que pueden hacer que sus deseos se cumplan.
—Todavía no nos has dicho qué esperas que hagamos —dijo Ophelia.
—Necesito que forméis un círculo de hadas.
Byron Williams soltó una carcajada.
—¿Se supone que tenemos que bailar en el prado al amanecer? Sólo hay un problema: no somos hadas.
—Te olvidas de quién soy yo —dijo Yolanda—. Si es mi círculo, y está unido a mí, entonces es un círculo de hadas.
—Entonces, ¿todos de la mano nos ponemos a cantar? —preguntó Byron, escéptico.
—Mientras no sea
Al corro de la patata
—dijo Moses Jones.
—Formaremos el círculo aquí, ahora —dijo Yolanda—. Os tocaré a todos y una parte de mí estará en vosotros. Luego, más tarde, volveréis a formar el círculo en un sitio diferente y, aunque este cuerpo no estará con vosotros, seguirá conectado a vosotros y, mientras danzáis, vuestro poder fluirá hacia mí para que yo pueda capturar a Oberón y volver a aprisionarlo.
—Pues claro que lo haremos —dijo Grand, impaciente.
—Todavía no —replicó Yolanda—. Antes de que decidáis, tenemos que averiguar dónde va a estar el círculo final. Mack... en el País de las Hadas, debería haber un sitio de piedras erguidas. Puede que sean hermosas columnas, o peñascos, o algo intermedio.
Mack asintió.
—He estado allí.
—¿Sabes dónde está en este mundo?
—Oh, sí. Ceese y yo lo sabemos. Porque dejé un mensaje allí para Puck y apareció en el mundo real.
—Ambos mundos son bastante reales —dijo Yolanda—. Y ése es más real que éste.
—¿Quieres saber dónde está la conexión? —preguntó Mack—. Es allí donde la avenida de las Estrellas cruza Olympic. Justo en ese puente.