Celebración en el club de los viernes (26 page)

Read Celebración en el club de los viernes Online

Authors: Kate Jacobs

Tags: #Drama

BOOK: Celebración en el club de los viernes
6.9Mb size Format: txt, pdf, ePub

James dirigió el automóvil a un lado de la carretera y lo detuvo.

—Grítalo todo —dijo—, ¡Enfádate!

—Cállate, papá —replicó Dakota con un gemido. Tenía ganas de llorar pero no le salían las lágrimas. En cambio, se sentía agotada—. Soy horrible. Egoísta. ¡Yo! ¡Yo! ¡Yo! ¿Quién actúa así?

—Prácticamente todo el mundo —dijo James—. Lo que pasa es que tú eres más proclive a decirlo en voz alta.

—Hasta detesto que los abuelos abandonen su granja —añadió Dakota—. A duras penas los veo. Y ¿quieres saber una cosa? Me gustan los dos. Sé que mamá tenía sus problemas, pero el hecho es que era igual que la abuela Bess, dada a tener arranques de mal genio con la misma frecuencia con la que era encantadora.

—Es un rasgo familiar —comentó James con calma—. La nube tormentosa de las emociones. Por norma general se desvanece enseguida.

—Ja, ja, ja, papá —dijo Dakota, y apoyó la cabeza en el hombro de su padre—. Siento que no tengo el control. Ese es mi problema.

—Pues vete acostumbrando —repuso James—. Es una parte habitual de ser adulto.

—Y ahora ¿qué? —preguntó.

James le dio un beso en la cabeza.

—Nos dejaremos llevar —respondió—. Pero Sandra y yo nos iremos a vivir juntos. En primavera.

—¿Estás seguro?

—¿De si nos vamos a vivir juntos —preguntó James— o de si estoy seguro sobre Sandra?

—Las dos cosas, supongo —dijo Dakota. Le gustaba estar allí sentada con la mejilla en el hombro de su padre que le besaba la cabeza.

—Bueno, pues la respuesta es la misma —declaró James—. Estoy seguro.

Le contó que Sandra era divertida e inteligente y que hacía unas torrijas muy buenas. Que se habían conocido en París pero que no salieron hasta que a ella la trasladaron hacía más de un año, y que hasta que lo vio no se había creído los rumores de que James Foster había abandonado sus maneras de seductor para convertirse en un padre devoto.

—¿Me estás diciendo que te conseguí una novia de verdad? —preguntó Dakota—, ¡Uf!

—Me siento más comprometido y afectuoso que antes —dijo James.

—¡Doble uf! —exclamó Dakota—. Mira, papá, sin ánimo de ofender, entiendo que en tu época estuvieras bastante bueno. Pero, en primer lugar, tienes casi cincuenta años. Y, en segundo lugar, no quiero saberlo. No comprendes lo poco que quiero saber. —Hizo ver que se tapaba las orejas.

—Entendido —dijo James—. Pero el hecho de que me vaya a vivir con Sandra no hace que sea menos tu padre.

—Sí, ya lo sé —repuso Dakota—. La gran pregunta. ¿Qué va a pasar con tu apartamento?

James se rio.

—Me alegra ver que te sientes mejor. No voy a ponerlo a la venta durante un tiempo, si eso es lo que te preocupa —dijo—. Puedes quedarte allí hasta septiembre como mínimo, tal vez más tiempo.

—Papá —dijo Dakota, que se puso seria—. Si quieres tener alguna posibilidad de que este romance funcione, no puedes aferrarte a tu casa con una actitud de esperar a ver qué pasa. Hasta yo lo sé. ¿Y si lo alquilas? A mí, quiero decir.

—Bueno, sé que tú no puedes permitírtelo —contestó James—. Te pago las facturas, ¿recuerdas? Y me preocupaba cómo te sentirías.

—Podría pagar el apartamento si tuviera compañeros de piso. Y de todos modos, me paso la semana en la residencia de estudiantes.

—La mayoría de jóvenes de veintiún años no mantienen una segunda residencia —señaló James.

—Entiendo lo que quieres decir —dijo Dakota—. De modo que vamos a dejar esta parte de la conversación y ya la retomaremos más adelante. No digas que no todavía.

—De acuerdo —asintió James, más para mantener aquella sensación de equilibrio que otra cosa—. Sé que es un gran paso. ¿Cómo te sientes?

Dakota observó a su padre. Por un lado, ya había tenido su arrebato. De manera que podría decirle que lo único que quería era que fuera feliz. Era cierto. Técnicamente. Pero, por otro lado, tal vez debería ser honesta.

—Bastante incómoda —admitió—. Y no quiero estarlo. Me parece bien que tengas una novia seria, en teoría. Pero en la realidad...

—Bueno, ya irás conociendo a Sandra. Poco a poco —añadió James—. Nadie está diciendo que tengáis que ser buenas amigas.

—Me muero de ganas de contárselo a Catherine —replicó Dakota—. Me pregunto qué va a pensar de todo esto.

—No lo sé —repuso James—. Probablemente comprenda lo complicado que es. Al fin y al cabo, Catherine va a casarse con un hombre que tiene sus propios recuerdos. Va a convertirse en madrastra.

Dakota entrecerró los ojos con recelo.

—Con esto no te estarás encaminando a nada semejante, ¿verdad? Porque yo no necesito una madrastra, por si hubiese alguna duda —aclaró rápidamente—. En cualquier caso, no quiero que Sandra Stonehouse piense que va a convertirse en mi nueva mejor amiga. No querrá salir por ahí, ¿no? ¿Ir a comprar zapatos y eso?

—No —repuso James—. Porque su nuevo mejor amigo soy yo. No es que vayamos a comprar zapatos. Pero aun así estoy convencido de que doy el perfil.

—Me refiero a eso de mudarse —se aventuró a decir Dakota—. No será un antecedente, ¿no? Como que me invites a tu casa a una barbacoa y haya un pastor y... ¡zas! Os caséis y demás, ¿eh?

—Un momento, Dakota —dijo su padre—. Apenas estoy tanteando el terreno.

—Es que no quiero que Sandra... ni ninguna otra novia tuya, en realidad, no es que la esté señalando a ella en particular, no lo capten —explicó Dakota—. Quiero que comprendan que tengo una madre, que era mi amiga. Que todavía lo sigue siendo, ¿sabes? Por lo que no estoy buscando a alguien que juegue a ser madre para conseguir tu aprobación.

—Ya tiene mi aprobación —concluyó James—. Y lo último que he oído es que te has declarado demasiado mayor como para necesitar progenitores. ¿Quién sabe qué supondrá esto para el viejo de tu padre?

—De momento me lo quedo —repuso Dakota, que le dio en el hombro con el dedo—. En espera de cómo resulte la situación de alquiler del apartamento.

—Entonces estamos bien —dijo James eludiendo el tema.

—Siempre estamos bien, papá —asintió Dakota—. Lo que pasa es que no puedo disimular que una parte de mí desea que pudiéramos ser una familia de verdad. Tú, mamá y yo.

—No creo que este sentimiento vaya a desaparecer nunca —admitió James—. Pero solo tenemos lo que hay. No nos es posible resucitar lo que podría haber sido. Y por último, creo que he encontrado otra manera de ser feliz. Esto es algo que nunca creí que me ocurriría de nuevo.

—Entonces supongo que tienes que hacerlo —dijo Dakota con un suspiro—. Y ya lo solucionaremos de algún modo u otro. Es lo que me decía mamá cuando tenía un problema.

El aroma a pino que inundaba su nariz y sus pulmones resultaba balsámico. Dakota yacía
tendida de espaldas bajo el árbol de Navidad cuyas luces todavía estaban encendidas aunque
todo el mundo se había ido a la cama. Había sido una buena Navidad. Con montones de
tartaletas de mantequilla, un iPod de parte de su tío Donny, una cubierta de punto para un
álbum de fotos que la bisabuela le había enviado desde Escocia y una chaqueta cara de una
tienda elegante cortesía de James. El señor Padre Misterioso. Era un buen botín
.

Dakota notó que le apretaban el dedo gordo del pie.

—¡Eh, pastelito! ¿Vas a dormir aquí toda la noche? —preguntó Georgia, tras lo cual se
deslizó bajo las ramas junto a su hija—. Desde esta perspectiva se ve distinto. Es bonito
.

—Sí —coincidió Dakota, que levantó el brazo para tocar las hojas del árbol—. No tengo
ganas de irme a la cama
.

—Es una lástima que se termine la Navidad, ¿no te parece? —dijo Georgia. Quería alargar
la mano y tomar la de Dakota, pero conocía demasiado bien a su hija preadolescente y se
contuvo
.

—Esperé todo el año para Navidad —se quejó Dakota—.Y luego solo es un día. Un buen
día. Pero solo uno
.

—La decepción después de tanta expectativa, ¿no?

—Supongo que me pone un poco triste —admitió Dakota.

—Bueno, habrá otra Navidad el año que viene —dijo Georgia, que cedió a su impulso y se
acurrucó cerca de su hija. Milagrosamente, Dakota no se movió. Si Georgia no se equivocaba
,
pudiera ser que hasta se estuviera apoyando en ella. Un poquitín nada más
.

—Pero no será lo mismo —objetó Dakota—. Seré mayor. Seré una adolescente.

—No pasa nada —insistió Georgia—. Seguirás siendo mi pastelito cuando tengas
cincuenta y dos años. Incluso cuando tengas ochenta y dos
.

—No te burles, mamá —dijo Dakota.

—Está bien —repuso Georgia, tumbada junto a su hermosa hija, asimilando el perfume
embriagador del árbol y el brillo parpadeante de las luces—. Nada de burlas. Encontraremos
la forma de solucionarlo. Estaremos juntas. Toda la noche. Así no tendrá que terminar
nuestra Navidad perfecta
.

El año nuevo

Esta es la más poderosa de las mañanas: un momento que rebosa renovación, resolución. La euforia de poder empezar de nuevo, cuando no hay errores. Al menos de momento. De manera similar, toda labor empieza de nuevo, con la lana aún intacta, y son posibles todos los desenlaces. De modo que coge las agujas. Es la única manera de llegar a saber cuál será el resultado.

Dieciséis

Aunque en los informes meteorológicos se mencionaba una posible ventisca, cuando Dakota y James regresaron de Escocia, las calles de la ciudad permanecían limpias; ni rastro de nieve cuajada o derretida. Eso era muy bueno porque Dakota tenía que moverse con rapidez. En unas pocas horas tenía que dirigirse a toda prisa a las cocinas de la escuela y mezclar toda suerte de masas con los compañeros de clase que la ayudaban en el proyecto de los pasteles de boda individuales. Lo malo era que, al día siguiente, tenía que volver en tren a Manhattan para asistir a una fiesta de despedida de soltera pagada por Marty y organizada por Peri y K.C. Los hombres habían quedado para asistir a una degustación de
whisky
escocés regional en el apartamento de James. Dakota meditó que todo aquello era demasiado para una chica que ni siquiera había asistido como invitada a ninguna boda. Nunca.

—Y no solo eso sino que serás dama de honor doble —gritó Catherine en el espacioso probador en el que estaba con ligas y un ceñido
bustier
blanco en tanto que Dakota esperaba en un banco cerca del espejo de tres cuerpos. Había comprado un vestido de un famoso diseñador de Madison Avenue y pagado un precio desorbitado para que se lo ajustaran a toda prisa. En aquellos momentos se estaba metiendo dentro del vestido con mucho cuidado y con la ayuda de la dependienta—. ¡Vaya forma de celebrar el día de Año Nuevo! ¡Seré una novia!

Dakota se había acostumbrado a las exclamaciones de: «¡Me voy a casar!» que salían de la boca de Catherine con una frecuencia alarmante, y eso que solo llevaba medio día con ella. Habían repasado la disposición de los invitados en las mesas con Anita y habían tenido una larga discusión sobre si el florista debía hacer los centros más altos todavía, con respecto a lo cual Dakota decidió que lo mejor que podía hacer era emitir tantos sonidos de aprobación como pudiera sin aventurarse a dar ninguna opinión. Su artimaña parecía haber funcionado: después de la cháchara, todo se quedó exactamente como ya se había decidido.

—¿Todo esto te está estresando? —preguntó Catherine, que asomó un momento la cabeza por la puerta del probador y volvió a meterse dentro—. Salgo en un segundo.

—Por una vez en la vida —dijo Dakota— me siento sorprendentemente calmada, ¿sabes? Estoy enterrada en listas de cosas que hacer y las prácticas en el V empiezan el día siguiente a Año Nuevo, pero siento que tengo el control más de lo que lo he tenido en mucho tiempo.

—Apuesto a que la visita a la bisabuela fue bien —comentó Catherine—. A mí me ayudó a dar un vuelco a mi vida cuando fui.

—Y mírate ahora —dijo Dakota mientras Catherine salía deslizándose del probador y se dirigía hacia el espejo—. Estás despampanante.

—No le digas a nadie cómo estoy —le imploró—. Quiero que sea una sorpresa. ¡Porque voy a casarme!

—Sí, eso he oído —contestó Dakota, que arqueó una ceja—, ¿Prometerse es como tomar drogas? Ahora pareces anormalmente contenta todo el tiempo.

—Ya lo sé —asintió Catherine—. Es asombroso.

Su primera boda también había sido un torbellino: una lamentable cuenta atrás hacia un gran día en cuya planificación no había tenido un gran papel, zarandeada entre los caprichos de Adam y la insistencia de la madre de este en organizar un acontecimiento social como era debido. Ann cuando detestaba a Catherine. Sí, Catherine había estado eufórica, por supuesto. Pero fundamentalmente era porque no tenía ni idea de en qué se estaba metiendo, aturullada por un futuro de fantasía en el que disfrutaba de la buena vida y encontraba la felicidad a su debido tiempo.

Ahora sabía que el verdadero amor se encontraba en algún punto entre un niño con fiebre y sostener una linterna calzada con botas de goma mientras su amado comprobaba las vides. En algún lugar del mundo real. ¿Y si esta vez caía un poquito en la trampa de la falta de moderación de la novia histérica? Bueno, al menos sería por muy poco tiempo.

Catherine tenía ganas de abrazar a todo el mundo que se encontraba y animarlos a enamorarse. Mientras daba vueltas sobre la plataforma situada frente al espejo, pensó que el día de Navidad había sido incomparable de principio a fin. Había sido la anfitriona de los Toscano... es decir, de la que pronto sería su familia; tenía que dejar de pensar en ellos como en una unidad aparte. También habían acudido Anita, Marty, Sarah y Enzo; ocho personas en total. Catherine, que quería que tuvieran la sensación de sentirse en casa, había intentado hornear un
panettone
casero. Bueno, fue un primer intento. El próximo año lo haría mejor.

La proximidad de la fecha suponía que tuviera que repasar los detalles de la boda con Anita absolutamente todos los días. Y sí, era un poco extraño organizar la boda de otra persona y luego convertirse en una de las novias. También fue de compras sin parar, compró brillos de labios y jerséis monos para Allegra y una cazadora de cuero de aviador para su casi hijastro que iba a prepararse para ser piloto. Compró muchas cosas para los niños y eligió también unas chucherías para Sarah y Enzo; tanto fue así que cuando Marco la obsequió con un anillo de diamante tallado en cojín, Catherine se dio cuenta de que se había olvidado por completo de su regalo.

Other books

Return to Rhonan by Katy Walters
Arrival by Charlotte McConaghy
At the Edge of the Sun by Anne Stuart
Tell Them I Love Them by Joyce Meyer
Island of escape by Dorothy Cork
Beginnings by Sevilla, J.M.