—Es una buena señal —le dijo más tarde aquella noche, cuando ella se disculpó una vez más, y lo decía en serio. A Marco lo tranquilizaba el hecho de que, al igual que él, Catherine pensara primero en sus hijos.
Solo dos días más, pensó Catherine, y lo vería allí esperándola al final del pasillo.
Dakota comprobó la hora en el teléfono móvil al salir de las escaleras del metro y fue andando a Walker e Hija. Quería repasar las ventas de las fiestas con Peri y también visitarla. Tenía que hacer cientos de pasteles diminutos, cierto, por lo que no iba a poder quedarse mucho rato. Cuando llegó, Peri estaba preparando unas bolsas con velas, bombones, rímel y zapatillas de punto.
—Unos detalles para nuestra despedida de soltera —explicó.
—Me gusta —dijo Dakota tras echar un vistazo al interior de la bolsa—. Pero algo me dice que debería preocuparme que K.C. haya invitado a un montón de chicos desnudos para que agiten sus herramientas.
Peri se echó a reír.
—Porque eso es lo que Anita y Sarah quieren ver realmente —dijo—. No, hasta Silverman sabe que hay una línea que no se puede cruzar. Claro que si fuera Catherine la única que se casara, ahora mismo estaríamos todas en un club de
striptease
de Las Vegas.
Dakota saludó con la mano a unas cuantas clientas habituales que tejían sentadas a la mesa y rodeó la caja registradora para sentarse encima del mostrador. Era la atalaya perfecta para contemplar la tienda en su totalidad, las hileras de lana con los colores del arcoíris, la luz que entraba por las ventanas altas, los estantes de rojos, verdes, azules y blancos un tanto vacíos tras el rápido ciclo de ventas festivas. Sonrió al ver la fotografía en blanco y negro de ella con su madre que había sido tomada años atrás y que ocupaba un lugar de honor en la pared.
—Bueno, Peri, dime —le preguntó—, ¿Crees que vas a echar de menos este lugar?
—Yo... sí, sí —balbució Peri—, ¿Cómo sabías que decidí aceptar el trabajo?
—Es la mejor elección —contestó Dakota—. Y se trata de París. Y Peri Pocketbook no tardará en estar por todo el mundo. Tienes que ir e intentarlo. Si no lo haces, siempre te preguntarás qué hubiera podido pasar.
—Estoy nerviosa —dijo Peri—. Estoy entregando a mi criatura. Seré presidenta de Peri Pocketbook, sí, pero una filial de la empresa principal. Además, me han pedido que supervise todas las líneas de prendas de punto.
—Eso es mucho —comentó Dakota—. Pero ya tienes experiencia en dirección. Tenemos empleados a tiempo parcial. La única diferencia es que tu nuevo empleo va a ser a mayor escala. De modo que no se me ocurre nadie más apropiado.
—No he hablado francés desde la universidad —continuó diciendo Peri.
—Cómprate esas pequeñas cintas que hay —sugirió Dakota—. Lo único que tienes que hacer es aprender a dar una imagen misteriosa y sofisticada y nadie notará que no eres francesa.
—¿Quieres decir que ahora no soy sofisticada?
—¡Vale, pues más sofisticada aún! —exclamó Dakota alzando las manos—. Bueno, y ¿qué hay de tu novio? ¿Sigue siendo el adecuado?
—Lo planté tan pronto como volví de ver a mis padres por Navidad —dijo Peri—. No fue solo lo de Acción de Gracias, aunque su comportamiento resultó increíblemente irritante. Pero luego, por mediación de una amiga, descubrí que había actualizado su estado civil a «soltero» en el perfil del sitio de internet donde nos conocimos.
—Vaya —dijo Dakota.
—Nada de vaya —replicó Peri—, porque el mismo día me llamó para decirme que me quería. Y no, no iba a preguntarme si podía pasar a verme. Pero fue entonces cuando lo supe.
—¿El qué?
—Que no podía resolver el conflicto entre lo que él quería y aquello a lo que su madre le estaba empujando —explicó Peri—. Entonces llamé a Lydia Jackson y acepté el trabajo. Quería lo de París más de lo que quería a Roger y eso lo resume todo.
—Acciones sensatas por todas partes —dijo Dakota—, ¿Y bien? ¿No estás un poco emocionada?
—Estoy extasiada —reconoció Peri—. Pero me preocupa la tienda. Me preocupa Georgia. ¿Qué le parecería a ella?
—Te estaría haciendo las maletas —contestó Dakota—. Y lo sé porque voy a subir yo misma a hacer lo mismo si te acobardas.
—Y ¿qué me dices de ti? —Peri frunció el ceño—. Eso es lo que más me preocupa.
—Yo estoy bien. Mejor que bien, en realidad —dijo Dakota—. Voy a comprarte tu parte de la tienda.
—¿Ah sí? ¿Cómo? —quiso saber Peri.
—Todavía no estoy segura —admitió Dakota—. Pero estoy ideando un plan.
—Ya sabes que podría negarme a vender.
—Pues claro que lo harás —dijo Dakota—. Todo para ahorrarme el gasto, no tengo ninguna duda. Pero algún día no muy lejano voy a hacerte una buena oferta. Mientras tanto, ya solucionaremos las cosas, ¿verdad?
—Sabes que sí —repuso Peri, que abrazó a Dakota espontáneamente—. Te echaré de menos, ¿sabes? Eres como mi hermana pequeña-socia-mejor-amiga.
—Eh, que yo no voy a ir a ninguna parte —dijo Dakota devolviéndole el abrazo—. Yo ya estoy en casa. Con la tienda. Mi cafetería y mis recetas. El libro de diseños de mi madre y sus creaciones. Esto es lo que tengo intención de hacer. De modo que no me moveré de aquí. En las invitaciones para la despedida de soltera quedaba muy clara la etiqueta: solo pijama. Zapatillas opcionales. El club de los viernes iba a dar una fiesta de pijamas de fin de año.
—Pues yo nunca había oído hablar de nada semejante —comentó Sarah con un pantalón de pijama de rayas azul marino debajo de su pesado abrigo de invierno en tanto que su hermana Anita la empujaba para que se metiera en el coche que estaba esperando.
—Con las del club nunca se sabe —dijo Anita, que llevaba unos viejos pantalones de chándal de Marty y una camiseta. Nadie tenía por qué saber con qué dormía en realidad—. Solo espero que a alguien se le haya ocurrido traer unos cuantos cojines para el suelo de la tienda.
Sin embargo, el coche no las llevó a Walker e Hija. Todos los vehículos que habían pasado a recoger a las invitadas llegaron casi de forma simultánea a un lugar secreto donde se celebraría la fiesta. Un hotel encantador con vistas al mismísimo centro de la ciudad ¡el último día del año!
—¡Atención todo el mundo, estamos en Times Square! —gritó K.C. en el vestíbulo al tiempo que repartía las bolsas de cotillón que había preparado Peri. Estaba encantada de que todo estuviera saliendo bien, y todo gracias al generoso patronazgo de Marty. K.C. dirigió un guiño a Anita y a su hermana—. Los
strippers
vienen pasada la media noche. ¡Hombres grandotes desnudos!
—¿En serio? —preguntó Sarah con un grito ahogado, arrebujándose más en el abrigo.
—No —le dijo Anita meneando la cabeza—. No lo dice en serio.
Entró por la puerta de la
suite
que les habían destinado, una habitación llena de sus más queridas amigas vestidas con ropa de dormir y mordisqueando bocaditos de salmón ahumado y fresas bañadas con chocolate.
—Ponche de champán —anunció Darwin, que vestía un camisón rojo cubierto de imágenes multicolor de muñecos de nieve, ofreciendo unas copas de líquido burbujeante de una bandeja a Anita y a Sarah—. Es la primera vez que tomo alcohol desde que desteté a Cady y Stanton. Voy por mi tercera copa.
—Tómatelo con calma, joven mamá —le advirtió Anita—. Espero que mañana toda la familia consiga llegar a la boda.
—Llegaremos —afirmó Darwin que, presa de la excitación, empezó a hablar atropelladamente—. Es la primera boda de los gemelos y ya tengo elegidos los conjuntos más perfectos, y quedarán monísimos en las fotos...
—¿Qué te dije cuando llamaste? —la reprendió Anita.
—Que tengo que disfrutar el momento —contestó Darwin—. No intentar capturarlo para guardarlo. —Era un consejo difícil de seguir. No obstante, al regresar de Jersey tras pasar las fiestas con sus padres y con la siempre difícil madre de Dan, se había pasado horas y horas descargando fotos de las segundas navidades de los gemelos. Hasta el punto de que Dan no consiguió separarla del ordenador.
—¡Tengo que grabarlo todo para que no lo perdamos! —rogó, y se sintió calladamente aliviada cuando él cejó en sus esfuerzos. Ni siquiera lo acompañó mientras bañaba a los niños aquella noche, se quedó moviendo el ratón y haciendo clic mientras ponía pies de foto a las imágenes de Cady abriendo los regalos y de Stanton metiéndose en una caja de cartón vacía. Darwin había estado fantaseando con un día de Navidad futuro en el que ella y Dan se reirían de aquellas imágenes con los gemelos, adultos ya, tal vez con hijos propios, cuando oyó que Dan gritaba llamándola.
Supo de inmediato que los gemelos se estaban ahogando.
Al salir corriendo hacia el cuarto de baño arrancó el ratón del ordenador y se lo llevó inconscientemente en la mano. Cruzó la puerta abierta como una exhalación y empezó a resbalar en todas direcciones sobre el suelo mojado para gran regocijo de sus gemelos de veinte meses, que se rieron y chapotearon.
—¿Nadie se está ahogando? —exclamó, dejó caer el ratón y prácticamente acabó metida en la bañera con sus hijos.
—No —respondió Dan, que seguía arrodillado junto a la bañera en la que había estado bañando a los niños—. Pero te perdiste sus primeras frases enteras porque estabas demasiado ocupada clasificando las fotos de la semana pasada. ¿Qué acabas de decir?
—Lávame, papá —gritó Stanton, que intentó ponerse de pie pero su padre lo animó a sentarse de nuevo con suavidad.
—Lávame dedo —dijo Cady empujando el pie hacia Darwin—. Lávame dedo.
Darwin se sentó en el suelo mojado al lado de su esposo.
—Puede que haya roto el ordenador —le dijo a Dan.
—Perfecto —repuso él—. Porque estaba pensando en hacerlo yo mismo.
En aquellos momentos, en la fiesta, Darwin agitó el dedo en el aire en dirección a Anita.
—Me lo tomaré tal como venga —dijo—. Estoy mejorando. Lo intento.
Catherine se reunió con ellas con el rostro cubierto por una mascarilla de crema blanca y custodiada por Lucie.
—¡Probad esto! Me estoy quitando años de encima, señoras —insistió—, Es de concha de ostra machacada de la Riviera francesa. —Siguió adelante para hablar con Peri quien, con la bendición de Dakota, acababa de anunciar su nuevo trabajo. Catherine ya estaba insistiendo en que el club tenía que hacer otro viaje de campo.
—En realidad no es concha machacada —explicó Lucie a Darwin y a Anita—. Se lo dije porque sabía que le encantaría. Es crema hidratante Pond's mezclada con una gota de extracto de vainilla.
Tomó un sorbo de su ponche y señaló a una mujer regordeta que se estaba pintando las uñas de los pies de un rojo vivo.
—Le puse la misma mascarilla a mi madre, que está allí —le dijo a Anita—. Está estupendamente. El médico dice que con la medicación su mente está estable.
—No va a recuperar la memoria que ha perdido —continuó diciendo Darwin—, pero el avance de la demencia se está frenando.
—Y el resto de su cuerpo está perfecto —añadió Lucie—. De modo que intento no obsesionarme tanto, quizá.
—Al menos no esta noche —dijo Anita—. ¡Esta noche tenemos que celebrar la vida y el amor!
Las integrantes de El club de los viernes y sus amigas estaban por toda la
suite
charlando, riendo, pintándose las uñas, jugando a tratamientos de
spa
y sorbiendo bebidas afrutadas con sombrillas de papel diminutas flotando en su interior.
Dakota abría y cerraba su sombrilla.
—Solía rogarle a mi madre que me las comprara para mi guapa Barbie, Anita. —Tomó una cuchara limpia que había junto a un surtido de fruta y queso y golpeó suavemente su copa hasta que se hizo más o menos el silencio en la habitación.
—Como dama de honor por partida doble —dijo Dakota—, me gustaría proponer un brindis por mis queridas amigas Anita y Catherine. No ocurre todos los días que una chica de veintiún años como yo tenga una buenísima amistad con dos... de veintinueve.. .
—¡Ha leído mi partida de nacimiento! —exclamó Anita con fingido horror.
—Pero ambas habéis sido pilares en mi vida durante muchos años y no podría alegrarme más de que por fin hayáis encontrado a otros a los que fastidiar. —Dakota se sumó a las risas y a continuación indicó al grupo que volviera a guardar silencio. —Hablando en serio, también es hermoso recordar que mi difunta madre jugó un papel en vuestros respectivos romances —dijo Dakota—. Anita, tú eres la clase de mujer que se detiene cuando ve a una chica llorando en un banco del parque. Bondadosa. Generosa. Y el destino... Dios o alguien deben de haberlo notado. Porque esta chica acaba viviendo en un apartamento sin ascensor situado encima de la charcutería de Marty y por alguna razón tú te detienes allí todas las mañanas para tomarte un café de camino a la tienda de lanas más acogedora situada en Broadway con la Setenta y siete. Y, después de pensarlo mucho, tú y este tal Marty acabáis saliendo después de pasaros diez años charlando sobre si un terrón de azúcar o dos y finalmente decidís hacerlo legal tras siete años viviendo juntos... solo lo hago notar. Esto es más que una coincidencia. Es mágico. Estaba destinado a ser así.
—Sí, es verdad —gritó Catherine.
—Y tú, Catherine —continuó diciendo Dakota—, eres una aventurera, una soñadora y, pese a algún problema pasajero, una amiga leal. Conociste a Marco porque querías abrir una vinatería junto a tu tienda de antigüedades. Y abriste la tienda de antigüedades porque mi madre te propinó la gran patada en el trasero justo cuando la necesitabas.