Celebración en el club de los viernes (30 page)

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Authors: Kate Jacobs

Tags: #Drama

BOOK: Celebración en el club de los viernes
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—Ya veo. Y ¿cuándo va a ir a verte?

—En abril —contestó Peri—. Cuando el tiempo empiece a mejorar y podamos ir en bicicleta por el campo, beber vino y cautivar a apuestos franceses.

—¿Con vuestra incapacidad para hablar el idioma? —comentó Dakota con sequedad.

—Bueno, así es como tenía pensado cautivarlos —dijo Peri.

Anita había regresado de su luna de miel en Australia bronceada y descansada y las vacaciones en la estación de esquí de Catherine, que incluían una semana con los niños tal y como habían programado previamente, la habían dejado feliz aunque agotada.

—Siempre he salido por ahí con Dakota —explicó Catherine—, pero por lo que respecta a Allegra se espera mucho más de mí. No puedo limitarme a leer sus revistas adolescentes y a ponernos tratamientos faciales.

—Esto... ¿No la mandasteis de vuelta al internado? —preguntó K. C.

—Sí —contestó Catherine tímidamente—. Estamos en mitad del curso escolar. Nadie quiere alterar su rutina todavía. Ya fue suficiente con que nos casáramos.

—¿Vais a quedaros en Nueva York?

Catherine se encogió de hombros.

—Sí, no, tal vez... —se aventuró a decir—. De momento estamos aquí mientras Marco resuelve el asunto del nuevo viñedo. Pero está la propiedad en Italia y, aunque hay personas que la dirigen, Marco tiene que ir a menudo. Por lo que creo que durante un tiempo seremos binacionales. Ya veremos lo que nos va mejor.

—Y ¿qué pasa con la tienda de antigüedades? —le preguntó Dakota.

—Mi encargado está muy acostumbrado a mis idas y venidas —admitió—. De modo que continuaremos tal y como lo veníamos haciendo hasta ahora. Pero voy a escribir más.

—¿Terminaste la novela?

—No del todo —dijo Catherine—. Marco me ha contratado para que escriba un boletín
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sobre Cara Mia. Quién sabe adonde me llevará esto.

K.C. hizo una mueca.

—Ya son dos las que se marchan —declaró en tono sentencioso—. Peri y Catherine.

—Muy dramático —terció Anita—. Estarás bien, K.C. Todas nosotras estaremos bien. Hay muchas amigas que no tienen la suerte de vivir tan cerca una de la otra. Deberíamos celebrar nuestra suerte en lugar de lamentarnos de nuestras nuevas direcciones.

—Hablando de vivir cerca una de otra —comenzó Dakota—. Mi padre ha accedido a dejar que subarriende su piso a algunas compañeras.

—¿En serio? —dijo Darwin, que había llegado hacía un momento con Lucie y Ginger—. Pensé que estaba preocupado por si dabas fiestas salvajes con tus amigos chefs.

—Lo estaba —confirmó Dakota—. Pero nos sentamos, marcamos algunas directrices y creo que la situación va a arreglarse sola. Hasta he invitado a una de ellas a unirse al club.

—¿Estás sustituyendo a Peri? —K.C. estaba horrorizada.

—No la estoy sustituyendo —insistió Dakota—. Simplemente estoy expandiendo el grupo.

—Nunca hemos redactado unos estatutos —señaló Darwin—. En realidad nunca hemos considerado el impacto de las desconocidas.

—No hace tanto tiempo que casi todas nosotras éramos un grupo de desconocidas —comentó Lucie—. A veces es fácil olvidarlo.

—Tengo muchas ganas de conocer a tu chica nueva —intervino Anita—, ¿Es tu amiga de la Universidad de Nueva York, Olivia?

—No —contestó Dakota, y corrió suavemente hacia la puerta cerrada de la tienda—. Es una señora a la que he conocido toda mi vida pero a la que no había llegado a conocer bien hasta ahora. Incluso la contraté para trabajar a tiempo parcial en la tienda.

Retrocedió para presentar a una mujer de cabello gris que tenía un gran parecido con una vieja amiga de todas ellas.

—¡Dios mío! —exclamó Anita, que automáticamente se alisó el cabello. Quería causar buena impresión.

—Esta es Bess Walker —anunció Dakota—. La madre de mi madre.

—Hola —dijo Bess, que se acordó de sonreír aun cuando se sentía intimidada por las amigas de su difunta hija.

Automáticamente le respondió todo un coro: «¡Hola!». «¿Qué tal?» y Anita se acercó a ella y le dio un abrazo prolongado y lloroso.

—Gracias, gracias, gracias —dijo Anita—. Siempre he querido expresarte mi gratitud. Por educar a tu maravillosa hija. Fue una amiga muy querida para mí. Literalmente me salvó dándome la oportunidad de venir a esta tienda después de la muerte de mi primer esposo.

—No hay nada que agradecer —repuso Bess en voz tan baja que Anita tuvo que aguzar el oído para entenderla—. Yo soy la madre monstruosa, ¿sabes? Georgia pasó gran parte de su vida muriéndose de ganas de alejarse de mí todo lo posible.

—Pero eso es lo que hacen algunos hijos, ¿no es verdad? —preguntó Anita en voz baja para que la conversación quedara entre las dos—. Montar un escándalo cuando en realidad lo único que han estado haciendo desde el principio es poner a prueba su capacidad para ser independientes, ¿no? Las dos sabemos que Georgia no se educó a sí misma. Hay mucho de ti en ella. Lo veo.

—Hay cierto parecido físico, nada más —dijo Bess. Estaba nerviosa sabiendo que todas las mujeres del club la miraban. Deseó que aquello no fuera un error.

—Es mucho más que eso —afirmó Anita asintiendo con un gesto de cabeza—. Mira, Bess, uno de mis hijos tuvo discrepancias conmigo al cumplir los cincuenta. ¡En algunos sitios ya le hacían descuento por la edad! Así pues, no importa lo adultos que puedan parecer por fuera, siempre es un reto. En el fondo siempre son nuestros bebés, ¿no es cierto?

Bess asintió moviendo la cabeza enérgicamente porque de ningún modo quería ponerse a lloriquear delante de todo el mundo. Aquel momento la había preocupado con frecuencia, había pasado muchas noches de su vida practicando mentalmente todo lo que pudiera decirle a esa tal Anita Lowenstein, porque tenía el convencimiento de que esta rica matrona neoyorquina estaba usurpando su papel como madre, como abuela y como amiga del alma. Necesitaba creer que si Anita, que era el tipo de mujer exuberante y ansiosa por repartir abrazos que Georgia parecía querer por madre, no hubiera entrado en escena, esta hubiera estado más dispuesta a aceptar a Bess con su carácter reservado y que prefería que las cosas fueran de ese modo.

Los lamentos y las frustraciones de Bess no desaparecieron en un instante, por supuesto. Había mucha historia que revisar. Pero se estaba enfrentando a una nueva emoción que no había previsto: gratitud. Porque, por mucho que quisiera que su hija Georgia les tendiera la mano a ella y a Tom, era un alivio saber que Georgia sentía que podía recurrir a esta elegante mujer de cabellos plateados y ojos azules con arrugas para que la ayudara cuando lo necesitaba. A pesar de todo, Bess nunca había querido que su hija se sintiera sola. Y Anita se había asegurado de que fuera así.

—Gracias —dijo entonces Bess—. Por todo lo que hiciste por mi hija. Fuiste una verdadera amiga y su padre y yo agradecemos tu apoyo.

Eran unas palabras que sencillamente no había sido capaz de expresar, ni siquiera de imaginar que las diría, la última vez que había tenido una conversación de algo más que cortesía con Anita, cuando Georgia estaba enferma.

—Eres muy amable —dijo Anita, y entonces alzó la voz—. No se me ocurre mejor decisión que esta, Dakota. Has demostrado que ahora estás realmente al cargo.

Anita decidió para sí que era un buen mes para hacer otro viaje con su nuevo esposo. Solo para pasar desapercibida los próximos días y que así abuela y nieta hallaran un ritmo propio. Después regresaría a su querida Walker e Hija, como de costumbre.

—Tendremos un poco de ayuda a tiempo parcial, por supuesto —explicó Dakota mientras sacaba una silla para que su abuela Bess pudiera unirse a las demás en la mesa del centro de la tienda—. Pero nos las arreglaremos. Y después pondremos en marcha las reformas.

—Aunque tal vez tarde un tiempo —se apresuró a decir Bess, que se sonrojó un poco al hablar. No estaba acostumbrada a esa clase de unidad, a charlar, tejer y comer entre punto y punto—. Hoy James ha conseguido un nuevo contrato. Recibió la noticia mientras estábamos deshaciendo las maletas.

—¿Y tú vas a vivir con tus abuelos, pequeña? —le preguntó K.C.

—Los fines de semana —contestó Dakota—. Todavía tengo la escuela, ya sabes.

—Esto es genial —le dijo K.C.—. Bueno, yo voy a seguir viniendo aquí todos los viernes. Espero que lo sepas, Dakota. Y también espero
muffins
.

—No lo lleva muy bien —terció Darwin, lo bastante alto para que todas lo oyeran—. Por lo que tal vez no debiéramos contarle que tenemos una noticia sobre Chicklet, ¿eh, Lucie?

—Es nuestra programación televisiva positiva para chicas jóvenes —explicó Lucie a Bess—. Aquí funcionamos en parte como un club de punto, en parte como un grupo de apoyo y en parte como orientadoras profesionales.

—Y nos han invitado a intentar atraer a nuevos productores-inversores —dijo Darwin.

—¿Dónde? ¿En Los Angeles o algo así? —comentó K.C., y cruzó la mirada con Catherine—, ¿Recuerdas aquella noche en el cine? Te lo dije: todo el mundo se va a separar. El club de punto de los viernes queda hecho pedazos.

—¡Oh, no empieces, K.C.! —exclamó Anita.

—Yo no creo que nos estemos separando —dijo Dakota con aire meditabundo. Al final sacó de su mochila una caja de
muffins
de chocolate con pepitas y obsequió a K.C. con el más grande—. Hay una enorme diferencia entre marcharse y separarse. El hecho de que no estemos juntas físicamente no significa que vayamos a estar menos unidas. Eso es algo que aprendí por mi madre. Y lo creo.

—Y entonces ¿qué? ¿Nos reuniremos por internet? —preguntó K.C., que le dio un mordisquito a su
muffin
e inmediatamente otro bocado más grande.

—Si tenemos que hacerlo... —repuso Dakota.

—Nos seguimos teniendo las unas a las otras —dijo Peri—. Sabes que dentro de pocos meses vas a venir a verme. Y hablaremos, por supuesto.

—Y una reunión no equivale a un traslado a Los Ángeles —dijo Lucie.

—O a hacer las maletas para irse a una región vinícola de Italia —terció Catherine—, ¿Acabo de decir esto?

—Y tú ¿por qué te muestras tan indiferente, caray? —preguntó K.C. con recelo—. Estás cambiando, pequeña.

—Así es —asintió Dakota—. Tengo que hacerlo. Tal vez fuera al escuchar los recuerdos sobre mi madre. Pero al final he entendido que este lugar tiene una historia y que todas formamos parte de ella. Da igual que cambien algunas cosas. Simplemente se suman a nuestra historia.

Se apoyó en la dura puerta para abrirla, esforzándose por entrar sin alterar el sueño tranquilo del bebé.

Dentro quedaba una pila de cajas en un rincón de la trastienda y un sofá amarillo descolorido, aunque Marty había barrido la habitación en su mayor parte. De todos modos, Georgia pensó que haciendo una buena limpieza y puliendo los suelos de madera, el lugar volvería a cobrar vida. Cruzó la habitación para echar un vistazo a la soleada avenida Broadway. Abrió un poco la ventana para apreciar del todo la ciudad vibrante e inundada de ruido de cláxones, un piso por debajo.

Ahí estaba su propia tienda en Manhattan.

Georgia estudió el espacio, tal como llevaba semanas haciendo, e imaginaba dónde pondría los estantes, la caja registradora, la mesa. Imaginó un futuro en el que su tienda de lanas estaría llena de clientes y su hija estaría sentada en un taburete mientras ella registraba las ventas.

Dakota, con sus mejillas suaves y sus rodillas regordetas, bostezó y se estiró, segura en brazos de su madre; abrió los ojos de par en par y miró con atención mientras Georgia daba una vuelta en círculo lentamente para enseñárselo absolutamente todo.

—Esta será nuestra tienda, chiquitina —susurró—. Este lugar siempre será Walker e Hija.

Agradecimientos

Confesiones reales: estuve a punto de saltarme una reunión familiar cuando escribía esta historia.

Veréis, mi esposo, el perro y yo salimos en coche de nuestro acogedor hogar en California para empaparnos de la belleza natural de Hope, en la Columbia Británica, Canadá, donde iba a celebrarse la reunión con los parientes, e inmediatamente me escondí para escribir. Pero de algún modo, entre el alegre murmullo de las voces y los chillidos de los primos jóvenes que se veían por primera vez, caí en la cuenta, igual que Dakota, de que tal vez necesitaba considerar de nuevo mis prioridades. De manera que me alejé del ordenador, y me alegro muchísimo de haberlo hecho. ¡Qué divertido fue ponerse al día con todo el mundo! Aquel fin de semana también refrescó mi perspectiva y me proporcionó algunas ideas claras en medio del caos. A la larga reescribí partes sustanciales de este libro y acabé con una historia completamente distinta. Viviendo los temas y no solamente escribiendo sobre ellos.

Hace falta todo un equipo para publicar un libro, por lo que agradezco los ánimos y sabios consejos de la agente de mis sueños, Dorian Karchmar, de William Morris Endeavor Entertainment, y el inestimable apoyo de su ayudante, Adam Schear. Mi más sincero agradecimiento a toda la gente de Putnam y de Berkley, incluyendo a Ivan Held, Leslie Gelbman, Shannon Jamieson Vazquez, Kate Stark, Stephanie Sorensen, Melissa Broder y a mi intuitiva y talentosa editora, Rachel Kalian. Siempre estaré agradecida al equipo comercial, al de
marketing
, publicidad, redacción, producción y diseño por todos sus esfuerzos.

Soy afortunada al contar con un querido grupo dispuesto a leer y releer los primeros capítulos. Esta lista de nombres apenas cambia de un libro a otro, lo cual dice algo sobre el asombroso apoyo y compromiso de estas mujeres y sobre el porqué tengo suerte de poder llamarlas mis queridas amigas: Rhonda Hilario-Caguiat, Kim Jacobs, Shawneen Jacobs, Tina Kaiser, Rachel King, Sara-Lynne Levine, Alissa MacMillan, Robin Moore y Christine Tyson. Y gracias a Dani McVeigh por todos sus esfuerzos en diseñar mis sitios web y ayudarme a probar recetas en mi cocina.

Para mí, esta historia es especial por varias razones, entre ellas porque trabajé en el libro a pocos pasos del lugar donde mi familia suele reunirse para nuestras comidas festivas. Aunque mi perro, Baxter, que acostumbra a mantenerme los pies calientes mientras escribo, me abandonó para ir a perseguir pelotas de tenis con sus primos perrunos y a nadar a diario en el río Coquihalla, apenas estaba sola. Mi madre, Mary Lou Jacobs, mi esposo, Jonathan Bieley, y mi cuñada, Shawneen Jacobs, discutían animadamente los pros y los contras de utilizar harina de arroz en el bizcocho y cuántos arándanos son demasiados en los
muffins
. Con restos de lana que encontré en el estante superior del cuarto de costura de mi madre, que tenían casi la misma edad que yo, improvisé algunas labores sencillas. Hasta mis sobrinos, Kevin y Craig Jacobs, me hicieron sitio de buen grado entre las piezas de LEGO para que pusiera el portátil y las notas y llegaron al punto de crear carteles para mantener alejados a los que interrumpían: «Despacho de la tía Kate: No molesten» y «Por favor, llamen a la puerta». (¡Gracias chicos!) Como siempre, trabajé en este libro a horas intempestivas y en toda clase de sitios, desde la mesa de mi cocina en California, hasta el escritorio de mi madre en Hope, o acompañando a los chicos en el tren Whistler Mountaineer, a duras penas capaz de mantener los ojos en la página porque el maravilloso paisaje distraía mi atención.

Por encima de todo, quiero que sepáis que agradezco sinceramente
vuestro
apoyo. Adelante, enviadme un correo electrónico a katejacobs.com, pasad por las firmas de libros e invitadme a participar en vuestros grupos de lectura. Siempre agradezco saber de la gente que lee mis historias. Porque juntos somos todos miembros del club.

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