Celebración en el club de los viernes (29 page)

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Authors: Kate Jacobs

Tags: #Drama

BOOK: Celebración en el club de los viernes
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—Está en un coche que se ha perdido —contestó Dakota—. El plan es de K.C. Pero yo no hice nada para evitarlo.

Catherine sonrió con una amplia sonrisa.

—Es un día magnífico —declaró—. Escúchame. Haz todo lo que K.C. te diga. Ayudemos a Anita a defenderse.

—¿Cómo?

—Vamos, empecemos con la boda enseguida —dijo Catherine—. Nathan es muy astuto. No me preguntes cómo lo sé, pero lo mejor será que no corramos riesgos.

—Además de que te falta oxígeno —añadió Peri.

—Y de que me duelen los pies —asintió Catherine—. Eso también.

Al igual que Marco, Marty estaba bajo el cenador esperando ver aparecer a su hermosa novia. Sonreía, saludando con la mano a algún que otro invitado. Minuto tras minuto.

—Debería enviarle un mensaje a Nathan —le decía entonces Anita a Dakota. Sarah le dio un beso en la mejilla a su hermana y la dejó para dirigirse a su asiento—. Solo para decirle que le quiero.

—Hay una tormenta de nieve —dijo Dakota—. Las torres tienen problemas con la señal. No le llegará el mensaje.

—¿En serio?

—No, Anita. Mira, voy a ser sincera contigo. Nathan llega tarde. Hubo una confusión. Pero pronto estará aquí. Y al otro lado de esta puerta están tus hijos Benjamin y David, listos para empezar. Y está Catherine, a la que se le están hinchando los pies con esos tacones tan altos y que espera para recorrer el pasillo hacia su felicidad. O Marty, quien ha estado sirviendo café durante años mientras soñaba contigo. Tienes que decidir si realmente necesitas el beneplácito de Nathan o si estás dispuesta a aceptar que a veces las decisiones que uno toma enojan a algunas personas.

—¿Desde cuándo me das consejos? —preguntó Anita en tono amable.

—Desde que aprendí de las mejores —contestó Dakota—: tú, la abuela y mamá.

Dakota se rio tontamente esperando a que sonara la música que le daba la entrada mientras practicaba los refinados pasos que iba a dar por el pasillo.

—Estás espléndida susurró Roberto, y Dakota se sorprendió de lo mucho que disfrutó con el cumplido—. No olvides que se supone que tenemos que bailar.

—No olvides que se supone que tienes que estar ahí arriba con tu padre —le recordó Catherine. Roberto le lanzó un beso a la que casi era su madrastra y le guiñó un ojo a la que una vez fue su novia. Dakota pensó que tal vez no tenía por qué cambiar todo.

La música empezó a sonar y a las dos les dio un vuelco el corazón. Dakota aguardó un segundo y entonces avanzó, incapaz de borrar la sonrisa bobalicona que se le había fijado en la cara. Catherine, que prácticamente había nacido con zapatos de tacón de aguja, rezó para no tropezar cuando avanzara por el pasillo y saludó discretamente a sus hermanos y sus familias para acabar ocupando su sitio bajo el cenador, al lado de Marco, con una timidez inusitada y ligeramente avergonzada por ser el foco de tanto amor y atención. Entonces hicieron una pausa, al igual que todos los invitados, para esperar a la otra novia.

Antes de verla oyeron el murmullo. Un grito ahogado colectivo de todos los asistentes. Una exclamación de alivio, de pura dicha, de verla absolutamente radiante cuando Anita Lowenstein, del brazo de dos de sus hijos, siguió los dictados de su corazón dirigiéndose hacia el lugar donde la esperaba su futuro esposo.

Llevaba un sencillo vestido tubo con escote cuadrado cubierto por unos cuantos cristales relucientes, rematado por el exquisito abrigo de novia de punto con cuello esmoquin que había diseñado una y otra vez con su hermana Sarah. El largo del abrigo sobrepasaba el de la falda del vestido y se deslizaba por el suelo de la biblioteca creando el efecto de que flotara por el pasillo. En su brillante cabello plateado llevaba un lirio prendido detrás de la oreja, exhibiendo así los destellantes pendientes de zafiro que su amado Marty le había regalado el día anterior. Los ojos azules de Anita, igual de brillantes que los zafiros, centellearon de emoción cuando se acercó al
huppah
.

—Sí —le murmuró a Marty al oído antes de que el rabino hubiese dicho una sola palabra siquiera—. Me casaré contigo. Una y otra vez.

Miró tiernamente a Marco y a Caterine que intercambiaron los votos con el juez de paz, y, entonces, cuando le llegó el turno a ella, se dio la vuelta para contemplar toda la sala llena de invitados. Allí, caminando por el extremo del pasillo, estaban Nathan y Rhea con sus tres hijos. Anita pensó que se parecía tanto a su padre que era casi como si Stan se hallara presente. Acarició suavemente la mano de Marty mientras se preguntaba si Nathan iba a intentar alguna maniobra ofensiva y entonces decidió que ya había tenido más que suficiente. Antes de volverse de nuevo, saludó a su hijo con la mano. Nathan asintió lentamente con la cabeza, se detuvo y levantó la mano. Y entonces, por fin, le devolvió el saludo.

Dakota estaba allí pasmada, observando a un invitado tras otro mientras estos le hincaban el diente a sus pasteles individuales. ¿Sonreían? ¿Volvían a por otro? Ya se había fijado en que Roberto se había comido tres de cada y lo había presionado para que le hiciera una crítica culinaria. Dakota rememoró la época en la que tenía un cuaderno en el que anotaba las reacciones de las mujeres del club con sus primeros
muffins
, sometiendo a su madre a un exhaustivo interrogatorio para saber las opiniones de sus amigas sobre lo que había horneado. Concluyó que había cosas que cambiaban, pero que otras nunca lo hacían.

Vio pasar a Ginger con un pastel diminuto en cada mano y la barbilla manchada de glaseado.

James le dio unos golpecitos en el hombro a su hija.

—Baila conmigo —le dijo.

Dakota se volvió y se alegró en secreto de ver a Sandra atrapada en una esquina entre Catherine y Anita, que estaban muy ansiosas por saberlo todo sobre esta nueva amiga de James Foster.

—¡Venga, Dakota! Te enseñaré cómo se hace el robot.

—¡Uy, no por favor! —exclamó ella, que tomó de la mano a su padre y lo siguió—. Limitémonos a bailar como la gente normal.

Por supuesto, no podía decirse que en aquel sarao hubiera nadie que bailara con tanto talento como para que lo invitaran a participar en un programa de televisión, pensó Dakota. Se unieron a Darwin y a Dan, que se contoneaban sin seguir el ritmo de la música, y a Marty y Sarah, que mantenían el viejo estilo mejilla con mejilla mientras se movían por la pista de baile. Ginger, que se había comido el pastel con toda la rapidez posible, cogió de la mano a los gemelos y empezaron a correr describiendo círculos mareantes. Marco, al que su esposa había abandonado para ir a sonsacar los secretos de la nueva amiga de James, engatusó a K.C. para que bailara un
twist
con él en tanto que Peri y Roberto intentaban que la gente se pusiera en fila para hacer una conga.

—Me encantan las bodas —gritó Dakota para que su padre la oyera por encima de la música.

—¿Ah, sí? —preguntó él, que movía lentamente las manos.

—Intente no hacerse ilusiones, señor —dijo la joven—. Esta Walker ya ha tenido que digerir demasiadas cosas estas fiestas. Por una vez, vamos a tomárnoslo con calma.

La música cambió y empezó a sonar el himno de la década de 1980,
Walking on
Sunshine
. Catherine fue corriendo a coger a Allegra de la mano para unirse con su nueva familia para un baile en grupo.

—A tu madre le encantaba esta canción —comentó James, que daba saltitos sobre las puntas de los pies.

—Deja que lo adivine —dijo Dakota—. Al igual que el resto de vosotros, ella tampoco sabía bailar.

Dio vueltas y vueltas sobre la pista de baile, cantando con todo el mundo «I feel alive, I feel the love» mientras se empapaba de la alegre energía de su padre y de todas sus amistades más queridas.

Dieciocho

La reunión del club del mes de febrero fue la primera completa del año. También era el último día que Peri regentaba la tienda. Al fin, estaba lista para marcharse. Había volado a París y pasado allí una semana para buscar un apartamento y regresó para revisar sus pertenencias. Revisó los armarios y cajones de su apartamento mientras esperaba que llegara Dakota.

—Casi echo a perder el
soufflé
con tanta prisa por verte —dijo Dakota, que había llamado a la puerta del apartamento. Sabía que Peri tenía que marcharse a las ocho y media para coger su vuelo y que la tienda había cerrado pronto para que el club pudiera reunirse—. Quería despedirme antes que nadie.

—Bien. Ahora ya estoy oficialmente fuera de mi horario —indicó Peri—. Solo soy una amiga que tiene un nuevo trabajo.

—Y una copropietaria hasta que yo adquiera tu parte, ¿recuerdas? —dijo Dakota.

Peri metió la mano en su desmesurada cartera Peri Pocketbook del mismo color rojo que las manzanas de caramelo y sacó un tarjetero de cuero. Le entregó una tarjeta de visita a Dakota.

—Hola, señora presidenta —le dijo Dakota, y le brindó un saludo.

—Hola, señorita Walker —repuso Peri. Le mostró un fajo de papeles que había dentro de un sobre de papel Manila y se lo entregó—, Me gustaría hacerte una oferta que tú sí que no podrás rechazar.

Dakota se rió nerviosamente.

—No querrás quedarte con la tienda, ¿verdad?

—No —contestó Peri—. Pero en mi nueva categoria de jefa de la linea de prendas de punto para Lydia Jackson, me gustaría obtener la licencia de los diseños que hizo tu madre. La portada del
Vogue
Italia no pasó desapercibida. Y cuando mencioné que el diseño del vestido Flor no era una excepción... bueno, digamos simplemente que hay cierto entusiasmo por el trabajo de tu madre.

Dakota tomó el sobre y miró dentro. Sí, en efecto, había un montón de páginas con letra pequeña.

—¿Hablas en serio?

—Del todo —dijo Peri—. Confía en mí; llevo años trabajando en mis bolsos. Tú me viste, la confección es difícil. De esta forma no los vendes, solo permites que los utilicen. Tengo la esperanza de empezar toda una línea de ropa hecha por diseñadores desconocidos llamada Tricoter.

—¡Caray! —exclamó Dakota, que respiró hondo y soltó el aire muy, muy lentamente—. Pero, ¿qué pasa con el libro de patrones?

—Puedes seguir haciéndolo —dijo Peri—. Trabajaremos juntas para elegir lo que cedes en exclusiva y lo que quieres incluir en el libro.

—Y ahora ¿qué?

—Búscate un abogado. Lee los documentos y ya llegaremos a un buen acuerdo. —Alargó la mano y le dio unos golpecitos en la nariz a Dakota—. Esto va a ser lucrativo, Walker. Estoy hablando de poner encimeras de mármol en la cocina del café si quieres.

—Nunca pensé en los diseños de mi madre como en otra cosa que no fuera una forma de honrar su talento —comentó Dakota.

—Es lo que será esto —afirmó Peri—. Y mientras tanto, consigues un cheque muy sustancioso para financiar la reforma y reinventar la tienda. Para ti. Para tu hija, tal vez. Pero esto en un futuro remoto, ¿me oyes?

Dakota fingió un suspiro dramático.

—Ahora mismo ni siquiera tengo novio. ¿Llegará el día en que todo el mundo deje de involucrarse en los detalles de mi vida? —preguntó.

—Nunca —dijo Peri—. Bueno, ¿y qué me dices de esta misteriosa gerente nueva que has contratado? Supongo que tendré que conocerla cuando regrese a hacer una visita.

—No —replicó Dakota—. La he invitado a que venga a la tienda esta noche.

—¿A una reunión del club? Vaya... No veas lo contenta que va a ponerse K.C. —comentó Peri—. Su lema es: «No más cambios». Ya ha tenido unas cuantas rabietas por mi marcha. Me dijo que tenía que irme, ya ves. Y luego me dijo que no iba a ir a visitarme nunca porque lo más probable era que yo siguiera adelante y la olvidara.

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