A veces siente en las piernas una punzada agradable. El calzado es insoportable. El herbívoro despersonalizado camina por la tierra solamente descalzo. No, no anda, no quiere andar. Quiere estar de pie, y que las plantas rocen la tierra viva. Entonces, de los dedos de los pies saltan chispas, y algo atrae dulcemente, y hace cosquillas, y pica, y las piernas quieren hundirse más y más en la tierra fértil.
Mediomuerto tiene los dedos de los pies más largos que los de las manos y muy separados. Para estos herbívoros del segundo nivel, cuyos pies ya no caben en el calzado normal, los voluntarios hacen unas abarcas especiales. A Mediomuerto le tienen prohibido salir sin ellas. Una vez no se dieron cuenta y estuvo media hora de pie fuera, aferrándose a la tierra. Casi llegó a echar raíces. Y cuando intentaron arrancarlo del sitio, pegó al voluntario, rugió y empezó a llorar.
Pero también ocurre lo contrario. Hay períodos de lucidez que a veces duran horas. Saveliy retorna al estado de persona, piensa mucho y conversa. El médico dice que la lucidez es muy buena.
—Si te apetece pensar —dice el médico—, piensa, es muy saludable. Piensa con todas tus fuerzas en cualquier cosa. Recuerda, fantasea, discute contigo mismo.
Saveliy no quiere decepcionar al médico, por eso miente. Le dice que piensa con frecuencia, pero en realidad los períodos de lucidez no se dan a diario.
Sobre todo piensa en Bárbara, en que tiene que dar a luz.
Gosha afirma que no tiene por qué preocuparse por Bárbara. Todas han dado a luz y ella también lo hará. En la colonia tienen los mejores medicamentos, instalaciones chinas de primera clase. Los médicos siempre animan a las pacientes y se alegran mucho aunque den a luz a un niño verde. Y si nace uno normal, rosadito, entonces la colonia es una fiesta. Aunque, la verdad, esos casos no son muchos. En medio año sólo han nacido unos pocos niños normales.
Gosha suele decir que Saveliy tendrá un niño normal. Saveliy se queda callado. En primer lugar, porque le horroriza, y en segundo porque todo depende de la voluntad de Dios.
Hace seis meses, poco después de llegar, estuvieron reconociendo a Bárbara. El ginecólogo la puso en trance y ella lo contó todo: cuánta pulpa consumía, de qué destilación… Recordaba todos los días y todas las veces en que había consumido. Los médicos dijeron que no se trataba de un caso extremo, y que la probabilidad de que naciera un niño verde no era muy alta. Pero eso se lo dicen a todas.
Aquí hay buenos médicos y toda la colonia está organizada y de forma racional. Cada miembro de la colonia, ya sea herbívoro, voluntario, médico o empleado, tiene su casita de plástico, y aparte están el comedor, el edificio del laboratorio, los almacenes y la pista para el helicóptero. Por tres lados hay un espeso bosque de pinos y abedules, y en el cuarto hay un barranco y un campo inmenso, con frambuesas salvajes, trébol y bardanas del tamaño de un edredón. A lo lejos hay un cerro, y tras él miles de kilómetros de espacio en estado salvaje, territorios olvidados por la gente, pueblos y ciudades abandonados, a un lado y a otro raíles de ferrocarril oxidados, edificios derruidos, esqueletos de maquinaria, malas hierbas, polvo, alces, osos, alguna que otra tribu salvaje dedicada a la caza y a la agricultura. Aquí no hubo guerra, no estallaron bombas, aquí todo era sano y apto para una vida plena. Pero nadie quería vivir en esa tierra, y sus propietarios no sabían qué hacer con ella.
A veces, en los períodos de lucidez, Saveliy llegaba incluso a pasear: por la casa, de un rincón a otro, por los senderos que comunicaban las casitas, o salía del territorio de la colonia y se iba al bosque a dar una vuelta, sorprendiéndose a sí mismo y escuchándose. Si se pensaba mucho e intensamente, las piernas te llevaban solas a algún lugar. La reflexión es un paseo.
A decir verdad, el bosque no era seguro. A los habitantes locales no les gustaba que los colonos anduvieran por ahí espantando a las presas. Por lo demás, tampoco eran agresivos, como mucho podían asustarte apareciendo de repente en tu campo de visión sin hacer ruido. Los indígenas podían deslizarse ágilmente entre los troncos, saltar por encima de las ramas negras y retorcidas. El bosque era su casa, y ¿quién aguanta en su propia casa a unos desconocidos?
Saveliy no les tiene miedo, le encanta pasear por el bosque y maravillarse del gran placer derivado del proceso de reflexión. Cuando era persona no se daba cuenta de esto. Y ahora, cuando tiene menos de persona cada día que pasa, cada retorno momentáneo lo percibe como una gran fiesta.
«¿Por qué antes no valoraba todo esto? —se preguntaba Saveliy, desconsolado—. ¿Por qué olvidé hasta qué punto era interesante seguir siendo persona? Una planta sólo quiere agua y sol, pero la persona quiere todo lo que hay en el mundo. Más aún, para él es de poco desear todo lo que hay en el mundo, y constantemente está pensando en algo nuevo, en algo que antes no ha existido. Y después empieza a desear lo que ha pensado. Desde el punto de vista de una planta, eso es totalmente absurdo. Un hombre inventó el alcohol y después se dio a la bebida y murió. Otro hombre inventó el helicóptero, despegó y después se estrelló. La conclusión es que la humanidad sufre a causa de lo que ella misma ha inventado. Pero sigue inventando y sufriendo. ¿Por qué?»
Saveliy Hertz, ex redactor jefe de una revista de moda, y actualmente herbívoro crónico en el primer nivel de despersonalización, conoce la sencilla respuesta: porque pensar es una diversión.
Normalmente piensa en Bárbara, en la suerte que tiene de tener esa mujer. Si el hombre se siente orgulloso de su mujer, es motivo de felicidad. A la mujer se le pueden perdonar muchas cosas si da motivos para que el hombre se enorgullezca de ella. Si no hubiera sido por ella, Saveliy habría perdido muchas cualidades humanas.
La noche anterior Bárbara fue a verlo, se sentó en la cama, estuvo callada un buen rato y luego dijo:
—Es raro.
—¿Qué es raro? —preguntó Saveliy.
—¿Es posible que tuviéramos de todo? —preguntó ella—. Vida social, apartamento con paredes de cristal, un trabajo interesante y divertido, restaurantes, clubes, gente elegante a nuestro alrededor, máquinas inteligentes que te quitaban el polvo. Nos parecía todo tan sencillo, esperanzador… eterno…
—Eso no nos ocurrió a nosotros —respondió Saveliy—. Nosotros no estuvimos allí, es imposible. Nosotros hemos estado aquí todo el tiempo.
Bárbara pensó unos instantes y respondió:
—Claro, naturalmente. Tienes razón. Hemos estado aquí todo el tiempo. Nos aseábamos en un aguamanil, andábamos descalzos… Tuvimos esa suerte, ¿verdad?
—Por supuesto —respondió con total seguridad Saveliy—. Somos unos afortunados.
Bárbara juntó las manos alegremente.
—Y nuestra vida anterior sólo ha sido un sueño. En realidad no existió. Ni ciudades, ni edificios de cien pisos.
—Naturalmente —convino Saveliy—. ¿A quién se le ha ocurrido? ¿Qué tontería es ésa, casas de cien pisos? No entiendo en absoluto por qué te has puesto a hablar de eso. Enséñame la más mínima prueba de que en algún lugar del planeta hay casas de cien pisos. La menor indicación.
—Sí —asintió Bárbara, echándose a reír—. Debería haberlo entendido mucho antes. Todo encaja. Siempre hemos estado aquí.
—No existe el pasado —afirmó Saveliy—. El pasado es un sueño. Y además, un mal sueño, feo. ¿Para qué necesita una persona paredes de cristal? ¿Qué necesidad hay de ellas? La mejor pared es la ausencia de paredes. La mejor ciudad es el bosque. En el mundo no hay ciudades. Y si las hay, nosotros no las necesitamos. Cuando necesitemos una ciudad, nosotros mismos la diseñaremos. Y no será una ciudad cualquiera de piedra, donde todos andan de prisa, chocando unos con otros y dándose codazos y mirando quién tiene tales pantalones o tal coche.
—Sí —sonrió Bárbara—. Será una ciudad especial para nosotros dos.
—No sólo para nosotros. —Saveliy puso una mano en el vientre de su mujer—. Para él también.
Después, Bárbara se fue y Saveliy empezó a pensar en sí mismo. Si no hubiera sido un periodista de éxito, si no hubiera ganado tanto dinero, entonces no habría podido comprar la octava destilación y habría comprado otra más modesta, como la quinta, por ejemplo, y seguiría siendo persona, y no tendría ahora en el cuerpo esas manchas verdes.
Luego pensó en Moscú. Las noticias de Moscú las trae Musa, y siempre son malas. Los chinos han dejado de mantener a los rusos. Los depósitos están congelados, el trabajo de los bancos se ha paralizado. En Moscú se ha interrumpido la venta de productos alimenticios, se ha introducido el sistema de cartillas de racionamiento. Ahora en Moscú trabajan todos, pero muy poco. La mayoría ha olvidado cómo se hace eso. Se han puesto en marcha cursillos gratuitos financiados por el Estado para las profesiones de barrendero, zapatero y enfermera. El proyecto Vecinos se encuentra en fase de liquidación: por un lado, a la gente le encanta ver cómo trabajan otros, y por otro lado, el que no trabaja no existe. Y así es como una vez más las necesidades del alma son vencidas por las necesidades del cuerpo.
Cuando viene en helicóptero de la ciudad, Musa siempre trae la revista
Lo Más
, dos ejemplares. Uno para Saveliy y otro para Gosha. La revista ahora tiene pocas páginas y es muy mala. Está impresa en papel gris barato. La llevan entre Valentina, Filipokk y Garri Godunov.
A Godunov lo condenaron a siete años de cárcel por posesión de pulpa de tallo, pero a los cuatro meses lo soltaron por una orden especial del primer ministro. Dejaron en libertad a todos los que podían trabajar. El pueblo bautizó esa orden con el epíteto de «amnistía obrera».
Musa asegura que Godunov hace mucho tiempo que sabe de la existencia de colonias secretas para los herbívoros, pero es muy razonable y mantiene la boca cerrada.
Saveliy ha pedido muchas veces a Musa que le entregue una carta a Godunov, pero Musa es inflexible: se prohíbe estrictamente cualquier tipo de contacto con la ciudad, aunque sea una breve carta. Saveliy sólo quiere informar a su antiguo compañero de estudios de una conjetura que ha hecho. El antiguo jefe de redacción hace tiempo que comprendió el motivo por el cual el escritor Godunov escribió el Cuaderno Sagrado.
No fue para ganar dinero, sino para decir a la gente que cualquier prosperidad sólo es posible construirla sobre los cadáveres de otros.
Después de unas cuantas matanzas organizadas por ciudadanos furiosos en los pisos cien, prácticamente la totalidad de los hombres de negocios chinos abandonaron la capital de Rusia. Varias decenas de novias y amantes rusas se suicidaron, pero alguna que otra siguió a su hombre hasta su histórica patria.
Contrariamente a los recelos de Musa, después de la salida de los chinos no se produjo una huida masiva de los habitantes de la capital hacia la periferia. Ahora las mujeres barren calles, y los hombres instalan invernaderos o baterías solares en las azoteas de las torres de pisos. El nanoestado altamente tecnológico se resquebraja por todas partes, en las cabinas de los solarios callejeros ahora se cultivan rábanos. El ambiente es de nerviosismo. Todos los laboratorios dedicados a la destilación de pulpa han sido destruidos. Ahora los ciudadanos beben vodka. Los herbívoros terminales no pueden hacerlo, así que ahora se comen la sustancia cruda. Debido a la falta de alimentos, se está produciendo una tala ilegal a gran escala. Todas las noches derriban en la ciudad dos o tres mil tallos, y el gobierno no puede luchar contra eso porque no hay dinero. Las veinticinco empresas de policía privadas han ido a la bancarrota, y las fuerzas del orden del gobierno son insuficientes. En los suburbios de la hiperpolis los tallos no tienen tiempo de crecer, y en algunas partes, según dicen los rumores, la recuperación de la biomasa es cada vez más lenta. Para alcanzar la altura adulta, el brote joven necesita ahora varias semanas. Con frecuencia dejan que el nuevo tallo crezca diez o quince metros y después lo talan, ya que la gente tiene hambre. En los pasillos del gobierno citan una frase que dijo el primer ministro en una reunión particular: «Que coman, que coman, ojalá se lo coman todo».
Una noche cortaron incluso la planta más antigua del bulevar Maxim Galkin
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, antes llamado Bulevar de las Pasiones. El reportaje sobre el incidente salió en la CNN.
Ahora ya no encarcelan a nadie por consumir pulpa, sino que mandan a todos los infractores directamente a Siberia Oriental para que la colonicen. Los chinos se han desplazado a la otra orilla del río Amur, pero bajo la presión de Moscú —que los asustó con sus tanques, sus cabezas de misiles, sus aviones capaces de volar de lado y panza arriba— tuvieron que dejar toda la infraestructura: carreteras, casas, centrales eléctricas…. También es cierto que los bosques han quedado talados hasta la raíz, que la tierra de los sembrados es estéril y la fauna ha sido aniquilada. Pero el gobierno está totalmente decidido a mejorar la situación. La última vez que el primer ministro dirigió un mensaje a la nación, acabó con la frase: «Algo pensaremos».
Los precios de la vivienda cayeron bruscamente. En Moscú hubo una llegada masiva de extranjeros, sobre todo procedentes de los países europeos más pobres: Inglaterra, Francia y Suiza. Venían familias enteras, con sus niños y ancianos, y se asentaban en los pisos veinte. Son buenos estafadores y comen pulpa. Intentan hacer contrabando con ella mientras la población originaria de la capital, de acuerdo al siempre complaciente amor ruso por los sinvergüenzas, demuestra por ellos una impresionante compasión e incluso los ayuda dándoles consejos.
Además, gracias a la exportación ilegal, ahora también hacen envíos a Siberia Oriental.
Pero no todo es malo, también hay victorias: por ejemplo, se cree que se ha localizado la epidemia de despersonalización. Unas treinta mil personas fueron trasladadas a las colonias secretas de la periferia, una pérdida que fácilmente pueden soportar los cuarenta millones de habitantes de la hiperpolis. Unos cientos de niños verdes crecen bajo la supervisión de un grupo de científicos. Lo que falta verdaderamente es dinero, y Musa dice que están liquidando las colonias lejanas y aumentando de tamaño las demás. Corren rumores de que pronto se ampliará la colonia. Comprarán un trozo grande de terreno a los habitantes locales y el pueblo se convertirá en una pequeña ciudad.
Pero todo eso le da igual a Saveliy.
Cuando se le acaba el período de lucidez, vuelve a soñar solamente con el agua y los rayos directos del sol.