Internamente, el gobierno de Teodosio II consiguió unos cuantos objetivos beneficiosos. Se organizó en el 425 la Universidad de Constantinopla como centro cristiano para la enseñanza, porque la única otra escuela existente era la Academia de Atenas, aquella reliquia del conocimiento pagano que Platón fundó originalmente unos siete siglos y medio antes. También se redactó y publicó en el 438 una nueva recopilación de leyes como pauta para los funcionarios públicos. Se llamaba el Código de Teodosio.
Aunque el Imperio Oriental no sufrió todos los efectos de las incursiones bárbaras con la misma fuerza que el Imperio Occidental, tenía razones para temerlas. La realidad es que Teodosio II tenía como uno de sus proyectos principales construir una triple muralla desde el Cuerno Dorado hasta el mar Egeo, cerrando así el paso hacia el lado de Constantinopla que daba a tierra con una barrera mucho más fuerte que cualquiera de las anteriores. Fue la captura por parte de Alarico de Roma en el 410 la que inspiró el proyecto, porque demostró con qué facilidad se podían tomar incluso las ciudades más renombradas.
Costó una generación levantar la muralla trabajando desde el año 413 hasta el 447. Pero una vez terminada, la obra resultó construida con escrupulosidad y a la perfección. En el lado más alejado de la muralla, había un foso de sesenta pies de anchura y veintidós de profundidad, que el enemigo tendría que atravesar a nado o tender un puente sólo para llegar a la primera muralla, más bien baja, tras la cual, los arqueros, agazapados y perfectamente protegidos, podía dispararle.
Aunque se tomara la primera muralla, existía una segunda de veintisiete pies de altura, y detrás todavía una tercera, la mayor y más fuerte de todas, con torres de setenta pies desde las cuales los hombres podían disparar sus flechas y las catapultas lanzar sus piedras. Esta última muralla aguantó todos los intentos de abrir brecha en ella por la fuerza (no así por la traición) durante mil años, y aún ahora, quinientos años después de que cediera, sus ruinas continúan siendo impresionantes.
Durante el reinado de Teodosio II, las bandas germánicas invasoras hacían pedazos las provincias del Imperio Occidental y el emperador del oeste tenía poco poder fuera de Italia. En particular, los miembros de una tribu germánica, los vándalos, dirigida por un jefe sumamente capaz, Genserico, llegaron en tropel al Norte de África y amenazaron Cartago. Esto representaba un gran peligro para el Imperio Oriental, puesto que un enemigo en Cartago podía fácilmente amenazar la rica y poco protegida provincia de Egipto (durante todas las invasiones bárbaras, a lo largo de los siglos III, IV y V, sólo Egipto permaneció incólume).
Por esta razón, cuando el emperador occidental pidió ayuda al del Oriente (los dos emperadores eran primos carnales), Teodosio II respondió favorablemente. Por una vez, las dos mitades del imperio cooperaron contra el enemigo común, y en el 431 una flota romana oriental navegó hacia el oeste.
La flota tenía como comandante a Aspar, un general germano que se había hecho famoso una década antes cuando derrotó a los ejércitos persas. Fue menos afortunado contra los vándalos. Las naves de Genserico maniobraron con gran destreza, y en el 434 Aspar se vio obligado a retirarse sufriendo grandes daños. Genserico capturó Cartago y estableció un reino en el Norte de África que iba a durar un siglo. Sin embargo, la batalla que libró con la flota romana oriental le había quitado las ganas de crearse problemas en aquella dirección y durante algún tiempo evitó enfrentarse con el Imperio Oriental. De todas formas, Aspar había conseguido algo.
Sin embargo, el verdadero desastre para el reino vino de los hunos. Ya habían pasado setenta años desde que entraran como un rayo en Europa y habían permanecido más bien tranquilos, gobernando el imperio del que se habían adueñado al norte del mar Negro. Pero en el 433, un jefe dinámico, Atila, tomó el poder. Pasó muchos años consolidándolo, y en el 441 se encontró en condiciones de volver a intentar una expansión lanzándose con gran ímpetu a través del Danubio.
Los hunos se enfrentaron con las asustadas fuerzas romanas en una serie de batallas, derrotándolas una y otra vez y haciéndolas retroceder cada vez más hacia Constantinopla. Aspar sufrió una fuerte derrota justo fuera de las nuevas murallas en el 443, y fue entonces cuando éstas demostraron su valor por primera vez. Aunque los hunos parecían invencibles montados en sus veloces y velludos caballitos, no podían saltar por encima de las murallas ni disparar a través de ellas.
Atila no podía hacer otra cosa que arrasar los Balcanes, la península de la cual Grecia representaba la punta más al sur, pero el imperio sólo podía permitirlo hasta cierto punto. Entonces el gobierno de Teodosio se vio obligado a hacer con Atila lo que el gobierno de su padre Arcadio había hecho con Alarico: sobornarle y encaminarle hacia otro rumbo. Se pagó a Atila tres toneladas de oro, se le prometió un pago anual de una tonelada, y se le enseñó el camino hacia el Occidente. Sin embargo, Atila no se apresuró a marcharse. Creía que el Este era la mitad más opulenta del imperio y, al igual que todos los chantajistas entregados a su trabajo, deseaba recibir más pago.
En el 450, con las provincias europeas del Imperio Oriental en ruinas gracias a los hunos, murió Teodosio después de un largo reinado de cuarenta y dos años. Su hermana Pulqueria, la verdadera soberana, le sobrevivió, pero no podía seguir dominando el gobierno sin tener a un hombre a su frente, a través del cual pudiera maniobrar. En vista del peligro huno, eligió a un general de sesenta años llamado Marciano para ser su emperador. Había nacido en Tracia, ya asolada por los hunos y no les tenía ningún cariño. Había luchado bajo las órdenes de Aspar durante años, fue capturado en la batalla contra Genserico y permaneció prisionero durante algún tiempo.
Posiblemente Pulqueria se habría casado con Aspar, pero éste era de religión arriana. No era imposible que un arriano controlara el ejército y tuviera en sus manos el poder que estaba tras el trono, pero no podía asumir el título de emperador de una población católica sin provocar una revolución.
Pero Marciano era un católico tan sólido y ortodoxo como la misma Pulqueria, y juntos estaban dispuestos a ocuparse de nuevo del asunto de Nestorio. Aunque le habían condenado en el Concilio de Efeso, Nestorio todavía disfrutaba de muchos partidarios, sacerdotes y laicos; que profesaban opiniones «nestorianas». Todo esto, según Pulqueria, tenía que terminar y Marciano estaba de acuerdo.
Se convocó otro concilio ecuménico, el cuarto, en Calcedonia, al otro lado del estrecho de Constantinopla, en el 451. (Y más o menos por el mismo tiempo, el propio Nestorio murió en su lejano exilio.) Fue un concilio mucho más tranquilo y serio que el anterior. Pulqueria asistió y fue recibida triunfalmente por los obispos. Una vez más, se condenó al nestorianismo y fue expulsado del imperio (aunque no murió, ya que los exiliados lo llevaron hacia el Este, a las lejanas tierras de Persia, la India, e incluso China).
Por cierto, en este concilio el obispo de Jerusalén fue elevado oficialmente al rango de patriarca. Y también el patriarca de Constantinopla (que había sido declarado sólo inferior al papa de Roma por el segundo concilio ecuménico de Constantinopla, en el 318) vio su poder ampliado con nuevas y grandes zonas. El papa León I (el Grande) se opuso enérgicamente a este aumento del poder del patriarca, porque preveía con razón que esto terminaría en un intento de convertir a Constantinopla en hegemonía sobre la cristiandad. Este fue el primer golpe en la batalla entre los jefes religiosos de las dos mitades del imperio, batalla que nunca se resolvería con total satisfacción de un lado ni del otro.
Marciano fue un emperador honrado y austero que hizo lo que buenamente pudo para ordenar los asuntos financieros del imperio y que, al terminar su reinado, dejó una tesorería repleta. Como es natural, esto no podía haberlo hecho si hubiera continuado pagando tributo a los hunos. De hecho, casi inmediatamente después de haber ascendido al trono, Marciano se negó rotundamente a pagarles más tributos.
Fue un paso osado, y las consecuencias hubieran podido ser serias si Atila no hubiera tenido sus miras puestas en Occidente. Pero Atila decidió que había sacado del Este todo lo que podía y que las murallas de Constantinopla aguantarían cualquier cosa. En el Oeste el botín sería menor, pero más seguro. Así que en el 451 dejó finalmente que se completara la estrategia oriental de pagar y señalar hacia otra dirección. Dirigió sus jinetes hacia el Oeste, y el Imperio Oriental le perdió de vista a él y a sus hunos para siempre.
Pulqueria murió en el 453, dejando todas sus pertenencias a los pobres, y Marciano le sobrevivió cuatro años. Cuando murió en el 457, la dinastía de Teodosio I llegó a su fin.
Cuando murió Marciano, el hombre más poderoso de Constantinopla era Aspar, el envejecido jefe de los mercenarios germánicos. Le habían derrotado tanto el vándalo Genserico como el huno Atila, y por esta razón no podía presentarse como gran jefe militar. No obstante, tenía sus germanos que le apoyaban, y éstos mandaban en la ciudad.
Si no hubiera sido arriano, Aspar hubiera podido hacerse emperador sin dificultades. El Imperio Romano, desde sus comienzos, casi cinco siglos antes, nunca había adoptado la idea de la sucesión hereditaria al trono ni el concepto de una «familia real». Esto se debía a que el Imperio Romano fue primeramente una república y Augusto, el primer emperador, se había empeñado en mantener, al menos en apariencia, la continuidad de las tradiciones republicanas.
Era cierto que a menudo un hijo sucedió a su padre, Como ocurrió cuando Arcadio sucedió a Teodosio I y Teodosio II sucedió a Arcadio, pero esta situación no tenía que repetirse necesariamente. Un hijo adoptado, o un yerno, o alguien sin ningún parentesco podía heredar al emperador. Cuando no existía heredero directo, no se buscaba entre las ramas colaterales de la casa siguiendo un orden convenido de precedencia entre los diferentes parientes. En lugar de ello, se llegaba a emperador debido a algún instrumento de poder: a menudo el ejército, a veces los funcionarios de palacio, e incluso las masas amotinadas.
La flexibilidad en la selección de emperador a menudo servía para llevar al trono a hombres capaces que de otro modo hubieran sido totalmente excluidos, pero a la vez propiciaba conspiraciones y golpes, puesto que cualquier general o político (o incluso un campesino) podía aspirar al trono.
Pero el arrianismo, al igual que la castración, era una de las pocas características absolutamente incompatibles con el trono, y Aspar buscaba por todas partes a un católico que se prestara a ser un títere. Eligió a tino de sus oficiales, que en el 457, llegó a ser el emperador León I.
Al igual que Marciano, León era tracio y casi tenía sesenta años al ascender al trono. Fue el patriarca de Constantinopla quien coronó a León, y éste fue el primer emperador que se sometió al rito. Dio un toque más de divinidad al cargo imperial, y de hecho, a través de la historia del Imperio Oriental, el emperador, mucho más que el patriarca, fue considerado el representante de Dios en la tierra. Era lo más cercano a una monarquía divina de lo que una nación cristiana podía llegar, y con el tiempo, esta noción tendría repercusiones importantes en el Occidente. La coronación del emperador dotó también de una autoridad mayor al patriarca de Constantinopla, lo cual no dejaba de inquietar a su principal competidor, el papa de Roma.
León I resultó ser una persona mucho más enérgica e independiente de lo que Aspar esperaba. En primer lugar, el nuevo emperador tenía sueños de gloria, quiso unir a todo el Imperio Romano y destruir a las hordas germánicas que entonces ocupaban lo que constituía el casi cadáver de la mitad occidental.
El más peligroso de los reinos germánicos seguía siendo el reino de los vándalos del Norte de África, contra el que el imperio había luchado en vano en tiempos de Teodosio II. El rey vándalo aún era Genserico, que ya tenía más de setenta años.
En el 460, el débil emperador occidental había enviado una flota contra Genserico que fracasó tan miserablemente que el emperador se vio obligado a abdicar. León decidió hacerse cargo del problema. En el 467 consiguió colocar a uno de sus favoritos en el trono del Oeste. Fue Antemio, yerno de Marciano, el predecesor de León. León creía que podía contar con el nuevo emperador occidental para cooperar con él. Luego preparó una formidable flota de más de 1.100 naves tripuladas, según un relato probablemente exagerado, por 100.000 hombres. La flota empezó su trabajo de limpieza en el Oeste, tomando la isla de Cerdeña a los vándalos, y luego desembarcó el ejército cerca de Cartago.
Sin embargo, era Basilisco, el hermano de la mujer de León, quien mandaba la flota. Ser el cuñado de un emperador puede ser algo muy importante, pero no concede automáticamente capacidad militar, Resultó un incompetente.
Basilisco amontonó las naves de la flota en el puerto hasta que apenas quedó espacio para maniobrar. Para colmo, la vigilancia que montó se demostró totalmente inadecuada. De modo que Genserico esperó a la noche y envió barcos envueltos en llamas en medio de la flota. Inmediatamente se produjo un holocausto en el agua. Cuando algunas de las naves imperiales lograron maniobrar para salir de aquella trampa mortal, la expedición se había deshecho.
Se cree que el fiasco costó al imperio unas sesenta y cinco toneladas de oro y que dejó en la bancarrota a la tesorería durante años. Basilisco buscó refugio en una iglesia, sobrevivió e incluso se las arregló para escapar al castigo. Después de todo era el cuñado del emperador. León tuvo que abandonar cualquier esperanza de unir el imperio y abandonó Occidente a su destino.
Pero todavía había algo que podía hacer. Podía deshacerse de Aspar. Le movía un resentimiento personal. Aspar había hecho de León lo que era, y un hacedor de reyes casi nunca puede evitar hablar pérfidamente de su fracaso y exigir toda clase de pagos, etc. Y no hay gobernante que resista esto por mucho tiempo. Además, Aspar había apoyado enérgicamente el nombramiento de Basilisco como almirante de la flota derrotada, y el olor de la desgracia le acompañaba.
En último lugar, también es posible que León hubiera tenido tiempo más que suficiente para observar lo que estaba pasando en el moribundo Occidente. Allí, los germanos se habían infiltrado como mercenarios en el servicio del emperador, y después se habían apoderado de una provincia tras otra. Esto todavía no había ocurrido en el Imperio Oriental, pero Aspar y sus germanos podían hacerlo. Es cierto que no se podía tomar Constantinopla desde fuera, pero la podía tomar fácilmente (casi sin lucha) un ejército ya situado dentro de la ciudad. León decidió dejar de depender de los mercenarios bárbaros. Tenía que encontrar la manera de defender el Imperio Oriental utilizando sus propios súbditos, súbditos de los cuales se podía esperar alguna fidelidad hacia sus ideales e instituciones.