Constantinopla (7 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

BOOK: Constantinopla
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Indudablemente, habían existido también emperadores occidentales con el mismo pensamiento, pero en ningún lugar en el Imperio Occidental existía una reserva de población con suficiente dureza para sustituir a los germanos. El Oriente era más afortunado. En la parte central del sur de Asia Menor había una zona rugosa y montañosa llamada Isauria, habitada por un resistente grupo de montañeses. Paulatinamente, León fue formando una escolta personal de isaurianos bajo la jefatura de un valiente guerrero llamado Zenón. Para alentar la fidelidad de éste, León concertó muy discretamente el matrimonio entre Zenón y su hija Ariadna.

En el 471, León estaba preparado para dar su golpe con los isaurianos atacando rápida e inesperadamente. Aspar fue hecho prisionero y luego ejecutado, y sus tropas germanas primero fueron desarmadas y luego destruidas o exiladas, León había conseguido lo que deseaba. El Imperio Oriental sería defendido por sus propias tropas. Ya no habría necesidad de mercenarios, al menos durante los seis siglos siguientes.

Zenón tuvo un hijo que se llamó León como su abuelo, y que fue heredero del trono. Cuando León I murió en el 474, el infante León reinó unos cuantos meses sustituyendo a su abuelo y luego murió. ¿Después qué? Según las flexibles leyes de la sucesión imperial, Zenón, pese a ser un soldado procedente de una familia humilde, era el yerno de un emperador y el padre de otro, y esto fue suficiente. Reclamó el trono, pero tuvo que luchar durante dos años contra la pretensión casi igualmente débil del insigne Basilisco, que había sido cuñado de un emperador y tío de otro. En el 476 Zenón resultó triunfante. El jefe de la escolta isauriana se convirtió en el emperador de Oriente.

Aquel mismo año, un acontecimiento crucial se había producido en el Oeste. Un guerrero germánico, Odoacro, se había apoderado de Italia y destronado al emperador de Occidente. Ni siquiera se tomó la molestia de nombrar a otro. Sencillamente, ya no había un emperador de Occidente.

Muchos escritores, que ven los acontecimientos sobre todo desde la perspectiva de Occidente, describen este acontecimiento como la «caída del Imperio Romano». Por supuesto, no es cierto; el imperio siguió existiendo. Había un emperador en el Oriente que gobernaba el todavía intacto Imperio Oriental y que ahora gobernaba también, al menos en teoría, todo el imperio, el Occidente y el Oriente, como había hecho Teodosio I.

De hecho, los emperadores de Constantinopla nunca renunciaron a su pretensión a las provincias que habían sido parte del imperio durante su apogeo. Hasta el momento final de su historia, siguieron llamando a su reino el Imperio Romano, y a sí mismos emperadores romanos y al pueblo que gobernaban, romano. Incluso al llegar el fin, cuando todo el territorio gobernado por Constantinopla era poco más que la propia ciudad, siguieron esta práctica resuelta y tercamente.

Sin embargo, para nosotros, llamar al reino dominado por Constantinopla Imperio Romano sería incurrir en una falsedad. A partir del 476, raras veces estuvo Roma en manos del emperador de Constantinopla, y nunca fue de nuevo centro del gobierno imperial. De hecho, durante casi toda su historia posterior, Roma constituyó un centro de oposición al imperio en Constantinopla.

¿Cómo debemos llamar, entonces, al Imperio de Oriente? Los occidentales, en siglos posteriores, lo llamaron el Imperio Griego, y hubo una época en la que el Imperio estuvo realmente limitado, en gran parte, a los pueblos de idioma y cultura griegos. Pero esto es demasiado limitado. A veces lo formaron gentes distintas a los griegos, y sus tradiciones procedían tanto de sus herencias romanas y cristianas como de las griegas.

Podemos considerarlo desde otro punto de vista. El Imperio Romano fue llamado así porque estaba dominado por Roma. Constantinopla era quien gobernaba el Imperio de Oriente. Entonces, ¿no se le debe llamar Imperio de Constantinopla? El problema es que la frase es torpe. Durante los últimos siglos se recurrió al término de Bizancio, el antiguo nombre de Constantinopla. Por esta razón el imperio bajo el dominio de Constantinopla llegó a ser llamado Imperio Bizantino.

Ha habido algunas disputas en torno a la cuestión de a partir de qué momento se debe hablar de Imperio Bizantino, y algunos sostienen que se puede aplicar a partir de fecha tan tardía como el siglo séptimo. No obstante, voy a empezar con el reinado del Emperador Zenón, cuando por primera vez hubo un emperador en Constantinopla que gobernaba efectivamente sólo la mitad oriental del reino, y no había ninguno en Occidente.

3
El Oriente va hacia el Oeste
Las dos estrategias

La magia del nombre «romano» seguía siendo tan potente que ni siquiera los guerreros germanos que gobernaban en Occidente se atrevían a admitir plenamente que habían destruido, de hecho, la mitad del Imperio. Odoacro nunca se refirió a sí mismo como el rey de Italia; se limitó a declararse gobernante de las tribus germánicas en Italia. En consecuencia, cuando el Emperador Zenón le elevó a patricio y general del Imperio (para continuar la ficción de que Odoacro sólo estaba en Italia como un representante del emperador), Odoacro aceptó encantado los títulos y jugó aquel juego.

Este aprovechamiento del prestigio iba a ser realmente un arma poderosa de los emperadores en Constantinopla durante siglos. Un rey bárbaro tribal que detentaba un verdadero poder se dejaba comprar con un título rimbombante, una túnica de Estado, un báculo u otro símbolo del cargo imperial.

¿Era una tontería que un jefe tribal se quedara tan impresionado por fruslerías? Tal vez no. Estos símbolos vacíos aumentaban su prestigio y valor ante sus propios ojos y los de sus súbditos, y contribuían a hacer su gobierno más sólido. ¿Qué más podía pedir?

Pero pese a la confianza que Zenón simulaba tener en Odoacro, seguía sintiéndose nervioso con respecto a la proximidad de los reinos germánicos. Buscaba alguna manera de quitarle fuerzas antes de que Odoacro se decidiera a marchar hacia el Este, a los Balcanes.

Tenían los medios a mano. Nuevas bandas de guerrilleros germánicos se dedicaban a depredar los Balcanes. Eran los ostrogodos. Los hunos habían vencido a éstos un siglo antes, pero con la muerte de Atila el Imperio huno se había derrumbado, y en esas fechas estaban libres para ir extendiéndose ellos solos por el sur del Danubio.

Les dirigía un hombre competente llamado Teodorico, que alcanzó el poder en el 474, y Zenón decidió intentar de nuevo la práctica de sobornar y señalar hacia otro lado. ¿Por qué no delegar poderes en Teodorico, haciéndole general del Imperio, y enviarle a Italia para luchar contra Odoacro? De esta manera se quitaría súbitamente la amenaza de los ostrogodos y siempre cabía la posibilidad que en Italia los dos grupos de alemanes se destruyeran mutuamente.

Teodorico se mostró feliz con la propuesta, y en el 488 salió de los Balcanes y entró en Italia. Ahí, en un período de semanas, derrotó y mató a Odoacro y estableció un reino ostrogodo mucho más fuerte de lo que había sido el de Odoacro. En cuanto al muy astuto plan de Zenón, le había salido el tiro por la culata. Por otra parte, una vez que Teodorico consiguió su reino, demostró ser un hombre capaz y pacífico que no causó problemas al Imperio.

Pero el problema de los bárbaros no era el único que molestaba a Constantinopla. En los tiempos de Zenón el nestorianismo provocaba dificultades a la Iglesia. En el Cuarto Concilio Ecuménico en Calcedonia fue condenado por fin, y su creencia de que Jesucristo tenía dos naturalezas, una humana y otra divina, bastante disgregadas la una de la otra, fue declarada herética. Según la creencia nestoriana, Jesucristo era esencialmente un hombre, pero poseído por un espíritu divino para que pudiera llevar a cabo un objetivo trascendental. La creencia católica era que Jesucristo tenía tanto una naturaleza humana como una divina, y las dos eran iguales. Era hombre y Dios a la vez.

Pero el nestorianismo había provocado una reacción de signo contrario. Mantenían algunos teólogos que Jesucristo poseía una naturaleza totalmente divina, así que Jesús no era un hombre en absoluto, sino sólo Dios. Se llamaba esta idea monofisismo, que procede de las palabras griegas que significan «naturaleza única».

El Concilio de Calcedonia había rechazado el monofisismo. Sin embargo, aunque el nestorianismo decayó y fue expulsado del Imperio, el monofisismo persistió y se fortaleció. Era especialmente fuerte en Egipto y Siria, la parte no griega del Imperio. Con su apoyo al monofisismo los patriarcas de Alejandría y Antioquia podían expresar su rivalidad con Constantinopla, a la vez que los pueblos egipcios y sirios reforzaban su conciencia nacional contra el dominio griego.

Zenón hizo lo que pudo para aplastar a los monofisitas, persuadió a medias y obligó otro tanto a los obispos orientales para que firmaran su aprobación de una especie de compromiso entre las doctrinas católica y monofisita. Al igual que con la mayoría de compromisos, ninguno de los dos lados quedó contento.

Murió Zenón en el 491, y esta vez tampoco hubo sucesor directo. Sin embargo, quedaba todavía Ariadna, la hija de León I, la madre de León II y la viuda de Zenón. Sus vínculos con tres emperadores le daban cierta preferencia. Se casó con un administrador gubernamental de finanzas, conocido por su cabal honradez y que, a la vez, era popular entre el pueblo. Se convirtió en el Emperador Anastasio I, y durante su coronación le gritaron: «Que reine como ha vivido».

Por regla general lo hizo así. Fue capaz de llevar a cabo una política que es siempre tan popular como rara: la reducción de los impuestos. Aun más asombroso fue el hecho de que combinó esto con una administración eficaz, de forma que los servicios gubernamentales no se deterioraron.

También disolvió a la guardia isauriana que había creado León I. Había sido útil para deshacerse de los germánicos, pero durante los tiempos de su compatriota Zenón se había hecho tan fuerte que podía jugar un papel peligroso. De todas formas, su disolución le costó a Anastasio una guerra molesta en Isauria que debilitó al Oriente lo suficiente como para permitir que los persas siempre alertas ganaran unas cuantas escaramuzas de fronteras y tomaran unas fortalezas fronterizas.

En los Balcanes surgieron nuevos enemigos una vez que Zenón se deshizo de los ostrogodos enviándolos a Italia. Entre éstos se contaban los eslavos, pueblo que durante siglos, cuando el Imperio romano estaba en su apogeo, tuvieron sus moradas en los pantanos que hoy se encuentran en la frontera polaco-soviética. En los siglos de la decadencia romana, estuvieron primero bajo el dominio de los ostrogodos, luego de los hunos y después de nuevo de los ostrogodos.

Incluso bajo esta dominación, este paciente pueblo de campesinos aguantó y se multiplicó. Y una vez que desaparecieron sus amos, se extendieron hacia el Este, llegando a lo que son hoy las llanuras de Rusia y Ucrania, hacia el Oeste, a lo que es actualmente Alemania Oriental, y hacia el Sur a los Balcanes. Se unieron con ellos en los Balcanes unas tribus no eslavas: los búlgaros. Su morada original se encontraba a lo largo del río Volga (en efecto, búlgaro y volga posiblemente proceden de la misma raíz etimológica), y eran un pueblo asiático emparentado con los hunos. Fueron arrastrados hacia el Oeste junto con los hunos, y al desaparecer el Imperio huno se quedaron a orillas del Danubio.

Los búlgaros se mezclaron con los eslavos y adoptaron su idioma. Con el tiempo fueron considerados un pueblo completamente eslavo.

En un aspecto importante, los eslavos eran diferentes a las bandas de guerrilleros germánicos que les habían precedido. Los germánicos tendían a formar una casta militar que dominaba a los campesinos sometidos. Los eslavos eran tanto campesinos como guerreros. En los lugares que invadían, solían establecerse y quedarse. Labraban la tierra y formaban familias. Despacio, pero con seguridad, cambiaron el carácter étnico de las tierras al sur del Danubio, haciéndolas eslavas hasta casi el mar Egeo, tal como siguen siendo hoy.

Anastasio, además de tener que vérselas con los comienzos de la llegada de los eslavos, heredó también el dilema religioso de Zenón. Tenía que elegir entre adoptar una estrategia meridional u occidental.

Las provincias del sur del Imperio Bizantino, Egipto y Siria, estaban políticamente unidas a Constantinopla, pero separadas desde el punto de vista religioso porque eran monofisitas. Y más aún, siguieron siendo monofisitas, y nunca se hicieron católicas. Por otra pare, las provincias occidentales de lo que había sido antaño el Imperio Romano ya no estaban unidas, con Constantinopla políticamente, pero eran católicas y simpatizaban en cuanto a su religión con ésta contra los monofisitas. Y siguieron siéndolo también.

Por lo tanto, el problema era el siguiente: ¿debería Anastasio intentar conciliar a las provincias del sur mediante algún compromiso con el monofisismo, como había intentado Zenón durante el reinado anterior, o tal vez ir más lejos? Esa sería la estrategia meridional, y a través de ella posiblemente se podría apaciguar a Egipto y Siria para poder edificar un imperio fuerte y compacto alrededor de la mitad oriental del mar Mediterráneo. No obstante, si esta maniobra salía bien, podría significar la pérdida de las provincias occidentales para siempre.

Por otra parte, ¿por qué no adoptar una estrategia Occidental e intentar recuperar las provincias perdidas, y que Constantinopla seguía reclamando como propias? Después de todo, por muy descontentas que estuvieran Siria y Egipto, ¿a dónde iban a ir? Las fuerzas imperiales ejercían un firme control, de forma que los egipcios y sirios podían refunfuñar todo lo que quisieran. Si los gobernantes de Constantinopla continuaban siendo firmemente católicos, siempre serían saludados como salvadores por la población occidental, que también era católica, pero que vivía bajo el dominio de extranjeros arrianos como los ostrogodos en Italia, los visigodos en España y los vándalos en África del Norte.

Anastasio dudaba, y, acabó decidiéndose por la estrategia meridional. Después de todo la estrategia occidental significaba la guerra y él era hombre de paz. Por esta razón, se inclinó cada vez más hacia la posición monofisita.

Por desgracia, esta actitud produjo problemas interiores. Por regla general, los griegos de los Balcanes y de Asia Menor eran tan sólidamente católicos como los pueblos occidentales de Italia y España, y estaban tan poco satisfechos como éstos con la política de apaciguamiento de su emperador con el sur.

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