Constantinopla (8 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

BOOK: Constantinopla
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En Constantinopla, este descontento podía hacerse sentir en el hipódromo y de modo peligroso. La pasión pública por la diversión (ya que se habían prohibido los combates de gladiadores) se concentró con una enorme intensidad en las carreras de carros en el hipódromo. Durante estas carreras, los conductores se vestían de libreas de diferentes colores para que el público supiera fácilmente quién estaba ganando y quién perdía. Al principio, se utilizaba los colores rojo y blanco, y más tarde también azul y verde.

Como es natural, las personas elegían sus colores favoritos y llegaban a apasionarse del mismo modo que un norteamericano moderno se apasiona con un equipo de béisbol. Los Azules y los Verdes llegaron a eclipsar a los otros dos, y sus partidarios se hicieron cada vez más numerosos y fuertes hasta que a la postre se convirtieron virtualmente en dos ejércitos privados y hostiles.

Por supuesto, sus odios no se reducían enteramente a un asunto de carros y caballos. Comenzaron adoptando opiniones políticas y religiosas opuestas. Por consiguiente, los Azules eran partidarios del catolicismo, y los Verdes del monofisismo; y cuando Anastasio adoptó su estrategia meridional, estallaron motines instigados por los Azules en toda Constantinopla. Y lo que es todavía peor, un general que dirigía las fuerzas balcánicas se rebeló abiertamente en el 513, apoyado por los eslavos y los búlgaros contra quienes tenía el deber de luchar.

Cuando Anastasio consiguió apaciguar las cosas y aplastar la rebelión en el 515, decidió que la estrategia meridional no daba el resultado deseado. Se volvió de nuevo hacia el catolicismo, y comenzó a realizar acercamientos a Occidente.

Estos acercamientos tuvieron éxito. Notables italianos decidieron iniciar una serie de intrigas a favor del imperio y en contra del viejo rey ostrogodo, Teodorico. Teodorico, enfurecido con estas intrigas después de un reinado largo y próspero durante el cual se había ocupado honradamente del bienestar de sus súbditos italianos, cayó en la tiranía. Lo que había sido un magnífico reinado terminó envuelto en una nube de crueldad.

La estrategia occidental tuvo sólo un éxito parcial. El papa romano siguió insistiendo en su primacía sobre el patriarca de Constantinopla, que éste no estaba dispuesto a conceder (en este asunto, todo compromiso se encontraría a la postre con problemas). Además, los católicos occidentales podían mirar en otra dirección. En lo que había sido la Galia, y que hoy día es Francia, había alcanzado el poder un nuevo grupo de germanos. Eran los francos, cuyo jefe se llamaba Clodoveo I.

Los francos eran de origen pagano, pero en el 496 Clodoveo aceptó el bautismo católico. Fue la primera tribu germánica importante que adoptó el cristianismo católico en lugar del arriano. Esto hizo posible que los ocultos católicos de Italia, España y África que sufrían a sus amos arrianos, pero también sospechaban de las ambiciones bizantinas, tuvieran la posibilidad de orientarse hacia los francos.

Cuando murió Anastasio en el 518, ni la estrategia meridional ni la del Occidente habían prosperado realmente. Sin embargo, la tesorería estaba repleta, y el imperio sólido y estable. Podía haber sido peor.

Tío y sobrino

La sucesión provocó inmediatamente intrigas porque Anastasio no había dejado ningún heredero claro. Sin embargo, el comandante de la guardia en la capital tenía a su cargo la única fuerza armada organizada a corta distancia del palacio y, a falta de un heredero evidente, podía convertirse fácilmente en emperador. Nadie se atrevió a oponerse a sus soldados, y por lo tanto se hizo con el cargo.

Fue un emperador extraño. En primer lugar, tenía unos sesenta y ocho años de edad. Había nacido en Iliria, la misma provincia donde nacieron Diocleciano y Constantino I, y probablemente era de raza griega. Era campesino de origen y fue analfabeto toda su vida, de forma que los cultos griegos de la capital se encontraron gobernados por un viejo que no sabía leer.

Pero el viejo era fuerte, inteligente y tenía un sobrino que compensaba todas sus insuficiencias. El nuevo emperador se llamaba Justino, y su sobrino Justiniano. El sobrino, que tenía treinta y cinco años cuando su tío fue coronado, era muy inteligente y sumamente culto. Era sutil, astuto y encantador, un maestro en saber congraciarse con la aristocracia.

Justino se aprovechó todo lo que pudo de su sobrino, hasta tal punto que se podría haber dicho que el verdadero soberano del imperio durante la vida de su tío era Justiniano. Al mismo tiempo, Justino decidió no dejar que su sobrino se sintiera demasiado tentado. Justino era viejo y no viviría demasiado tiempo. Cuando muriera, Justiniano sería el sucesor lógico si se portaba bien. Para asegurar el buen comportamiento de su sobrino, Justino se negó a reconocerle públicamente como su sucesor.

Tanto Justino como Justiniano eran católicos fervientes, e incluso intolerantes, y cuando llegaron al poder abandonaron de modo ostentoso la estrategia meridional, mientras la estrategia occidental se puso de moda. El papa romano fue tratado con el mayor respeto, y hubo una breve luna de miel entre Roma y Constantinopla.

Desde luego, Italia estaba todavía bajo el dominio de Teodorico (un hombre tan viejo como Justino, e igualmente analfabeto), y mientras vivió el Imperio Bizantino sólo pudo avanzar en el frente religioso. No obstante, no viviría siempre y no tenía hijos.

Justiniano, en particular, podía esperar. Tanto Teodorico como Justino morirían pronto. Tenía razón. Teodorico murió en el 526, y su sucesor era un joven nieto, con su madre como regente. Luego, el 4 de abril del 527, el emperador Justino, que sentía que la muerte se le acercaba, hizo que se coronara a Justiniano como emperador asociado. El viejo tomó una decisión muy acertada. Le quedaban poco menos de cuatro meses de vida, y cuando murió el primero de agosto, después de un reinado de nueve años, la sucesión de Justiniano fue tranquila y exenta de problemas.

Desde el principio, Justiniano compartió su título y sus poderes con su mujer, Teodora, puesto que ella recibió la corona al tiempo que él. Teodora es un personaje histórico muy problemático. Conocemos la historia de su vida principalmente por un historiador contemporáneo bizantino, Procopio, cuyas historias oficiales no contienen nada que no sean elogios para el emperador y la emperatriz. Sin embargo, en secreto, escribió también
Anécdota
(«no publicable»), lleno de los ataques más difamatorios contra todas las autoridades importantes que encomiaba con tanta hipocresía en su historia oficial.

Por supuesto, es posible que los escándalos de
Anécdota
sean realmente ciertos y que sólo se pudieran contar en secreto si Procopio quería continuar vivo. Por otra parte, también es posible que a Procopio le gustara exagerar, o incluso inventar, para satisfacer alguna inquina o escribir un libro popular.

Nunca sabremos qué creer, pero Procopio nos cuenta que Teodora era la hija de un empleado de circo de Constantinopla. Se dedicó muy joven al teatro y se convirtió en prostituta. Era una profesional de gran categoría y se hizo famosa, llamando la atención de Justiniano que entonces era heredero al trono. Justiniano se enamoró violentamente de esta hermosa muchacha y consiguió convencer a su tío para que le dejara casarse con ella. El matrimonio se celebró en 523, cuando él tenía cuarenta años y ella veintitrés.

Mucha gente se escandalizó al pensar que una prostituta pudiera reinar como emperatriz, pero no se olvide que sólo tenemos la palabra de Procopio. Lo que sí podemos afirmar, a pesar de Procopio, es que desde el principio, según las pruebas disponibles, el matrimonio tuvo éxito. Además, al llegar a emperatriz vivió una vida de lo más virtuosa y no dio motivo de escándalo. Es cierto que creó hogares para prostitutas reformadas, y eso se puede entender como una cierta nostalgia por su antigua profesión. Por otra parte, puede significar simplemente que era un ser humano que sentía compasión por una clase de mujeres generalmente despreciada y habitualmente maltratada.

Y para terminar, prostituta o no, resultó una emperatriz competente y culta, tan capaz como su Justiniano de gobernar. Durante los veinte años que estuvo en el trono, le apoyó lealmente y en una ocasión importante, como veremos enseguida, demostró ser superior, salvando su trono y posiblemente su vida. De hecho, Justiniano y Teodora forman quizá el matrimonie de gobernantes más extraordinario de la historia.

El único punto en que Justiniano y Teodora se llevaron mal fue la cuestión de la estrategia occidental contra la meridional. Teodora era una defensora convencida de la estrategia meridional, y guardaba una pronunciada simpatía por los monofisitas. De vez en cuando, persuadía a su marido para que hiciera algún gesto indiferente de conciliación hacia las provincias meridionales, pero nunca fue muy lejos ni la cosa duró mucho tiempo. El defendía la estrategia occidental y contaba con reconstruir por entero el Imperio Romano, con una religión católica unificada, lo que permitiría su conversión en emperador y cabeza suprema de la religión: en la autoridad final de todas las cosas.

Organizarse para la paz y para la guerra

Nada más acceder al trono, Justiniano comenzó, en su entusiasmo católico, a eliminar los residuos religiosos que todavía subsistían acá y allá. Se promulgaron leyes más estrictas contra los judíos, arrianos y paganos, cuyo fin era destruirlos por completo.

En este terreno era sólo una criatura de su tiempo. Cada vez más florecientes, los grupos dirigentes cristianos se volvieron más severos en sus ideas sobre la disidencia. Unos ochenta años antes de que Justiniano llagara al gobierno, el papa León I ya había decidido que el crimen de la herejía merecía nada menos que la sentencia de muerte.

El logro más notable de la campaña de Justiniano, en contra de quienes persistían en pensar de modo distinto a lo que dictaba la doctrina oficial, fue la clausura de la Academia Ateniense en el 529. Platón fundó la Academia en el 387 a. C., y durante más de nueve siglos fue el centro de la filosofía pagana. Desde los tiempos de Constantino, sin embargo, languidecía cada vez más, y había quedado reducido a una colección de inofensivos estudiosos que seguían la inercia de quienes se dedican al estudio de un pasado muerto. Hubiera sido mejor conservarlos como curiosos fósiles de otra época. Pero Justiniano, que se dejó llevar por sus rígidas creencias, clausuró la escuela y los últimos filósofos paganos, suspirando por un mundo que ya no existía, se fueron hacia el este, a Persia. Algunos dan la fecha del 529 como el fin de los tiempos antiguo, por este hecho. Y tienen cierta razón. Aunque la Academia pagana se hubiera convertido en estéril, todavía conservaba el saber de la Grecia antigua del cual los estudiosos cristianos solían huir avergonzados. Lo que vino después, en cuanto al saber clásico, fue una edad oscura de dos siglos.

Más tarde, Justiniano terminó con otro lazo con el pasado. Desde el 509 a. C. la república romana (al principio una simple ciudad-estado) estaba gobernada por dos cónsules. Después de la creación del imperio en el 29 a. C., los cónsules no ejercían el poder real, pero el primer emperador, que conservó en lo posible las viejas formas republicanas de gobierno, no eliminó el cargo. Al fundar Constantino la ciudad de Constantinopla, también nombró cónsules en la nueva capital, y las cosas siguieron así hasta el 541. Entonces, después de 1.050 años, Justiniano terminó con la práctica.

La liquidación por parte de Justiniano del consulado era sólo una parte de una reorganización general de todo el sistema jurídico del imperio. Después de todo, cualquier gobierno que funcione está continuamente promulgando nuevas leyes, mientras las viejas caen en desuso. Alcabo de unas cuantas generaciones, el sistema legal se convierte en un laberinto de precedentes en conflicto, y se hace imprescindible una reorganización, eliminando lo viejo y compensando las carencias.

Tan pronto como llegó a emperador, Justiniano nombró una comisión de diez hombres para reorganizar el sistema legal, y puso a su cabeza a un hombre de leyes notablemente capaz, Triboniano. Trabajando intensamente, examinaron los vetustos archivos de siglos de historia, y en el 529 dieron a conocer doce tomos de un sistema legal bien organizado compuesto por 4.652 leyes, tomos que cualquier juez podía consultar con facilidad. Se le llamó «Codex Justinianus», o Código de Justiniano. Le siguió una colección de cincuenta tomos de opiniones legales de los siglos II y III (la edad de oro del derecho romano), que serviría para orientar a los jueces en sus interpretaciones del código. Después, se preparó un texto general de derecho.

El Código de Justiniano era conservador, y se ajustaba a lo antiguo en la medida de lo posible. Fortaleció, no obstante, la nueva actitud hacia el emperador que Diocleciano había iniciado dos siglos y medio antes. Según el código, el emperador era absoluto, y su palabra era ley.

Esto nos parece repulsivo, pero su fin era fortalecer una idea más general que tal vez consideremos con ojos más tolerantes. El juez, como representante del emperador, era la máxima autoridad dentro de la sala del tribunal, y su guía era la ley. Por esta razón, el código adoptó el principio de que la ley era suprema, de manera que en la realidad el emperador, aunque absoluto en teoría, se consideraba normalmente sometido a la ley.

Bajo la influencia cristiana, algunos aspectos de la ley se hicieron más humanos de lo que habían sido durante los tiempos paganos, a la vez que otros se endurecieron. Con el Código de Justiniano, por ejemplo, era más fácil manumitir a los esclavos y vender tierras. Los derechos de las viudas estaban más protegidos, y ya no se consideraba a los niños como propiedad absoluta de sus padres. Por otra parte, el crimen de sacrificar a los dioses paganos podía ser castigado con la muerte, y el converso al cristianismo que recaía sufría la decapitación. Con respecto a los judíos, no se les permitía tener a cristianos como esclavos ni tratar de convertirlos.

Este código jurídico, inspirado por Justiniano, fue su contribución más duradera a la historia. Continuó siendo la ley fundamental del país durante 900 años, y con el tiempo llegó al Occidente.

Por cierto, se había preparado al código en latín, prueba de que el imperio continuaba todavía considerándose romano, pese a que el idioma hablado en sus provincias principales y entre los hombres cultos era el griego. Por supuesto, aparecieron rápidamente traducciones griegas del código. Y para demostrar que la rueda del tiempo giraba implacablemente, el código resultó ser el último gran producto de las letras bizantinas escrito en latín, aun cuando ese idioma occidental iba a continuar siendo la lengua oficial de la corte durante un siglo más.

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