Contrato con Dios (21 page)

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Authors: Juan Gómez-Jurado

Tags: #Aventuras, Intriga

BOOK: Contrato con Dios
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—¡Zorra!

Andrea se quedó tan sorprendida que no supo reaccionar. Vio la angustia y el dolor en los ojos de Kyra y comprendió. Bajó los brazos.

Lo siento. Perdóname.

—Zorra —repitió la arqueóloga, lanzándose sobre ella con los puños cerrados, golpeándola en la cara, en el pecho, en los hombros—. Podías haber contado a todo el mundo que nos vigilaban. ¿Es que no sabes lo que buscamos? ¿Es que no sabes cómo los afecta?

Harel y Dekker agarraron a Larsen por los brazos, tirando de ella hacia atrás. Ésta se apartó sin ofrecer resistencia, pero al ver que la doctora la sujetaba se desasió con fuerza y se apartó varios pasos.

—Era mi amigo —musitó.

En ese momento llegó David Pappas en plena carrera. Gruesas gotas de sudor le cubrían la frente y los brazos, y estaba claro que se había caído al menos una vez porque traía la cara y las gafas llenas de arena.

—¡Profesor Forrester! ¡Profesor Forrester!

—¿Qué ocurre, David?

—Los datos. Los datos de Stowe —dijo el joven inclinándose y agarrándose las rodillas para cobrar aliento.

El profesor le hizo un gesto de desprecio con la mano.

—No es el momento, David. Tu compañero está ahí, enfriándose.

—Pero, profesor Forrester, tiene que escucharme. Los encabezados. Los he arreglado.

—Muy bien, David. Mañana lo hablaremos.

David, haciendo lo que en su vida se le habría ocurrido de no hallarse bajo la terrible tensión de los sucesos de aquella noche, agarró al profesor por la manta y le obligó a darse la vuelta y mirarle a la cara.

—No lo entiende. Hay un pico. ¡Un 7911!

El profesor Forrester no reaccionó al principio ante aquella revelación. Luego habló muy despacio y muy bajo, tanto que David apenas pudo escucharle.

—¿Cómo de grande?

—Enorme, señor.

El profesor cayó de rodillas. Incapaz de hablar, y se inclinaba adelante y hacia atrás en una muda plegaria más llorada que rezada.

—¿Qué es un 7911, David? —dijo Andrea.

—Peso atómico 79. Posición 11 de la tabla periódica —dijo el joven, confuso y con la voz quebrada, como si tras haber comunicado su mensaje hubiese quedado tan vacío e inútil como un sobre arrugado. Tenía la mirada clavada en el cadáver.

—Es decir…

—Oro, señorita Otero. Stowe Erling ha encontrado el Arca de la Alianza.

A
LGUNOS
DATOS
SOBRE
EL
A
RCA
DE
LA
A
LIANZA
,

EXTRAÍDOS
DEL
CUADERNO
MOLESKINE

DEL
PROFESOR
CECYL
FORRESTER

La Biblia dice: «Harás un arca de madera de acacia de dos codos y medio de largo, codo y medio de ancho y codo y medio de alto. La revestirás de oro puro. Por dentro y por fuera la revestirás. Y además pondrás en su derredor una moldura de oro. Fundirás para ella cuatro anillas de oro, que pondrás en sus cuatro pies. Harás también varales de madera de acacia que revestirás de oro, y los pasarás por las anillas de los costados del arca para transportarla».

Aplico las medidas del codo vulgar. Sé que seré criticado, pues pocos estudiosos lo hacen, apuestan por el codo egipcio y el codo «sangrado», mucho más glamorosos. Pero yo tengo razón.

Esto es lo que sabemos seguro del Arca:

—Año de construcción: 1453 a.C. al pie del Monte Sinaí

—111 cm de largo

—65 cm de ancho

—65 cm de alto

—385 litros de capacidad

—265 kilos de peso

Hay autores que señalan que el peso del Arca es muy superior, en torno a los 500 kilos. Incluso hay un imbécil que se atreve a afirmar que el Arca pesa más de una tonelada. Eso es absurdo. Y se, hacen llamar eruditos. Les encanta añadir el peso del oro a la estructura. Pobres idiotas. No se dan cuenta que el oro, aunque sea pesado, es blando, muy blando. Las anillas no resistirían un peso semejante, ni tampoco las varas de madera con una longitud suficiente para que más de cuatro hombres la llevasen con comodidad.

El oro es un metal muy maleable… El año pasado vi una habitación entera cubierta del oro laminado a partir de una sola moneda de buen tamaño, siguiendo métodos de la edad del bronce. Los judíos eran hábiles artesanos, y no disponían de grandes cantidades de oro en el desierto, ni podían atarse a un peso tan enorme que les dejaría indemnes frente a sus enemigos. No, utilizaron una cantidad pequeña y crearon láminas para cubrir la madera. Una madera sólida que, puede, durar siglos sin alterarse, cubierta por completo por una fina capa de metal inerte inoxidable, y ajeno al paso de tiempo. Es un objeto construido para ser eterno. ¿Acaso podría ser de otra manera, siendo el Eterno quien daba las instrucciones?

L
A
EXCAVACIÓN

Desierto de Al Mudawwara, Jordania

Viernes, 14 de julio de 2006. 14.21

—Así que los datos estaban manipulados.

—Alguien lo sabía, padre.

—Por eso lo mataron.

—Ya tengo el qué, el dónde y el cuándo. Si me da un cómo y un quién me haría la mujer más feliz del mundo.

—Estoy trabajando en ello.

—¿Cree que fue alguien de afuera? ¿Tal vez el hombre que vi en lo alto del cañón?

—No la tengo por tonta, señorita.

—Sigo sintiéndome culpable.

—Pues deje de hacerlo. Fui yo quien le pidió que no dijera nada. Pero créame: uno de los miembros de la expedición es un asesino. Por eso es más urgente que nunca que hablemos con Albert.

—Ya. Pero usted sabe más de lo que cuenta. Mucho más. Ayer había un tráfico inusitado en el cañón para ser de madrugada. La doctora no estaba en su colchón.

—Se lo dije… Trabajo en ello.

—Joder, padre. Es usted el único maldito políglota al que no le gusta hablar.

El padre Fowler y Andrea Otero estaban sentados a la sombra de la pared este del cañón. Nadie había podido dormir gran cosa la noche anterior y el día había arrancado lento y pesado, lleno de la conmoción por la muerte de Stowe Erling. Sin embargo, poco a poco la perspectiva del descubrimiento de una gran cantidad de oro en el magnetómetro de Stowe había eclipsado la tragedia en el ambiente del campamento. El profesor Forrester se convirtió en el vértice de una vorágine alrededor del cuadrante 22K: análisis de la composición de las rocas, más pruebas con el magnetómetro y sobre todo mediciones de la resistividad del suelo.

Este proceso consistía en hacer pasar una corriente eléctrica por el terreno para comprobar cuánta corriente eléctrica podía absorber. Un pozo relleno de tierra, por ejemplo, tiene una resistencia eléctrica diferente al suelo intacto que lo rodea.

Los resultados de las pruebas fueron concluyentes: el terreno era sumamente inestable, lo que enfureció a Forrester. Andrea lo vio hacer grandes aspavientos con manos y pies, arrojar papeles al aire, insultar a sus empleados.

—¿Por qué está tan irritado el profesor? —dijo Fowler. Llevaba un buen rato jugando con un pequeño destornillador y un manojo de cables que había distraído de la caja de herramientas de Brian Hanley, el de mantenimiento. El sacerdote estaba sentado en una roca plana medio metro por encima de Andrea y no estaba prestando demasiada atención a lo que sucedía enfrente de ellos.

—Han estado haciendo pruebas y no pueden limitarse simplemente a desenterrar el Arca —respondió Andrea, que había hablado con David Pappas unos minutos antes—. Creen que está en un hueco del terreno creado por el hombre. Si usan la excavadora hay muchas posibilidades de que la cavidad se derrumbe.

—Tendrán que dar un rodeo. Podría llevar semanas.

Andrea soltó otra ráfaga de fotos y las comprobó en el visor. Había conseguido una buena toma de Forrester soltando literalmente espumarajos de rabia por la boca. Una asustada Kyra Larsen echaba la cabeza hacia atrás con cara de espanto.

—Ya está Forrester gritando de nuevo. No sé cómo sus ayudantes aguantan eso.

—Tal vez sea lo que todos necesiten esta mañana, ¿no cree?

Andrea iba a replicarle al sacerdote que no dijera tonterías cuando se dio cuenta de que ella era una ferviente partidaria del autocastigo como método de desviación del dolor.

El bueno de PH es prueba de ello. Si predicase con el ejemplo lo habría tirado por la ventana hace mucho. Maldito gato. Espero que no se coma los botes de champú de la vecina. Y si lo hace, que al menos la vecina no me los haga pagar.

Los gritos reanudaron la actividad alrededor de Forrester como cucarachas en una cocina en la que de repente se encendiera una luz.

—Tal vez tenga razón, padre. Pero no creo que sea muy respetuoso con su compañero muerto el verlos trabajar así.

Fowler levantó la mirada de su destornillador para lanzarle una mirada acusadora.

—No se lo reprocho. Tienen que apresurarse, mañana es sábado.

—Ah, sí. El
sabbath.
Los judíos no pueden ni encender una luz en cuanto se pone el sol el viernes. Menuda tontería.

—Al menos creen en algo. ¿En qué cree usted?

—Siempre he sido una persona práctica.

—Supongo que se refiere a descreída.

—Suponga que me refiero a práctica. Perder dos horas a la semana en un lugar atestado de incienso restaría a mi vida exactamente 343 días. No se ofenda, pero no me parece un buen trato. Ni siquiera por una supuesta eternidad.

El sacerdote rió entre dientes.

—¿Entonces ha creído en algo alguna vez?

—Creí en una relación.

—¿Qué pasó?

—La jodí. Podríamos decir que ella tuvo más fe que yo.

Fowler guardó silencio. La voz de Andrea había sonado un poco forzada, y la joven se dio cuenta de que el sacerdote sólo quería que se desahogara.

—Además, padre… no creo que la fe sea la única motivación de esta expedición. El Arca valdría mucho dinero.

—En el mundo hay aproximadamente 125.000 toneladas de oro. ¿Cree que alguien como el señor Kayn necesita perseguir justamente las trece o catorce que lleva el Arca?

—Estamos hablando de Forrester y sus atareados muchachos —repuso Andrea, a quien le encantaba discutir pero no que rebatiesen sus argumentos con tanta facilidad.

—Está bien. ¿Quiere una razón práctica? La fase de la negación. Su trabajo los anima a continuar.

—¿De qué demonios habla?

—De las fases del duelo de la doctora Kübler-Ross.

—Ah, ya. Negación, ira, depresión y todo ese rollo.

—Exacto. Pues todos están en la primera fase.

—Viendo gritar al doctor cualquiera diría que está en la segunda.

—Se sentirán mejor esta noche. El profesor Forrester dirigirá la
hesped,
la eulogia. Creo que será interesante escucharle decir algo bueno de alguien que no sea él mismo.

—¿Qué ocurrirá con el cuerpo, padre?

—Lo colocarán en una bolsa sellada y hermética y luego lo enterrarán provisionalmente.

Andrea se levantó de un salto y miró a Fowler, incrédula.

—Está de coña.

—Es la ley judía. Todo fallecido debe ser enterrado antes de 24 horas después de su muerte.

—Ya sabe a lo que me refiero. ¿No van a devolverle a su familia?

—Nada ni nadie sale del campamento, señorita Otero. ¿Recuerda?

Andrea guardó la cámara en la mochila y se encendió un cigarro.

—Esta gente está loca. Espero que esta puta exclusiva no acabe con todos nosotros.

—Siempre con su exclusiva, señorita Otero. No acabo de entender qué es lo que necesita usted tan desesperadamente.

—Fortuna y gloria. ¿Y qué hay de usted?

Fowler se levantó a su vez y estiró los brazos. Arqueó la columna hacia atrás y ésta soltó un par de crujidos bien audibles.

—Cumplo órdenes. Si el Arca es real, el Vaticano quiere saberlo para, en su caso, reconocerla como el objeto que contiene los Mandamientos de Dios.

Una explicación muy sencilla, muy inocente. Y absolutamente falsa, padre. Miente usted muy mal. Pero hagamos como que me lo creo.

—Tal vez —dijo Andrea al cabo de un momento—. Pero en ese caso, ¿por qué sus jefes no han mandado un historiador?

Fowler le enseñó en lo que había estado trabajando.

—Porque un historiador no podría hacer esto.

—¿Qué es? —dijo Andrea con interés. Aquello parecía un simple interruptor del que salían un par de cables.

—No podemos intentar de nuevo mi plan de ayer por la noche para contactar con Albert. Después del asesinato de Erling, estarán demasiado atentos. Así que esto es lo que vamos a hacer…

L
A
EXCAVACIÓN

Desierto de Al Mudawwara, Jordania

Viernes, 14 de julio de 2006. 15.42

Repítame una vez más por qué lo hago, padre.

Porque quiere saber la verdad, la verdad de lo que está pasando aquí, la verdad de por qué la han llamado a usted a hacer este trabajo cuando Kayn podría haber encontrado a mil periodistas mejores y más famosos sin salir de Nueva York.

La conversación seguía resonando en los oídos de Andrea. Aquella pregunta era la misma que una Tenue Vocecilla llevaba haciéndole en el fondo de su cabeza desde hacía muchos días. Había sido ahogada por la Filarmónica del Orgullo al completo, acompañados del señor Facturas de la Visa, barítono, y la señorita Fama a Cualquier Precio, soprano. Pero las palabras de Fowler le habían conferido a Tenue Vocecilla un puesto en el centro del escenario.

Andrea sacudió la cabeza, intentando concentrarse en lo que tenía que hacer. El plan era aprovechar el cambio de guardia, cuando de los hombres de Dekker sólo tres estaban fuera de la tienda, en sus puestos de vigía. El resto intentaba descansar un poco, echar una siesta o jugar a las cartas.

—Ahí intervendrá usted —le había dicho Fowler—. A mi señal, métase debajo de la tienda.

—¿Entre la madera y la arena? ¿Está loco?

—Hay espacio suficiente. Tendrá que reptar unos cincuenta centímetros hasta el cuadro eléctrico. El cable de color naranja es el empalme entre el generador y la tienda. Sáquelo rápido, conéctelo a este extremo de mi cable y el otro extremo a la conexión del cuadro eléctrico. Después apriete este botón a intervalos de quince segundos durante tres minutos. Luego se larga de allí.

—¿Qué se supone que ocurrirá?

—Nada demasiado tecnológico. Producirá una ligera caída de tensión en la corriente sin llegar a cortarla del todo. El escáner de frecuencias sólo se apagará dos veces. Una cuando usted empalme el cable. La segunda cuando lo retire.

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