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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

Cuentos completos (155 page)

BOOK: Cuentos completos
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Comprendí por qué MacGregor lo sostenía de un modo extraño: pesaba casi un kilo.

Lo miré, apretándolo en la palma, y MacGregor sonrió socarronamente.

—Tírelo —dijo.

Me quedé boquiabierto, así que el propio MacGregor me lo quitó de la mano y lo tiró.

Cayó con un ruido blando. No se rompió. No hubo un reventón de clara y yema. Sólo se quedó allí, clavado en el suelo.

Lo recogí. La blanca cáscara se había partido en el lugar del impacto. Algunos trozos se astillaron y lo que brillaba dentro era de un tono amarillo apagado.

Me temblaban las manos. Aunque apenas podía mover los dedos, quité parte del resto de la cáscara y miré aquello amarillo.

No tenía que realizar ningún análisis. El corazón me lo decía.

¡Me encontraba ante la mismísima Gallina!

¡La Gallina de los Huevos de Oro! El primer problema a resolver fue conseguir que MacGregor me diera el huevo de oro. Yo estaba casi histérico.

—Le entregaré un recibo. Le garantizaré el pago. Haré todo lo que sea razonable.

—No quiero que el Gobierno meta las narices —protestó tercamente.

Pero yo era el doble de terco y, finalmente, le firmé un recibo y él me acompañó hasta el coche y se quedó en la carretera, siguiéndome con la vista mientras yo me alejaba.

El jefe de mi sección del Ministerio de Agricultura se llama Louis P. Bronstein. Nos llevamos bien y pensé que podría explicarle la situación sin que me pusiera bajo observación psiquiátrica. Aun así, no corrí riesgos. Tenía el huevo conmigo y cuando llegué a la parte peliaguda lo puse sobre el escritorio.

—Es un metal amarillo y pudiera ser bronce, sólo que es inerte ante el ácido nítrico concentrado.

—Es un fraude —dijo Bronstein—. Tiene que serlo.

—¿Un fraude que utiliza oro de verdad? Recuerda que cuando lo vi por primera vez estaba totalmente cubierto por una cáscara de huevo auténtica e intacta. Ha sido fácil analizar un fragmento de la cáscara. Carbonato de calcio.

El Proyecto Gallina se puso en marcha. Era el 20 de julio de 1955.

Yo fui el investigador responsable desde el principio y permanecí a cargo de la investigación durante todo el proyecto, aunque el asunto pronto me sobrepasó.

Comenzamos con ese huevo El promedio de su radio era de 35 milímetros (eje mayor, 72 milímetros; eje menor, 68 milímetros). La cápsula de oro tenía 2,45 milímetros de grosor. A1 estudiar otros huevos después, descubrimos que este valor era bastante alto. El grosor medio resultó ser de 2,1 milímetros.

Por dentro era un huevo. Parecía un huevo y olía como un huevo.

Se analizaron las partes alícuotas y los componentes orgánicos eran bastante normales. La clara era albúmina en un 9,7%. La yema tenía el complemento normal de vitelina, colesterol, fosfolípido y carotenoide. Carecíamos de material suficiente para analizar otros componentes, pero luego, al disponer de más huevos, lo hicimos y no apareció nada anormal en cuanto al contenido de vitaminas, coenzimas, nucleótídos, grupos de sulfhidrilo, etcétera, etcétera.

Descubrimos una importante anomalía en lo concerniente a la conducta del huevo ante el calor. Una pequeña parte de la yema se calentaba, «endureciéndose» de inmediato. Le dimos una porción del huevo hervido a un ratón. Se la comió y sobrevivió.

Yo mordisqueé otro trozo. Una cantidad pequeña, por supuesto, pero me causó náuseas. Puramente psicosomático, sin duda.

Boris W. Finley, del Departamento de Bioquímica de la Universidad de Temple —un asesor del departamento—,supervisó estos análisis. Dijo, refiriéndose al endurecimiento por hervor:

—La facilidad con que se desnaturalizan térmicamente las proteínas del huevo indica una desnaturalización parcial inicial, y teniendo en cuenta la estructura del huevo se trata de una contaminación por metal pesado.

Así que analizamos una parte de la yema en busca de componentes inorgánicos y descubrimos que poseía una elevada proporción de ion de cloraraurato, un ion de carga simple y que contiene un átomo de oro y cuatro de cloro, cuyo símbolo es AuC14—. (El símbolo «Au» para el oro viene de la palabra latina «aurum».) Cuando digo que había una elevada proporción de ion de cloraraurato, me refiero a que había 3,2 partes sobre mil; es decir, un 0,32%. Eso es lo suficientemente alto como para formar complejos insolubles de una «proteína de oro» que se coagularía fácilmente.

—Es evidente que no se puede empollar este huevo —señaló Finley—, ni ningún huevo similar. Está envenenado por metal pesado. Tal vez el oro sea más atractivo que el plomo, pero es igual de venenoso para las proteínas.

Asentí sombríamente.

—Al menos, también está a salvo del deterioro.

—En efecto. Ningún parásito que se precie viviría en esta espesura cloraurífera.

Llegó el definitivo análisis espectrográfico del oro: prácticamente puro. La única impureza detectable era el hierro, en un 0,23% del total. El contenido ferroso de la yema también era el doble del normal. Por el momento, sin embargo, olvidamos el tema del hierro.

Una semana después del inicio del Proyecto Gallina se envió una expedición a Tejas. Fueron cinco bioquímicos (aún poníamos el énfasis en la bioquímíca, como se ve), junto con tres camiones repletos de equipo y un escuadrón del Ejército. Yo también fui, desde luego.

En cuanto llegamos, aislamos la granja de MacGregor.

Fue una idea afortunada que tomáramos medidas de seguridad desde el principio. El razonamiento era erróneo, pero los resultados fueron buenos.

El Ministerio quería que el Proyecto Gallina se mantuviera en secreto porque aún flotaba la sospecha de que podía ser un fraude, y no queríamos arriesgarnos a quedar en ridículo. Y si no era un fraude no podíamos exponernos al acoso de los reporteros, que inevitablemente vendrían a husmear buscando un artículo sobre los huevos de oro.

Las implicaciones del asunto sólo se aclararon después del comienzo del Proyecto Gallina y de nuestra llegada a la granja de MacGregor.

Naturalmente, a MacGregor no le gustó verse rodeado de hombres y de equipo. No le gustó que le dijeran que la Gallina era propiedad del Gobierno. No le gustó que le confiscaran los huevos.

No le gustó, pero lo aceptó, si se puede hablar de aceptación cuando alguien debe negociar mientras le instalan una ametralladora en el establo y diez hombres con bayoneta calada desfilan frente a su casa.

Recibió una compensación, por supuesto; ¿qué significa el dinero para el Gobierno?

A la Gallina tampoco le gustaron ciertas cosas. Que le extrajeran muestras de sangre, por ejemplo. No nos atrevíamos a anestesiarla por miedo a alterarle el metabolismo, y se necesitaron dos hombres para sujetarla. ¿Alguna vez han intentado ustedes sujetar a una gallina furiosa?

La Gallina quedó bajo vigilancia las veinticuatro horas del día, con amenaza de consejo de guerra sumarísimo para cualquier persona que dejara que algo le ocurriese. Si alguno de esos soldados lee esta historia, quizá llegue a entrever qué sucedía. En tal caso, tendrá la sensatez de cerrar el pico si sabe lo que le conviene.

La sangre de la Gallina se sometió a todos los análisis concebibles.

Tenía dos partes de cien mil (0,002%) de ion de cloraurato. La sangre tomada de la vena hepática era más rica que el resto, casi cuatro partes de cien mil.

—El hígado —gruñó Finley.

Tomamos radiografías. En el negativo, el hígado era una confusa masa de color gris claro, más claro que las vísceras cercanas, porque detenía más rayos X, puesto que contenía más oro. Los vasos sanguíneos eran más claros que el hígado, y los ovarios eran puro blanco. Ningún rayo X atravesó los ovarios.

Tenía sentido, y en uno de los primeros informes Finley lo expuso con la mayor franqueza posible. En una parte del informe se decía:

«El ion de cloraurato es vertido por el hígado en la corriente sanguínea. Los ovarios actúan como una trampa para el ion, que allí es reducido a oro metálico y depositado como una cáscara en torno del huevo en desarrollo. Las concentraciones relativamente altas del ion de cloraurato no reducido penetran en el contenido del huevo en desarrollo.

»Hay pocas dudas de que este proceso permite a la Gallina liberarse de los átomos de oro que, de continuar acumulándose, la envenenarían. La excreción mediante cáscaras de huevo puede ser nueva en el reino animal, tal vez única, pero es innegable que mantiene viva a la Gallina.

»Lamentablemente, sin embargo, el ovario se emponzoña tanto que se ponen pocos huevos, probablemente sólo los necesarios para liberarse del oro acumulado, y esos pocos huevos son imposibles de empollar.»

Esto fue lo que explicó por escrito, pero a los demás nos dijo:

—Eso nos plantea una pregunta embarazosa.

Yo sabía cuál era. Todos lo sabíamos.

¿De dónde venía el oro?

No hubo respuesta por un tiempo, a excepción de algunas pruebas negativas. No se encontró oro perceptible en lo que comía la Gallina ni ésta había engullido ningún guijarro que contuviera oro. No existían rastros de oro en el suelo de la zona y no hallamos nada al examinar la casa y el terreno. No había monedas de oro ni alhajas de oro ni láminas de oro ni relojes de oro ni ninguna otra cosa de oro. Nadie en la granja tenía siquiera empastes de oro en la dentadura.

Estaba la sortija de bodas de la señora MacGregor, desde luego, pero sólo había tenido una en toda su vida y la llevaba puesta.

Entonces, ¿de dónde venía el oro?

Los primeros indicios de la respuesta aparecieron el 16 de agosto de 1955.

Albert Nevis, de Purdue, estaba metiéndole tubos gástricos a la Gallina (otro procedimiento al cual ella se oponía enérgicamente) con la idea de analizar el contenido de su tubo digestivo. Era una de nuestras búsquedas rutinarias de oro exógeno.

Encontramos oro, pero sólo vestigios, y había buenas razones para suponer que esos vestigios habían acompañado a las secreciones digestivas y, por ende, eran de origen endógeno; es decir, interno.

Sin embargo, apareció algo más. Mejor dicho, la carencia de algo.

Yo estaba allí cuando Nevis entró en el despacho que Finley tenía en la estructura prefabricada que habíamos levantado de la noche a la mañana cerca del corral.

—La Gallina tiene poco pigmento biliar —nos informó Nevis—. El contenido del duodeno no muestra casi nada.

Finley frunció el ceño.

—Tal vez la función hepática esté bloqueado a causa de la concentración áurea. Puede que no esté secretando bilis.

—Sí está secretando bilis —replicó Nevis—. Hay ácidos biliares en cantidad normal, o casi normal. Sólo faltan los pigmentos biliares. He realizado un análisis fecal para confirmarlo. No hay pigmentos biliares.

Quiero explicar algo. Los ácidos biliares son esteroides que el hígado vierte en la bilis y que llegan por esa vía al extremo superior del intestino delgado. Estos ácidos biliares son moléculas similares al detergente, que ayudan a emulsionar la grasa de nuestra dieta —o de la dieta de la Gallina— y la distribuyen en forma de pequeñas burbujas en el contenido acuoso del intestino. Esta distribución u homogeneización facilita la digestión de las grasas.

Los pigmentos biliares —la sustancia que le faltaba a la Gallinason otra cosa. El hígado los genera a partir de la hemoglobina, esa proteína sanguínea roja y portadora de oxígeno. La hemoglobina consumida se descompone en el hígado, y el hemo es separado. El hemo está compuesto por una molécula cuadrangular llamada porfirina, con un átomo de hierro en el centro. El hígado extrae el hierro y lo almacena para un uso futuro; luego, descompone la molécula cuadrangular que queda. Esta porfirina descompuesta es pigmento biliar. Tiene un color pardusco o verdusco —según los nuevos cambios químicos— y se vierte en la bilis.

Los pigmentos biliares no son útiles para el cuerpo. Se vierten en la bilis como productos de desecho. Atraviesan los intestinos y se expulsan con las heces. Más aún, son los responsables del color de las heces.

A Finley le destellaron los ojos.

—Parece ser que el catabolismo de la porfirina no sigue el curso normal en el hígado —dijo Nevis—. ¿No les parece?

Claro que nos parecía.

Después de eso reinó un gran entusiasmo. Por primera vez descubríamos en la Gallina una anomalía metabólica que no estaba directamente relacionada con el oro.

Hicimos una biopsia del hígado (es decir, le sacamos a la Gallina un trozo cilíndrico de hígado). La Gallina sintió dolor, pero no sufrió daño. También tomamos más muestras de sangre.

Aislamos la hemoglobina de la sangre y pequeñas cantidades de los citocromos de las muestras de hígado. (Los citocromos son enzimas oxidizantes y que también contienen hemo.) Separamos el hemo y, en una solución de ácido, una parte se condensó en una forma de sustancia anaranjada y brillante. El 2 de agosto de 1955 teníamos cinco microgramos del compuesto.

El compuesto anaranjado era similar al hemo, pero no era hemo. El hierro del hemo puede estar en la forma de un ion ferroso doblemente cargado (Fe + + ), o de un ion férrico triplemente cargado (Fe + + + ), en cuyo caso el compuesto se llama hematina. (A propósito ferroso y férrico vienen de la palabra latina «ferrum».)

El compuesto anaranjado que habíamos separado del hemo tenía la parte de porfirina de la molécula, pero el metal del centro era oro; para ser más específico, un ion áurico triplemente cargado (Au+ +). Llamamos a este compuesto «aurem», que es simplemente una abreviatura de «hemo áurico».

Nunca se había descubierto un compuesto orgánico natural que contuviera oro. El aurem fue el primero, y normalmente sería noticia de primera plana en el mundo de la bioquímica. Pero ahora no era nada, nada en comparación con los nuevos horizontes que abría su mera existencia.

Al parecer, el hígado no descomponía el hemo en pigmento biliar; en cambio, lo convertía en aurem: reemplazaba el hierro por oro. El aurem, en equilibrio con el ion de clourato, entraba en la corriente sanguínea y era llevado a los ovarios, donde un mecanismo aún no identificado separaba el oro y eliminaba la porfirina de la molécula.

Los nuevos análisis mostraron que el 29% del oro de la sangre de la Gallina se introducía en el plasma en forma de ion de cloraurato; el 71% restante era transportado en corpúsculos de sangre roja en forma de «aureomoglobina». Se hizo un intento de introducir en la Gallina rastros de oro radiactivo, para detectar radiactividad en el plasma y en los corpúsculos y ver cómo los ovarios manejaban las moléculas de aureomoglobina. Nos parecía que la aureomoglobina se debía eliminar más despacio que el ion de cloraurato disuelto en el plasma.

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