Cuentos completos (166 page)

Read Cuentos completos Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
5.79Mb size Format: txt, pdf, ePub

Mientras subían al segundo piso por la rampa de potencia, Brandon comentó:

—He pensado en instalar un terminal Multivac para los niños. Las tareas escolares y todo eso, ya sabéis. Pero no quiero que se convierta en una especie de sostén caro y vistoso. ¿Cómo te las apañas tú, Warren?

—Primero me enseñan las preguntas —respondió Moore—. Si yo no las apruebo, Multivac no las ve.

El terminal de Multivac era en efecto una especie de máquina de escribir.

Moore fijó las coordenadas que abrían su sector de la red de circuitos planetarios.

—Ahora, escuchad un momento. Quiero dejar constancia de que me opongo a esto y sólo os sigo el juego porque es el aniversario y porque soy tan bobo como para sentir curiosidad. ¿Cómo expreso la pregunta?

Brandon dijo:

—Pregunta esto: ¿Sigue Seguros Transespaciales buscando restos del Reina de Plata en las cercanías de Vesta? Eso únicamente requiere un sí o un no.

Moore se encogió de hombros y tecleó, mientras Shea observaba con admiración reverente.

—¿Cómo responde? —preguntó—. ¿Habla?

Moore sonrió.

—Oh, no, no puedo gastar tanto dinero. Este modelo imprime la respuesta en un papel que sale por esa ranura.

Mientras hablaba, salió una tira de papel. Moore lo cogió y le echó un vistazo.

—Vamos a ver. Multivac dice que sí.

—¡Ja! —exclamó Brandon—. Te lo dije. Ahora pregunta por qué.

—Es una tontería. Es evidente que esa pregunta atenta contra la intimidad. Sólo sale un papel amarillo que te pide que especifiques tus razones.

—Pregunta y averígualo. La búsqueda de los fragmentos no es secreta. Tal vez la razón tampoco lo sea.

Moore se encogió de hombros. Tecleó: «¿Por qué Seguros Transespaciales está llevando a cabo este proyecto de búsqueda de fragmentos del Reina de Plata que se mencionó en la pregunta anterior?»

Un papel amarillo salió casi de inmediato: «Especifique razones para solicitar información requerida.»

—De acuerdo —insistió Brandon, sin amilanarse—. Dile que somos los tres supervivientes y que tenemos derecho a saberlo. Adelante. Díselo.

Moore lo tecleó con una frase neutra y surgió otro papel amarillo: «Razón insuficiente. Imposible dar respuesta.»

—No creo que tengan derecho a mantener eso en secreto —se obstinó Brandon.

—Eso depende de Multivac —replicó Moore—.Juzga las razones presentadas y decide si se ve afectada la ética de la intimidad. El Gobierno mismo no podría atentar contra esa ética sin una orden judicial, y los tribunales rara vez se pronuncian en contra de Multivac. ¿Qué piensas hacer?

Brandon se puso de pie y, según su costumbre, empezó a pasear por la habitación.

—De acuerdo. Entonces, deduzcámoslo por nuestra cuenta. Es algo tan importante como para justificar tanta molestia. Hemos convenido en que no intentan hallar pruebas de sabotaje, pues han pasado veinte años. Pero Transespaciales debe de estar buscando algo tan valioso que merece la pena. ¿Qué podría ser tan valioso?

—Mark, eres un soñador —comentó Moore.

Brandon no le prestó atención.

—No pueden ser alhajas, dinero ni títulos. No podría haber suficiente como para compensar el coste de la búsqueda. Ni siquiera aunque el Reina de Plata fuera de oro puro. ¿Qué podría ser más valioso?

—No puedes juzgar el valor, Mark. Una carta podría valer un céntimo como papel y, sin embargo, significar cien millones de dólares para una empresa, según lo que se dijera en la carta.

Brandon asintió vigorosamente.

—Correcto. Documentos. Papeles valiosos. ¿Quién podría tener papeles que valieran miles de millones en ese viaje?

—¿Cómo saberlo?

—¿Qué me decís del profesor Horace Quentin? ¿Qué opinas, Warren? La gente lo recuerda porque era importante. ¿Qué pasa con los papeles que quizá llevaba consigo? Detalles de un nuevo descubrimiento, tal vez. Demonios, si al menos lo hubiera visto durante la travesía, tal vez me hubiera dicho algo mientras charlábamos. ¿Alguna vez lo viste tú, Warren?

—Que yo recuerde, no. A1 menos no hablé con él. Así que una charla queda descartada en mi caso. Aunque quizá me haya cruzado con él sin saberlo.

—No, no creo —intervino Shea, repentinamente pensativo—. Creo recordar algo. Había un pasajero que jamás abandonaba su cabina. El camarero lo comentaba. Ni siquiera salía a comer.

—¿Quentin? —preguntó Brandon, dejando de caminar para mirar ávidamente al veterano del espacio.

—Tal vez, Brandon. Quizá fuera él. No recuerdo que nadie dijese que lo era. No me acuerdo. Pero debía de ser un tipo importante, porque en una nave espacial nadie se preocupa de llevar la comida a una cabina a menos que el pasajero sea alguien importante.

—Y Quentin era el tipo más importante a bordo —señaló Brandon, con satisfacción—. Así que llevaba algo en la cabina. Algo muy valioso. Algo que tenía oculto.

—Tal vez sufría de mareo espacial —objetó Moore—, sólo que…

Frunció el ceño y guardó silencio.

—Adelante —le urgió Brandon—. ¿También recuerdas algo?

—Puede ser. Te he dicho que me senté junto al doctor Hester en esa última cena. Comentó que estaba deseando conocer al profesor Quenfin durante el viaje y que no había tenido suerte.

—¡Claro! —exclamó Brandon—. ¡Porque Quentin no salía de la cabina!

—Hester no dijo eso. Pero nos pusimos a hablar de Quentin. ¿Qué fue lo que dijo? —Moore se apoyó las manos en las sienes, como exprimiéndose para extraer un recuerdo de veinte años atrás—. No me acuerdo de las palabras exactas, pero comentó que Quentin era un histrión, un esclavo del melodrama o algo parecido, y que se dirigían a una conferencia científica a Ganimedes y Quentin ni siquiera había anunciado el título de su ponencia.

—Todo encaja —dijo Brandon, echando a andar nuevamente—. Había hecho un gran descubrimiento y lo mantenía en secreto porque pensaba revelarlo en la conferencia de Ganímedes con un gran efecto teatral. No salía de la cabina porque temía que Hester quisiera sonsacarle algo, y lo hubiera hecho, sin duda. Y entonces la nave chocó contra esa roca y Quentin murió. Seguros Transespaciales investigó, oyó rumores sobre el descubrimiento y pensó que si lograba controlarlo recobraría sus pérdidas y mucho más. Así que se apropió de la nave y desde entonces están buscando los papeles de Quentin entre los restos.

Moore sonrió afectuosamente.

—Mark, es una hermosa fábula. Disfruto esta velada con sólo ver cómo inventas tanto a partir de nada.

—A partir de nada, ¿eh? Vamos a preguntarle de nuevo a Multivac. Este mes te pagaré la cuenta.

—No te preocupes, no hace falta. Pero, si no te molesta, subiré la botella de Jabra. Necesito un sorbo más para alcanzarte.

—También yo —se apuntó Shea.

Brandon se sentó ante la máquina de escribir. Los dedos le temblaban de ansiedad cuando tecleó: «¿Cuál era la índole de las últimas investigaciones del profesor Horace Quentin?»

Moore había regresado con la botella y unos vasos cuando salió la respuesta; esa vez, en papel blanco. Era una respuesta larga y en letra pequeña, y enumeraba artículos científicos publicados en revistas de veinte años atrás.

Moore le echó una ojeada.

—No soy físico, pero parece que estaba interesado en la óptica.

Brandon sacudió la cabeza con impaciencia.

—Pero todo eso está publicado. Queremos algo que aún no hubiera publicado.

—Nunca averiguaremos nada sobre eso.

—La compañía de seguros lo averiguó.

—Ésa es sólo tu teoría.

Brandon se acariciaba la barbilla con mano trémula.

—Déjame hacerle una pregunta más a Multivac.

Se sentó de nuevo y tecleó: «Quiero el nombre y el número de tubo de los colegas aún vivos del profesor Horace Quentin, los que se contaban entre sus allegados en la universidad donde él enseñaba.»

—¿Cómo sabes que enseñaba en una universidad? —preguntó Moore.

—Si no es así, Multivac nos lo dirá.

Salió un papel. Sólo contenía un nombre.

—¿Piensas llamar a ese hombre? —preguntó Moore.

—Claro que sí. Otis Fitzsimmons, con un número de tubo de Detroit. Warren, ¿puedo…?

—Adelante. Sigue siendo parte del juego.

Brandon marcó la combinación en el teclado del tubo de Moore. Respondió una voz femenina. Brandon preguntó por el profesor Fitzsimmons y hubo una breve pausa. Luego, contestó una voz vieja y chillona:

—Profesor Fitzsimmons —dijo Brandon—, represento a Seguros Transespaciales en el tema del difunto profesor Horace Quentin…

—Por amor de Dios, Mark —susurró Moore, pero Brandon lo contuvo con un gesto perentorio.

Hubo una pausa tan larga como si hubiera un fallo en las comunicaciones, pero finalmente la vieja voz respondió:

—¿Otra vez? ¿Después de tantos años?

Brandon chascó los dedos en un incontenible gesto de triunfo, pero conservó el aplomo.

—Seguimos intentando averiguar, profesor, si usted recuerda nuevos detalles sobre algo que el profesor Quentín llevara consigo en ese último viaje y se relacionara con su último descubrimiento inédito.

—Demonios —fue la enfadada respuesta—, ya le he dicho que no lo sé. No quiero que me molesten más con ese asunto. No sé si había algo. El hizo insinuaciones, pero siempre las hacía sobre un artilugio u otro.

—¿Qué artilugio, profesor?

—Le digo que no lo sé. Una vez usó un nombre y se lo dije a ustedes. No creo que tenga importancia.

—Ese nombre no figura en nuestra documentación, profesor.

—Bien, pues debería. ¿Cómo era? Ah, sí. Un opticón.

—¿Con ka?

—Con ce o con ka. No lo sé ni me importa. Por favor, no quiero que vuelvan a molestarme por esto. Adiós.

Seguía refunfuñando cuando la línea se perdió.

Brandon estaba complacido.

—Mark —lo reprendió Moore—, eso es lo más estúpido que has podido hacer. Es ilegal usar una identidad fraudulenta en el tubo. Si él quiere crearte problemas…

—¿Por qué iba a hacerlo? Ya lo ha olvidado. ¿No lo entiendes, Warren? Transespaciales ha preguntado por lo mismo. Él insistía en que ya lo había explicado antes.

—De acuerdo. Pero eso ya lo suponías. ¿Qué más sabes ahora?

—También sabemos que el artilugio de Quentin se llamaba opticón.

—Fitzsimmons no parecía muy seguro. De todos modos, como ya sabemos que hacia el final se especializaba en óptica, un nombre como opticón no significa un gran adelanto.

—Y Seguros Transespaciales está buscando el opticón o unos papeles relacionados con él. Tal vez Quentin se guardaba los detalles y sólo tenía un modelo del instrumento. Shea nos ha contado que estaban recogiendo objetos de metal, ¿verdad?

—Había mucho metal en esa pila —asintió Shea.

—Lo dejarían en el espacio si estuvieran buscando papeles, así que de eso se trata, de un instrumento que quizá se llame opticón.

—Aunque todas tus teorías sean correctas, Mark, y estemos buscando un opticón, esa búsqueda es absolutamente inútil —afirmó Moore—. Dudo que más del diez por ciento de los restos permanezcan en la órbita de Vesta. La velocidad de fuga de Vesta es prácticamente inexistente. Sólo un impulso fortuito en una dirección fortuita y a una velocidad fortuita puso en órbita nuestro sector de la nave. E1 resto desapareció, se esparció por todo el sistema solar en todas las órbitas concebibles en torno del Sol.

—Ellos han recogido fragmentos.

—Sí, el diez por ciento que logró ponerse en la órbita de Vesta. Eso es todo.

Brandon no se daba por vencido.

—Supongamos que estaba allí y no lo encontraron. Alguien pudo habérseles adelantado.

Mike Shea se echó a reír.

—Nosotros estuvimos allí, pero, desde luego, sólo escapamos con el pellejo encima, y dimos gracias por ello. ¿Quién más?

—Correcto, y si alguien más lo encontró, ¿por qué lo mantiene en secreto?

—Tal vez no sabe qué es.

—¿Entonces cómo…? —Moore se interrumpió y se volvió hacia Shea—. ¿Qué has dicho?

Shea se quedó desconcertado.

—¿Quién, yo?

—Has dicho que nosotros estuvimos allí. —Moore entrecerró los ojos. Sacudió la cabeza como para despejarla y susurró—: ¡Gran galaxia!

—¿Qué ocurre? —preguntó Brandon—. ¿Qué pasa, Warren?

—No estoy seguro. Estás volviéndome loco con tus teorías. Tan loco que empiezo a tomarlas en serio. ¿Sabes que sí nos llevamos algunas cosas con nosotros? Además de la ropa y las pertenencias personales. Al menos, yo me llevé algo.

—¿Qué?

—Fue cuando me abría paso por el casco de la nave en ruinas… ¡Santo espacio, es como si estuviera allí, lo veo con tanta claridad…! Cogí algunos objetos y los guardé en el bolsillo de mi traje espacial. No sé por qué. No las tenía todas conmigo y lo hice sin pensar. Y, bueno, me quedé con ellos, como recuerdo. Los traje a la Tierra.

—¿Dónde están?

—No lo sé. Nos hemos mudado varias veces, ya lo sabes.

—No los habrás tirado, ¿verdad?

—No, pero cuando te trasladas de casa se extravían cosas.

—Si no las tiraste, deben de estar en alguna parte de esta casa.

—Si no se han perdido. Juro que no recuerdo haberlas visto en quince años.

—¿Qué cosas eran?

—Una pluma estilográfica, que yo recuerde; una verdadera antigüedad, de las que llevaban un cartucho con tinta. Pero lo que me tiene desconcertado es que el otro objeto era unos prismáticos de no más de quince centímetros de longitud. ¿Entendéis a qué me refiero? ¡Unos prismáticos!

—¡Un opticón! —exclamó Brandon—. ¡Claro!

—Es sólo una coincidencia —agregó Moore, tratando de recobrar la cordura—. Sólo una extraña coincidencia.

Pero Brandon no lo creía así.

—¡Claro que no es una coincidencia! Transespaciales no pudo hallar el opticón entre los restos de la nave ni en el espacio porque lo tenías tú.

—Estás chiflado.

—Vamos, tenemos que encontrar esa cosa.

Moore resopló.

—Bien, miraré, si eso es lo que quieres, pero dudo que lo encuentre. Empezaremos por el desván. Es el lugar más lógico.

Shea se rió entre dientes.

—El lugar más lógico suele ser el menos indicado para buscar.

Pero todos enfilaron hacia la rampa de potencia y subieron un piso más.

El desván olía a moho y a desuso. Moore puso en marcha el condensatrón.

—Hace dos años que no condensamos el polvo. Eso os muestra que no vengo con frecuencia. Bien, veamos… De estar en alguna parte, sería en mi colección de soltero. Me refiero a los cachivaches que reunía antes de casarme. Podemos empezar por aquí.

Other books

The Guild of Fallen Clowns by Francis Xavier
La profecía 2013 by Francesc Miralles
Beginnings and Ends (Short Story) by Brockmann, Suzanne
Words Like Coins by Hobb, Robin
A Ghost Tale for Christmas Time by Mary Pope Osborne
Close Enough to Kill by Beverly Barton
Underestimated Too by Woodruff, Jettie