Cuentos completos (81 page)

Read Cuentos completos Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
9.83Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Confieso que casi me reí de él. Tal vez fue por eso por lo que no compareció a la última cita que habíamos concertado. Casi al final de la última entrevista me preguntó, con el máximo interés imaginable, si no me parecía peculiar que una improbable especie, como es el hombre, dominara la Tierra cuando lo único que tenía en su favor era la inteligencia. Ahí me eché a reír. Tal vez no hubiera debido hacerlo, pobre hombre.

—Fue una reacción natural —le tranquilizó Blaustein—, pero no debo abusar más de su tiempo. Me ha ayudado mucho.

Se estrecharon la mano y Thaddeus Milton se despidió

—Bueno —dijo Darrity—, aquí tiene las cifras recientes de suicidios entre el personal científico. ¿Saca alguna deducción?

—Es a usted a quien debería preguntárselo. El FBI debe haber investigado a fondo.

—Puede apostar el presupuesto nacional a que sí. Son suicidios, sin la menor duda. Ha habido gente comprobándolo en otro departamento. El número está cuatro veces por encima de lo normal, teniendo en cuenta edad, condición social, situación económica.

—¿Qué hay con los científicos británicos?

—Más o menos lo mismo.

—¿Y en la Unión Soviética?

—¡Quién sabe! —El investigador se inclinó hacia delante—. Doctor, no creerá usted que los soviéticos tienen una especie de rayo que hace suicidarse a la gente, ¿verdad? Se sospecha en cierto modo que los únicos afectados son los hombres dedicados a la investigación atómica.

—¿De verdad? Puede que no. Los físicos nucleares sufren tal vez tensiones especiales. Es difícil decirlo sin hacer un estudio a fondo.

—¿Quiere decir que tienen complejos? —preguntó Darrity con suspicacia.

Blaustein hizo una mueca.

—La Psiquiatría se está volviendo demasiado popular. Todo el mundo habla de complejos y neurosis, de psicosis y coacciones y sabe Dios qué. El complejo de culpabilidad de un hombre es el sueño plácido de otro hombre. Si pudiera hablar con cada uno de los que se han suicidado, a lo mejor comprendería algo.

—¿Ha hablado con Ralson?

—Sí, he hablado con Ralson.

—¿Tiene algún complejo de culpabilidad?

—No. Tiene antecedentes de los que no me sorprendería que obtuviera una morbosa angustia mortal. Cuando tenía doce años, vio morir a su madre bajo las ruedas de un coche. Su padre murió de cáncer. Sin embargo, no está claro el efecto de ambas vivencias en su problema actual.

Darrity recogió su sombrero.

—Bueno, doctor, le deseo éxito. Hay algo gordo en el aire, algo mucho mayor que la bomba H. No sé cómo puede haber algo mayor que eso, pero lo hay.

Ralson insistió en seguir de pie.

—He tenido una mala noche, doctor.

—Sólo confío —repuso Blaustein— en que estas conversaciones no le perturben.

—A lo mejor, sí. Me hace pensar otra vez en el tema. Y cuando lo hago, todo se pone mal. ¿Qué le haría sentirse parte de un cultivo bacteriológico, doctor?

—Nunca se me ha ocurrido pensarlo. Puede que a una bacteria le parezca normal.

Ralson ni le oyó, prosiguió hablando despacio:

—Un cultivo en el que se estudia la inteligencia. Estudiamos todo tipo de cosas, siempre y cuando se trate de sus relaciones genéticas. Cazamos las moscas de la fruta y cruzamos ojos rojos con ojos blancos para ver lo que pasa. Nos tienen sin cuidado los ojos rojos y los ojos blancos, pero tratamos de sacar de ellos ciertos principios genéticos básicos. ¿Sabe a lo que me refiero?

—Claro.

—Incluso, entre los humanos, podemos seguir varias características físicas. Tenemos los labios Habsburgo, y la hemofilia que empezó con la reina Victoria y se propagó en sus descendientes de las familias reales de España y Rusia. Podemos seguir la debilidad mental de los Jukeses y los Kallikaks. Se aprende en las clases de Biología del Instituto. Pero no se pueden criar seres humanos como se crían las moscas de la fruta. Los seres humanos viven demasiado. Se tardarían siglos en sacar conclusiones. Es una lástima que no tengamos una raza especial de hombres que se reproduzcan a intervalos semanales, ¿no le parece? —Esperó una respuesta, pero Blaustein sólo sonrió. Ralson siguió hablando—: Sólo que esto es exactamente lo que seríamos para otro grupo de seres cuya duración de vida fuera de mil años. Para ellos nos reproduciríamos con bastante rapidez. Seríamos criaturas de vida breve y podrían estudiar la genética de tales cosas como la aptitud musical, la inteligencia científica y demás. No porque les interesaran esas cosas en sí, como tampoco nos interesan a nosotros los ojos blancos de la mosca de la fruta.

—Éste es un razonamiento muy interesante —comentó Blaustein.

—No es un simple razonamiento. Es cierto. Para mí es obvio y me tiene sin cuidado lo que usted opine. Mire a su alrededor. Mire al planeta Tierra. ¿Qué clase de animales ridículos somos para ser los amos del mundo después de que los dinosaurios fracasaran? Claro que somos inteligentes, pero, ¿qué es la inteligencia? Pensamos que es importante porque la tenemos. Si los tiranosauros hubieran elegido la única cualidad que creían les iba a asegurar el dominio de las especies, seguro que habría sido tamaño y fuerza. Y lo hubieran hecho mejor. Duraron más de lo que duraremos nosotros.

»La inteligencia en si misma no es gran cosa en cuanto a valores de supervivencia se refiere. El elefante no sale muy bien parado comparado con el gorrión, aunque es mucho más inteligente. El perro funciona bien bajo la protección del hombre, pero no tan bien como la mosca contra la que se alzan todas las manos humanas. O tome a los primates como grupo. Los pequeños se achican frente al enemigo; los grandes han sido siempre poco afortunados, defendiéndose siempre lo justo. Los mandriles son los mejores, pero es gracias a sus colmillos, no a su inteligencia. —Una ligera capa de sudor cubría la frente de Ralson. Siguió—: Y uno puede ver que el hombre ha sido hecho a medida, fabricado cuidadosamente en beneficio de las cosas que nos estudian. El primate tiene, generalmente la vida corta. Naturalmente los mayores viven más aunque eso es una regla general de la vida animal. No obstante el ser humano tiene una duración de vida dos veces más larga que los grandes monos, considerablemente más larga incluso que la del gorila, que le dobla en peso. Nosotros maduramos más tarde. Es como si se nos hubiera creado minuciosamente para que viviéramos un poco más de modo que nuestro ciclo de vida pudiera tener una longitud más conveniente. —Se puso en pie de un salto y sacudió los puños por encima de su cabeza—. Un millar de años no es más que ayer…

Blaustein pulsó apresuradamente un timbre. Por un instante, Ralson forcejeó con el enfermero vestido de blanco que acababa de entrar, después permitió que se lo llevara. Blaustein le siguió con la mirada, meneó la cabeza y levantó el teléfono. Consiguió hablar con Darrity:

—Inspector, es preferible que sepa que esto nos va a llevar mucho tiempo.

Escuchó, movió la cabeza, y dijo:

—Lo sé. No minimizo la urgencia.

La voz que le llegaba por el receptor era lejana y dura:

—Doctor, es usted el que la minimiza. Le enviaré al doctor Grant. Él le explicará la situación.

El doctor Grant se interesó por el estado de Ralson. Luego, con gran pesar, preguntó si podía verle. Blaustein movió negativamente la cabeza. Grant insistió:

—Se me ha ordenado que le explique la situación actual de la investigación atómica.

—Para que lo entienda, ¿no?

—Eso espero. Es una medida desesperada. Tendré que recordarle que…

—Que no pronuncie ni una sola palabra. Sí, lo sé. Esta inseguridad por parte de su gente es un mal síntoma. Deberían saber que estas cosas no pueden ocultarse.

—Vivimos con el secreto. Es contagioso.

—Exactamente. Y ahora, ¿cuál es el secreto en curso?

—Hay…, o por lo menos puede haber una defensa contra la bomba atómica.

—¿Y es éste el secreto? Sería mejor que lo propagaran a gritos a todo el mundo y al instante.

—Por el amor de Dios, no. Escúcheme, doctor Blaustein. De momento sólo está en el papel. Está en el punto en que E es igual a MC al cuadrado o casi. Puede no ser práctico. Sería fatal despertar esperanzas que luego se vinieran abajo. Por el contrario, si se supiera que casi teníamos la defensa, podría despertarse el deseo de empezar y ganar una guerra antes de que la defensa estuviera completamente desarrollada.

—Esto no me lo creo. Pero le estoy distrayendo. ¿De qué naturaleza es esa defensa, o me ha dicho todo lo que puede decirme?

—No, puedo llegar hasta donde me parezca, siempre y cuando sea necesario para convencerle de que necesitamos a Ralson y… ¡pronto!

—Bien, pues cuénteme y así yo también conoceré los secretos. Me siento como un miembro del Gobierno.

—Sabrá más que la mayoría. Mire, doctor Blaustein, deje que se lo explique en términos vulgares. Hasta ahora los avances militares se consiguieron casi por igual tanto en las armas ofensivas como en las defensivas. En todas las guerras pasadas parecía haber una inclinación definida y permanente hacia lo ofensivo, y eso fue cuando se inventó la pólvora. Pero la defensa quiso participar. El hombre armado a caballo, de la Edad Media, se transformó en el tanque del hombre moderno, y el castillo de piedra se transformó en un búnker de cemento. Era lo mismo, lo que había cambiado era la cantidad, era la magnitud, ¡y en cuántos puntos!

—Está bien. Lo pone muy claro. Pero con la bomba atómica los puntos de magnitud aumentan, ¿verdad? Deben ir más allá del cemento y del acero para protegerse.

—En efecto. Sólo que no podemos limitarnos a hacer las paredes más gruesas. Se nos han terminado los materiales que eran suficientemente fuertes. Si el átomo ataca debemos dejar que el átomo nos defienda. Nos serviremos de la propia energía: un campo de energía.

—¿Y qué es un campo de energía? —preguntó ingenuamente Blaustein.

—Me gustaría poder explicárselo. En este momento no es más que una ecuación sobre el papel. Teóricamente la energía puede ser encauzada de tal forma que cree un muro de inercia inmaterial. En la práctica, no sabemos cómo hacerlo.

—Sería como un muro que no podrían atravesar ni siquiera los átomos, ¿no es eso?

—Ni siquiera las bombas atómicas. El único limite de su fuerza sería la cantidad de energía que pudiéramos volcar en él. Incluso podría ser impermeable a la radiación. Estamos hablando en teoría. Los rayos gamma rebotarían en él. En lo que hemos soñado es en una pantalla que estaría permanentemente colocada alrededor de las ciudades; a un mínimo de fuerza, sin casi utilizar la energía. Podría conectarse a un máximo de intensidad en una fracción de milisegundo, por el impacto de radiación de onda corta; digamos, la cantidad que irradiaría de una masa de plutonio lo bastante grande como para ser una cabeza atómica. Todo esto es teóricamente posible.

—¿Y para qué necesitan a Ralson?

—Porque él es el único que puede llevarlo a la práctica, si es que puede llevarse a la práctica lo bastante de prisa. En estos días, cada minuto cuenta. Ya sabe cuál es la situación internacional. La defensa atómica debe llegar antes que la guerra atómica.

—¿Por qué está tan seguro de Ralson?

—Estoy tan seguro de él como puedo estarlo de cualquier cosa. El hombre es asombroso, doctor Blaustein. Siempre acierta. Nadie se explica cómo lo consigue.

—Digamos intuición, ¿no? —El psiquiatra parecía turbado—. Posee un tipo de raciocinio que está más allá de la capacidad ordinaria humana. ¿Es eso?

—Confieso que ni pretendo saber lo que es.

—Entonces, déjeme que le hable otra vez. Le avisaré.

—Bien. —Grant se levantó para marcharse, luego, como si lo pensara mejor, añadió—: Podría decirle, doctor, que si usted no hace nada, la Comisión se propone quitarle al doctor Ralson de las manos.

—¿Y probar con otro psiquiatra? Si esto es lo que desean, por supuesto, no me cruzaré en su camino. No obstante, en mi opinión, no hay un solo médico que pretenda que existe una cura rápida.

—A lo mejor no intentamos seguir con el tratamiento psiquiátrico. Puede que, simplemente, le devuelvan al trabajo.

—Esto, doctor Grant, no lo permitiré. No sacarán nada de él. Será su muerte.

—De todos modos, así tampoco sacamos nada de él.

—Pero, de este modo existe una probabilidad, ¿no cree?

—Así lo espero. A propósito, por favor, no mencione que yo le he dicho que piensan llevarse a Ralson.

—No lo haré, y gracias por advertirme.

—La última vez me porté como un imbécil, ¿no es verdad, doctor? —preguntó Ralson ceñudo.

—¿Quiere decir que no cree lo que dijo entonces?

—¡Ya lo creo! —El cuerpo frágil de Ralson se estremeció con la intensidad de su afirmación. Corrió hacia la ventana y Blaustein giró en su sillón para no perderle de vista. Había rejas en la ventana. No podía saltar. El cristal era irrompible. Caía la tarde y las estrellas empezaban a aparecer. Ralson las contempló fascinado, después se volvió a Blaustein con el dedo en alto.

—Cada una de ellas es una incubadora. Mantienen la temperatura al grado deseado. Para experimentos diferentes, temperatura diferente. Y los planetas que las rodean son enormes cultivos que contienen distintas mezclas nutrientes y distintas formas de vida. Los investigadores también son parte económica, sean quienes sean o lo que sean. Han cultivado diferentes formas de vida en ese tubo de ensayo especial. Los dinosaurios en una época húmeda y tropical, nosotros en una época interglaciar. Enfocan el sol arriba y abajo, y nosotros tratando de averiguar la física que lo mueve. ¡Física! Descubrió los dientes en una mueca despectiva.

—Pero —objetó el doctor Blaustein— es imposible que el sol pueda enfocarse arriba y abajo a voluntad.

—¿Por qué no? Es como un elemento de calor en un horno. ¿Cree que las bacterias saben qué es lo que mueve el calor que llega a ellas? ¡Quién sabe! Puede que también ellas desarrollen sus teorías. Puede que tengan sus cosmogonías sobre catástrofes cósmicas en las que una serie de bombillas al estrellarse crean hileras de recipientes Petri. Puede que piensen que debe haber un creador bienhechor que les proporciona comida y calor y les dice: «¡Creced y multiplicaos!» Crecemos como ellas sin saber por qué. Obedecemos las llamadas leyes de la Naturaleza que son solamente nuestra interpretación de las incomprensibles fuerzas que se nos han impuesto.»Y ahora tienen entre sus manos el mayor experimento de todos los tiempos. Lleva en marcha doscientos años. En Inglaterra en el siglo XVIII, supongo, decidieron desarrollar una fuerza que probara la aptitud mecánica. Lo llamamos la Revolución Industrial. Empezó por el vapor, pasó a la electricidad, luego a los átomos. Fue un experimento interesante, pero se arriesgaron mucho al dejar que se extendiera. Por ello es por lo que tendrán que ser muy drásticos para ponerle fin.

Other books

Son of Destruction by Kit Reed
Providence by Noland, Karen
Every Little Piece by Kate Ashton
1963 - One Bright Summer Morning by James Hadley Chase