Cuentos completos (39 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
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El noviano preguntó entonces:

—¿Qué es todo esto? No alcanzo a comprenderlo.

—Tenga la absoluta seguridad que, sea lo que sea, se hace por propia iniciativa de este joven, Honorable —repuso Ingenescu—. Yo no tengo arte ni parte en esto. Me lavo las manos.

—Entonces, ¿por qué me presenta usted a este joven? ¿Qué tiene que ver con usted?

A esto Ingenescu repuso:

—Para mí es un simple objeto de estudio, Honorable. Tiene valor, y trato de complacerlo.

—¿Qué clase de valor?

—Es difícil decirlo. Un valor profesional.

El noviano lanzó una breve carcajada.

—Bien, a cada cual su profesión. —Hizo una seña con la cabeza a alguna persona o personas que se hallaban fuera del campo de visión—. Hay ahí un joven, un protegido de Ingenescu, o algo parecido, que quiere explicarnos cómo se puede educar sin cintas. —Chasqueó los dedos, y otra copa de licor transparente apareció en su mano—. Adelante, joven.

Habían ahora varias caras en la placa, caras de hombres y de mujeres, que se apiñaban para ver a George, luciendo diversas expresiones, que iban desde la sorna hasta la curiosidad.

George trató de mostrarse indiferente. Todos aquellos seres novianos y terrestres, se dedicaban a «estudiarlo» como si fuese un insecto clavado en un alfiler. Ingenescu fue a sentarse en un ángulo de la habitación y le miró con ojos de búho.

«Todos son unos estúpidos —se dijo George furioso—, del primero al último. Pero tendrán que comprenderlo. Haré que me comprendan.»

Dijo entonces en voz alta:

—Esta tarde yo también estuve en los Juegos Olímpicos de los Metalúrgicos.

—¿Tú también? —dijo el noviano, con sorna—. Por lo visto, toda la Tierra estaba allí reunida.

—Toda la Tierra no, Honorable, pero yo sí. Un amigo mío participaba en los Juegos, y le fue muy mal a causa que utilizan las máquinas Beeman. En su educación se habían incluido sólo las Henslers y al parecer de un modelo antiguo. Usted ha dicho que la modificación efectuada era insignificante. Y mi amigo sabía desde hacía algún tiempo que se requeriría el conocimiento de las máquinas Beeman.

—¿Adónde quieres ir a parar?

—Mi amigo había ambicionado toda su vida conseguir un destino en Novia. Conocía ya las Henslers, para clasificarse tenía que conocer también las Beeman, y él lo sabía. Aprender su funcionamiento le hubiera costado únicamente aprenderse unos cuantos detalles más, unos pocos datos, hacer tal vez algo de práctica. Espoleado por la ambición de toda su vida, tal vez hubiera podido conseguirlo…

—¿Y de dónde hubiera obtenido una cinta con los datos y cifras adicionales? ¿O acaso la educación se ha convertido en una cuestión de estudio privado en la Tierra?

Las caras apiñadas tras él prorrumpieron en carcajadas.

George repuso:

—Por eso precisamente no pudo aprender, Honorable. Él creía que para ello necesitaría una cinta. Ni siquiera se le ocurrió probar sin ella, aunque lo que estaba en juego era de una importancia capital para él. Se negó a probar sin una cinta.

—¿Conque se negó, eh? Probablemente, es de esa clase de personas que se niegan a volar sin avión. —Más risas; el noviano sonrió por fin, y dijo—: Este chico me hace gracia. Prosigue. Te concedo un momento más.

George, muy serio, observó:

—No es ninguna broma. En realidad, el sistema de las cintas es malo. Con las cintas se aprende demasiado, y sin el menor esfuerzo. Los que se acostumbran a aprender de esta manera ya no saben hacerlo de otra. Sólo saben lo que les han inculcado las cintas. Pero si a una persona no se le facilitasen cintas, sino que se le obligase a aprender por sí sola desde el primer momento, en ese caso adquiriría el hábito del estudio, y no le costaría seguir asimilando conocimientos. Me parece que esta idea no puede ser más razonable. Una vez haya conseguido desarrollar bien esa costumbre, no niego que pueda aprender algunas cosas mediante cintas, para llenar ciertas lagunas o fijar algunos detalles. Luego seguiría progresando solo. De esta manera, en Novia se podrían convertir a los Metalúrgicos que sólo conocen las máquinas Henslers en Metalúrgicos que conociesen además las Beeman, sin necesidad de ir a buscar nuevos modelos a la Tierra.

El noviano asintió y paladeó su bebida.

—¿Y de dónde sacaremos el conocimiento si prescindimos de las cintas? ¿Del vacío interestelar?

—De los libros. Del estudio de los propios instrumentos. Pensando. Haciendo uso de nuestro raciocinio.

—¿De los libros? ¿Y cómo se pueden entender los libros sin la educación?

—Los libros contienen palabras impresas. Las palabras pueden entenderse, en su mayor parte. En cuanto a los términos especializados, éstos pueden ser explicados por los técnicos que Novia ya posee en abundancia.

—¿Y qué opinas sobre la lectura? ¿Permitirías el uso de cintas de lectura?

—Las cintas de lectura me parecen muy bien, pero nada se opone a que los niños aprendan a leer según el sistema antiguo. Al menos en parte.

Dijo entonces el noviano:

—¿Para que así se adquieran buenos hábitos desde el comienzo?

—Eso mismo —dijo alegremente George.

Aquel hombre empezaba a comprender…

—¿Y qué me dices de las matemáticas?

—Ésta es la parte más fácil, señor…, Honorable. Las matemáticas difieren de las demás asignaturas técnicas. Comienzan con el enunciado de algunos principios muy sencillos, y proceden a pasos graduales. Se puede empezar desde cero y aprender. Su misma estructura lógica lo facilita. Y una vez se posea una base de matemáticas fundamentales, se tiene acceso a otros libros técnicos. Especialmente si se comienza con los fáciles.

—¿Es que hay libros fáciles?

—Desde luego que sí. Y aunque no los hubiese, los técnicos actualmente existentes podrían escribirlos… Libros de divulgación, manuales. Algunos de ellos serían capaces de presentar sus conocimientos en palabras y símbolos.

—Buen Dios —exclamó el noviano, dirigiéndose al grupo que le rodeaba—. Ese joven diablo tiene respuesta para todo.

—Sí, la tengo —gritó George, excitado—. Pregúnteme.

—¿Has intentado aprender tú mismo mediante libros? ¿O se trata sólo de una simple teoría?

George dirigió una rápida mirada a Ingenescu, pero el Historiador permanecía inmóvil. Su rostro sólo demostraba un benévolo interés.

—Sí, he estudiado con libros —replicó George.

—¿Y conseguiste algún resultado?

—Sí, Honorable —repuso George, animadamente—. Lléveme con usted a Novia. Estableceré un programa y dirigiré…

—Espera, tengo que hacerte algunas preguntas. ¿Cuánto tiempo tardarías, según tu opinión, en convertirte en un Metalúrgico capaz de manejar una máquina Beeman, suponiendo que empezases desde cero y no utilizases cintas educativas?

George vaciló.

—Pues… Tal vez algunos años.

—¿Dos años? ¿Cinco? ¿Diez?

—No sabría decírselo, Honorable.

—Ésta era una pregunta vital a la que, por lo que veo, eres incapaz de dar una respuesta adecuada. ¿Digamos cinco años? ¿Te parece prudente esa cifra?

—Sí… Creo que sí.

—Muy bien. Tenemos un técnico estudiando metalurgia según tu método durante cinco años. Durante ese tiempo, no nos reporta ninguna utilidad, tendrás que admitirlo, en cambio debemos mantenerlo, alojarlo y darle un sueldo durante esos años.

—Pero…

—Déjame terminar. Luego, cuando haya terminado de estudiar y ya pueda manejar la Beeman, habrán pasado cinco años. ¿Crees que para entonces todavía utilizaremos máquinas Beeman modificadas?

—Pero cuando llegue esa fecha, él ya dominará la técnica del estudio. Podrá aprender los nuevos detalles necesarios en cuestión de días.

—Eso es lo que tú dices. Sin embargo, vamos a suponer que ese amigo tuyo, por ejemplo, hubiese estudiado el uso de la Beeman por su cuenta y hubiese llegado a dominarlo. ¿Sería tan experto en él como un competidor que lo hubiese aprendido gracias a las cintas?

—Tal vez no, pero… —empezó a decir George.

—Ah —exclamó el noviano.

—Por favor, déjeme terminar. Aunque no dominase tan a fondo una materia, lo que aquí importa es su capacidad de aprender. Podría inventar nuevas cosas, hacer descubrimientos que ningún técnico salido de las cintas sería capaz de hacer. Novia tendría una reserva de pensadores originales…

—Durante todos tus estudios —le atajó el noviano—, ¿has descubierto algo original?

—No, pero yo sólo soy un ejemplo, y no he estudiado mucho tiempo…

—Ah, ya… Muy bien. ¿Se han divertido ya lo suficiente, señoras y caballeros?

—¡Espere! —gritó George, presa de un pánico repentino—. Le ruego que me conceda una entrevista personal. Hay cosas que no puedo explicar por el visifono. Ciertos detalles.

El noviano miró hacia más allá de George.

—¡Ingenescu! Me parece que ya le he hecho el favor que me pedía. Ahora le ruego que me disculpe, porque mañana tengo un horario muy apretado. ¡Adiós!

La pantalla se oscureció.

George tendió ambas manos hacia la pantalla, en un desesperado impulso por devolverle la vida. Al propio tiempo gritó:

—¡No me ha creído! ¡No me ha creído!

—No, George —le dijo Ingenescu—. ¿Acaso te figurabas que iban a creerte?

George apenas le oyó.

—¿Por qué no? ¡Si todo lo que he dicho es cierto! Ellos serían los primeros en beneficiarse. No existe el menor riesgo. Podrían empezar con unos cuantos hombres… La educación de algunos hombres, una docena por ejemplo, durante algunos años, les costaría menos que un solo técnico… ¡Estaba borracho! ¡Había bebido! No me comprendió. —George miró jadeante a su alrededor—. ¿Cómo podría verle? Tengo que verle. Esta entrevista ha sido un error. No hemos debido utilizar el visifono. Necesito tiempo. Hablar con él cara a cara. ¿Cómo podría…?

Ingenescu objetó:

—No querrá recibirte, George. Y aunque te recibiese, no te creería.

—Terminaría por creerme, se lo aseguro. Pero a condición que no hubiese bebido. Ese hombre… —George se volvió en redondo hacia el Historiador, abriendo desmesuradamente los ojos—. ¿Cómo sabe que me llamo George?

—¿No es así como te llamas? ¿George Platen?

—¿Me conoce?

—Perfectamente.

George se quedó sin habla, guardando una inmovilidad de estatua. Únicamente su pecho se movía, a impulsos de su fatigosa respiración.

Ingenescu prosiguió:

—Sólo quiero ayudarte, George. Ya te lo dije. Te he estado estudiando y deseo ayudarte.

George lanzó un chillido:

—¡No necesito ayuda! ¡No soy un débil mental! Los demás lo son, pero yo no.

Dio media vuelta y se precipitó como un loco hacia la puerta.

La abrió de par en par y dos policías que habían estado de guardia al otro lado se echaron sobre él y lo sujetaron firmemente.

A pesar que George se debatía como un diablo, sintió el aerosol hipodérmico junto a la articulación de la mandíbula, y eso fue todo. Lo último que recordó fue la cara de Ingenescu observándole con cariñosa solicitud.

George abrió los ojos para ver un techo blanco sobre él. Inmediatamente recordó lo sucedido. Lo recordaba con indiferencia, como si le hubiese ocurrido a otro. Se quedó mirando al techo hasta que su blancura le llenó los ojos y le lavó el cerebro, dejando lugar para nuevas ideas y nuevos pensamientos.

No supo cuánto tiempo permaneció así, escuchando sus propias divagaciones.

Una voz sonó en sus oídos.

—¿Estás despierto?

George oyó entonces por primera vez sus propios gemidos. ¿Había estado gimiendo? Trató de volver la cabeza. La voz le preguntó:

—¿Te duele algo, George?

—Tiene gracia —susurró George—. Con las ganas que tenía de dejar la Tierra… No lo entiendo.

—¿No sabes dónde estás?

—Estoy de nuevo en la… Residencia.

George consiguió volverse. Aquella voz pertenecía a Omani.

—Tiene gracia que no lo comprenda —insistió George.

Omani le dirigió una cariñosa sonrisa.

—Vamos, duérmete de nuevo…

George se durmió.

Cuando despertó de nuevo, tenía la mente completamente despejada.

Omani estaba sentado junto a la cabecera, leyendo, pero dejó el libro en cuanto George abrió los ojos.

El muchacho trató de sentarse. Luego dijo:

—Hola, Omani.

—¿Tienes hambre?

—Figúrate —repuso, mirándole con curiosidad—. Me siguieron cuando me escapé, ¿verdad?

Omani asintió.

—Te tuvieron en observación constantemente. Nos proponíamos dejarte llegar hasta Antonelli para que dieses salida a tu resentimiento acumulado. Nos parecía que ésa era la única manera de conseguir algo positivo. Tus emociones constituían una rémora para tu progreso.

Con cierto tono de embarazo, George observó:

—Me equivoqué medio a medio respecto a él.

—Eso ahora no importa. Cuando te detuviste para mirar el tablero informativo de los Metalúrgicos en el aeropuerto, uno de nuestros agentes nos comunicó la lista de nombres. Gracias a las numerosas conversaciones que había sostenido contigo, en el curso de las cuales me hiciste numerosas confidencias, comprendí lo que significaba para ti el nombre de Trevelyan en aquella lista. Pediste que te indicasen el modo de asistir a los Juegos Olímpicos; existía la posibilidad que eso provocase la crisis que tanto ansiábamos. Enviamos a Ladislas Ingenescu al vestíbulo, para que se hiciese el encontradizo contigo.

—Es una figura importante en el Gobierno, ¿verdad?

—Sí, en efecto.

—Y ustedes le encargaron esta misión. Eso me hace sentirme importante.

—Es que lo eres, George.

En aquel momento llegó un grueso bistec, esparciendo un delicioso aroma. George, hambriento, sonrió y apartó violentamente las sábanas, para sacar los brazos. Omani le ayudó a preparar la mesita sobre la cama. Durante unos instantes, George masticó a dos carrillos, observado por Omani.

De pronto, George dijo:

—Hace un momento, me desperté para quedarme dormido en seguida, ¿verdad?

—Sí, yo estaba aquí.

—Lo recuerdo. Verás, todo ha cambiado. Era como si ya estuviese demasiado cansado para sentir emociones. Tampoco sentía cólera ni enfado. Sólo podía pensar. Me sentía como si me hubiesen administrado alguna droga que hubiese hecho desaparecer de mí toda emoción.

—Pues no te dimos ninguna droga —observó Omani—. Sólo sedantes. Estabas descansado.

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