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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

Cuentos completos (77 page)

BOOK: Cuentos completos
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Estaba terriblemente interesado.

—Esta tarde estuve en la Academia de Medicina de Nueva York. Estuve leyendo ciertas cosas.

—Pero, ¿por qué? ¿Qué te empujó a hacerlo?

—En primer lugar, porque te vi tan interesado por la muerte por inhibición. Y el doctor Tholan hizo aquellos comentarios sobre la incidencia de los viajes interestelares, y que era mayor en el planeta más cercano a la Tierra. —Hizo una pausa.

—¿Y tus lecturas? —insistió Drake—. ¿Qué encontraste en tus lecturas, Rose?

—Le dan la razón —respondió—. Lo único que pude hacer fue buscar apresuradamente en esa dirección sus investigaciones en las últimas décadas. A mí me parece obvio que por lo menos algunos de los hawkinitas consideren la posibilidad de que la muerte por inhibición se origine en la Tierra.

—¿Lo dicen abiertamente?

—No. O si lo han hecho, no lo he visto. —Le contempló, asombrada. En un asunto como aquél, seguro que el Gobierno habría vigilado la investigación hawkinita sobre este punto. Insistió con dulzura—: ¿Estás enterado de las investigaciones hawkinitas sobre eso, Drake? El Gobierno…

—No pienses en ello. —Drake se había apartado de ella, pero volvió a acercársele. Le brillaban los ojos. Exclamó como si acabara de hacer un gran descubrimiento—. ¡Pero si eres una experta en eso!

¿Lo era? ¿Lo descubría solamente ahora que la necesitaba? Movió la nariz y dijo secamente:

—Soy bióloga.

—Si, ya lo sé, pero quiero decir que tu especialidad es el crecimiento. ¿No me dijiste una vez que habías trabajado en crecimiento?

—Puedes llamarlo así. Publiqué unos veinte artículos sobre la relación entre la estructura pura del ácido nucleico y el desarrollo embrionario, para la beca de la Sociedad del Cáncer.

—Bien. Hubiera debido recordarlo. —Se le veía presa de una nueva excitación—. Dime, Rose… ¡Oh, perdóname que me enfadara contigo hace un momento! Serías capaz como nadie de comprender la dirección de sus investigaciones si pudieras leer sobre ellas, ¿verdad?

—Muy capaz, sí.

—Entonces, dime cómo creen que se extiende la infección. Los detalles, quiero decir.

—Oye, eso es pedirme mucho. Sólo pasé unas horas en la Academia. Necesitaría bastante más tiempo para poder contestar a tu pregunta.

—Por lo menos dame una respuesta aproximada. No puedes imaginar lo importante que es.

—Claro —respondió dubitativa—, Estudios sobre la inhibición es un gran tratado sobre la materia. Es algo así como el resumen de todos los datos disponibles de la investigación.

—¿Sí? ¿Y es muy reciente?

—Es un tipo de publicación periódica. El último volumen debe tener alrededor de un año.

—¿Se habla en él de su trabajo? —Y con el dedo señaló en dirección a la alcoba de Harg Tholan.

—Más que de ningún otro. En su campo es un trabajador sobresaliente. Leí especialmente sus artículos.

—¿Y cuáles son sus teorías sobre el origen de la enfermedad? Trata de recordarlo, Rose.

—Juraría que echa la culpa a la Tierra —respondió moviendo la cabeza—, pero admite que ignoran cómo se extiende la infección. Yo también podría jurarlo.

Estaba de pie ante ella, rígido. Sus fuertes manos colgaban a ambos lados, crispadas, y sus palabras sonaban poco más que un murmullo.

—Podría ser un caso de completa exageración. ¡Quién sabe! —Y se dio la vuelta—. Ahora mismo voy a averiguarlo, Rose. Gracias por tu ayuda.

Ella corrió tras él:

—¿Qué vas a hacer?

—Hacerle unas cuantas preguntas. —Estaba revolviendo en los cajones de su mesa de trabajo y por fin sacó la mano derecha. Sostenía una pistola de aguja. Rose exclamó:

—¡No, Drake!

La apartó bruscamente y se dirigió por el corredor a la alcoba del hawkinita.

Drake abrió la puerta de golpe y entró. Rose le pisaba los talones, tratando de sujetarle el brazo, pero él se detuvo para mirar a Harg Tholan.

El hawkinita estaba inmóvil, con la mirada perdida, sus cuatro piernas separadas en cuatro direcciones. Rose sintió vergüenza por la intrusión, como si estuviera violando un rito íntimo. Pero Drake, aparentemente despreocupado, se acercó a pocos pasos de la criatura y se quedó allí. Estaban cara a cara, Drake sostenía fácilmente la pistola de aguja a nivel más o menos del torso del hawkinita.

—No te muevas —ordenó Drake—. Poco a poco se irá dando cuenta de mi presencia.

—¿Cómo lo sabes?

La respuesta fue tajante:

—Lo sé. Ahora márchate.

Pero Rose no se movió y Drake estaba demasiado absorto para preocuparse de ella.

Sectores de la piel del rostro del hawkinita empezaban a temblar ligeramente. Era algo repulsivo y Rose pensó que prefería no mirar. Drake habló de pronto:

—Ya está bien, doctor Tholan. No conecte con ninguno de sus miembros. Sus órganos sensoriales y de voz bastaran.

La voz del hawkinita sonaba apagada.

—¿Por qué ha invadido mi cámara de desconexión? —Y en voz más fuerte—: ¿Y por qué está armado?

La cabeza le bailaba ligeramente sobre un torso todavía helado. Por lo visto, había seguido la sugerencia de Drake de no conectar los miembros. Rose se preguntó cómo podía Drake conocer que la reconexión parcial era posible. Ella lo ignoraba. El hawkinita habló de nuevo:

—¿Qué es lo que quiere?

Y esta vez Drake contestó. Dijo:

—La respuesta a ciertas preguntas.

—¿Con una pistola en la mano? No quiero darle satisfacción a su incorrección hasta ese punto.

—No sólo me dará satisfacción, a lo mejor también salva su vida

—Esto para mí es totalmente indiferente dadas las circunstancias. Siento, señor Smollett, que los deberes para con un huésped sean tan mal interpretados en la Tierra.

—No es usted mi huésped, doctor Tholan —repuso Drake—. Entró en mi casa con engaño. Tenía cierta razón para hacerlo, de algún modo había usted planeado utilizarme para lograr su propósito. No me arrepiento de alterar su programa.

—Será mejor que dispare. Nos ahorrará tiempo.

—¿Tan convencido está de que no va a contestar a mis preguntas? Esto ya de por sí es sospechoso. Da la impresión de que considera que ciertas respuestas son más importantes que su vida.

—Considero muy importantes los principios de cortesía. Usted, como terrícola, puede que no lo entienda.

—Puede que no. Pero yo, como terrícola, entiendo una cosa. —Drake dio un salto hacia delante, antes de que Rose pudiera gritar, antes de que el hawkinita pudiera conectar sus miembros. Cuando saltó hacia atrás, llevaba en la mano el tubo flexible del cilindro de cianuro de Harg Tholan. En la comisura de la amplia boca del hawkinita, donde antes había estado prendido el tubo, apareció una gota de líquido incoloro que resbaló de una pequeña herida en la rugosa piel, y poco a poco se solidificó en un globulillo gelatinoso y pardo al oxidarse.

Drake dio un tirón al tubo, que se desprendió del cilindro. Hizo presión sobre el botón que controlaba la fina válvula en la parte alta del cilindro y cesó el pequeño zumbido.

—Dudo que haya escapado lo bastante —dijo Drake— para ponernos en peligro. No obstante, espero que se dé cuenta de lo que le ocurrirá a usted ahora, si no contesta a las preguntas que voy a hacerle…, y lo hace de tal modo que no me quede la menor duda de que no miente.

—Devuélvame el cilindro —pidió el hawkinita, despacio—. De lo contrario me veré en la obligación de atacarle y usted en la obligación de matarme.

Drake dio un paso atrás.

—De ningún modo. Atáqueme y dispararé a sus piernas para inutilizarlas. Las perderá; las cuatro si es necesario, pero seguirá viviendo aunque de un modo horrible. Vivirá para morir por falta de cianuro. Será una muerte de lo más incómoda. Yo no soy más que un terrícola y no puedo apreciar su verdadero horror, pero usted sí puede, ¿no es verdad?

La boca del hawkinita estaba abierta y algo amarillo-verdoso se estremeció dentro. Rose quería vomitar. Quería gritar: «¡Devuélvele el cilindro, Drake!» Pero no pudo articular palabra. No podía siquiera volver la cabeza.

—Creo que le queda aproximadamente una hora antes de que los efectos sean irreversibles —explicó Drake—. Hable rápidamente, doctor Tholan y le devolveré el cilindro.

—Y después de… —empezó a decir el hawkinita.

—Después de eso, ¿qué más da? Incluso si le matara, sería una muerte limpia, no por falta de cianuro.

Algo pareció escapársele al hawkinita. Su voz se volvió gutural y las palabras confusas como si ya no le quedara energía para mantener su inglés perfecto. Murmuró:

—¿Qué preguntas son? —Y mientras hablaba, sus ojos no perdían de vista el cilindro en la mano de Drake.

Drake lo hizo bailar deliberadamente, atormentándole, y los ojos de aquella criatura lo seguían…, lo seguían…

—¿Cuáles son sus teorías sobre la muerte por inhibición? ¿Por qué vino, realmente, a la Tierra? ¿Cuál es su interés por el Departamento de personas desaparecidas?

Rose se encontró esperando anhelante, angustiosamente. Éstas eran las preguntas que a ella también le hubiera gustado formular. No de este modo, quizá, pero en el trabajo de Drake, la bondad y humanitarismo venían en segundo lugar después de la necesidad.

Se lo repitió a sí misma varias veces en un esfuerzo para contrarrestar el hecho de que estaba odiando a Drake por lo que estaba haciéndole al doctor Tholan.

El hawkinita empezó:

—La respuesta adecuada llevaría más de la hora que me ha dejado. Estoy profundamente avergonzado por obligarme a hablar con amenazas. En mi planeta no hubiera podido hacer esto bajo ningún pretexto. Es solamente aquí, en este repulsivo planeta, donde se me puede privar de mi cianuro.

—Está desperdiciando su hora, doctor Tholan.

—Se lo hubiera contado eventualmente, señor Smollett. Necesitaba su ayuda. Por esta razón vine aquí.

—Sigue sin contestar a mis preguntas.

—Se las contestaré ahora. Durante años, además de mi trabajo científico regular, he estado investigando particularmente las células de mis pacientes que sufrían de muerte por inhibición. Me vi obligado a guardar el más riguroso secreto y a trabajar sin ayuda, porque los métodos que empleaba para investigar los cuerpos de mis pacientes desagradaban a mi gente. Su sociedad experimentaría sentimientos similares en contra de la vivisección humana, por ejemplo. Por esta razón no podía presentar los resultados obtenidos a mis colegas médicos hasta haber confirmado mis teorías aquí, en la Tierra.

—¿Cuáles son sus teorías? —preguntó Drake. Sus ojos volvían a estar febriles.

—A medida que proseguía mis estudios se me hizo más y más evidente que el enfoque de la investigación sobre la muerte por inhibición estaba equivocado. Físicamente, no había solución a su misterio. La muerte por inhibición es por entero una infección de la mente.

Rose interrumpió:

—Pero, doctor Tholan, no es psicosomática.

Una sombra gris, translúcida, había pasado por los ojos del hawkinita. Había dejado de mirarles. Prosiguió:

—No, señora Smollett, no es psicosomática. Es una auténtica enfermedad de la mente, una infección mental. Mis pacientes tienen doble mente. Más allá y por debajo de la que obviamente les pertenece, tuve conocimiento de otra mente…, una mente ajena. Trabajé con pacientes de muerte por inhibición de otras razas, distintas a la mía, y encontré lo mismo. Resumiendo, no hay cinco inteligencias en la Galaxia, sino seis. Y la sexta es parasitaria.

—Pero eso es una locura…, ¡es imposible! —exclamó Rose—. Debe estar equivocado, doctor Tholan.

—No estoy equivocado. Hasta que llegué a la Tierra, pensé que podía estarlo. Pero mi estancia en el instituto y mis investigaciones en el Departamento de personas desaparecidas, me convencieron de lo contrario. ¿Por qué le parece tan imposible el concepto de inteligencia parasitaria? Inteligencias como ésas no dejarían restos fósiles, ni siquiera dispositivos…, si su única función, en cierto modo, es sacar alimentos de las actividades mentales de otras criaturas. Uno puede imaginar semejante parásito, que en el curso de millones de años, quizá, perdiera todas las partes de su ser físico excepto lo más necesario, algo así como la solitaria, entre sus parásitos terrestres, perdiendo eventualmente todas sus funciones excepto una sola, la única, la de reproducción. En el caso de la inteligencia parasitaria, todos los atributos físicos estarían perdidos. No sería más que mente pura, viviendo de un modo mental, inconcebible para nosotros, de la mente de los demás. Especialmente de las mentes de los terrícolas.

—¿Por qué precisamente terrícolas? —preguntó Rose.

Drake se mantenía simplemente al margen, interesado, sin hacer más preguntas. Aparentemente se sentía satisfecho, dejando hablar al hawkinita.

—¿No ha sospechado que la sexta inteligencia es un cultivo de la Tierra? La Humanidad ha vivido con ella desde el principio, se ha adaptado a ella, no es consciente de ella. Es por lo que las especies de animales terrestres, incluyendo al hombre, no crecen después de la madurez y mueren de lo que se llama muerte natural; es el resultado de esa infección parasitaria universal; es por lo que se duerme y se sueña, pues es cuando la mente parasitaria debe alimentarse y cuando uno es algo más consciente de ella, quizás; es por lo que la mente terrestre, única entre las inteligencias, es tan inestable. ¿Dónde más en la Galaxia se encuentran dobles personalidades y otras manifestaciones parecidas? Después de todo, incluso ahora debe haber algunas mentes que están visiblemente dañadas por la presencia del parásito.

—Pero, de algún modo, esas mentes parasitarias podían atravesar el espacio. No tenían limitaciones físicas. Podían flotar entre las estrellas en lo que correspondería a un estado de hibernación. Ignoro por qué lo hicieron las primeras mentes; probablemente no se sabrá nunca. Pero una vez descubrieron la presencia de inteligencia en otros planetas de la Galaxia, se organizó una pequeña y seguida corriente de inteligencias parasitarias cruzando el espacio. Nosotros, los de los otros mundos, debimos ser una golosina para ellas o jamás se hubieran esforzado tanto para llegar a nosotros. Imagino que muchas no pudieron llevar a cabo el viaje, pero para las que lo consiguieron debió valer la pena.

»Pero, vea usted, nosotros los de los otros mundos no habíamos vivido millones de años con esos parásitos, como lo habían hecho el hombre y sus antepasados. No estábamos adaptados a ellos. Nuestros seres débiles no habían sido gradualmente eliminados por espacio de cientos de generaciones hasta que sólo quedaran los fuertes. Así que, donde el terrícola podía sobrevivir a la infección durante décadas y con un poco de daño, nosotros morimos de una muerte rápida en el curso de un año.

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