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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

Cuentos completos (74 page)

BOOK: Cuentos completos
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El hawkinita permaneció de pie junto a la mesa. Sus dedos eran modelo de destreza al manejar los cubiertos. Rose se esforzó por no mirarle mientras comía. Su gran boca sin labios partía su cara de un modo alarmante al ingerir los alimentos y al masticar, sus enormes mandíbulas se movían desconcertantes de un lado a otro. Era otra prueba de sus antepasados ungulados. Rose se encontró preguntándose si, después, en la soledad y quietud de su habitación, rumiaría la comida, y sintió pánico por si Drake tenía la misma idea y se levantaba, asqueado, de la mesa. Pero Drake se lo estaba tomando todo con mucha calma.

Dijo:

—Supongo, doctor Tholan, que el cilindro que tiene al lado contiene cianuro, ¿no?

Rose se sobresaltó. No se había dado cuenta. Era un objeto de metal, curvado, y sus pezuñitas sostenían un tubo delgado y flexible que recorría su cuerpo pero que apenas se notaba por el color tan parecido al de su piel amarillenta, y entraba por una esquina de su inmensa boca. Rose se sintió ligeramente turbada como si viera una exhibición de prendas íntimas.

—¿Y contiene cianuro puro? —siguió preguntando.

El hawkinita parpadeó, divertido:

—Supongo que pensará en un peligro posible para los terrícolas. Sé que el gas es altamente venenoso para ustedes y yo no necesito mucho. El gas contenido en el cilindro es cianuro hidrogenado en un cinco por ciento, y el resto es oxígeno. Nada escapa del tubo excepto cuando realmente chupo el conducto, y no tengo que hacerlo con frecuencia.

—Ya. ¿Y necesita el gas para vivir?

Rose estaba algo sorprendida. Uno no debía hacer semejantes preguntas sin una cuidadosa preparación. Era imposible conocer de antemano dónde podían estar los puntos sensibles de una psicología extraña. Y Drake debía hacer esto deliberadamente, ya que no podía dejar de darse cuenta de que podía obtener, fácilmente, respuestas a sus preguntas, dirigiéndose a ella. ¿O es que prefería no preguntárselo a ella?

El hawkinita se mostró imperturbable aparentemente:

—¿No es usted biólogo, señor Smollett?

—No, doctor Tholan.

—Pero está íntimamente asociado a la señora doctora Smollett.

—Sí, estoy casado con una señora doctora, pero no soy biólogo. —Drake sonrió ligeramente—. Simplemente un funcionario menor del Gobierno. Los amigos de mi mujer —añadió— me llaman policía.

Rose se mordió el interior de la mejilla. En este caso había sido el hawkinita el que había tocado el punto sensible de la psicología extraña. En el planeta Hawkin, regía un fuerte sistema de castas y las relaciones entre castas eran limitadas. Pero Drake no podía darse cuenta.

El hawkinita se volvió a Rose:

—Señora Smollett, le ruego me permita explicar un poco nuestra bioquímica a su marido. Será aburrido para usted puesto que estoy seguro de que está perfectamente enterada.

—No faltaba más, doctor Tholan —le respondió.

—Verá usted, señor Smollett, el sistema respiratorio de nuestro cuerpo y de todos los cuerpos de todas las criaturas que respiran en la Tierra, está controlado por ciertas enzimas con contenido de un metal, o eso me han enseñado. El metal es generalmente hierro aunque a veces es cobre. En cualquier caso, pequeños rastros de cianuro combinarían con los metales e inmovilizarían el sistema respiratorio de la célula terrestre o viviente. Se verían en la imposibilidad de utilizar oxígeno y morirían a los pocos minutos.

»La vida en mi planeta no está del todo organizada así. Los compuestos respiratorios clave no contienen ni hierro ni cobre; en realidad ningún metal. Es por dicha razón por la que mi sangre es incolora. Nuestros compuestos contienen ciertos grupos orgánicos que son esenciales para la vida y estos grupos pueden solamente mantenerse intactos con la ayuda de una pequeña concentración de cianuro. Indudablemente, este tipo de proteína se ha desarrollado a lo largo de un millón de años de evolución, en un mundo que tiene un pequeño tanto por ciento de cianuro, con hidrógeno naturalmente, en la atmósfera. Su presencia se mantiene por ciclo biológico. Varios de nuestros microorganismos nativos sueltan el gas libre.

—Lo expone usted con suma claridad, doctor Tholan, y es muy interesante —dijo Drake—, ¿Y qué ocurre si no lo respira? ¿Se muere simplemente así? —Y chasqueó los dedos.

—No del todo. No es como la presencia del cianuro para ustedes. En mi caso, la ausencia de cianuro equivaldría a una lenta estrangulación. Ocurre a veces, en habitaciones mal ventiladas de mi mundo, que el cianuro se consume gradualmente y cae por debajo de la necesaria concentración mínima. Los resultados son muy dolorosos y de tratamiento difícil.

Rose tenía que reconocérselo a Drake; daba la sensación de estar realmente interesado. Y al forastero, gracias a Dios, no parecía importarle el interrogatorio.

El resto de la cena pasó sin incidentes. Fue casi agradable.

A lo largo de la velada, Drake siguió lo mismo: interesado. Mucho más que eso: absorto. La anuló, y a ella le agradó. Él fue realmente brillante y solamente su trabajo su entrenamiento especial, fue el que le robó protagonismo. Le contempló confusa y pensó: «¿Por qué se casó conmigo?»

Drake, sentado, con las piernas cruzadas, las manos unidas y golpeando suavemente su barbilla, observaba fijamente al hawkinita. Éste estaba frente a él, de pie a su estilo de cuadrúpedo.

—Me resulta difícil pensar en usted como en un médico —comentó Drake.

El hawkinita parpadeó risueño.

—Comprendo lo que quiere decir. A mí también me resulta difícil pensar en usted como en un policía. En mi mundo, los policías son gente altamente especializada y singular.

—¿De veras? —rezongó Drake secamente, y cambió de tema—. Deduzco que su viaje aquí no es de placer.

—No, es sobre todo un viaje de mucho trabajo. Me propongo estudiar este curioso planeta que llaman Tierra como jamás ha sido estudiado por nadie de mi país.

—Curioso. ¿En qué sentido?

El hawkinita miró a Rose antes de contestar.

—¿Está enterado de la muerte por inhibición?

Rose pareció turbada. Explicó:

—Su trabajo es muy importante. Me temo que mi marido dispone de poco tiempo para enterarse de los detalles de mi trabajo. —Sabía que esto no resultaba adecuado y le pareció notar, otra vez, una de las inescrutables emociones del hawkinita.

La criatura extraterrestre se volvió otra vez a Drake:

—Para mí resulta siempre desconcertante descubrir lo poco que los terrícolas aprecian sus propias y excepcionales características. Mire, hay cinco razas inteligentes en la Galaxia. Todas ellas se han desarrollado independientemente y, sin embargo, han conseguido converger de forma sorprendente. Es como si, a la larga, la inteligencia requiriera cierta preparación física para florecer. Dejo esta cuestión a los filósofos. No es necesario que insista en este punto, puesto que para usted debe ser familiar.

»Ahora bien, cuando se investigan de cerca las diferencias entre las inteligencias, se encuentran una y más veces que son ustedes, los de la Tierra, más que cualquiera de los otros planetas, los que son únicos. Por ejemplo, es solamente en la Tierra donde la vida depende de las enzimas metálicas para la respiración. Ustedes son los únicos que encuentran el cianuro hidrogenado venenoso. La suya es la única forma de vida inteligente que es carnívora. La suya es la única forma de vida que no procede de un animal rumiante. Y lo más interesante de todo es que la suya es la única forma de vida inteligente conocida que deja de crecer al alcanzar la madurez.

Drake le sonrió. Rose sintió que se le aceleraba el corazón. Lo más agradable de su marido era su sonrisa, y la estaba utilizando con gran naturalidad. Ni era forzada, ni falsa. Se estaba adaptando, ajustando, a la presencia de esa criatura extraña. Se estaba mostrando simpático…, y debía estar haciéndolo por ella. Le agradó la idea y se la repitió. Lo hacía por ella; estaba siendo amable con el hawkinita por ella.

Drake le estaba diciendo sonriente:

—No parece muy alto, doctor Tholan. Yo diría que tiene usted unos tres centímetros más que yo, lo que le hace de un metro setenta de estatura más o menos. ¿Es porque es joven o es que los de su mundo no son excesivamente altos?

—Ni una cosa ni otra —contestó el hawkinita—. Crecemos a velocidad retardada con los años, de forma que a mi edad, tardo unos quince años para crecer unos centímetros más, pero, y éste es el punto importante, nunca dejamos enteramente de crecer. Y por supuesto, y como consecuencia, nunca morimos del todo.

Drake abrió la boca e incluso Rose se sintió envarada. Esto era algo nuevo. Algo que ninguna de las pocas expediciones al planeta Hawkin había descubierto. Estaba embargada de excitación pero dejó que Drake hablara por ella.

—¿No mueren del todo? No estará tratando de decirme que la gente del planeta Hawkin es inmortal.

—Nadie es realmente inmortal. Si no hubiera otra forma de morir, siempre existe el accidente, y si éste falla, está el aburrimiento. Algunos de nosotros vivimos varios siglos de su tiempo. Pero es desagradable pensar que la muerte puede venir involuntariamente. Es algo que, para nosotros, es sumamente horrible. Me molesta incluso cuando lo pienso ahora, esta idea de que contra mí voluntad y pese a los cuidados, pueda llegar la muerte.

—Nosotros —admitió Drake, sombrío— estamos acostumbrados a ello.

—Ustedes, terrícolas, viven con esa idea; nosotros, no. Y lo que nos desazona, es descubrir que la incidencia de la muerte por inhibición ha ido aumentando recientemente.

—Aún no nos ha explicado —dijo Drake— qué es la muerte por inhibición, pero deje que lo adivine. ¿Es acaso un cese patológico del crecimiento?

—Exactamente.

—¿Y cuánto tiempo después del cese del crecimiento acontece la muerte?

—En el curso de un año. Es una enfermedad de consunción, una enfermedad trágica y absolutamente incurable.

—¿Qué la provoca?

El hawkinita tardó bastante en contestar y cuando lo hizo se le notó incluso algo tenso, inquieto, en la forma de hacerlo.

—Señor Smollett, no sabemos nada de lo que causa la enfermedad.

Drake asintió, pensativo. Rose seguía la conversación como si fuera una espectadora en un match de tenis.

—¿Y por qué viene a la Tierra para estudiar la enfermedad? —preguntó Drake.

—Porque le repito que los terrícolas son únicos. Son los únicos seres inteligentes que son inmunes. La muerte por inhibición afecta a todas las otras razas. ¿Saben esto sus biólogos, señora Smollett?

Se había dirigido a ella inesperadamente, de modo que la sobresaltó. Contestó:

—No, no lo saben.

—No me sorprende. Lo que le he dicho es el resultado de una investigación reciente. La muerte por inhibición es diagnosticada incorrectamente con facilidad y la incidencia es menor en los otros planetas. Es en realidad un hecho curioso, algo para filosofar, que la incidencia de la muerte es más alta en mi mundo, que está más cerca de la Tierra, y más baja en los planetas a medida que se distancian. De modo que la más baja ocurre en el mundo de la estrella Témpora, que es la más alejada de la Tierra mientras que la Tierra en sí es inmune. Por algún lugar de la bioquímica del terrícola está el secreto de esa inmunidad. ¡Qué interesante sería descubrirlo!

—Pero, óigame —insistió Drake—, no puede decir que la Tierra sea inmune. Desde donde estoy sentado parecía como si la incidencia fuera de un cien por cien. Todos lo terrícolas dejan de crecer, y todos mueren. Todos tenemos la muerte por inhibición.

—En absoluto. Los terrícolas viven hasta los setenta años después de dejar de crecer. Ésta no es la muerte como nosotros la entendemos. Su enfermedad equivalente es más bien la del crecimiento sin freno. Cáncer, creo que la llaman. Pero, basta, le estoy aburriendo.

Rose protestó al instante. Drake hizo lo mismo con aún mayor vehemencia, pero el hawkinita cambió decididamente de tema. Fue entonces cuando Rose sintió el primer asomo de sospecha, porque Drake cercaba insistentemente a Harg Tholan con sus palabras, acosándole, pinchándole para tratar de sonsacarle la información en el punto en que el hawkinita la había dejado. Pero haciéndolo bien, con habilidad; no obstante, Rose le conocía y supo lo que andaba buscando. ¿Y qué podía buscar si no lo que exigía su profesión? Y como en respuesta a sus pensamientos, el hawkinita recogió la frase que estaba dando vueltas en su mente como un disco roto sobre una plataforma en movimiento perpetuo.

—¿No me dijo que era policía? —preguntó.

—Sí contestó Drake secamente.

—Entonces, hay algo que me gustaría pedirle que hiciera por mí. He estado deseándolo toda la velada desde que descubrí su profesión, pero no acabo de decidirme. No me gustaría molestar a mis anfitriones.

—Haremos lo que podamos.

—Siento una profunda curiosidad por saber cómo viven los terrícolas; una curiosidad que tal vez no comparten la generalidad de mis compatriotas. Me gustaría saber si podrían enseñarme alguno de los departamentos de Policía de su planeta.

—Yo no pertenezco exactamente a un departamento de Policía del modo que usted supone o imagina —dijo Drake, con cautela—. No obstante, soy conocido del departamento de Policía de Nueva York. Podré hacerlo sin problemas. ¿Mañana?

—Sería de lo más conveniente para mí. ¿Podré visitar el departamento de personas desaparecidas?

—¿El qué?

El hawkinita se irguió sobre sus cuatro piernas, como si quisiera demostrar su intensidad:

—Es mi pasatiempo, es una extraña curiosidad, un interés que siempre he sentido. Tengo entendido que tienen ustedes un grupo de oficiales de Policía cuya única obligación consiste en buscar a los hombres que se han perdido o desaparecido.

—Y mujeres y niños —añadió Drake—. Pero, ¿por qué precisamente esto tiene tanto interés para usted?

—Porque también en esto son únicos. En nuestro planeta no existe la persona desaparecida. No sabría explicarle el mecanismo, claro, pero entre la gente de otros mundos hay siempre una percepción de la presencia de alguien, especialmente si existe un fuerte lazo de amistad o afecto. Somos siempre conscientes de la exacta ubicación del otro, sin tener en cuenta para nada el sitio del planeta donde pudiéramos encontrarnos.

Rose volvió a sentirse excitada. Las expediciones científicas al planeta Hawkin habían tropezado siempre con la mayor dificultad para penetrar en el mecanismo emocional interno de los nativos, y he aquí que uno de ellos hablaba libremente y tal vez lo explicaría. Olvidó la preocupación que sentía por Drake e intervino en la conversación:

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