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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

Cuentos completos (75 page)

BOOK: Cuentos completos
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—¿Puede experimentar tal conciencia, incluso ahora en la Tierra?

—El hawkinita respondió:

—Quiere decir ¿a través del espacio? No, me temo que no. Pero puede darse cuenta de la importancia del asunto. Todo lo único de la Tierra debería ligarse. Si la carencia de este sentido puede explicarse, quizá la inmunidad ante la muerte por inhibición se explicaría también. Además, encuentro sumamente curioso que cualquier forma de vida comunitaria inteligente pueda organizarse entre gente que carece de dicha percepción comunitaria. ¿Cómo puede decir un terrícola, por ejemplo, cuándo ha formado un subgrupo afín, una familia? ¿Cómo pueden ustedes dos, por ejemplo, saber que el lazo que les une es auténtico?

Rose se encontró afirmando con un movimiento de cabeza. ¡Cómo había echado en falta ese sentido! Pero Drake se limitó a sonreír:

—Tenemos nuestros medios. Es tan difícil explicarle a usted lo que nosotros llamamos «amor», como lo es para usted explicarnos esta percepción, este sentido.

—Lo supongo. Dígame la verdad, señor Smollett…, si la señora Smollett saliera de esta habitación y entrara en otra sin que usted la hubiera visto hacerlo, ¿se daría usted cuenta del lugar donde se encuentra?

—Realmente, no.

El hawkinita murmuró:

—Asombroso —titubeó, luego añadió—: Por favor, no se ofenda si le digo que el hecho me parece también odioso.

Después de ver que la luz del dormitorio se apagaba, Rose se acercó a la puerta tres veces, abriéndola un poco para mirar. Sentía que Drake la vigilaba. Notó una especie de fuerte diversión en su voz al decidirse a preguntarle:

—¿Qué te pasa?

—Quiero hablarte —le confesó.

—¿Tienes miedo de que nuestro amigo pueda oírnos?

Rose hablaba en voz baja. Se metió en la cama, apoyó la cabeza en la almohada de forma que pudiera bajar aún más la voz. Preguntó:

—¿Por qué hablaste de la muerte por inhibición al doctor Tholan?

—Porque me intereso por tu trabajo, Rose. Siempre has deseado que me interese.

—Preferiría que dejaras el sarcasmo. —Hablaba con violencia, con toda la violencia que se puede mostrar susurrando—. Creo que hay algo de tu propio interés…, me refiero a tu interés policial, probablemente. ¿De qué se trata?

—Te lo contaré mañana.

—No, ahora mismo.

Drake pasó la mano por debajo de la cabeza de Rose, alzándola. Por un momento alocado pensó que iba a besarla, besarla impulsivamente, como hacen a veces los maridos, o como imaginaba que suelen hacerlo. Pero Drake no lo hacía nunca, ni ahora tampoco.

Simplemente la acercó a él y musitó:

—¿Por qué estás tan interesada en saberlo?

Su mano le apretaba casi brutalmente la nuca, de tal modo que se envaró y trató de desprenderse. Su voz ahora fue más que un murmullo:

—Suéltame, Drake.

—No quiero más preguntas ni más intromisiones. Tú haz tu trabajo, yo haré el mío.

—La naturaleza de mi trabajo es abierta y conocida.

—Pues la naturaleza del mío no lo es, por definición. Pero te diré una cosa. Nuestro amigo de las seis patas está en esta casa por alguna razón definida. No fuiste seleccionada como bióloga encargada porque sí. ¿Sabes que hace un par de días estuvo preguntando sobre mí en la Comisión?

—Es una broma.

—No lo creas ni por un minuto. Hay algo muy profundo en todo esto que tú ignoras. Pero en cambio es mi trabajo y no pienso discutirlo más contigo. ¿Lo entiendes?

—No, pero no te preguntaré más si tú no quieres.

—Entonces, duérmete.

Permaneció echada boca arriba y fueron pasando los minutos y los cuartos de hora. Se esforzaba por hacer encajar las piezas. Incluso con lo que Drake le había dicho, las curvas y los colores se negaban a coincidir. Se preguntó qué diría Drake si supiera que tenía una grabación de la conversación de anoche.

Una imagen seguía clara en su mente en aquel momento. Persistía burlona en su recuerdo. El hawkinita, al término de la larga velada, se volvió a ella diciendo con gravedad:

—Buenas noches, señora Smollett. Es usted una encantadora anfitriona.

A la sazón tuvo ganas de echarse a reír. ¿Cómo podía llamarla anfitriona encantadora? Para él sólo podía ser una cosa horrenda, un monstruo de pocos miembros y cara excesivamente estrecha.

Y entonces, una vez el hawkinita soltó su pequeña muestra de educación sin sentido, Drake palideció. Por un instante sus ojos se llenaron de algo parecido al terror.

Jamás hasta entonces había visto que Drake mostrara tener miedo de algo, y la imagen de aquel instante de pánico puro permaneció grabada hasta que, al fin, sus pensamientos se perdieron en el olvido del sueño.

Al día siguiente, Rose no fue a su despacho hasta mediodía. Había esperado, deliberadamente, a que Drake y el hawkinita se fueran, ya que solamente entonces podía retirar la pequeña grabadora que había escondido la noche anterior detrás del sillón de Drake. En un principio no tenía la intención de mantener secreta su presencia; fue sólo que llegó tan tarde que no pudo advertirle y menos en presencia del hawkinita. Después, claro, las cosas cambiaron.

La colocación de la grabadora era simplemente una maniobra de rutina. Las declaraciones y la entonación del hawkinita necesitaban ser conservadas para futuros estudios intensivos por parte de varios especialistas del instituto. La había escondido a fin de evitar que la vista del aparato provocara distorsiones y recelos, y ahora no podía de ningún modo mostrarla a los especialistas. Tendría que servir para una función totalmente distinta. Una función más bien fea.

Iba a espiar a Drake.

Tocó la cajita con los dedos y se preguntó sin venir a cuento cómo se las arreglaría Drake aquel día. El trato social entre los mundos habitados no era, incluso ahora tan corriente que la vista de un hawkinita por las calles de la ciudad no atrajera la atención de las masas. Pero Drake sabría cómo hacerlo, estaba segura. Él siempre sabía salir del apuro.

Escuchó una vez más la charla de la noche anterior, repitiendo los momentos que le parecían interesantes. No estaba satisfecha con lo que Drake le había contado. ¿Por qué el hawkinita tenía que interesarse precisamente por ellos dos? Sin embargo, Drake no le mentiría. Le hubiera gustado pasar por la Comisión de Seguridad, pero sabía que no podía hacerlo. Además, la sola idea la hacía sentirse desleal; no, decididamente Drake no le mentiría.

Pero, también, ¿por qué Harg Tholan no podía investigarles? Pudo igualmente haber preguntado por todas las familias de los biólogos del instituto. Era perfectamente natural que tratara de elegir la casa que considerara más agradable de acuerdo con sus propios puntos de vista, fueran los que fueran.

E incluso si solamente había investigado a los Smollett, ¿por qué creaba esto tal cambio en Drake, pasar de intensa hostilidad a intenso interés? Indudablemente, Drake sabía cosas que prefería guardar para sí. ¡Sólo el cielo sabía cuántas cosas!

Sus pensamientos fueron hurgando lentamente a través de todas las posibilidades de intrigas interestelares. Hasta el momento, no había indicios de hostilidad o de mala voluntad entre ninguna de las cinco razas inteligentes que habitaban la Galaxia. Por el momento estaban espaciadas a intervalos demasiado amplios para enemistarse. Los intereses económicos y políticos no tenían ningún punto que creara conflictos.

Pero ésta era sólo su idea y ella no formaba parte de la Comisión de Seguridad. Si hubiera conflicto, si hubiera peligro, si hubiera la más mínima razón para sospechar que la misión del hawkinita pudiera ser otra cosa menos pacífica, Drake lo sabría.

Pero, ¿estaba Drake suficientemente bien situado en los consejos de la Comisión de Seguridad para estar enterado del peligro que se cernía en la visita de un físico hawkinita? Nunca había pensado en que su posición podía ser algo más que la de un simple pequeño funcionario de la Comisión; él nunca había presumido de ser más. No obstante…

—¿Y si era más?

Se encogió de hombros ante la idea. Aquello la hacía pensar en las novelas de espionaje del siglo XX y los dramas históricos de los días en que existían cosas como secretos atómicos.

La idea del drama histórico la decidió. Al contrario que Drake, ella no era policía, y no sabía cómo actuaría un policía de verdad. Pero sabía que esas cosas se hacían en los viejos dramas.

Cogió una hoja de papel y rápidamente trazó una línea vertical en el centro. Arriba de una columna puso «Harg Tholan» y en la otra escribió «Drake». Debajo de «Harg Tholan» puso «sincero» y a continuación tres interrogantes. Después de todo, ¿era un doctor o sólo lo que podía describirse como un agente interestelar? ¿Qué pruebas tenía el instituto de su profesión salvo su propia declaración? ¿Era por eso por lo que Drake le había estado preguntando sobre la muerte por inhibición? ¿Estaba advertido de antemano y trataba de pillar al hawkinita en un error?

Por un momento estuvo indecisa; luego, poniéndose en pie de un salto, dobló la hoja de papel, la guardó en el bolsillo de su chaqueta y salió disparada del despacho. No dijo nada a ninguno con los que se cruzó al salir del instituto. No dejó ningún recado en recepción indicando a dónde iba o cuándo pensaba volver.

Una vez fuera, corrió hacia el Metro del tercer nivel y esperó a que pasara un compartimiento vacío. Los dos minutos que transcurrieron le parecieron un tiempo insoportablemente largo. Tuvo que hacer un esfuerzo para decir:

«Academia de Medicina de Nueva York» en la boquilla situada sobre el asiento.

La puerta del pequeño cubículo se cerró y el roce del aire que desplazaban se hizo fuerte como un alarido a medida que ganaban velocidad.

La nueva Academia de Medicina de Nueva York había sido ampliada tanto vertical como horizontalmente en las dos últimas décadas. Sólo la biblioteca ocupaba un ala entera del tercer piso. Indudablemente, si todos los libros folletos y periódicos que contenía hubieran estado en su forma original impresa en vez de microfilmados, el edificio entero con lo grande que era habría sido insuficiente para contenerlos todos. Así y todo, Rose sabía que se hablaba de limitar la obra impresa a los últimos cinco años, y no a los diez, como se hacía hasta ahora.

Rose, como miembro de la Academia, tenía entrada libre a la biblioteca. Se dirigió a los departamentos dedicados a la medicina extraterrestre, y sintió alivio al encontrarlos desiertos.

Hubiera sido más prudente reclamar la ayuda de una bibliotecaria, pero prefirió no hacerlo. Cuanto menos rastro dejara, menos probable sería que Drake lo descubriera.

De este modo, sin ayuda de nadie, disfrutó recorriendo las estanterías siguiendo ansiosamente los títulos con los dedos. Los libros estaban casi todos en inglés, aunque había algunos en alemán y en ruso. Irónicamente, ninguno estaba escrito con signos extraterrestres. Al parecer, había una sala para dichos originales, pero estaban sólo a disposición de los traductores oficiales.

Sus ojos inquisitivos y su dedo se detuvieron. Había encontrado lo que estaba buscando.

Cargó con media docena de volúmenes y se los llevó a una mesa a oscuras. Buscó el interruptor y abrió el primero de los volúmenes. Su título era Estudios sobre la inhibición. Lo hojeó y pasó al índice de autores. El nombre de Harg Tholan estaba allí.

Una a una fue buscando todas las referencias indicadas, luego volvió a las estanterías en busca de traducciones de los originales que pudo encontrar.

Pasó más de dos horas en la Academia. Cuando terminó sabía que había un doctor hawkinita llamado Harg Tholan, experto en la muerte por inhibición. Estaba relacionado con la organización hawkinita de investigación con la que el instituto había estado en correspondencia. Naturalmente, el Harg Tholan que ella conocía podía simplemente hacer el papel del verdadero doctor para que la representación fuera más realista; pero ¿era todo eso necesario?

Sacó la hoja de papel del bolsillo, y donde había escrito «sincero» con tres interrogantes, escribió ahora SÍ en mayúsculas. Regresó al instituto y a las cuatro volvía a estar otra vez en su despacho. Llamó a la centralita para advertirles de que no le pasaran ninguna llamada y cerró la puerta con llave.

En la columna encabezada por «Harg Tholan» escribió ahora dos preguntas «¿Por qué Harg Tholan vino a la Tierra solo?». Dejó un espacio considerable y después puso:

«¿Por qué se interesa por el Departamento de personas desaparecidas?»

En verdad, la muerte por inhibición era exactamente lo que había dicho el hawkinita. Por sus lecturas en la Academia era obvio que ésta ocupaba la mayor parte del esfuerzo médico en el planeta Hawkin. Se le temía más que al cáncer en la Tierra. Si hubieran creído que la respuesta o solución estaba en la Tierra habrían enviado una expedición completa. ¿Era suspicacia o desconfianza por su parte lo que les había hecho desplazar solamente a un investigador?

¿Qué era lo que Harg Tholan había dicho la noche anterior? La incidencia de muerte era superior en su propio mundo, que era el más cercano a la Tierra, y era menor en el planeta más alejado de la Tierra. Sumando a esto el hecho implicado por el hawkinita y comprobado por sus propias lecturas en la Academia, que la incidencia se había extendido considerablemente desde que se había establecido contacto interestelar con la Tierra…

Poco a poco y de mala gana llegó a una conclusión. Los habitantes del planeta Hawkin podrían haber supuesto que, de un modo u otro, la Tierra había descubierto la causa de la muerte por inhibición y la propagaban deliberadamente entre los pueblos extraños de la Galaxia con la intención de hacerse supremos entre las estrellas.

Rechazó esta conclusión que la sobrecogía con verdadero pánico. No podía ser; era imposible. En primer lugar, la Tierra no haría algo tan terrible. En segundo lugar, no podría hacerlo.

En cuanto a los progresos científicos, los seres del planeta Hawkin eran realmente iguales a los de la Tierra. La muerte llevaba ocurriendo allí miles de años y su récord médico era un fracaso total. Seguro que en la Tierra, con sus investigaciones a larga distancia en bioquímica, no podía haber acertado tan de prisa. De hecho, por lo que sabía, apenas había investigaciones en patología hawkinita por parte de los médicos y biólogos de la Tierra.

Pero la evidencia indicaba que Harg Tholan había llegado sospechando y había sido recibido con suspicacia. Cuidadosamente, debajo de la pregunta «¿Por qué Harg Tholan vino a la Tierra solo?», escribió la respuesta: «El planeta Hawkin cree que la Tierra es la causante de la muerte por inhibición.»

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