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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

Cuentos completos (73 page)

BOOK: Cuentos completos
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Huésped (1951)

“Hostess”

Rose Smollett se sentía feliz, casi triunfante. Se arrancó los guantes, tiró el sombrero, volvió sus ojos brillantes hacia su marido y le dijo:

—Drake, vamos a tenerle aquí.

Drake la miró disgustado:

—Llegas tarde para la cena. Yo creí que ibas a estar de vuelta a eso de las siete.

—Bah, no tiene importancia. Comí algo mientras venía. Pero, Drake, ¡vamos a tenerle aquí!

—¿A quién, aquí? ¿De quién estás hablando?

—¡Del doctor del planeta Hawkin! ¿Es que no te diste cuenta de que la conferencia de hoy era sobre él? Pasamos todo el día hablando de ello. ¡Es la cosa más excitante que jamás pudiera habernos ocurrido!

Drake Smollett apartó la pipa de su rostro. Primero miró la pipa, luego a su mujer.

—A ver si lo he entendido bien. ¿Cuando dices el doctor procedente del planeta Hawkin, te refieres al hawkinita que tenéis en el instituto?

—Pues, claro. ¿A quién iba a referirme si no?

—¿Y puedo preguntarte qué diablos significa eso de que vamos a tenerle aquí?

—Drake, ¿es que no lo entiendes?

—¿Qué es lo que tengo que entender? Tu instinto puede estar interesado por esa cosa, pero yo no. ¿Qué tenemos que ver con él? Es cosa del instituto, ¿no crees?

—Pero, cariño —dijo Rose pacientemente—, el hawkinita quería vivir en una casa particular en una parte donde no le molestaran con ceremonias oficiales y donde pudiera desenvolverse más de acuerdo con sus gustos. Lo encuentro de lo más comprensible.

—¿Por qué en nuestra casa?

—Porque nuestra casa es conveniente para ello, creo. Me preguntaron si se lo permitía, y, francamente —añadió con cierta obstinación—, lo considero un privilegio.

—¡Mira! —Drake se metió los dedos entre el cabello y consiguió alborotarlo—, tenemos un lugar adecuado, ¡de acuerdo! No es el lugar más elegante del mundo, pero nos sirve bien a los dos. No obstante, no veo que nos sobre sitio para visitantes extraterrestres.

Rose empezó a parecer preocupada. Se quitó las gafas y las guardó en su funda.

—Podemos instalarlo en el cuarto de huéspedes. Él se ocupará de tenerlo en orden. He hablado con él y es muy agradable. Sinceramente, lo único que debemos hacer es mostrar cierta capacidad de adaptación.

—Sí, claro, sólo un poco de adaptabilidad. Los hawkinitas aspiran cianuro. Y supongo que también tendremos que adaptarnos a eso, ¿no?

—Lleva siempre cianuro en un pequeño cilindro. Ni siquiera te darás cuenta.

—¿Y de qué otras cosas no voy a darme cuenta?

—De nada más. Son totalmente inofensivos. ¡Cielos, si incluso son vegetarianos!

—Y eso, ¿qué significa?, ¿que tenemos que servirle una bala de heno para cenar?

El labio inferior de Rose empezó a temblar.

—Drake, estás siendo deliberadamente odioso. Hay muchos vegetarianos en la Tierra; no comen heno.

—Y nosotros, ¿qué? Podremos comer carne, ¿o esto va a hacerle pensar que somos caníbales? No pienso vivir de ensaladas para hacerle feliz, te lo advierto.

—No seas ridículo.

Rose se sentía desamparada. Se había casado relativamente mayor. Había elegido su carrera; parecía haber encajado bien en ella. Era miembro del Instituto Jenkins de Ciencias Naturales, rama de Biología, con más de veinte publicaciones a su nombre. En una palabra, la línea estaba trazada, el camino desbrozado: se había dedicado a una carrera y a la soltería. Y ahora, a los 35 años, estaba aún algo asombrada de encontrarse casada desde hacía escasamente un año.

Ocasionalmente se sentía turbada, porque a veces descubría que no tenía la menor idea de cómo tratar a un marido. ¿Qué había que hacer cuando el hombre de la casa se ponía testarudo? Esto no constaba en ninguno de sus cursillos. Como mujer de carrera y de mentalidad independiente, no podía rebajarse a zalamerías. Así que le miró fijamente y le dijo con sinceridad:

—Para mí significa mucho.

—¿Por qué?

—Porque, Drake, si se queda aquí algún tiempo, podré estudiarle bien de cerca. Se ha trabajado muy poco en la biología y psicología del hawkinita individualmente, y en las inteligencias extraterrestres en general. Sabemos algo de su sociología e historia, pero nada más. Seguro que te das cuenta de que es una oportunidad. Vivirá aquí; le observaremos, le hablaremos, vigilaremos sus hábitos…

—No me interesa.

—Oh, Drake. No te comprendo.

—Supongo que vas a decirme que no suelo ser así.

—Bueno, es que no eres así.

Drake guardó silencio un momento. Parecía ajeno a todo; sus pómulos salientes y su barbilla cuadrada parecían helados, tal era la sensación de resentimiento. Finalmente, dijo.

—Mira, he oído hablar algo de los hawkinitas en relación con mi trabajo. Dices que se ha investigado su sociología pero no su biología. Claro, porque los hawkinitas no quieren que se les estudie como ejemplares, como tampoco querríamos nosotros. He hablado con hombres que fueron encargados de la seguridad y vigilancia de varias misiones de hawkinitas en la Tierra. Las misiones permanecen en las habitaciones que se les asignan y no las abandonan por nada salvo para asuntos oficiales sumamente importantes. No tienen el menor contacto con los hombres de la Tierra. Es obvio que sientan tanta repugnancia por nosotros, como yo, personalmente, por ellos.

»La verdad es que no llego a comprender por qué el hawkinita del instituto va a ser diferente. Me parece que tenerle aquí va en contra de lo establecido y, bueno…, que él quiera vivir en la casa de un terrícola, me lo revuelve todo.

Rose, cansada, explicó:

—Esto es diferente. Me sorprende que no puedas comprenderlo, Drake. Es un doctor. Viene aquí en plan de investigación médica y te concedo que probablemente no disfrute conviviendo con seres humanos y que, además, nos encuentre horribles. Pero, con todo y con eso debe quedarse. ¿Crees tú que a un médico humano le guste ir al trópico o que disfrute dejándose picar por los mosquitos?

—¿Qué es eso de mosquitos? —cortó Drake—. ¿Qué tienen que ver con lo que estamos discutiendo?

—Pues nada —contestó Rose asombrada—, se me ocurrió de pronto, nada más. Estaba pensando en Reed y en sus experimentos sobre la fiebre amarilla.

Drake se encogió de hombros.

—Haz lo que quieras.

Rose titubeó un instante, luego preguntó:

—No estarás enfadado, ¿verdad? —Le pareció que sonaba ridículamente infantil.

—No.

Y eso significa, ella lo sabia, que sí lo estaba.

Rose se contempló, insegura, en el espejo de cuerpo entero. Nunca había sido guapa y estaba tan resignada, que ya no le importaba. Por supuesto que no tenía la menor importancia para un ser procedente del planeta Hawkin. Lo que sí la molestaba era eso de tener que ser una anfitriona bajo tan extrañas circunstancias, mostrar tacto hacia una criatura extra-terrestre y, a la vez, hacia su marido. Se preguntó quién de los dos resultaría más difícil.

Drake llegaría tarde a casa aquel día; tardaría aún media hora. Rose se encontró inclinada a creer que lo había preparado expresamente con la aviesa intención de dejarla sola con su problema. De pronto se sintió presa de un sordo resentimiento.

La había llamado por teléfono al instituto para preguntarle bruscamente:

—¿Cuándo vas a llevarlo a casa?

—Dentro de tres horas —respondió con voz seca.

—Está bien. ¿Cómo se llama? El nombre del hawkinita.

—¿Por qué quieres saberlo? —No pudo evitar la frialdad de las palabras.

—Digamos que es una pequeña investigación por mi cuenta. Después de todo, esa cosa vivirá en mi casa.

—Por el amor de Dios, Drake, no mezcles tu trabajo con nosotros.

La voz de Drake sonó metálica y desagradable.

—¿Por qué no, Rose? ¿No es eso precisamente lo que haces tú?

Así era, claro, de forma que le dio la información que él quería.

Esta era la primera vez en su vida matrimonial que tenían una pelea o cosa parecida y, sentada frente al gran espejo empezó a preguntarse si no tendría que esforzarse por comprender su punto de vista. En esencia, se había casado con un policía. En realidad era más que un simple policía: era miembro del Consejo de Seguridad Mundial.

Había sido una sorpresa para sus amigos. El matrimonio había sido ya de por sí la mayor sorpresa, pero ya que se había decidido a casarse, ¿por qué no con otro biólogo? O, si hubiera querido salirse a otro camino, ¿por qué no con un antropólogo o con un químico? Pero, mira que precisamente con un policía… Nadie había pronunciado estas palabras, naturalmente, pero se mascaba en la atmósfera el día de la boda.

Aquel día, y desde entonces, había sentido ciertos resentimientos. Un hombre podía casarse con quien le diera la gana, pero si una doctora en Filosofía decidía casarse con un hombre que no fuera siquiera licenciado, se escandalizaban. ¿Y por qué razón? ¿Qué les importaba a ellos? En cierto modo era guapo e inteligente, y ella estaba perfectamente satisfecha de su elección.

No obstante, ¿cuánto esnobismo del mismo tipo traía ella a casa? ¿No adoptaba siempre la actitud de que sus investigaciones biológicas eran importantes, mientras que la ocupación de él era simplemente algo que quedaba dentro de las cuatro paredes de su pequeño despacho en los viejos edificios de las Naciones Unidas, en East River?

Se levantó de un salto, agitada, y respirando profundamente decidió abandonar aquellos pensamientos. Ansiaba desesperadamente no disputar con él. Y tampoco iba a meterse en sus asuntos. Se había comprometido a aceptar al hawkinita como huésped, pero en lo demás dejaría que Drake hiciera lo que quisiera. Era mucho lo que él concedía.

Harg Tholan estaba de pie en medio de la sala de estar, cuando ella bajó la escalera. No se había sentado, porque no estaba anatómicamente construido para hacerlo. Le sostenían dos pares de miembros colocados muy cerca, mientras que un tercer par, de diferente construcción, pendía de una región que, en un ser humano, equivalía al pecho. La piel de su cuerpo era dura, brillante y marcada de surcos, mientras que su cara tenía un vago parecido a algo remotamente bovino. Sin embargo, no era por completo repulsivo y llevaba una especie de vestimenta en la parte baja de su cuerpo a fin de evitar ofender la sensibilidad de sus anfitriones humanos.

—Señora Smollett —dijo—, agradezco su hospitalidad más allá de lo que puedo expresar en su idioma. —Y se agachó de modo que sus miembros delanteros rozaron el suelo por un instante.

Rose sabía que este gesto significaba gratitud entre los seres del planeta Hawkin. Estaba agradecida de que hablara tan bien su idioma. La forma de su boca, combinada con la ausencia de incisivos hacía que los sonidos fueran sibilantes. Aparte de todo esto, podía haber nacido en la Tierra por el poco acento que tenía.

—Mi marido no tardará en llegar, y entonces cenaremos.

—¿Su marido? —Calló un momento y al instante añadió—: Sí, claro.

Rose no hizo caso. Si había un motivo de infinita confusión entre las cinco razas inteligentes de la Galaxia conocida, estribaba en las diferencias de su vida sexual e instituciones sociales. El concepto de marido y esposa, por ejemplo, existía solamente en la Tierra. Las otras razas podían lograr una especie de comprensión intelectual de lo que significaba, pero jamás una comprensión emocional

—He consultado al instituto para la preparación de su menú. Confío en que no haya nada que le disguste.

El hawkinita parpadeó rápidamente. Rose recordó que esto equivalía a un gesto de diversión.

—Las proteínas son siempre proteínas, mi querida señora Smollett. En cuanto a los factores trazadores que necesito pero que no se encuentran en sus alimentos, he traído concentrados perfectamente adecuados para mí.

Y las proteínas eran proteínas. Rose lo sabía con certeza. Su preocupación por la dieta de la criatura había sido sobre todo, una muestra de buenos modales. Al descubrirse vida en los planetas de las estrellas exteriores, una las generalizaciones más interesantes fue comprobar que la vida podía formarse de otras sustancias que no fueran proteínas, incluso de elementos que no eran carbono. Seguía siendo verdad que las únicas inteligencias conocidas eran de naturaleza proteínica. Esto significaba que cada una de las cinco formas de vida inteligente podía mantenerse por largos períodos con los alimentos de cualquiera de las otras cuatro.

Oyó la llave de Drake en la cerradura y se quedó tiesa de aprensión.

Tuvo que admitir que se portó bien. Entró y sin la menor vacilación tendió la mano al hawkinita, diciéndole con firmeza:

—Buenas noches, doctor Tholan.

El hawkinita alargó su miembro delantero, grande, torpe, y, por decirlo de algún modo, se estrecharon la mano. Rose ya había pasado por ello y conocía la extraña sensación de una mano hawkinita en la suya. La había notado rasposa, caliente y seca. Imaginaba que al hawkinita, la suya y la de Drake le parecerían frías y viscosas.

Cuando se lo presentaron, tuvo la oportunidad de observar aquella mano extraña. Era un caso sorprendente de evolución convergente. Su desarrollo morfológico era enteramente diferente del de la mano humana, pero había conseguido acercarse a una buena similitud. Tenía cuatro dedos, le faltaba el pulgar. Cada dedo tenía cinco articulaciones independientes. Así, la carente flexibilidad por ausencia del pulgar se compensaba por las propiedades casi tentaculares de los dedos. Y lo que era aún más interesante a sus ojos de bióloga era que cada dedo hawkinita terminaba en una diminuta pezuña, imposible de identificar al profano como tal, pero claramente adaptada para la carrera, como para el hombre la mano estuvo adaptada para trepar.

—¿Está usted bien instalado, señor? —preguntó Drake amablemente—. ¿Quiere una copa?

El hawkinita no contestó sino que miró a Rose con una ligera contorsión facial que indicaba cierta emoción que, desgraciadamente, Rose no supo interpretar. Comentó, nerviosa:

—En la Tierra hay la costumbre de beber líquidos que han sido reforzados con alcohol etílico. Lo encontramos estimulante.

—Oh, si, en este caso me temo que debo rehusar. El alcohol etílico chocaría muy desagradablemente con mi metabolismo.

—Bueno, tengo entendido que a los de la Tierra les ocurre lo mismo, doctor Tholan —intervino Drake—. ¿Le molestaría que yo bebiera?

—Claro que no.

Drake pasó junto a Rose al ir hacia el aparador y ella sólo captó una palabra, dicha entre dientes y muy controlada, «¡Cielos!» No obstante, le pareció captar unas cuantas exclamaciones más a sus espaldas.

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