Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
Y luego se produjo el episodio de las ratas blancas.
Weiss volvió al presente.
—Una corrección, Drake. Los hámsters no fueron los primeros animales afectados, sino las ratas blancas.
—Ratas blancas —repitió Drake al introducir la corrección en sus notas.
—Cada nave colonizadora lleva un grupo de ratas blancas con el propósito de poner a prueba los alimentos alienígenas. Las ratas son muy similares a los seres humanos desde el punto de vista de la nutrición. Naturalmente, sólo se llevan hembras.
Naturalmente. Si sólo un sexo estaba presente, no había peligro de una multiplicación indiscriminada en caso de que el planeta resultara favorable.
Todos recordaban el caso de los conejos de Australia.
—A propósito, ¿por qué no se utilizan machos? —preguntó Drake.
—Las hembras son más resistentes, lo cual es una suerte, pues fue eso lo que reveló la situación. De pronto todas las ratas empezaron a tener cría.
—Vale. Hasta aquí llega mi información, así que ésta es mi oportunidad de aclarar ciertos detalles. Veamos… ¿Cómo averiguó Saybrook que estaban preñadas?
—Accidentalmente. Durante las investigaciones de nutrición se disecciona a las ratas para buscar pruebas de lesiones internas. Era inevitable descubrir su preñez. Diseccionaron a otras. Los mismos resultados. Con el tiempo, todas las criaturas vivas tuvieron crías ¡sin que hubiera machos a bordo!
—Y todos los recién nacidos tenían manchitas de pelambre verde en vez de ojos.
—Así es. Saybrook lo dijo y nosotros lo corroboramos. Después de las ratas quedó preñada la gata de uno de los niños. Cuando dio a luz, los gatitos no nacieron con los ojos cerrados, sino con manchas de pelambre verde. No había ningún gato macho a bordo.
»Saybrook hizo analizar a las mujeres. No les dijo por qué, no quería asustarlas. Todas se encontraban en las etapas iniciales del embarazo, al margen de las que ya estaban encinta en el momento de embarcarse. Saybrook no esperó a que esos niños nacieran. Sabía que no tendrían ojos; sólo brillantes manchas de pelambre verde.
»Incluso preparó cultivos bacterianos (Saybrook era hombre meticuloso) y encontró que cada bacilo tenía microscópicas manchas verdes.
Drake se mostraba muy interesado.
—Eso no estaba incluido en lo que nos dijeron, o al menos en lo que me dijeron a mí. Pero, concediendo que en el Planeta de Saybrook la vida esté organizada en un todo unificado, ¿cómo se hace?
—¿Que cómo se hace? ¿Que cómo se organizan las células en un todo unificado? Extraiga una célula del cuerpo, aun una célula cerebral, ¿y qué es por sí sola? Nada. Una pizca de protoplasma sin más capacidad para algo humano que una ameba. Menos capacidad, en realidad, pues no podría vivir sola. Pero unimos las células y obtenemos algo que puede inventar una nave espacial o componer una sinfonía.
—Capto la idea.
—En el Planeta de Saybrook, toda la vida es un solo organismo. En cierto sentido, lo mismo ocurre en la Tierra, sólo que se trata de una dependencia conflictiva, una dependencia combativa. Las bacterias fijan el nitrógeno, las plantas fijan el carbono, los animales comen plantas y se comen entre sí; la descomposición bacteriana lo altera todo. El círculo se cierra. Cada cual atrae lo que puede y es atraído a su vez.
»En el Planeta de Saybrook, cada uno de los organismos tiene su lugar, lo mismo que cada célula en nuestro cuerpo. Las bacterias y las plantas producen comida, de cuyo exceso se alimentan los animales, suministrando a la vez dióxido de carbono y desechos nitrogenados. No se produce más de lo necesario. El esquema de la vida es alterado inteligentemente para adaptarlo al ámbito local. Ningún grupo de formas de vida se multiplica más de lo necesario, así como las células del cuerpo dejan de multiplicarse cuando hay suficientes para un propósito dado. Cuando no dejan de multiplicarse lo llamamos cáncer. Y eso es la vida en la Tierra, toda nuestra organización orgánica en comparación con la del Planeta de Saybrook: un gran cáncer. Cada especie y cada individuo hacen lo posible para desarrollarse a expensas de las otras especies o los otros individuos.
—Habla usted como si aprobara el Planeta de Saybrook.
—En cierto modo lo apruebo. Tiene sentido como actividad vital. Entiendo la perspectiva que tienen de nosotros. Supongamos que una de las células de nuestro cuerpo pudiera ser consciente de la eficiencia del cuerpo humano en comparación con la de la célula misma y que comprendiera que esto sólo es resultado de la unión de muchas células en un todo superior. Y supongamos que fuera consciente de la existencia de células no dependientes, con vida propia. Tendría un fuerte deseo de imponer una organización a la pobre criatura. Sentiría pena por ella y tal vez actuara como un misionero. Es muy posible que esas criaturas (o esa criatura, pues el singular parece ser más adecuado) sientan eso.
—Y por eso ocasionaron alumbramientos vírgenes, ¿eh? Tengo que andarme con cuidado en este tema. Ya sabe, las normas.
—No hay nada obsceno en ello, Drake. Hace siglos que logramos que los huevos de erizos de mar, las abejas, las ranas y otros se desarrollasen sin fertilización masculina. A veces bastaba con el pinchazo de una aguja o con la mera inmersión en la solución salina adecuada. La criatura del Planeta de Saybrook puede causar la fertilización mediante el uso controlado de energía radiante. Por eso, una barrera energética adecuada la detiene; interferencia, como ve, o intromisión.
»Puede lograr más que estimular la división y el desarrollo de un huevo no fertilizado. Puede imprimir sus propias características en sus nucleoproteínas, de modo que la prole nace con esas manchas de pelambre verde, las cuales, actúan como órgano sensorial y medio de comunicación del planeta. La prole no está constituida por individuos, sino que se integra a la criatura del Planeta de Saybrook. Esta criatura, pues, puede inseminar cualquier especie, ya sea vegetal, animal o microscópica.
—Vaya potencia —murmuró Drake.
—Omnipotencia. Potencia universal. Cualquier fragmento de la criatura es omnipotente. Con tiempo suficiente, una sola bacteria del Planeta de Saybrook puede convertir la Tierra entera en un organismo único. Tenemos pruebas experimentales de ello.
—¿Sabe una cosa, doctor? —dijo inesperadamente Drake—. Creo que soy millonario. ¿Puede guardar su secreto? —Weiss asintió en silencio, asombrado—. Tengo un recuerdo del Planeta de Saybrook —añadió sonriendo—. Es sólo un guijarro, pero después de la publicidad que recibirá ese planeta, además de lo de la cuarentena, el guijarro será todo lo que un ser humano podrá ver de él. ¿Por cuánto cree que podré venderlo?
Weiss lo miró fijamente.
—¿Un guijarro? —Le arrebató el objeto, que era ovoide, duro y gris—. No debió hacer eso, Drake. Va contra las normas.
—Lo sé. Por eso he preguntado que si podía guardar el secreto. Si usted pudiera darme una nota firmada de autentificación… ¿Qué Pasa, doctor?
En vez de responder, Weiss sólo pudo balbucear algo y señalar con el dedo el guijarro. Drake se acercó y lo miró. Era igual que antes… Excepto que la luz lo alumbraba desde un ángulo y mostraba dos pequeñas manchas verdes. Vistas de cerca, eran manchas de vello verde.
Se sentía turbado. Existía una atmósfera de peligro a bordo. Se sospechaba su presencia. ¿Cómo era posible? Aún no había hecho nada. ¿Habría subido a la nave otro de los fragmentos de casa y se habría mostrado menos cauto? Eso sería imposible sin que él lo supiera, y no había hallado nada aunque examinó la nave intensamente.
Luego, la sospecha disminuyó, pero no murió del todo. Uno de los pensadores lúcidos seguía haciéndose preguntas y se aproximaba a la verdad.
¿Cuánto faltaba para el aterrizaje? ¿Un mundo entero de fragmentos de vida quedaría privado de totalidad? Se aferró a los trozos cortados del cable con el cual se mimetizaba, temiendo que lo descubrieran, temiendo por su misión altruista.
El doctor Weiss se había encerrado en su habitación. Ya estaban dentro del sistema solar y tres horas después aterrizarían. Tenía que pensar. Le quedaban tres horas para decidir.
El diabólico «guijarro» de Drake había formado parte de la vida organizada del Planeta de Saybrook, pero estaba muerto. Lo estaba ya cuando él lo vio por primera vez y, en todo caso, no pudo sobrevivir cuando lo arrojaron al motor hiperatómico y lo convirtieron en un estallido de calor puro. Y los cultivos bacterianos seguían teniendo un aspecto normal cuando los examinó angustiado.
No era eso lo que preocupaba a Weiss.
Drake había recogido el «guijarro» durante las últimas horas de permanencia en el Planeta de Saybrook, después del fallo en la barrera. ¿Y si el fallo hubiera sido el resultado de una lenta, pero implacable presión mental por parte de la criatura de ese planeta? ¿Y si partes de la criatura hubieran estado esperando para invadir cuando cayese la barrera? Si el «guijarro» no fue lo suficientemente rápido y se desplazó sólo después del restablecimiento de la barrera, ésa sería la causa de que hubiese muerto. Se habría quedado allí, y Drake entonces lo vio y lo recogió.
Se trataba de un «guijarro», no de una forma natural de vida. Pero ¿eso significaba que no era una especie de forma de vida? Podía ser un producto deliberado del único organismo del planeta; una criatura deliberadamente diseñada para que pareciera un guijarro, de aspecto inofensivo e inocente. Camuflaje, en otras palabras; un camuflaje astuto y sobrecogedoramente eficaz.
¿Alguna otra criatura camuflada habría logrado atravesar la barrera antes de que la restablecieran, como una forma adecuada y extraída de la mente de los humanos de la nave por el organismo telépata del planeta? ¿Podría tener la inocua apariencia de un pisapapeles? ¿Uno de los clavos ornamentales y con cabeza de bronce de la anticuada silla del capitán? ¿Y cómo lo localizarían? ¿Podrían investigar cada palmo de la nave en busca de esas manchas verdes; y también los microbios?
¿Y por qué el camuflaje? ¿Se proponía pasar inadvertido durante algún tiempo? ¿Por qué? ¿Para aguardar hasta que aterrizaran en la Tierra?
Una infección después del aterrizaje no se podría remediar haciendo estallar la nave. Las bacterias de la Tierra, el moho, la levadura y los protozoos serían los primeros. Al cabo de un año habría un sinfín de neonatos no humanos.
Weiss cerró los ojos y se dijo que no sería tan malo, después de todo. No habría más enfermedades, pues ninguna bacteria se multiplicaría a expensas de su organismo huésped, sino que se contentaría con una parte de lo disponible. No habría ya exceso de población; las muchedumbres de humanos disminuirían para adaptarse al suministro de alimentos. No habría guerras, crímenes ni codicia.
Pero tampoco habría individualidad.
La humanidad hallaría la seguridad transformándose en engranaje de una máquina biológica. Un hombre sería hermano de un germen o de una célula hepática.
Se puso de pie. Debía ir a hablar con el capitán Loring. Enviarían el informe y harían estallar la nave, igual que hizo Saybrook.
Se sentó de nuevo. Saybrook contó con pruebas, mientras que él sólo tenía las conjeturas de una mente aterrorizada, trastornada por dos manchas verdes en un guijarro. ¿Podría matar a los doscientos hombres de a bordo por una leve sospecha?
Tenía que pensar.
Estaba tenso. ¿Por qué tenía que seguir esperando? Si al menos pudiera dar la bienvenida a los que se encontraban a bordo… ¡Pero ya!
Una parte más fría y racional de sí mismo lo disuadió. Los pequeños que proliferaban en la oscuridad delatarían su cambio en quince minutos, y los pensadores-lúcidos los tenían bajo observación continua. Incluso a un kilómetro de la superficie del planeta sería demasiado pronto, pues aún podrían destruir la nave en el espacio.
Sería mejor esperar a que estuvieran abiertas las cámaras de presión, a que el aire del planeta penetrara con millones de fragmentos de vida minúsculos. Sería mejor, sí, acogerlos a todos ellos en la hermandad de la vida unificada y dejar que echaran a volar para difundir el mensaje.
¡Entonces se lograría! ¡Otro mundo organizado, y completo!
Se mantuvo a la espera. Los motores vibraban sordamente en su potente esfuerzo por controlar el descenso de la nave; la sacudida del contacto con la superficie del planeta y luego…
Conectó la recepción, para captar el júbilo de los pensadores-lúcidos, y les respondió con sus propios pensamientos jubilosos. Pronto podrían recibir tan bien como él. Tal vez no esos fragmentos en particular, pero sí los fragmentos que nacerían de quienes fuesen aptos para la continuación de la vida.
Las cámaras de presión estaban a punto de abrirse…
Y todo pensamiento cesó.
Demonios, algo anda mal, pensó Jerry Thorn.
—Lo lamento —le dijo al capitán Loring—. Parece haber un fallo energético. Las cámaras no se abren.
—¿Estás seguro, Thorn? Las luces están encendidas.
—Sí, señor. Lo estamos investigando.
Se alejó y se reunió con Roger Oldenn ante la caja de conexiones de la cámara de presión.
—¿Qué pasa?
—Déjame en paz, ¿quieres? —Oldenn tenía las manos ocupadas—. ¡Por amor de Dios, hay un corte de quince centímetros en el cable de veinte amperios!
—¿Qué? ¡Imposible!
Oldenn levantó los cables, cuyos filosos bordes estaban limpiamente cortados.
El doctor Weiss se reunió con ellos. Estaba ojeroso y su aliento apestaba a coñac.
—¿Qué pasa? —preguntó, con un temblor en la voz.
Se lo dijeron. En el fondo del compartimiento, en un rincón, estaba el trozo que faltaba.
Weiss se agachó. Había un fragmento negro en el suelo. Lo tocó con el dedo y se disolvió, dejándole una mancha de hollín en la yema. Se la frotó distraídamente.
Tal vez algo había reemplazado el trozo de cable que faltaba; algo que estaba vivo y que tenía de cable únicamente su aspecto, pero algo que podía calentarse, morir y carbonizarse en una fracción de segundo en cuanto se cerró el circuito eléctrico que controlaba la cámara de presión.
—¿Cómo están las bacterias? —preguntó.
Un miembro de la tripulación fue a comprobarlo y regresó.
—Todo normal, doctor.
Entre tanto, colocaron un empalme en el cable; abrieron las compuertas y el doctor Weiss salió al mundo de vida anárquica que era la Tierra.
—Anarquía —dijo con una risotada—. Y así se mantendrá.