Cuentos completos (78 page)

Read Cuentos completos Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
8.9Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Y es por ello por lo que la incidencia ha aumentado desde que establecieron los viajes interestelares entre la Tierra y los otros planetas?

—Sí. —Hubo un momento de silencio y de pronto el hawkinita dijo en un súbito acceso de energía—. Devuélvame el cilindro. Ya tiene mi respuesta.

Drake insistió fríamente:

—¿Y qué hay del Departamento de personas desaparecidas? —Volvió a hacer bailar el cilindro, pero esta vez el hawkinita no lo seguía con la mirada. La sombra gris y translúcida sobre sus ojos se había hecho más oscura y Rose se preguntó si sería simplemente una expresión de debilidad o un ejemplo de los cambios inducidos por la falta de cianuro.

—Dado que no estamos bien adaptados a la inteligencia que infecta al hombre, tampoco ella se adapta bien a nosotros. Puede vivir de nosotros, aparentemente incluso lo prefiere, pero no puede reproducirse con nosotros solos como única fuente de su vida. Por tanto la muerte por inhibición no es directamente contagiosa entre nuestro pueblo.

Rose lo miró con creciente horror:

—¿Qué trata usted de decir, doctor Tholan?

—El terrícola sigue siendo el máximo anfitrión para el parásito. Un terrícola puede contagiar a uno de nosotros si permanece entre nosotros. Pero el parásito una vez localizado en una inteligencia de los otros mundos, debe volver a un terrícola si espera reproducirse. Antes de los viajes interestelares esto era solamente posible por un recruzar el espacio, por lo que la incidencia de infección era infinitesimal. Ahora estamos infectados y reinfectados al regresar los parásitos a la Tierra y volver a nosotros vía la mente de los terrícolas que viajan a través del espacio.

—Y las personas desaparecidas… —musitó Rose.

—Son los anfitriones intermedios. El proceso exacto de cómo se lleva a cabo, yo no lo sé. La mente masculina terrestre parece mejor dotada para sus propósitos. Recordará que en el instituto me dijeron que la esperanza de vida del varón medio es de tres años menos que la de la hembra. Una vez ha tenido lugar la reproducción, el varón contagiado se marcha en nave espacial hacia los otros mundos. Desaparece.

—Pero esto es imposible —insistió Rose—, lo que dice implica que la mente parasitaria controle los actos de su anfitrión. Esto no puede ser así o nosotros, los de la Tierra, hubiéramos notado su presencia.

—El control, Mrs. Smollett, puede ser muy sutil y además ejerce solamente durante un período de reproducción activa. Le señalo simplemente su Departamento de personas desaparecidas. ¿Por qué desaparecen los jóvenes? Hay explicaciones económicas y psicológicas, mas no son suficientes. Pero en este momento me siento muy mal y no puedo hablar mucho más. Sólo tengo una cosa que decir En el parásito mental, tanto su gente como la mía, tenemos un enemigo común. Los terrícolas tampoco deben morir involuntariamente, de no ser por su presencia. Pensé que si me encontraba imposibilitado de regresar a mi propio mundo con mi información debido a los métodos heterodoxos empleados para conseguirla, podría someterla a las autoridades de la Tierra y solicitar su ayuda para erradicar la amenaza. Imagine mi placer cuando descubrí que el marido de una de las biólogas del instituto era miembro de uno de los más importantes cuerpos de investigación de la Tierra. Naturalmente, hice cuanto pude para ser huésped en su casa, y tratar con él en privado, convencerle de la terrible verdad, utilizar su cargo para que me ayudara a atacar los parásitos. Esto, naturalmente, es imposible ahora. No puedo censurarla a usted. Como habitantes de la Tierra, no se puede esperar que comprendan la psicología de mi pueblo. No obstante, debe comprender esto: no puedo tener más tratos con ninguno de los dos. No podría ni siquiera soportar permanecer más tiempo en la Tierra.

—Entonces, sólo usted, de todo su pueblo, está enterado de esta teoría.

—Yo solo, en efecto.

—Su cianuro, doctor Tholan. —Y Drake le tendió el cilindro.

El hawkinita lo agarró, anhelante. Sus dedos ágiles manipularon el tubo y la válvula con la mayor delicadeza. En diez segundos, lo tenía colocado e inhalaba el gas a grandes bocanadas. Sus ojos se iban volviendo claros y transparentes.

Drake esperó a que la respiración del hawkinita se normalizara y luego, sin cambiar de expresión, alzó la pistola y disparó. Rose lanzó un grito. El hawkinita permaneció de pie. Sus cuatro miembros inferiores no podían doblarse, pero la cabeza le colgó de pronto y de su boca repentinamente fláccida, se desprendió el tubo de cianuro ya inútil. Drake cerró la válvula, tiró el cilindro a un lado y permaneció sombrío contemplando a la criatura muerta. Ninguna marca exterior indicaba que le hubieran matado.

El proyectil de la pistola de aguja más fino que la propia aguja que daba nombre al arma penetró en el cuerpo fácil y silenciosamente y estalló con efecto devastador una vez dentro de la cavidad abdominal.

Rose salió de la alcoba sin dejar de gritar. Drake fue tras ella y la agarró del brazo; notó los golpes fuertes de la palma de su mano sobre la cara, sin sentirlos realmente, y terminó sollozando sordamente. Drake le advirtió:

—Te dije que no te metieras en esto. ¿Qué vas a hacer ahora?

—Suéltame —protestó Rose—. Quiero irme. Quiero irme lejos de aquí.

—¿Por algo que mi trabajo me obligó a hacer? Ya oíste lo que dijo esa criatura. ¿Supones que podía dejarlo que volviera a su mundo y propagara todas esas mentiras? Le creerían. ¿Y qué crees que ocurriría entonces? ¿Puedes imaginar lo que sería una guerra interestelar? Pensarían que debían matarnos a todos para detener la infección.

Con un esfuerzo que pareció estremecerla toda, Rose se calmó. Miró firmemente a los ojos de Drake y declaró:

—Lo que dijo el doctor Tholan no eran ni errores ni mentiras, Drake.

—Venga, mujer, estás histérica. Necesitas dormir.

—Sé que lo que dijo es cierto porque la Comisión de Seguridad está enterada de la teoría, y saben que es verdad.

—¿Por qué te empeñas en decir estos disparates?

—Porque tú mismo te traicionaste por dos veces.

—Siéntate —ordenó Drake. Así lo hizo mientras él seguía de pie y la contemplaba curiosamente—. Así que me he traicionado dos veces. Has tenido un día muy cargado de trabajo detectivesco, querida. Tienes facetas ocultas. —Se sentó y cruzó las piernas.

Rose pensó, sí, su día había sido muy ocupado. Desde donde estaba podía ver el reloj eléctrico de la cocina; habían transcurrido dos horas después de medianoche. Harg Tholan había entrado por primera vez en su casa treinta y cinco horas antes y ahora yacía asesinado en la habitación de invitados.

—Bueno, ¿es que no vas a decirme cómo me he traicionado dos veces? —preguntó Drake.

—Te pusiste pálido cuando Harg Tholan dijo de mí que era una encantadora anfitriona. Anfitriona tiene dos sentidos, como bien sabes, Drake. Un anfitrión es el que alberga un parásito.

—Primera —dijo Drake—. ¿Cuál es la segunda?

—Algo que hiciste antes de que Harg Tholan viniera a casa. Hace horas que intento recordarlo, ¿lo recuerdas tu Drake? Comentaste lo desagradable que era para los hawkinitas, asociarse con terrícolas, y yo te dije que Harg Tholan era un doctor y tenía que hacerlo. Te pregunté si creías que los médicos humanos disfrutaban especialmente cuando iban a los trópicos, o cuando dejaban que los mosquitos infectados los picaran. ¿Recuerdas lo trastornado que te mostraste?

Drake se echó a reír.

—Ignoraba que fuera tan transparente. Los mosquitos son anfitriones para la malaria y parásitos de la fiebre amarilla —suspiró—. He hecho cuanto he podido para mantenerte al margen de esto. Ahora no me queda más que decirte la verdad. Debo hacerlo porque solamente la verdad, o la muerte, hará que me dejes en paz. Y no quiero matarte.

Ella se encogió en su sillón, con los ojos muy abiertos. Drake prosiguió:

—La Comisión conoce la verdad, pero no nos sirve de nada. Sólo podemos hacer cuanto esté en nuestras manos para que los otros mundos no lo descubran.

—Pero la verdad no puede ocultarse para siempre. Harg Tholan la descubrió. Le has matado, pero otro extraterrestre repetirá el mismo descubrimiento…, una y otra vez. No puedes matarlos a todos.

—También lo sabemos —asintió Drake—. No tenemos elección.

—¿Por qué? —exclamó Rose—. Harg Tholan te dio la solución. Ni sugirió ni amenazó con guerras entre los mundos. Sugirió, por el contrario, que combináramos con las otras inteligencias para ayudarnos a eliminar al parásito. Y podemos hacerlo. Si nosotros, junto con los otros, unimos todos nuestros esfuerzos…

—¿Quieres decir que podemos confiar en él? ¿Habla en nombre de su Gobierno o de las otras razas?

—¿Podemos atrevemos a no correr el riesgo?

—No lo comprendes —cortó Drake. Se acercó a ella y tomó una de sus manos frías, inerte, entre las suyas. Siguió hablándole—: Puede parecer una tontería tratar de enseñarte algo de tu propia especialidad, pero quiero que te fijes en lo que voy a decirte. Harg Tholan tenía razón. El hombre y sus antepasados prehistóricos han estado viviendo con esas inteligencias parasitarias por espacio de larguísimos períodos, por un tiempo mucho más largo que desde que fuimos realmente Homo sapiens. En ese intervalo, no solamente nos adaptamos a ellas, sino que dependemos de ellas. Ya no es un caso de parasitismo. Es un caso de cooperación mutua. Vosotros, los biólogos, tenéis un nombre para ello.

—¿De qué estás hablando? —gritó, desprendiendo su mano—. ¿Simbiosis?

—Exactamente. También tenemos nuestra propia enfermedad, crecimiento imparable. Ya ha sido mencionada como contrapartida a la muerte por inhibición. Bien, ¿cuál es la causa del cáncer? ¿Cuánto tiempo llevan los biólogos, los fisiólogos, los bioquímicos y demás trabajando en ello? ¿Qué éxito han conseguido? ¿Por qué? ¿Puedes tú contestarme ahora?

—No, no puedo —contestó despacio—. ¿De qué me estás hablando?

—Es estupendo decir que si pudiéramos eliminar al parásito, creceríamos y viviríamos eternamente si así lo deseáramos; o por lo menos hasta que nos cansáramos de ser excesivamente grandes o demasiado longevos, y nos elimináramos limpiamente. Pero ¿cuántos millones de años han transcurrido desde que el cuerpo humano tuvo ocasión de crecer de este modo imparable? ¿Puede hacerlo aún? ¿Está preparada para ello la química del cuerpo? ¿Dispone de los suficientes como-se-llamen?

—Enzimas —aclaró Rose en un murmullo.

—Eso, enzimas. Es imposible. Si por cualquier razón la inteligencia parasitaria, como la llama Harg Tholan, abandona el cuerpo humano, o si su relación con la mente humana se daña de algún modo, el crecimiento se da, pero no de forma ordenada. A este crecimiento le llamamos cáncer. Y ahí lo tienes. No hay manera de deshacerse del parásito. Estamos unidos para siempre, eternamente. Para eliminar su muerte por inhibición, los extraterrestres deben borrar de la Tierra toda vida vertebrada. No hay otra solución para ellos y por tanto debemos evitar que se enteren. ¿Lo comprendes?

Rose tenía la boca seca y le costaba hablar.

—Lo comprendo, Drake. —Se dio cuenta de que su marido tenía la frente húmeda y que el sudor se deslizaba por ambas mejillas—. Y ahora tendrás que sacarlo del apartamento.

—Como es muy tarde podré sacar el cuerpo del edificio. Después… —Se volvió a mirarla—. No sé cuándo estaré de vuelta.

—Lo comprendo, Drake —repitió.

Harg Tholan pesaba mucho. Drake tuvo que arrastrarle por el piso. Rose se alejó para vomitar. Se cubrió los ojos hasta que oyó que la puerta se cerraba, y dijo para sí:

—Lo comprendo, Drake.

Eran las tres de la mañana. Había pasado casi una hora desde que oyó cerrarse la puerta, sin ruido, tras Drake y su carga. No podía saber a dónde iba, ni lo que se proponía hacer.

Permaneció sentada, atontada. No sentía deseos de dormir, ni deseos de moverse. Mantuvo la mente trabajando en círculos apretados, lejos de lo que sabía y que no quería saber.

¡Mentes parasitarias! ¿Era sólo una coincidencia o se trataba de una extraña memoria racial, un tenue jirón de antigua tradición o percepción interna, que se extendía a través de increíbles milenios, que mantenía al día el curioso mito del principio de los humanos? Pensó que, para empezar, hubo dos inteligencias en la Tierra. En el jardín del Edén había humanos y también la serpiente, que era «más sutil que cualquier animal del campo». La serpiente contaminó al hombre y como resultado perdió sus miembros. Sus atributos físicos ya no eran necesarios. Y por causa de esta contaminación, el hombre fue arrojado del jardín de la vida eterna. La muerte entró en el mundo.

Pero, pese a sus esfuerzos, el círculo de sus pensamientos crecía y volvía a Drake. Lo rechazaba, pero volvía; contó en voz baja, recitó los nombres de los objetos que tenía en su campo visual, gritó: «No, no, no», pero volvía. Seguía volviendo.

Drake le había mentido. Había sido una historia plausible. Hubiera resistido en la mayoría de los casos, pero Drake no era biólogo. El cáncer no podía ser, como aseguraba Drake, una enfermedad que expresara la pérdida de capacidad de crecimiento normal. El cáncer atacaba a niños en pleno crecimiento; incluso podía atacar el tejido embrionario; atacaba a los peces que, como los extraterrestres, no dejaban de crecer mientras vivían, y morían solo por enfermedad o accidente; atacaba a las plantas que no tienen mente y no pueden albergar parásitos. El cáncer no tenía nada que ver con la presencia o ausencia de crecimiento normal; era la enfermedad general de la vida, a la que ningún tejido de ningún organismo multicelular era completamente inmune.

Se cubrió los ojos con las manos. Los jóvenes que desaparecían estaban generalmente en el primer año de su matrimonio. Fuera cual fuera el proceso de reproducción de las inteligencias parasitarias, debía involucrar una íntima asociación con otro parásito…, el tipo de íntima y continuada asociación que solamente era posible si sus respectivos anfitriones estaban igualmente en íntima relación. Como es el caso en parejas de recién casados.

Percibía que sus pensamientos iban desconectándose poco a poco. Pero volverían. Le preguntarían:

—¿Dónde está Harg Tholan? —Y ella contestaría:

—Con mi marido.

Sólo que le dirían:

—¿Y dónde está tu marido? —Porque él también se habría ido. Ya no la necesitaba más. Jamás regresaría. Nunca le encontrarían porque estaría por el espacio. Informaría de ambos: de Drake Smollett y de Harg Tholan al Departamento de personas desaparecidas.

Other books

Learning to Blush by Korey Mae Johnson
Demonio de libro by Clive Barker
A Simple Change by Judith Miller
Fearless by Douglas, Cheryl
A Distant Tomorrow by Bertrice Small
Titan by Bova, Ben
Overruled by Emma Chase