Cuentos completos (178 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
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Se realizó con mucha astucia. Se utilizó un equilibrio de efecto Mbsbauer para sondear el espacio que había entre ambos polos. Para quien no haya visto nunca un equilibrio de efecto Mósbauer en acción, éste consiste en un haz monocromático de rayos gamma disparados a lo largo del campo de baja gravedad. Los rayos gamma cambian ligera, pero mensurablemente de longitud de onda bajo la influencia del campo gravitatorio y, si algo altera la intensidad del campo, el cambio de longitud de onda varía de forma correspondiente. Es un método delicadísimo para sondear un campo gravitatorio y funcionó como por arte de magia. Era indudable que Bloom había reducido la gravedad.

El problema estaba en que otros lo habían conseguido antes. Bloom utilizó circuitos que facilitaban el logro de ese efecto —su sistema era ingenioso, como de costumbre, y estaba debidamente patentado— y sostenía que mediante ese método la antigravedad dejaría de ser una curiosidad científica para convertirse en un recurso práctico con aplicación industrial.

Quizá. Pero era una tarea inconclusa y, por lo general, él no armaba ninguna bulla por algo que estaba inconcluso. No lo habría hecho esta vez si hubiera contado con algo real.

—Entiendo que en esa demostración preliminar usted alcanzó 0,8 g, menos de lo que se logró en Brasil la primavera pasada —señalé.

—¿De veras? Bien, calcule la energía utilizada en Brasil y la de aquí, y luego dígamela diferencia de reducción de gravedad por kilovatio-hora. Quedará sorprendido.

—Pero lo importante es si usted puede lograr la gravedad cero. Es lo que el profesor Priss considera imposible. Todos convienen en que reducir la intensidad del campo no es una gran hazaña.

Bloom apretó los puños. Tuve la sensación de que un experimento decisivo había fallado ese día y él estaba fuera de sí. Bloom odiaba que el universo le pusiera obstáculos.

—Los teóricos me enferman —murmuró en un tono bajo y controlado, como si se hubiera cansado de no decirlo y hubiese decidido hablar sin pelos en la lengua—. Priss ha ganado dos premios Nobel por manejar unas cuantas ecuaciones, pero ¿qué ha hecho con ellas? ¡Nada! Yo hice algo con ellas y pienso hacer más, le guste o no a Priss. La gente me recordará a mí. Yo me llevaré los laureles. Él se puede quedar con su maldito título y sus premios y la aprobación de los eruditos. Escuche, le diré qué es lo que le fastidia a Priss. Simple envidia. Lo saca de quicio que yo reciba todo lo que recibo por hacer cosas. Él quiere recibir lo mismo por pensarlas. Se lo dije una vez… Jugamos juntos al billar, ya sabe…

Fue entonces cuando yo cité lo que me dijo Priss sobre el billar y Bloom me dio su réplica. Nunca he publicado ninguna de las dos. Eran trivialidades.

Jugamos al billar —me contó Bloom, cuando se hubo calmado— y le he ganado bastantes partidas. Nos llevamos bastante bien. Qué diablos, somos compañeros de universidad y todo eso…, aunque nunca sabré cómo terminó la carrera. Le fue bien en física, por supuesto, y en matemáticas; pero yo creo que sólo por compasión le aprobaron las asignaturas de humanidades.

—Usted no obtuvo su título, ¿verdad, señor Bloom?

Lo dije por pura malicia. Estaba disfrutando de su reacción.

—Abandoné para dedicarme a los negocios, maldita sea. Mi media académica, durante los tres años que asistí, fue una nota excelente. No se imagine cosas raras, ¿entiende? Demonios, cuando Priss obtuvo su doctorado, yo me encontraba reuniendo mi segundo millón. —Y continuó, evidentemente irritado—: Sea como fuere, estábamos jugando al billar y le dije: «Jim, la gente común nunca entenderá por qué te llevas el premio Nobel cuando soy yo quien obtiene los resultados. ¿Para qué necesitas dos? ¡Dame uno!» Pasó la tiza por el taco y dijo, en ese tono soso suyo: «Tú tienes dos mil millones, Ed. Dame mil.» Como usted ve, lo que quiere es dinero.

—¿Y a usted no le molesta que él se lleve los honores?

Por un segundo pensé que me echaría con cajas destempladas, pero no fue así. Se rió y agitó la mano como si estuviera borrando una pizarra invisible.

—Bah, olvídelo. Todo esto es extraoficial. Escuche, ¿quiere una declaración? De acuerdo. Las cosas no han ido bien hoy y yo estaba de mal humor, pero todo se solucionará. Creo saber dónde está el fallo. Y, si me equivoco, ya lo averiguaré. Puede decir que yo sostengo que no necesitamos intensidad electromagnética infinita; aplanaremos esa lámina de caucho; obtendremos la gravedad cero. Y cuando la obtengamos haré la demostración más contundente que se haya visto, en exclusiva para la prensa y para Priss, y usted queda invitado. Y puede decir también que no falta mucho. ¿De acuerdo?

¡De acuerdo!

Depués de aquello tuve la oportunidad de verlos a los dos un par de veces más. Incluso los vi juntos cuando asistí a una de sus partidas de billar. Como dije antes, ambos jugaban bien.

Pero la invitación a la demostración no vino tan pronto. Llegó once meses después de las declaraciones de Bloom. Aunque quizás era injusto esperar un trabajo más rápido.

Recibí una invitación con letras grabadas en la que me aseguraban que primero habría un cóctel. Bloom nunca hacía las cosas a medias, y deseaba contar con un grupo de periodistas complacidos y satisfechos. También asistiría la televisión tridimensional. Bloom se sentía muy confiado, eso estaba claro; tan confiado como para querer introducir su demostración en cada sala de estar del planeta.

Llamé al profesor Priss para cerciorarme de que también estaba invitado. Lo estaba.

—¿Piensa asistir, profesor?

Hubo una pausa. En la pantalla, el semblante del profesor era un monumento a la desgana.

—Una demostración de este tipo es algo muy inapropiado cuando se trata de una cuestión científica seria. No me gusta alentar estas cosas. —Temí que pretendiera escabullirse, pues el dramatismo de la situación se resentiría muchísimo si él no estaba presente. Pero quizá decidió que no podía acobardarse delante del mundo entero y añadió con evidente disgusto—: Por supuesto, Ed Bloom no es un verdadero científico y necesita exhibirse. Estaré allí.

—¿Cree usted que el señor Bloom puede generar gravedad cero, profesor?

—Bueno… El señor Bloom me envió una copia del diseño de su aparato y… no estoy seguro. Tal vez pueda hacerlo…, él…, él dice que puede hacerlo. —Hizo otra larga pausa—. Desde luego…, creo que me gustaría verlo.

También a mí, y a muchos otros.

La puesta en escena era impecable. Se despejó por completo una planta entera del principal edificio de la empresa, el edificio de la colina. Tal como se había prometido, había cócteles y entremeses, música suave y luces tenues, y un elegante y jovial Edward Bloom oficiando de anfitrión perfecto mientras camareros corteses y silenciosos llevaban y traían cosas. Todo era afabilidad y maravillosa camaradería.

James Priss no llegaba, y noté que Bloom escrutaba la multitud con impaciencia. Pero al fin llegó, llevando consigo su sosería, una insipidez que no se veía afectada por el bullicio y el esplendor (yo no hallaba mejor palabra para describirlo, aunque quizá sólo fuera el destello en mi interior de los dos martinis que me había bebido) que colmaba la sala.

Bloom lo vio y adoptó una expresión radiante. Cruzó el salón a grandes pasos, tomó de la mano a Priss y lo arrastró a la barra.

—¡Jim! ¡Me alegra verte! ¿Qué quieres beber? Demonios, habría interrumpido todo si no hubieras venido. No se puede hacer esto sin la estrella. —Estrechó la mano de Priss—. A fin de cuentas, es tu teoría. Nada podemos hacer los pobres mortales sin los pocos, los poquísimos escogidos que nos señalan el rumbo.

Prodigaba elogios con efusividad, ya que podía darse el lujo. Estaba engordando a Priss antes de sacrificarlo.

Priss intentó rechazar la copa con un murmullo, pero le pusieron un vaso en la mano y Bloom elevó la voz:

—¡Caballeros! Un momento de silencio, por favor. Por el profesor Priss, la mente más ilustre desde Einstein, dos veces premio Nobel, padre de la teoría del doble campo e inspirador de la demostración que estamos a punto de ver…, aunque él no creía que funcionara y tuvo las agallas de decirlo en público. —Estallaron unas risotadas que se acallaron rápidamente y Príss puso la cara más huraña que podía poner—. Pero, ahora que el profesor Priss está aquí y ya hemos brindado, continuaremos con lo nuestro. ¡Síganme, caballeros!

La demostración se realizaba en un sitio aún más complicado que la vez anterior, en el piso más alto del edificio. Se usaban otros imanes —mucho más pequeños—, aunque, al parecer, también se utilizaría el equilibrio de efecto Mósbauer.

Pero había algo nuevo que sorprendió a todos, llamando poderosamente la atención. Una mesa de billar descansaba bajo un polo del imán. Debajo estaba el otro polo. Un agujero redondo de casi medio metro atravesaba el centro de la mesa y era evidente que el campo de gravedad cero se produciría a través de ese agujero.

Parecía como si toda la demostración estuviera montada de un modo surrealista, con el fin de poner énfasis en la victoria de Bloom sobre Priss. Iba a ser otra versión de su eterna partida de billar, y Bloom sería el ganador.

No sé si los demás periodistas se tomaron las cosas de ese modo, pero creo que Priss sí. Noté que aún tenía en la mano la copa que le habían obligado a aceptar. Rara vez bebía, pero se llevó el vaso a los labios y lo vació de dos sorbos. Miró la bola de billar y no necesité ser telépata para comprender que lo consideraba una burla.

Bloom nos condujo— a los veinte asientos que rodeaban tres lados de la mesa (el cuarto lado se usaría como zona de trabajo). Acompañaron a Priss al asiento desde donde se dominaba la mejor vista. Echó una ojeada a las cámaras tridimensionales, que ya estaban funcionando. Tal vez pensaba en marcharse, pero sabiendo que no podía hacerlo ante los ojos del mundo.

La demostración era esencialmente simple; lo que contaba era la producción. Unos cuadrantes a plena vista medían el consumo de energía, y había otros que transferían las lecturas de equilibrio Mósbauer a una posición y un tamaño visibles para todos. Estaba organizado todo para que resultara fácil de ver en tres dimensiones.

Bloom explicó en un tono amable cada paso e hizo un par de pausas para pedirle a Priss su confirmación. No abusó de ese recurso, pero lo utilizó lo suficiente como para ensartar a Priss en su propio suplicio. Desde donde yo estaba podía ver al profesor.

Parecía un hombre en el infierno.

Como todos sabemos, Bloom tuvo éxito. El equilibrador Mósbauer mostró que la intensidad gravitatoria descendía a medida que se intensificaba el campo electromagnético. Hubo ovaciones cuando descendió por debajo de 0,52 g. Una línea roja lo indicaba en el medidor.

—Ya saben ustedes que la marca de 0,52 g —manifestó Bloom, seguro de sí— representa la anterior marca más baja en intensidad gravitatoria. Ahora estamos por debajo de eso, con un coste en electricidad que es inferior al diez por ciento de lo que costó cuando se estableció el récord. Y bajaremos aún más.

Bloom —creo que deliberadamente, para crear más tensión— redujo el descenso hacia el final, dejando que las cámaras tridimensionales enfocaran alternativamente el agujero de la mesa de billar y el medidor que mostraba la lectura de equilibrio Mósbauer.

—Caballeros —dijo—, encontrarán unas gafas oscuras en el lateral de su asiento. Úsenlas, por favor. Pronto se establecerá el campo de gravedad cero, que irradiará una luz rica en rayos ultravioleta.

Se puso unas gafas, y se oyó un susurro mientras todos se las ponían.

Creo que nadie respiró durante el último minuto, cuando la lectura del medidor descendió a cero y se quedó fija allí. Un cilindro de luz vibraba de polo a polo a través del agujero de la mesa de billar.

Se oyeron veinte suspiros.

—Señor Bloom —preguntó alguien—, ¿cuál es la causa de esa luz?

—Es característica del campo de gravedad cero —contestó Bloom, lo cual no era una respuesta.

Los periodistas se pusieron de pie y se agolparon en torno de la mesa. Bloom los mantuvo a raya.

—¡Por favor, caballeros, atrás!

Sólo Priss permaneció sentado. Parecía sumido en sus pensamientos y, desde entonces, estoy seguro de que las gafas ocultaron el posible significado de todo lo que siguió después. No le vi los ojos. No pude. Y eso significaba que ni yo ni nadie podíamos adivinar qué pasaba detrás de aquellos ojos. Tal vez no hubiéramos podido adivinarlo aunque no hubiera tenido puestas las gafas. Quién sabe.

Bloom volvía a hablar en voz alta:

—¡Por favor! La demostración aún no ha concluido. Hasta ahora sólo hemos repetido algo que ya había hecho con antelación. Acabo de generar un campo de gravedad cero y he demostrado que se puede realizar de forma práctica. Pero quiero demostrar lo que puede lograr este campo. A continuación, veremos algo que jamás se ha visto, que ni siquiera yo he visto. Nunca he realizado experimentos de este tipo, aunque me hubiera gustado mucho hacerlo, porque entendía que el profesor Priss merecía el honor de…

Priss irguió la cabeza.

_ —¿Qué… Qué…?

—Profesor Priss —continuó Bloom, sonriendo—, me gustaría que usted realizara el primer experimento que muestre la interacción de un objeto sólido con un campo de gravedad cero. Fíjese en que el campo se ha formado en el centro de una mesa de billar. El mundo conoce su magnífica destreza en este juego, profesor, un talento sólo superado por su asombrosa capacidad como físico teórico. ¿No desea disparar una bola de billar al volumen de gravedad cero?

Le ofrecía una bola y un taco al profesor. Priss, con los ojos ocultos por las gafas, los miró y muy despacio, con muchos titubeos, extendió las manos para cogerlos.

Me pregunto qué mostrarían sus ojos. Me pregunto, también, en qué medida la decisión de que Priss jugara al billar en la demostración obedecía a la ira de Bloom ante el comentario que el profesor había hecho sobre sus partidas de billar, aquel comentario que yo le había citado. ¿Era yo, a mi modo, responsable de lo que siguió?

—Vamos, en pie, profesor —dijo Bloom—, y déjeme ocupar su asiento. El espectáculo le pertenece a partir de ahora. ¡Adelante! —Bloom se sentó y añadió, en un tono que se fue haciendo progresivamente más profundo—: Una vez que el profesor Priss dispare la bola hacia el volumen de gravedad cero, ya no quedará afectada por el campo gravitatorio de la Tierra. Permanecerá inmóvil mientras la Tierra rota en torno de su eje y gira alrededor del Sol. He calculado que la Tierra, en esta latitud y a esta hora del día, se desplazará hacia abajo en sus movimientos. Nosotros nos moveremos con ella y la bola permanecerá quieta. Nos parecerá que se eleva alejándose de la superficie terrestre. Observen.

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