Read Cuentos completos Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

Cuentos completos (182 page)

BOOK: Cuentos completos
2.23Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Lo está pasando por los bancos de correlación —susurró Madarian resignado.

Al fin, Jane-2 habló con voz neutra:

—No estoy segura.

Era el primer sonido que emitía.

Madarian elevó los ojos al techo.

—Está haciendo el equivalente de armar ecuaciones con soluciones indeterminadas.

—Me he dado cuénta —dijo Bogert—. Escucha, Madarian, ¿crees que puedes llegar a alguna parte, o nos retiramos ahora y limitamos nuestras pérdidas a quinientos millones?

—Oh, lo resolveré —rezongó Madarian.

Jane-3 tampoco dio resultado. Ni siquiera llegó a activarse, y Madarian estaba fuera de sí.

Era un error humano. Culpa suya, para ser exactos. Pero mientras Madarian se sentía totalmente humillado otros guardaban silencio; que quien no hubiera cometido nunca un error en las matemáticas temiblemente intrincadas del cerebro posítrónico rellenara el primer memorándum correctivo.

Transcurrió otro año hasta que Jane-4 estuvo a punto. Madarian estaba nuevamente exultante.

—Lo ha logrado. Tiene un buen cociente de alto reconocimiento.

Estaba tan confiado que exhibió a la robot ante el consejo de dirección y le hizo resolver problemas. No problemas matemáticos —cualquier robot resolvía problemas matemáticos—, sino problemas cuyos términos eran deliberadamente ambiguos sin ser imprecisos.

—No se necesita mucho para eso —dijo luego Bogert.

—Claro que no. Es elemental para Jane-4, pero tenía que mostrarles algo, ¿no?

—¿Sabes cuánto hemos gastado hasta ahora?

—Vamos, Peter, no me vengas con eso. ¿Sabes cuánto hemos recuperado? Estas cosas no ocurren en el vacío. He pasado tres años infernales, te lo confieso; pero he elaborado nuevas técnicas de cálculo que nos ahorrarán un mínimo de cincuenta mil dólares en cada tipo de cerebro positrónico que diseñemos, desde ahora y para siempre. ¿De acuerdo?

—Pero…

—Sin peros. Es así. Y sospecho que el cálculo de incertidumbre con ene dimensiones tendrá muchísimas aplicaciones si nos las ingeniamos para hallarlas, y mis robots Jane las hallarán. Una vez que tenga lo que quiero, la nueva serie JN se costeará sola en cinco años, aunque tripliquemos lo que hemos invertido hasta ahora.

—¿Qué significa «lo que quiero»? ¿Qué problema hay con Jane-4?

—Nada. O nada importante. Está en el buen camino, pero se puede mejorar y me propongo mejorarla. Creí saber a dónde iba cuando la diseñé. Ahora la he puesto a prueba y sé a dónde voy. Me propongo llegar allí.

Jane-5 fue lo que buscaba. Madarian tardó más de un año, pero ya no tenía reservas; estaba absolutamente seguro.

Era más baja y delgada que un robot común. Sin ser una caricatura femenina, como Jane-1, poseía un aire femenino a pesar de no contar con la silueta de una mujer.

—Es su apostura —comentó Bogert.

La robot extendía grácilmente los brazos y cuando daba media vuelta parecía curvar ligeramente el torso.

—Escúchala —dijo Madarian—. ¿Cómo estás, Jane?

—En excelente salud, gracias —respondió Jane-5, con una turbadora y femenina voz de contralto.

—¿Por qué has hecho eso, Clinton? —preguntó Peter, sobresaltado, y frunció el ceño.

—Es psicológicamehte importante. Quiero que la gente la considere una mujer, que la trate como una mujer, que le explique las cosas.

—¿Qué gente?

Madarian hundió las manos en sus bolsillos y miró pensativamente a Bogert.

—Quisiera que se dispusiera lo necesario para que Jane y yo fuéramos a Flagstaff.

Bogert notó que Madarian no decía Jane-5. Ya no usaba el número; se trataba de la única Jane.

—¿A Flagstaff? ¿Por qué?

—Porque es el centro mundial de planetología general. Allí es donde se estudian las estrellas y se intenta calcular la probabilidad de que haya planetas habitables, ¿no es cierto?

—Lo sé, pero está en la Tierra.

—Sí, claro.

—Los movimientos de los robots en la Tierra están estrictamente controlados. Y no es necesario. Trae aquí una biblioteca de libros sobre planetología general y que Jane los asimile.

—¡No! Peter, métete en la mollera que Jane no es un robot lógico común. Es intuitiva.

—¿Y?

—Pues que ¿cómo saber qué necesita, qué puede utilizar, qué la estimula? Podemos usar cualquier modelo metálico de la fábrica para leer libros; son datos fríos y desactualizados. Jane necesita información viva, tonos de voz, temas adicionales, incluso irrelevancias. ¿Cómo diablos sabremos cuándo algo se activa dentro de ella y se inserta en un patrón? Si lo supiéramos, no la necesitaríamos a ella, ¿verdad?

Bogert empezaba a sentirse acosado.

—Pues trae aquí a los expertos en planetología general.

—Aquí no servirá de nada. Ellos estarán fuera de su elemento. No reaccionarán con naturalidad. Quiero que Jane les observe trabajar, quiero que vea sus instrumentos, sus despachos, sus escritorios, todo lo posible, y quiero que la hagas transportar a Flagstaff. Y no quiero hablar más de esto.

Por un momento pareció ser Susan quien hablaba. Bogert hizo una mueca.

—Ese traslado es complicado. El transporte de un robot experimental…

Jane no es experimental. Es la quinta de la serie.

—Las otras cuatro no eran modelos operativos.

Madarian alzó las manos con exasperación.

—¿Y quién te obliga a contárselo al Gobierno?

—No me preocupa el Gobierno. Puedo conseguir que entiendan ciertos casos especiales. Se trata de la opinión pública. Hemos avanzado muchísimo en cincuenta años y no tengo la intención de retroceder veinticinco permitiendo que pierdas el control de…

—No perderé el control. Estás diciendo tonterías. ¡Mira! La empresa puede pagar un avión privado. Aterrizaremos discretamente en el aeropuerto comercial más próximo y nos perderemos entre cientos de aterrizajes similares. Podemos hacer que un vehículo terrestre de carrocería cerrada nos vaya a buscar para llevarnos a Flagstaff. Jane estará dentro de una caja de embalaje y todo el mundo creerá que estamos transportando equipo no robótico al laboratorio. Nadie nos prestará atención. Los trabajadores de Flagstaff estarán sobre aviso y conocerán el objetivo de la visita. Tendrán muchos motivos para cooperar y evitar una filtración.

Bogert lo meditó.

—Lo más arriesgado serán el avión y el vehículo terrestre. Si algo le ocurre a la caja…

—No ocurrirá nada.

—Podemos lograrlo si desactivamos a Jane durante el transporte. Así, aunque alguien descubra que está dentro…

—No, Peter. No se puede hacer eso con Jane-5. Ha realizado asociaciones libres desde que la activamos. La información que posee se puede congelar durante la desactivación, pero no las asociaciones libres. No, señor. No podemos desactivarla nunca.

—Pero si se descubre que estamos transportando un robot activado…

—Nadie lo descubrirá.

Madarian se mantuvo en sus trece y el avión despegó al fin. Era un Computojet automático del último modelo, pero llevaba un piloto humano como precaución, un empleado de la empresa. La caja que contenía a Jane llegó al aeropuerto sin problemas, fue trasladada al vehículo terrestre y llegó a los laboratorios de investigación de Flagstaff sin novedad.

Peter Bogert recibió la llamada de Madarian menos de una hora después. Madarian estaba extasiado y, como era habitual en él, no tardó en hacerlo saber.

El mensaje llegó por rayo láser protegido, codificado y casi impenetrable; pero Bogert se enfadó. Sabía que era posible descubrirlo si alguien con suficiente capacidad tecnológica —el Gobierno, por ejemplo— estaba decidido a hacerlo. Su única tranquilidad era que el Gobierno no tenía razones para intentarlo. Eso esperaba Bogert, al menos.

—Por amor de Dios, ¿era necesario que llamaras?

Madarian no le prestó atención.

—Fue una inspiración. Puro genio, te lo aseguro.

Bogert miró al receptor.

—¿Quieres decir que ya tienes la respuesta? —exclamó en un tono de incredulidad.

—¡No, no! Danos tiempo, demonios. Quiero decir que lo de la voz fue pura inspiración. Cuando nos llevaron en coche desde el aeropuerto hasta el edificio principal de Flagstaff, sacamos a Jane de la caja. Todos los hombres presentes retrocedieron. ¡Los muy imbéciles tenían miedo! Si ni siquiera los científicos comprenden el significado de las tres leyes de la robótica, ¿qué podemos esperar de la gente común? Por un momento pensé que todo iba a ser inútil, que no hablarían, que estarían pensando en poner los pies en polvorosa en cuanto ella se descontrolase y no podrían pensar en otra cosa.

—Bien, ve al grano.

—Así que ella los saludó rutinariamente: «Buenas tardes, caballeros. Es un placer conocerles.» Con esa bella voz de contralto… ¡Fue sensacional! Un tipo se ajustó la corbata, otro se alisó el cabello. Lo que más me divirtió fue que el fulano más viejo del lugar se miró a la bragueta para asegurarse de que la tenía cerrada. Ahora están locos por ella. Sólo necesitaban la voz. Ya no es una robot, es una chica.

—¿Quieres decir que le hablan?

—¡Vaya que si le hablan! Tenía que haberla programado para darle entonaciones eróticas y ya la estarían invitando a salir. ¡El poder de los reflejos condicionados! Escucha, los hombres reaccionan ante las voces. En los momentos más íntimos, ¿acaso miran? Es la voz en el oído…

—Sí, Clinton, creo recordarlo. ¿Dónde está Jane ahora?

—Con ellos. No se separan de ella.

—¡Cuernos! ¡Vete allí con ella! No la pierdas de vista, hombre.

Las llamadas posteriores de Madarian, durante su estancia de diez días en Flagstaff, fueron cada vez más infrecuentes y menos exaltadas.

Informó de que Jane escuchaba atentamente y en ocasiones respondía. Conservaba su popularidad. Le dejaban entrar en todas partes. Pero no había resultados.

—¿Ninguno? —preguntó Bogert.

Madarian se puso a la defensiva:

—No puede decirse «ninguno». Es imposible decirlo con un robot intuitivo. Nunca se sabe lo que puede estar pasándole por la cabeza. Esta mañana le preguntó a Jensen qué había desayunado.

—¿Rossiter Jensen? ¿El astrofísico?

—Sí, por supuesto. Bien, pues él no había desayunado hoy. Sólo una taza de café.

—Así que Jane está aprendiendo a hablar de naderías. Vaya, eso no compensa el gasto…

—Oh, no seas tonto. No se trataba de naderías. Nada lo es para Jane. Lo preguntó porque tenía algo que ver con una correlación que estaba estableciendo en su mente.

—¿Pero qué puede…?

—¿Cómo saberlo? Si lo supiera, yo sería una Jane y tú no la necesitarías. Pero tiene que significar algo. Está programada para motivaciones de alcance avanzado, con el objeto de obtener una respuesta a la pregunta de si hay un planeta con una relación óptima de habitabilidad y distancia, y…

—Entonces, cuéntamelo cuando lo haya logrado. No es necesario que me hagas una descripción detallada de las posibles correlaciones.

En realidad, no esperaba recibir una notificación de éxito. A cada día que pasaba, Bogert se sentía más abatido, así que cuando llegó la notificación no estaba preparado para ello. Y llegó muy al final.

El mensaje culminante de Madarian fue un susurro. La euforia había completado el círculo y Madarian susurraba por pura admiración.

—Lo consiguió —dijo—. Lo consiguió. Y cuando yo me daba por vencido, además; después de haber asimilado todos los datos del lugar, y la mayoría de ellos dos o tres veces, sin decir una palabra que sonara acertada… Ahora estoy en el avión de vuelta. Acabamos de despegar.

Bogert consiguió recobrar el aliento.

—No juegues conmigo, Madarian. ¿Tienes respuestas? En tal caso, dilo. Dilo sin rodeos.

—Ella tiene la respuesta. Me ha dado la respuesta. Me ha dado el nombre de tres estrellas a ochenta años luz y que tienen de un sesenta a un noventa por ciento de probabilidades de poseer un planeta habitable cada una. Una de ellas tiene una probabilidad del 0,972. Es casi seguro. Y eso no es todo. Cuando regresemos, Jane podrá exponer los razonamientos que la llevaron a esa conclusión, y anticipo que la ciencia de la astrofísica y la cosmología sufrirán un…

—¿Estás seguro…?

—¿Crees que alucino? Incluso tengo un testigo. El pobre saltó más de medio metro en el momento en que Jane dio la respuesta con su espléndida voz.

Y fue entonces cuando el meteorito hizo impacto haciendo trizas el avión. Madarian y el piloto quedaron reducidos a guiñapos de carne sanguinolenta, y de Jane no se recuperó ningún resto utilizable.

El desánimo nunca había sido más profundo en Robots y Hombres Mecánicos. Robertson trató de consolarse pensando que la destrucción había sido tan completa que ocultaba los actos ilegales en que había incurrido la compañía. Peter sacudió la cabeza, lamentándose.

—Hemos perdido nuestra mejor oportunidad de obtener una inmejorable imagen pública, de superar el maldito complejo de Frankenstein; lo que para los robots hubiese significado el hecho de que uno de ellos solucionara el problema de los planetas habitables, después de que otros robots habían contribuido a desarrollar el salto espacial. Ellos nos habrían abierto la galaxia. Y si al mismo tiempo hubiéramos impulsado el conocimiento científico en varios rumbos como… ¡Oh, Dios! No hay modo de calcular los beneficios para la raza humana; y para nosotros, por supuesto.

—Pero podríamos construir otras Janes, ¿verdad? —preguntó Robertson—. Incluso sin Madarian.

—Claro que sí. ¿Pero podemos depender nuevamente de la correlación apropiada? Quién sabe lo baja que era la probabilidad del resultado final. ¿Y si Madarian hubiera tenido una fantástica suerte de principiante? ¿Y si luego tuvimos una mala suerte aún más fantástica? Un meteorito cayendo sobre… Es simplemente increíble…

—¿No pudo haber sido… adrede? —susurró Robertson—. Es decir, que no quisieran que nos enterásemos y el meteorito fuese la conclusión de…

Guardó silencio ante la mirada fulminante de Bogert, que dijo:

—No todo se ha perdido, supongo. Otras Janes nos ayudarán de otros modos. Y podemos dar voz femenina a los robots, si eso sirve para alentar la aceptación pública; aunque no sé qué dirán las mujeres. Si al menos supiéramos qué dijo Jane-5…

—En esa última llamada, Madarian dijo que había un testigo.

—Lo sé. He pensado en ello. ¿Crees que no he estado en contacto con Flagstaff? Allí nadie oyó que Jane dijera nada fuera de lo común, nada que pareciera una respuesta al problema de los planetas habitables, y seguro que esa gente habría reconocido una respuesta así, o al menos habría reconocido que era una respuesta posible.

BOOK: Cuentos completos
2.23Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Death of an Aegean Queen by Hudgins, Maria
The Hypnotist's Love Story by Liane Moriarty
Chasing Aubrey by Tate, Sennah
The Hadrian Memorandum by Allan Folsom
Chance Harbor by Holly Robinson
Competitions by Sharon Green
Theirs by Jenika Snow
The Naked Gardener by L B Gschwandtner
A Rose for the Anzac Boys by Jackie French