Cuentos completos (185 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
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Marley se puso de pie.

—Sospecho, señor secretario, que usted deseaba que yo estuviera presente en la entrevista. Usted desea que haga pública esta tesis, ¿verdad?

—Digamos que aprovecho la oportunidad para intentar que mis frases se citen correctamente.

Reflejo simétrico (1972)

“Mirror Image”

Las Tres Leyes de la robótica
:

  1. Un robot no debe dañar a un ser humano ni, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.
  2. Un robot debe obedecer las órdenes impartidas por los seres humanos, excepto cuando dichas órdenes estén reñidas con la Primera Ley.
  3. Un robot debe proteger su propia existencia, mientras dicha protección no esté reñida ni con la Primera ni con la Segunda Ley.

Lije Baley estaba a punto de encender la pipa cuando la puerta del despacho se abrió de golpe. Baley puso cara de fastidio y dejó caer la pipa. Tan sorprendido estaba que la dejó donde había caído.

—R. Daneel Olivaw —dijo con desconcertado entusiasmo—. ¡Por Josafat! Eres tú, ¿verdad?

—En efecto —repuso el alto y broncíneo recién llegado, con expresión imperturbable—. Lamento entrar sin anunciarme, pero se trata de una situación delicada y no deseo la menor intrusión de hombres ni de robots, ni siquiera aquí. En todo caso, me agrada verte de nuevo, amigo Elijah.

Y el robot tendió la mano derecha en un gesto tan humano como su apariencia. Baley se quedó tan desarmado por el asombro que por un instante miró la mano sin entender.

Pero luego le estrechó las dos, sintiendo su cálida firmeza.

—¿Pero por qué, Daneel? Eres bienvenido en cualquier momento, pero… ¿cuál es esa delicada situación? ¿De nuevo hay problemas con la Tierra?

—No, amigo Elijah, no se trata de la Tierra. La delicada situación a que me refiero es nimia en apariencia. Una disputa matemática, nada más. Como, por casualidad, estábamos a un corto salto de la Tierra…

—¿Esta disputa se llevó a cabo en una nave estelar?

—En efecto. Es una disputa pequeña, pero asombrosamente grande para los humanos involucrados.

Baley no pudo contener una sonrisa.

—No me sorprende que los humanos te desconcierten. No obedecen las Tres Leyes.

—Es un verdadero inconveniente —convino gravemente R. Daneel—, y creo que los humanos mismos se desconciertan ante los humanos. Es posible que tú te desconciertes menos que los hombres de otros mundos, porque en la Tierra viven muchos más humanos que en los mundos del espacio. Por ello creo que puedes ayudarnos. —R. Daneel hizo una pausa y se apresuró a añadir—: De todas formas, he aprendido algunas reglas del comportamiento humano. Por ejemplo, parece que soy deficiente en cuestiones de cortesía, según las pautas humanas, pues no te he preguntado por tu esposa y por tu hijo.

—Están bien. El chico estudia en la universidad y Jessie participa en la política local. Con esto damos por liquidadas las frases de cortesía. Ahora cuéntame por qué estás aquí.

—Como te he dicho, estábamos a un corto salto de la Tierra, así que le sugerí al capitán que te consultáramos.

—¿Y el capitán accedió?

Baley imaginó al orgulloso y autocrático capitán de una nave estelar de los mundos del espacio accediendo a descender ni más ni menos que en la Tierra para consultar ni más ni menos que a un terrícola.

—Creo que se encontraba en una situación en la que habría accedido a todo. Además, te alabé muchísimo, aunque, por supuesto, no dije más que la verdad. Total que accedí a efectuar todas las negociaciones de tal modo que ningún tripulante ni pasajero necesitara entrar en una ciudad terrícola.

—Ni hablar con ningún terrícola, claro. ¿Pero qué ha ocurrido?

—Entre los pasajeros de la nave, Eta Carina, se encontraban dos matemáticos que viajaban a Aurora para asistir a una conferencia interestelar sobre neurobiofísica. La disputa se centra en torno de estos dos matemáticos, Alfred Barr Humboldt y Gennao Sabbat. ¿Has oído hablar de ellos, amigo Elijah?

—En absoluto. No sé nada de matemática. Oye, Daneel, espero que no le hayas dicho a nadie que soy un experto en matemática ni…

—Claro que no, amigo Elijah. Sé que no lo eres. Y no importa, pues la cuestión matemática no resulta relevante para el asunto en cuestión.

—Bien, continúa.

—Como tú no conoces a ninguno de los dos hombres, amigo Elijah, déjame decirte que el profesor Humboldt ya va por su vigesimoséptima década… ¿Ocurre algo, amigo Elijah?

—Nada, nada —masculló Baley. Simplemente había murmurado algo para sus adentros, una reacción natural ante la gran longevidad de la gente del espacio—. ¿Y sigue en activo, a pesar de la edad? En la Tierra, los matemáticos de más de treinta años…

—El profesor Humboldt es uno de los tres matemáticos de mayor prestigio de la galaxia. Por supuesto que sigue en activo. El profesor Sabbat, por otra parte, es muy joven, pues aún no llega a los cincuenta, pero ya se ha afirmado como el nuevo talento más notable en las ramas más abstrusas de las matemáticas.

—Ambos son ilustres, entonces —asintió Baley. Se acordó de su pipa y la recogió. Decidió que ya no tenía sentido encenderla y la vació—. ¿Qué ha pasado? ¿Es un caso de homicidio? ¿Uno de los dos mató clarísimamente al otro?

—Uno de estos dos hombres de gran reputación intenta destruir la del otro. Según los valores humanos, creo que se puede considerar peor que el homicidio.

—A veces sí, supongo. ¿Entonces, cuál de ellos intenta destruir al otro?

—Vaya, amigo Elijah, de eso se trata, de cuál de los dos.

—Continúa.

—El profesor Humboldt cuenta la historia claramente. Poco antes de subir a la nave estelar, descubrió un posible método para analizar sendas neurales a partir de cambios en los patrones de absorción de microondas de las áreas corticales locales. Se trataba de una técnica puramente matemática y de extraordinaria sutileza, aunque yo no comprendo ni puedo transmitir correctamente los detalles. Pero esto no importa. Humboldt reflexionó y se convenció cada vez más de que tenía entre manos algo revolucionario, algo que dejaría pequeños todos sus logros anteriores en matemática. Luego, se enteró de que el profesor Sabbat estaba a bordo.

—Ah. ¿Y se lo comentó al joven Sabbat?

—Exacto. Los dos se habían visto en reuniones profesionales y se conocían por su reputación. Humboldt le describió a Sabbat todos los detalles. Sabbat respaldó totalmente el análisis de Humboldt y elogió sin reservas la importancia del descubrimiento y el ingenio de su descubridor. Alentado por esto, Humboldt preparó una ponencia en la que describía sumariamente su labor, y dos días después se dispuso a despachar un mensaje subetérico a los presidentes de la conferencia de Aurora, con el objeto de establecer oficialmente su prioridad y preparar una posible deliberación antes del cierre de las sesiones. Para su sorpresa, descubrió que Sabbat había preparado su propia ponencia, muy similar a la suya, y que Sabbat también se disponía a transmitir un mensaje subetérico a Aurora.

—Supongo que Humboldt se puso furioso.

—iYa lo creo!

—¿Y Sabbat? ¿Qué alegó?

—Lo mismo que Humboldt. Palabra por palabra.

—¿Y cuál es el problema?

—Cada historia es un reflejo fiel de la otra, a excepción del cambio de nombres. Es un reflejo simétrico, como la imagen de un espejo. Según Sabbat, él tuvo esa intuición y le consultó a Humboldt, quien concordó con el análisis y lo alabó.

—Entonces, ambos alegan que la idea les pertenece y uno de los dos la robó. No parece difícil de resolver. En cuestiones académicas, sólo es preciso presentar los trabajos fechados y rubricados. A partir de ahí se puede deducir la prioridad. Aunque uno sea falso, se puede descubrir mediante las incoherencias internas.

—Generalmente tendrías razón, amigo Elijah, pero esto es matemática, no una ciencia experimental. Humboldt afirma que elaboró los elementos esenciales mentalmente; no puso nada por escrito hasta que tuvo preparada la ponencia. El profesor Sabbat afirma exactamente lo mismo.

—Pues entonces sed más drásticos y terminad con el asunto. Sometedlos a ambos a un sondeo psíquico y averiguad quién miente.

R. Daneel negó con la cabeza lentamente.

—Amigo Elijah, no entiendes a estos hombres. Son personas de rango y erudición, miembros de la Academia Imperial. Como tales, no pueden ser sometidos a un juicio de conducta profesional, excepto por un jurado de colegas de igual categoría, a menos que renuncien personal y voluntariamente a ese derecho.

—Proponédselo, entonces. El culpable no renunciará a su derecho porque no podrá enfrentarse a la sonda psíquica. El inocente renunciará de inmediato. Ni siquiera tendréis que hacer uso de la sonda.

—No funciona así, amigo Elijah. Renunciar a tal derecho en semejante caso, para ser investigado por legos, constituye un golpe serio y tal vez irrecuperable para el prestigio de ambos. Ellos se niegan tercamente a renunciar a su derecho a tener un juicio especial, pues se trata de una cuestión de orgullo. La culpa o la inocencia son totalmente secundarias.

—Si es así, olvidaos del asunto. Postergadlo hasta llegar a Aurora. En la conferencia de neurobiofísica habrá una gran cantidad de colegas profesionales y…

—Eso significaría un golpe tremendo para la ciencia, amigo Elijah. Ambos sufrirían por haber causado un escándalo. Incluso el inocente sería culpado de haber protagonizado una situación de tan pésimo gusto. Todos pensarían que la cuestión debió zanjarse discretamente fuera de los tribunales.

—De acuerdo. No soy un habitante de los mundos del espacio, pero trataré de imaginar que esta actitud tiene sentido. ¿Qué dicen los dos hombres en cuestión?

—Humboldt da su pleno consentimiento. Dice que si Sabbat admite que le robó la idea y permite que Humboldt transmita su ponencia, o al menos que la presente en la conferencia, no hará acusaciones. Guardará el secreto de la fechoría de Sabbat; y lo mismo hará el capitán; el único de los otros humanos que está al corriente de la disputa.

—¿Pero el joven Sabbat no está de acuerdo?

—Por el contrario. Está de acuerdo hasta en el último detalle, aunque con los nombres invertidos. De nuevo el reflejo simétrico.

—¿Así que están en tablas?

—Creo, amigo Elijah, que cada uno de ellos espera que el otro ceda y admita su culpa.

—Pues esperad vosotros también.

—El capitán sostiene que es imposible. La espera presenta dos alternativas. La primera es que ambos se obstinen de tal modo que, cuando la nave descienda en Aurora, el escándalo intelectual estalle. El capitán, siendo responsable de la justicia a bordo, sufrirá así una humillación por no haber sabido zanjar la cuestión, y la idea le resulta intolerable.

—¿Y la segunda alternativa?

—Que uno de los dos matemáticos admita haber cometido la fechoría. Pero ¿confesaría por ser realmente culpable, o por el noble deseo de evitar el escándalo? ¿Sería correcto privar de mérito a quien es tan ético que prefiere perder ese mérito antes que perjudicar a la ciencia en su conjunto? Por otra parte, quizás el culpable confiese en el último momento, pero dando a entender que sólo lo hace en aras de la ciencia, eludiendo de este modo la humillación de su acto y arrojando una sombra de duda sobre el otro. El capitán sería el único que sabría la verdad; pero no desea pasarse el resto de su vida preguntándose si lo que ha protagonizado no es más que una grotesca parodia de la justicia.

Baley suspiró.

—Una versión intelecutal del juego de la gallina. ¿Quién se acobardará primero a medida que se aproximen a Aurora? ¿Esto es todo, Daneel?

—No. Hay testigos de la transacción.

—¡Pero Josafat! ¿Por qué no lo dijiste antes? ¿Qué testigos?

—El criado personal del profesor Humboldt…

—Un robot, supongo.

—Desde luego. Se llama R. Preston. Este criado, R. Preston, estuvo presente en la conversación inicial y respalda el testimonio del profesor Humboldt hasta los últimos detalles.

—¿Es decir que sostiene que la idea original fue de Humboldt, que Humboldt se la contó a Sabbat, que Sabbat elogió la idea y demás?

—Sí, con todos los detalles.

—Entiendo. ¿Y eso zanja la cuestión, o no? Sospecho que no.

—Tienes razón. No zanja la cuestión, pues hay un segundo testigo. El profesor Sabbat también tiene un criado personal, R. Idda, un robot del mismo modelo que R. Preston, fabricado según creo, en el mismo año y en la misma fábrica. Ambos llevan más o menos el mismo tiempo prestando sus servicios.

—Qué rara coincidencia, muy rara.

—Una realidad, me temo y que hace difícil emitir un juicio basado en unas claras diferencias entre los dos sirvientes.

—Así que R. Idda cuenta la misma versión que R. Preston, ¿no es así?

—Exactamente la misma, con excepción del cambio de nombres, como en un reflejo simétrico.

—R. Idda, pues, afirma que el joven Sabbat, el que no ha cumplido aún cincuenta años… —Lije Baley no pudo evitar un cierto tono irónico; él tampoco había cumplido los cincuenta, pero no se sentía joven—. Bien, pues que Sabbat tuvo la idea, se la expuso al profesor Humboldt y éste lo elogió profusamente y demás.

—Sí, amigo Elijah.

—O sea que un robot miente.

—Eso parece.

—Debe de ser fácil saber cuál. Me imagino que el examen de un buen robotista…

—Un buen robotista no es suficiente en este caso, amigo Elijah. Sólo un robopsicólogo competente podría aportar la credibilidad y la experiencia suficientes para tomar una decisión en un caso de tamaña importancia. No llevamos ningún especialista así a bordo. El examen sólo podría realizarse cuando lleguemos a Aurora…

—Y entonces estallará el escándalo. Bien, pues estás en la Tierra. Podemos buscar un robopsicólogo, y seguramente lo que suceda en la Tierra nunca llegará a oídos de Aurora y no habrá escándalo.

—Sólo que ni el profesor Humboldt ni el profesor Sabbat permitirán que un robopsicólogo de la Tierra examine a su criado. El terrícola tendría que…

Hizo una pausa, y Lije Baley acabó la frase por él:

—Tendría que tocar al robot.

—Son viejos criados, con buenos antecedentes…

—Y no se les debe manchar con el contacto de un terrícola. ¿Y qué cuernos quieres que haga? —Procuró contenerse—. Lo lamento, R. Daneel, pero no entiendo por qué me has metido en esto.

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