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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

Cuentos completos (175 page)

BOOK: Cuentos completos
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—Una ecuación algebraica.

—Eso es general. ¿Algo en particular?

—No.

—Supongamos que lo consideramos un par de líneas paralelas.

—¿El quinto postulado de Euclídes? —aventuró Davenport.

—¡Bien! En la Luna hay un cráter llamado Euclides, en homenaje al matemático griego.

Davenport asintió con la cabeza.

—Ahora veo por dónde va usted. En cuanto a F/A, eso es fuerza dividida por aceleración, la definición de la masa en la segunda ley del movimiento de Newton…

—Sí, y en la Luna también hay un cráter llamado Newton.

—Sí, pero aguarde. La anotación inferior es el símbolo astronómico del planeta Urano y no hay ningún cráter ni ningún otro objeto lunar que se llame Urano.

—Tiene usted razón. Pero Urano fue descubierto por William Herschel y la H que forma parte del símbolo astronómico es la inicial de su nombre. Y ocurre que en la Luna hay un cráter llamado Herschel; tres, en realidad, pues uno es por Caroline Herschel, hermana del astrónomo, y otro por John Herschel, su hijo.

Davenport reflexionó un momento y dijo:

—PC/2. Presión por la mitad de la velocidad de la luz. No conozco esa ecuación.

—Pruebe con cráteres. Pruebe con la P de Ptolomeo y con la C de Copérnico.

—¿Y buscar un punto intermedio? ¿Eso podría significar un punto a medio camino entre Ptolomeo y Copérnico?

—Me defrauda usted, Davenport —ironizó Ashley—. Pensé que conocía mejor la historia de la astronomía. Ptolomeo planteaba una imagen geocéntrica del sistema solar, con la Tierra en el centro, mientras que Copérnico presentaba una imagen heliocéntrica, con el Sol en el centro. Un astrónomo buscó una solución intermedia, a medio camino entre Ptolomeo y Copérnico…

—¡Tycho Brahe!

—Correcto. Y el cráter Tycho es el rasgo más conspicuo de la superficie lunar.

—De acuerdo. Veamos el resto. C–C es un modo corriente de indicar un tipo común de enlace químico. Enlace se dice
bond
en inglés, y creo que hay un cráter llamado Bond.

—Sí, en honor del astrónomo americano W.C. Bond.

—Y la primera anotación, XY2… XYY, una equis y dos íes griegas… ¡Ya está! Alfonso X. Era el astrónomo español medieval Alfonso el Sabio
[5]
. El cráter Alphonsus.

—Muy bien. ¿Qué es SU?

—Eso me desconcierta, señor.

—Le daré una teoría. Significa «Soviet Union». Unión Soviética era el antiguo nombre de la Región Rusa. La Unión Soviética fue el primer país que confeccionó un mapa del otro lado de la Luna, y quizás allí haya un cráter. Tsiolkovsky, por ejemplo. Como ve, cada símbolo de la izquierda parece representar un cráter: Alphonsus, Tycho, Euclides, Newton, Tsiolkovsky, Bond, Herschel.

—¿Y los símbolos de la derecha?

—Eso está absolutamente claro. El círculo dividido en cuatro es el símbolo astronómico de la Tierra. La flecha que lo señala indica que la Tierra debe estar directamente encima.

—¡Ah! —exclamó Davenport—. ¡El Sinus Medii, la Bahía Medía, sobre cuyo cenit está perpetuamente la Tierra! No es un cráter, así que está en el lado derecho, al margen de los demás símbolos.

—Exactamente. Se puede atribuir un sentido a todas las anotaciones, de modo que es muy probable que esto no sea algo sin sentido y que procure indicarnos algo. ¿Pero qué? Hasta ahora tenemos siete cráteres y otro lugar. ¿Qué significa? Es de suponer que el Dispositivo puede estar en un solo lugar.

—Bien. Un cráter puede ser un sitio enorme. Aunque supongamos que él usó el lado de la sombra, para evitar la radiación solar, puede haber muchísimos kilómetros que examinar en cada caso. Imaginemos que la flecha que señalaba el símbolo de la Tierra define el cráter donde ocultó el Dispositivo, el lugar desde donde la Tierra puede ser vista más cerca del cenit.

—Hemos pensado en ello. Delimita una zona e identifica siete cráteres, la extremidad meridional de los que están al norte del ecuador lunar y la extremidad septentrional de los que están al sur. Pero ¿cuál de los siete?

Davenport frunció el ceño. Hasta el momento no se le había ocurrido nada que no se le hubiese ocurrido antes a alguien.

—¡Regístrelos todos! —exclamó.

Ashley se rió con desgana.

—No hemos hecho otra cosa en las últimas semanas.

—¿Y qué han encontrado?

—Nada. No hemos encontrado nada. Pero seguimos buscando.

—Es evidente que interpretamos mal uno de los símbolos.

—¡Obviamente!

—Usted mismo dijo que había tres cráteres llamados Herschel. El símbolo SU, si significa Unión Soviética y, por lo tanto, la otra cara de la Luna, puede representar cualquier cráter del otro lado. Lomonosov, Jules Verne, Joliot-Curie, cualquiera. Más aún, el símbolo de la Tierra podría representar el cráter Atlas, a quien se representa sosteniendo la Tierra, en algunas versiones del mito. La flecha podría representar la Muralla Recta.

—Sin duda, Davenport. Pero aunque lleguemos a la interpretación correcta del símbolo correcto ¿cómo la distinguimos de las interpretaciones erróneas, o de las interpretaciones correctas de los símbolos erróneos? En esta tarjeta tiene que haber algo que nos brinde un dato tan claro que podamos distinguir la clave real de todas las claves falsas. Hemos fracasado y necesitamos una mente nueva, Davenport. ¿Usted qué ve aquí?

—Le diré lo que podríamos hacer —masculló Davenport—. Podemos consultar a alguien que yo… ¡Oh, cielos!

Ashley procuró dominar su entusiasmo.

—¿Qué ve?

Davenport notó que le temblaba la mano. Confió en que no le temblaran los labios.

—Dígame, ¿ha investigado el pasado de Jennings?

—Por supuesto.

—¿Dónde estudió?

—En la Universidad del Este.

Davenport sintió un arrebato de alegría, pero se contuvo. Eso no era suficiente.

—¿Siguió un curso de extraterrología?

—Claro que sí. Eso es lo normal para conseguir el título de geología.

—Pues bien, ¿sabe usted quién enseña extraterrología en la Universidad del Este?

Ashley chascó los dedos.

—¡Ese excéntrico! ¿Cómo se llama…? Wendell Urth.

—Exacto, un excéntrico que es un hombre brillante a su manera; un excéntrico que ha actuado como asesor para el Departamento en varias ocasiones y siempre ha resuelto los problemas; un excéntrico al que yo iba a sugerir que consultáramos y resulta que la propia tarjeta nos está diciendo que lo hagamos. Una flecha que señala el símbolo de la Tierra. Un retruécano que podría significar «Id a Urth»
[6]
, escrito por un hombre que fue alumno de Urth y seguramente le conocía.

Ashley miró la tarjeta.

—Vaya, es posible. ¿Pero qué podría decirnos Urth que no veamos nosotros?

Davenport respondió, con una paciencia cortés:

—Sugiero que se lo preguntemos, señor.

Ashley miró en torno con curiosidad y medio asustado. Tenía la sensación de hallarse en una exótica tienda de curiosidades, oscura y peligrosa, y de que en cualquier momento podría atacarlo un demonio chillón.

La iluminación era escasa y abundaban las sombras. Las paredes parecían distantes y estaban revestidas de librofilmes, desde el suelo hasta el techo. En un rincón había una lente galáctica tridimensional y, detrás de ella, mapas estelares que apenas se vislumbraban. En otro rincón se veía un mapa de la Luna, aunque quizá fuera un mapa de Marte.

Sólo el escritorio del centro se hallaba bien iluminado por una lámpara de rayos finos. Estaba atiborrado de papeles y libros impresos. Había un pequeño proyector con película, y un anticuado reloj esférico producía un zumbido suavemente alegre.

Costaba recordar que era por la tarde y que en el exterior el sol dominaba en el cielo. En ese lugar reinaba una noche eterna. No se veían ventanas, y la clara presencia del aire acondicionado no le evitaba a Ashley cierta sensación de claustrofobia.

Se acercó más a Davenport, quien parecía insensible a lo desagradable de aquella situación.

—Llegará en seguida, señor —murmuró Davenport.

—¿Siempre es así?

—Siempre. Nunca sale de aquí, por lo que yo sé, excepto para atravesar el campus y dictar sus clases.

—¡Caballeros, caballeros! —se oyó una aguda voz de tenor—. Me alegra mucho verles. Son ustedes muy amables al visitarme.

Un hombrecillo rechoncho salió de otra habitación, abandonando las sombras y emergiendo a la luz.

Les sonrió, ajustándose sus gafas gruesas y redondas. Cuando apartó los dedos, las gafas quedaron precariamente suspendidas en la redonda punta de su pequeña nariz.

—Soy Wendell Urth —se presentó.

La barba puntiaguda y gris en la regordeta barbilla no contribuía a realzar la escasa dignidad del rostro risueño y del rechoncho torso elipsoide.

—¡Caballeros! Son muy amables al visitarme —repitió, tras dejarse caer en una silla, de la que sus piernas quedaron colgando, con las puntas de los zapatos a dos o tres centímetros del suelo—. Tal vez el señor Davenport recuerde que para mí es importante permanecer aquí. No me agrada viajar, excepto a pie, y con dar un paseo por el campus tengo suficiente.

Asheley lo miró desconcertado, de pie, y a su vez Urth lo observó con creciente desconcierto. Sacó un pañuelo y se limpió las gafas, se las volvió a poner y dijo:

—Ah, ya sé cuál es el problema. Necesitan sillas. Sí. Bien, pues cójanlas. Si hay cosas encima, quítenlas. Quítenlas. Siéntense, por favor.

Davenport quitó los libros de una silla y los dejó cuidadosamente en el suelo. Empujó la silla hacia Ashley y levantó un cráneo humano de otra silla y lo dejó aún con más cuidado sobre el escritorio de Urth. La mandíbula, que no estaba sujeta con firmeza, se entreabrió durante el traslado y quedó torcida.

—No importa —dijo afablemente Urth—, no se estropeará. Cuéntenme a qué han venido, caballeros.

Davenport aguardó un instante a que hablara Ashley, pero tomó con gusto la iniciativa al ver que su jefe guardaba silencio.

—Profesor Urth, ¿recuerda a un alumno llamado Jennings, Karl Jennings?

Urth dejó de sonreír mientras se esforzaba por recordar. Sus ojillos saltones parpadearon.

—No —respondió finalmente—. No en este momento.

—Se graduó en geología. Estudió extraterrología con usted hace algunos años. Aquí tengo su fotografía, por si le sirve de ayuda.

Urth estudio la fotografía con miope concentración, pero seguía dudando. Davenport continuó:

—Dejó un mensaje críptíco, que constituye la clave de un asunto de gran importancia. Hasta ahora no logramos interpretarlo satisfactoriamente, pero sí hemos deducido algo, y es que nos indica que acudamos a usted.

—¿De veras? ¡Qué interesante! ¿Con qué propósito deben acudir a mí?

—Supuestamente, para que nos ayude a interpretar el mensaje.

—¿Puedo verlo?

Ashley le pasó el papel a Wendell Urth. El extraterrólogo lo miró sin fijarse mucho, le dio la vuelta y se quedó un momento contemplando el dorso en blanco.

—¿Dónde dice que acudan a mí?

Ashley se quedó sorprendido, pero Davenport se apresuró a intervenir:

—La flecha que apunta al símbolo de la Tierra. Parece claro.

—Parece claro que es una flecha que apunta al símbolo del planeta Tierra. Supongo que podría significar literalmente «id a la Tierra», si esto se hubiese encontrado en otro mundo.

—Se encontró en la Luna, profesor Urth, y podría significar eso. Sin embargo, la referencia a usted nos pareció evidente, una vez que averiguamos que Jennings había sido alumno suyo.

—¿Siguió un curso de extraterrología en esta universidad?

—En efecto.

—¿En qué año, señor Davenport?

—En el 18.

—Ah. El acertijo está resuelto.

—¿Se refiere al significado del mensaje? —preguntó Davenport.

—No, no. El mensaje no significa nada para mí. Me refiero al acertijo de por qué no me acordaba de él, pero lo recuerdo ahora. Era un sujeto muy discreto, ansioso, tímido y modesto; una persona nada fácil de recordar. —Golpeó el mensaje con el dedo—. Sin esto, nunca me hubiera acordado.

—¿Por qué la tarjeta cambia las cosas? —quiso saber Davenport.

—La referencia a mí es un retruécano entre mi apellido y el nombre del planeta Tierra. Es poco sutil, pero así era Jennings. Le encantaban los juegos de palabras. Lo único que recuerdo de él son sus intentos de crear retruécanos. A mí me encantan, pero los de Jennings eran muy malos. O vergonzosamente obvios, como en este caso. Carecía de talento para los retruécanos, pero le gustaban tanto…

—Todo el mensaje es una especie de retruécano, profesor —interrumpió Ashley—. A1 menos, eso es lo que creemos, y concuerda con lo que dice usted.

—¡Ah! —Urth se ajustó las gafas y miró nuevamente la tarjeta y los símbolos. Frunció sus carnosos labios y dijo jovialmente—: Pues no lo entiendo.

—En ese caso… —dijo Ashley, cerrando las manos.

—Pero si ustedes me explican de qué se trata —continuó Urth—, quizá signifique algo.

—¿Puedo contárselo, señor? —preguntó Davenport—. Creo que este hombre es digno de confianza y… podría ayudarnos.

—Adelante —masculló Ashley—. A estas alturas, ¿qué podemos perder?

Davenport resumió la historia con frases precisas y telegráficas, míentras Urth escuchaba moviendo sus dedos rechonchos sobre el escritorio blanco, como si barriera invisibles cenizas de tabaco. A1 final de la narración, alzó las piernas y las cruzó, como un afable Buda.

Cuando Davenport hubo terminado, Urth reflexionó un momento.

—¿Tienen una transcripción de la conversación reconstruida por Ferrant?

—La tenemos —asintió Davenport—. ¿Quiere verla?

—Por favor.

Urth colocó la tira de microfilme en un visor y la examinó deprisa, moviendo los labios. Luego, señaló la reproducción del mensaje críptico.

—¿Y ustedes dicen que ésta es la clave del asunto, la pista crucial?

—Eso creemos, profesor.

—Pero no es el original, sino una reproducción.

—En efecto.

—El original desapareció con ese hombre, Ferrant, y ustedes creen que está en manos de los ultras.

—Posiblemente.

Urth sacudió la cabeza con aire preocupado.

—Es de sobras conocido que no simpatizo con los ultras. Los combatiría por todos los medios, así que no deseo que parezca que me echo atrás; pero… ¿cómo saber con certeza que existe ese objeto que altera las mentes? Sólo tenemos los delirios de un psicópata y dudosas deducciones a partir de la copia de un misterioso conjunto de signos que quizá no signifiquen nada.

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