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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

Cuentos completos (213 page)

BOOK: Cuentos completos
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Temple Hospital está situado en un solitario y suburbano distrito de Jersey City, y una oscura noche sin luna pude invadir fácilmente sus premisas sin ser advertido. Con una facilidad que me sorprendió, me deslicé por una ventana del sótano, aporreé a un somnoliento interno hasta dejarlo sin sentido y me encaminé hacia el cuarto 15E, que en los libros figuraba como el de Harman.

—¿Quién anda allí? —el sorprendido grito de Harman sonó como música en mis oídos.

—¡Sh! ¡Silencio! Soy yo, Cliff McKenny.

—¡Tú! ¿Qué estás haciendo aquí?

—Tratando de sacarlo de aquí. Si no sale, es probable que se quede aquí el resto de su vida. Venga, vámonos.

Mientras hablábamos lo ayudé a ponerse la ropa, y en un momento estábamos deslizándonos por el corredor. Habíamos salido a salvo y nos metimos en mi auto que esperaba antes de que Harman reuniera sus desperdigados pensamientos y comenzara a hacer preguntas.

—¿Qué pasó desde aquel día? —fue su primera pregunta—. No recuerdo nada desde que puse en marcha los reactores del cohete hasta que me desperté en el hospital.

—¿Ellos no le dijeron nada?

—Ni una maldita cosa —maldijo Harman—. Pregunté hasta quedarme ronco.

Así que le conté toda la historia, desde la explosión en adelante. Sus ojos se agrandaron por la impresión y la sorpresa cuando le conté de los heridos y los muertos, y se colmaron de salvaje furia cuando escuchó lo de la traición de Shelton. El relato de los disturbios y del intento de linchamiento causó una maldición ahogada que surgió de sus tensos labios.

—Por supuesto que los periódicos bramaron "asesinato" —concluí— pero no consiguieron cargarlo con
eso.
Probaron con homicidio sin premeditación, pero había muchos testigos oculares que oyeron su pedido de que se dispersara la multitud y la cortante negativa del sargento de policía. Eso por supuesto lo absolvió de toda culpa. El mismo sargento de la policía murió en la explosión, y no pudieron cargárselo a él.

»Sin embargo, con Eldredge rugiendo para descubrir su escondite, no estará nunca a salvo. Lo mejor sería que se fuera mientras puede hacerlo.

Harman asintió.

—Eldredge sobrevivió a la explosión, ¿no es cierto?

—Sí, mala suerte. Se rompió las dos piernas, pero hace falta más que eso para cerrarle la boca.

Otra semana pasó hasta que llegamos a nuestro futuro refugio, la granja de mi tío en Minnesota. Allí, en una solitaria y apartada comunidad rural, nos quedamos hasta que se aplacó el alboroto causado por la desaparición de Harman y la rutinaria persecución de los fugitivos se esfumó de modo gradual. La búsqueda, a propósito, fue indudablemente breve, porque las autoridades parecían más aliviadas que preocupadas por la desaparición.

La paz y la quietud hicieron maravillas con Harman. En seis meses parecía un hombre nuevo, listo para considerar un segundo intento de viaje espacial. Parecía que ni todas las desventuras del mundo podían detenerlo cuando había puesto su corazón en algo.

—Mi error la primera vez —me dijo un día invernal— fue anunciar el experimento. Debería haber tomado en cuenta la opinión pública, como dijo Winstead. Esta vez, sin embargo —se frotó las manos y miró pensativamente a la distancia— lo haré de manera sigilosa. El experimento se hará en secreto, en absoluto secreto.

Me reí sombríamente.

—Tendrá que ser así. ¿Sabe que todos los experimentos futuros en cohetería, incluso las investigaciones totalmente teóricas, son un crimen castigado con la muerte?

—¿Tienes miedo, entonces?

—Por supuesto que no, jefe. Solo estoy afirmando un hecho. Y aquí hay otro simple hecho: no podemos construir una nave los dos solos, lo sabe.

—He pensado en eso y he ideado un método, Cliff. Lo que es más, también puedo ocuparme del aspecto financiero. Tendrás que viajar un poco, sin embargo.

»Primero, tendrás que ir a Chicago y buscar la firma Roberts & Scranton y retirar todo lo que queda de la herencia de mi padre —agregó en un doloroso paréntesis— que se gastó en gran parte en la otra nave. Luego, localiza a tantos como puedas del viejo grupo: Harry Jenkins, Joe O'Brien, Neil Stanton —todos ellos— y vuelve tan rápido como puedas. Estoy cansado de demoras.

Dos días más tarde, salí para Chicago. Conseguir el consentimiento de mi tío fue asunto fácil.

—Es lo mismo comprometerse por un cordero que por un rebaño de ovejas —gruñó— así que sigue adelante. Ya estoy en un lío, y puedo afrontar un poco más, creo.

Me llevó un viaje largo y más charla suave y persuasiva conseguir que vinieran cuatro hombres: los tres mencionados por Harman y otro más, un tal Saúl Simonoff. Con esa fuerza básica y con el medio millón que le quedaba a Harman de los muchos millones que le había dejado su padre, nos pusimos a trabajar.

La construcción del Nuevo Prometheus es una historia en sí misma, una larga historia de cinco años de desesperanza e inseguridad. Poco a poco, comprando rieles en Chicago, placas de berilo en Nueva York, una célula de vanadio en San Francisco, y diversos artículos en todos los rincones del país, construimos la nave gemela de la desafortunada Prometheus.

Las dificultades fueron casi insuperables. Para impedir que se sospechara de nosotros, hacíamos nuestras adquisiciones espaciadamente, y también nos preocupamos para que los pedidos fueran enviados a diversos lugares. Para esto requerimos la cooperación de varios amigos, quienes, para asegurarnos, no sabían exactamente en qué se usaban las adquisiciones.

Tuvimos que depurar nuestro propio combustible, diez toneladas, y quizás ese fue el trabajo más duro de todos; por cierto que nos llevó mucho tiempo. Y finalmente, el dinero de Harman disminuyó, y nos enfrentamos con nuestro mayor problema: la necesidad de economizar. Desde el principio habíamos sabido que el Nuevo Prometheus no sería tan grande ni tan elaborado como el primero, pero pronto advertimos que debíamos reducir el equipo hasta un punto peligrosamente próximo al margen mínimo de seguridad. La pantalla protectora era apenas satisfactoria y todos los intentos de comunicación radial tuvieron que ser abandonados forzosamente.

Y mientras trabajábamos durante años, allá en la apartada zona boscosa del norte de Minnesota, el mundo seguía su curso, y las profecías de Winstead resultaron asombrosamente certeras.

Los acontecimientos de esos cinco años —de 1973 hasta 1978— son muy conocidos por los escolares de hoy, ya que ese período fue la culminación de lo que ahora llamamos la "Era Neo-Victoriana". Los sucesos de esos años parecen increíbles desde nuestra perspectiva actual.

La prohibición de toda investigación de los viajes espaciales fue sólo el comienzo, pero fue un pobre comienzo comparado con las medidas anticientíficas que se tomaron en los años posteriores. En las siguientes elecciones parlamentarias, las de 1974, se tuvo como resultado un Congreso en el cual Eldredge controlaba a los diputados y equilibraba la balanza del poder en el Senado.

Por lo tanto, no se perdió tiempo. En la primera sesión del nonagésimo tercer Congreso, la famosa ley Stonely-Carter fue sancionada. Instituía el Organismo Examinador Federal de la Investigación Científica —el OEFIC— al que se le dio amplios poderes para decidir la legalidad de todas las investigaciones del país. Todos los laboratorios, industriales o académicos, se vieron obligados a archivar información anticipada acerca de cualquier proyecto de investigación para entregarla a este nuevo Organismo que podía, y así lo hizo, prohibir absolutamente todo lo que desaprobaba.

La inevitable apelación a la Suprema Corte sucedió el 9 de noviembre de 1974, en el caso de Westly vs. Simmons, en el que Joseph Westly, de Stanford, sostuvo su derecho a continuar sus investigaciones acerca de la energía atómica, basándose en la inconstitucionalidad de la ley Stonely-Carter.

¡Cómo seguimos ese caso nosotros cinco, aislados entre las nevadas del Medio Oeste! Nos hicimos mandar todos los periódicos desde Minneapolis y St. Paul, aunque nos llegaban con dos días de retraso, y devorábamos cada palabra publicada sobre el caso. Durante esos dos meses de suspenso, todo trabajo en el Nuevo Prometheus cesó por completo.

Al principio se rumoreaba que la Corte declararía inconstitucional a la ley, y para protestar contra esta eventualidad, se organizaron desfiles monstruos en todas las grandes ciudades. La Liga de los Virtuosos hizo notar su poderosa influencia —y hasta la Suprema Corte se sometió a ella. Cinco votaron a favor de la constitucionalidad, y cuatro en contra.
La ciencia estrangulada por el voto de un solo hombre.

Y sin duda que fue estrangulada. Los miembros del organismo eran hombres de Eldredge, le pertenecían en cuerpo y alma, y no se aprobaba nada que no tuviera un uso industrial inmediato.

—La ciencia ha llegado demasiado lejos —dijo Eldredge en un famoso discurso de esa época—. Debemos detenerla indefinidamente, y permitir que el mundo tenga tiempo de ponerse a su altura. Solo de ese modo, y confiando en Dios, podremos conseguir una prosperidad universal y permanente.

Pero ésta fue una de las últimas declaraciones de Eldredge. Nunca se había recuperado del todo de la fractura de piernas que había sufrido aquel desgraciado día de julio de 1973, y la esforzada vida que había llevado desde entonces minó su constitución más allá de lo tolerable. El 2 de febrero de 1976, falleció en medio de un acongojado duelo, sin igual desde el asesinato de Lincoln. Su muerte no tuvo efectos inmediatos en el curso de los acontecimientos. Las reglas del OEFIC se hicieron, en realidad, más estrictas con el paso de los años. La ciencia se debilitó y sofocó tanto que, una vez más, las universidades se vieron obligadas a reimplantar la filosofía y los clásicos como materias principales, y ante eso el alumnado decreció a su punto más bajo desde el principio del siglo veinte.

Estas condiciones prevalecieron, más o menos, en todo el mundo civilizado, alcanzaron su nivel más bajo en Inglaterra, y tal vez un poco menos en Alemania, que fue la última en caer bajo la influencia "Neo-Victoriana".

El nadir de la ciencia llegó en la primavera de 1978, apenas un mes antes de la terminación del Nuevo Prometheus, al aprobarse el "Edicto de Pascua", sancionado el día antes de Pascua. De acuerdo con él,
toda
investigación o experimentación independiente, fue prohibida en forma absoluta. El OEFIC se reservaba en adelante el derecho de permitir solamente las investigaciones que se
requirieran específicamente.

John Harman y yo, de pie frente al reluciente metal del Nuevo Prometheus, ese domingo de Pascua, nos sentíamos de un modo muy distinto: yo, con una profunda depresión; él, de un talante casi jovial.

—Bien, Clifford, muchacho —dijo—, la última tonelada de combustible, unos pocos toques finales, y estoy listo para mi segundo intento. Esta vez no hay ningún Shelton entre nosotros.

Harman tarareó un himno religioso. Eso era lo único que se oía por la radio en esos días, y hasta nosotros los rebeldes los cantábamos a fuerza de oírlos tantas veces.

—No vale la pena, jefe —gruñí ácidamente—. Diez a uno a que usted termina en algún lugar del espacio, pero, aunque regrese, es casi seguro que lo ahorcarán. No podemos ganar.

Sacudí con pena la cabeza.

—¡Bah! Este estado de cosas no puede durar, Cliff.

—Yo creo que sí. Winstead tenía razón esa vez. El péndulo oscila, y desde 1945 está oscilando en contra nuestra. Estamos adelantados a los tiempos, o atrasados.

—No hables de ese tonto de Winstead. Estás cometiendo el mismo error que él. Las tendencias duran centurias o milenios, no años o décadas. Durante quinientos años nos hemos movido hacia la ciencia. No puedes revertir eso en treinta años.

—¿Y entonces qué es lo que estamos haciendo? —pregunté sarcásticamente.

—Estamos atravesando una momentánea reacción contra el período de adelantos demasiado rápidos de "los Años Locos". Una reacción igual sucedió en la Edad Romántica —el primer Período Victoriano— después de los adelantos demasiado rápidos de la Edad de la Razón del siglo dieciocho.

—¿En realidad lo cree? —estaba impresionado por su seguridad evidente.

—Por supuesto. Este período tiene una perfecta analogía con los espasmódicos "renacimientos religiosos" que solían aquejar a las pequeñas ciudades de la zona bíblica de América hace más o menos un siglo. Durante quizás una semana, todo el mundo era religioso, y la virtud reinaba triunfante. Luego, uno por uno, volvían a las andadas, y el Diablo recobraba su dominio.

»En realidad, incluso ahora hay síntomas de reincidencia. La LV ha caído en una disputa tras otra desde la muerte de Eldredge. Ya ha habido una docena de cismas. Los extremos en los que caen aquellos que detentan el poder nos favorecen, pues el país está cansándose rápidamente de ellos.

Y así terminó la discusión… yo totalmente derrotado, como siempre.

Un mes más tarde, el Nuevo Prometheus estaba listo. No era de ningún modo tan resplandeciente y hermoso como el original, y mostraba muchos rastros de construcción casera, pero estábamos orgullosos de él, orgullosos y triunfantes.

—Voy a tratar otra vez, hombres —la voz de Harman era áspera y su pequeño esqueleto vibraba de felicidad— y tal vez no lo logre, pero eso no me importa.

Sus ojos brillaban de anticipado placer.

—Finalmente saldré disparado hacia el vacío, y el sueño de la humanidad se hará realidad. Una vuelta alrededor de la Luna y regreso; seré el primero que vea la otra cara. Vale la pena arriesgarse.

—No tiene combustible suficiente para aterrizar en la Luna, jefe, y es una lástima —dije.

—Eso no importa. Habrá otros vuelos después de éste, mejor preparados y mejor equipados.

Ante eso, un susurro pesimista corrió por el pequeño grupo que lo rodeaba, pero él no le prestó atención.

—Adiós —dijo—. Los veré pronto.

Y con una mueca alegre, se trepó a la nave.

Quince minutos más tarde, los cinco estábamos sentados alrededor de la mesa del comedor, ceñudos, perdidos en nuestros pensamientos, con los ojos fijos en el lugar donde una quemada zona del suelo marcaba el sitio en el que había estado el Nuevo Prometheus hasta unos minutos antes.

—Tal vez sea mejor para él si
no
regresa —Simonoff expresó en voz alta el pensamiento que estaba en la mente de todos nosotros—. Creo que no lo tratarán muy bien si lo hace.

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