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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

Cuentos completos (211 page)

BOOK: Cuentos completos
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Moore sacudió la cabeza, y con voz ronca y quebrada narró lo mejor que pudo los acontecimientos de las últimas dos horas. Un relato incoherente, apenas entendible pero maravillosamente impresionante. Quienes escuchaban apenas si respiraron mientras duró.

—¿Quieres decir, entonces —tartamudeó Brandon— que el chorro de agua nos está empujando hacia Vesta como si fuera un cohete propulsor?

—Exacto… la misma cosa… como un cohete propulsor, —jadeó Moore—. Acción y reacción. Está ubicado… lado opuesto… por eso nos empuja… hacia Vesta.

Shea estaba bailando frente al ojo de buey.

—Tienes razón, Brandon. Puede verse la cúpula de Bennett con toda claridad. Estamos llegando, estamos llegando.

Moore sintió que sus fuerzas volvían.

—Nos estamos aproximando en una senda espiral a causa de la órbita original. Probablemente aterricemos en cinco o seis horas. El agua durará un buen rato y la presión sigue siendo fuerte dado que el agua sale en forma de vapor.

—¿Vapor, a la baja temperatura del espacio? — preguntó Brandon extrañado.

—Vapor a la baja presión del espacio —corrigió Moore—. El punto de ebullición del agua cae con la presión, y es muy bajo en el vacío. Incluso el hielo tiene suficiente presión de vapor como para elevarse. En realidad se hiela y hierve simultáneamente, yo lo vi. —Sonrió, y luego de una breve pausa se dirigió a Brandon—. ¿Y, cómo te sientes ahora? ¿Mejor, verdad?

Brandon se puso colorado y bajó la vista. Por un momento buscó palabras para responder, para decir al cabo, en voz muy baja.

—Debo haberme portado como un imbécil y un cobarde. Su… supongo que no merezco esto después de haberme venido abajo y dejado que todo el peso de nuestra salvación caiga sobre ti. Quisiera que me molieses a palos por haberte pegado. Te aseguro que me sentiría mejor si lo hicieras… —y por lo visto hablaba en serio.

Moore lo hizo callar con un cariñoso empujón.

—Olvídalo. Nunca sabrás lo cerca que estuve de venirme abajo. —Levantando la voz para acallar cualquier intento de nuevas disculpas por parte de Brandon dijo—: Eh, Mike, déjate de mirar por ese ojo de buey y trae la botella de Jabra.

Mike obedeció al instante, trayendo con él tres unidades Plexatron para usar como copas. Moore llenó cada una de ellas justo hasta el borde. Iba a emborracharse con ganas.

—Caballeros —dijo solemnemente— un brindis. —Los tres levantaron sus jarros al unísono—. Caballeros, brindo por la provisión de un año de buen HO
que supimos tener
.

Opinión pública (1939)

“Trends”

John Harman estaba sentado ante su escritorio, cavilando, cuando yo entré a la oficina esa mañana. Para entonces ya era un espectáculo habitual verlo contemplando el Hudson, con la cabeza apoyada en una mano, una mueca de malhumor contorsionando su rostro: un espectáculo demasiado habitual. Parecía injusto que el pobre tipo estuviera allí royéndose las uñas día tras día, cuando tenía derecho a recibir todas las alabanzas y la adulación del mundo.

Me dejé caer en una silla.

—¿Vio el editorial del Clarion de hoy, jefe? —pregunté.

Volvió hacia mí sus ojos cansados e inyectados de sangre.

—No, no lo he visto. ¿Qué dicen? ¿Otra vez quieren hacer caer sobre mí la venganza de Dios? —su voz estaba imbuida de un amargo sarcasmo.

—Ahora van un poco más lejos, jefe —respondí—. Escuche esto:

"Mañana es el día en que John Harman intentará profanar los cielos. Mañana, desafiando a la opinión y a la conciencia del mundo, este hombre desafiará a Dios.

"No se le ha concedido al hombre la libertad de ir a todos los lugares a los que su ambición y su deseo lo lleven. Hay cosas que por siempre se le negarán, y aspirar a las estrellas es una de ellas. Como Eva, John Harman desea comer la fruta prohibida, y como Eva sufrirá en consecuencia un justo castigo.

"Pero no es suficiente esta mera charla. Si le permitimos que desate la venganza de Dios, el pecado es de la humanidad, no solo de Harman. Al permitirle llevar a cabo sus malignos planes, nos hacemos cómplices de su crimen, y la venganza divina caerá sobre todos por igual.

"Es, por lo tanto, esencial que se tomen medidas para impedir que Harman despegue en su así llamado cohete espacial mañana. El gobierno, al rehusarse a tomar dichas medidas, está forzando a la acción violenta. Si no hace nada por confiscar el cohete o por llevar a Harman a prisión, nuestra furiosa ciudadanía puede llegar a tener que tomar el asunto en sus manos."

En un acceso de furia, Harman saltó de su silla y, arrebatándome el periódico de las manos, lo arrojó con ira a un rincón.

—Están llamando abiertamente a un linchamiento —bramó—. ¡Mira esto!

Lanzó cinco o seis sobres hacia mí. Con una mirada bastó para que me diera cuenta de lo que eran.

—¿Más amenazas de muerte? —pregunté.

—Sí, exactamente eso. He tenido que hacer arreglos para que volvieran a aumentar el número de policías que patrullan el edificio y para obtener una escolta de policía motorizada para cuando cruce el río rumbo al campo de pruebas mañana.

Caminó de arriba abajo por el cuarto con agitados trancos.

—No sé qué hacer, Clifford. He trabajado casi diez años en el Prometheus. Me he esclavizado, he gastado una fortuna, he abandonado todo lo que hace la vida digna de ser vivida… ¿y para qué? Para que un puñado de tontos predicadores vuelva contra mí el sentimiento público, al punto de que ni siquiera mi vida está segura.

—Está adelantado a los tiempos, jefe —me encogí de hombros en un gesto de resignación que hizo que su furia se desatara contra mí.

—¿Qué quieres decir con "adelantado a los tiempos"? Estamos en 1973. El mundo ya ha estado listo para los viajes espaciales durante medio siglo. Cincuenta años atrás la gente hablaba, soñaba con el día en que el hombre pudiera liberarse de la Tierra y sondear las profundidades del espacio. Durante cincuenta años, la ciencia ha avanzado pulgada a pulgada hacia esa meta, y ahora… ahora finalmente lo he logrado ¡y mira! Dices que el mundo no está listo para mí.

—Los años de las décadas del 20 y del 30 fueron años de anarquía, decadencia y confusión, si recuerda algo de historia —le acoté con suavidad—. No puede aceptarlos como criterio.

—Lo sé, lo sé. Vas a decirme que la Primera Guerra de 1914 y la Segunda de 1940. Es historia antigua para mí; mi padre luchó en la Segunda y mi abuelo en la Primera. Sin embargo, esos fueron los días en que la ciencia floreció. Los hombres no temían entonces; de algún modo soñaban y se arriesgaban. No había nada semejante al conservadurismo en cuanto a los asuntos mecánicos o científicos. Ninguna teoría era demasiado radical para proponer, ningún descubrimiento demasiado revolucionario para publicar. Hoy, la podredumbre ha invadido el mundo, ya que una gran visión, como los viajes espaciales, es llamada "desafío a Dios".

Su cabeza se agachó lentamente, y se volvió para ocultar sus labios temblorosos y las lágrimas en sus ojos. Luego volvió a erguirse repentinamente, con ojos centelleantes.

—Pero ya les mostraré. Seguiré con todo, a pesar del infierno, el Cielo y la Tierra. He puesto demasiado en esto como para abandonarlo ahora.

—Cálmese, jefe —le aconsejé—. Esto no le hará nada bien mañana, cuando suba a esa nave. Tal vez sus posibilidades de salir con vida no sean muchas ahora; entonces ¿cómo serán si comienza despedazado por la excitación y las preocupaciones?

—Tienes razón. No pensemos más en eso. ¿Dónde está Shelton?

—En el Instituto arreglando para que nos envíen las placas fotográficas especiales.

—Hace mucho que se ha ido, ¿no es cierto?

—No demasiado; pero escuche, jefe, hay algo raro en él. No me gusta.

—¡Cabeza hueca! Ha trabajado conmigo dos años, y no tengo quejas.

—Muy bien —separé las manos con resignación—. Si no quiere escucharme, no me escuche. Lo mismo lo pesqué leyendo uno de los infernales panfletos que escribe Otis Eldredge. Ya los conoce: "Ten cuidado, oh humanidad, pues el día del juicio se acerca. El castigo a vuestros pecados se aproxima. Arrepentios y salvaos". Y todo el resto de la basura tradicional.

Harman gruñó de disgusto.

—¡Predicador barato! Supongo que el mundo jamás superará a los de su clase. No mientras existan suficientes tarados. Aún así, no puedes condenar a Shelton solamente porque los lea. Yo mismo leí uno una vez,

—Dice que lo recogió de la vereda y lo leyó por "ociosa curiosidad", pero estoy seguro de haberlo visto cuando lo sacaba de la billetera. Además, va a la iglesia todos los domingos.

—¿Es eso un crimen? ¡Todo el mundo lo hace, ahora!

—Sí, pero no todos van a la Sociedad Evangélica del Siglo Veinte. Es de Eldredge.

Harman se sobresaltó. Evidentemente, era la primera noticia que tenía.

—Bien, eso es algo, ¿no es cierto? Tendremos que vigilarlo, entonces.

Pero después de eso, las cosas comenzaron a ocurrir y olvidamos todo lo relativo a Shelton, hasta que fue demasiado tarde.

No quedaban muchas cosas por hacer ese último día antes de la prueba, y me dirigí hacia el otro cuarto, donde me dediqué al informe final de Harman para el Instituto. Mi trabajo era corregir cualquier error o equivocación que se hubiera deslizado, pero me temo que no fui muy minucioso. Para decir la verdad, no podía concentrarme. A intervalos de pocos minutos, caía en una profunda meditación.

Parecía extraño que hubiera tanto alboroto por los viajes espaciales. Cuando Harman anunció la inminente perfección del Prometheus, seis meses atrás, los círculos científicos se habían mostrado jubilosos. Por supuesto, fueron cautelosos en sus declaraciones y midieron todo lo que dijeron, pero había un real entusiasmo.

Sin embargo, las masas no lo tomaron así. Puede parecerles extraño a ustedes, los del siglo veintiuno, pero quizá debimos haberlo esperado en aquellos días de 1973. La gente no era muy progresista en ese entonces. Durante años había existido un vuelco hacia la religión, y cuando las iglesias se opusieron unánimemente al cohete de Harman… bien, así era la cosa.

Al principio, la oposición se limitó a la iglesia y creímos que desaparecería espontáneamente. Pero no. Los periódicos se hicieron cargo de ella, y difundieron la nueva fe, literalmente. El pobre Harman se convirtió en un anatema para el mundo en un lapso notablemente breve, y ahí empezaron sus problemas.

Recibió amenazas de muerte, y advertencias acerca de la venganza divina a diario. Ni siquiera podía caminar por la calle con tranquilidad. Docenas de sectas, a ninguna de las cuales pertenecía —era uno de los raros librepensadores de la época, lo que era algo más en su contra— lo excomulgaron y lo condenaron a un interdicto especial. Y, lo que es más, Otis Eldredge y su Sociedad Evangélica comenzaron a sublevar al populacho.

Eldredge era un extraño personaje, uno de esos genios a su modo que aparecen de tanto en tanto. Dotado de una labia privilegiada y un vocabulario corrosivo, conseguía hipnotizar a las multitudes. Veinte mil personas eran como arcilla en sus manos, en caso de que consiguiera ser escuchado. Y durante cuatro meses, rugió en contra de Harman; durante cuatro meses, una caudalosa cascada de denuncia brotó de él en un frenesí oratorio. Y durante cuatro meses, los ánimos del mundo se caldearon.

Pero Harman no se amilanó. En su pequeño cuerpo de un metro cincuenta y cinco, había tanta energía como en seis hombres de un metro ochenta. Con obstinación casi divina —sus enemigos decían casi diabólica— se negó a ceder ni una pulgada. Sin embargo, su firmeza externa era para mí, que lo conocía bien, solo un imperfecto disfraz de la gran tristeza y amarga desilusión que había en su interior.

El timbre de la puerta interrumpió mis pensamientos en ese punto, y la sorpresa me hizo poner de pie. Los visitantes eran muy escasos en esos días.

Miré por la ventana y vi una figura alta e imponente que hablaba con el sargento Cassidy. Enseguida lo identifiqué como Howard Winstead, el director del Instituto. Harman se apresuraba para recibirlo, y después de un corto intercambio de palabras, entraron los dos a la oficina. Los seguí, sintiendo curiosidad por saber qué sería lo que había traído a Winstead, que era más político que científico.

Al principio, Winstead no parecía ni siquiera sentirse cómodo; no era el diplomático de siempre. Eludió, embarazoso, los ojos de Harman y farfulló algunos convencionalismos con respecto al tiempo. Luego fue al grano con una brusquedad directa y poco diplomática.

—John —dijo—. ¿Qué te parecería si postergáramos la prueba por un tiempo?

—En realidad quieres decir que la abandonemos por completo, ¿no es cierto? Bien, no lo haré, y es definitivo.

Winstead alzó la mano.

—Espera, John, no te excites. Déjame exponer mi punto de vista. Ya sé que el Instituto estuvo de acuerdo en darte carta blanca, y también sé que pagaste por lo menos la mitad de los gastos de tu propio bolsillo, pero… no puedes seguir con esto.

—¿Así que no puedo? —Harman resopló despectivamente.

—Óyeme ahora, John. Sabes de ciencia, pero no sabes de la naturaleza humana como yo. Este no es el mundo de los "Años Locos", te des cuenta o no. Ha habido profundos cambios desde 1940.

Se lanzó a lo que a todas luces era un discurso cuidadosamente preparado.

—Después de la Primera Guerra Mundial, como sabes, el mundo todo se alejó de la religión y se volcó a liberarse de los convencionalismos. La gente estaba asqueada y desilusionada, cínica y sofisticada. Eldredge los llama "perversos y pecadores". A pesar de eso, la ciencia floreció: algunos dicen que siempre sucede así en períodos poco convencionales. Desde el punto de vista de la ciencia, fue una "Edad de Oro".

»Sin embargo, conoces la historia económica y política de la época. Fue un período de caos político y anarquía internacional; un período irracional, suicida, demente, que culminó con la Segunda Guerra Mundial. Y así como la Primera Guerra condujo a un período de sofisticación, la Segunda inició un retorno a la religión.

»La gente estaba harta de los “Años Locos”. Se habían saturado de ellos, y lo que más temían era volver a caer en ellos. Para impedir esa posibilidad, relegaron las costumbres de esas décadas. Sus motivos, como ves, eran comprensibles y loables. Toda la libertad, la sofisticación, la falta de convencionalismo se habían perdido, habían sido barridas hasta desaparecer. Ahora vivimos en una segunda época victoriana; y es comprensible, porque la historia de la humanidad es como un péndulo, y en este momento oscila hacia la religión y los convencionalismos.

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