Read Cuentos completos Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

Cuentos completos (209 page)

BOOK: Cuentos completos
7.67Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—No seas tonto. No hay suficiente como para mantenernos borrachos durante tres días. ¿Qué quieres hacer? ¿Emborracharte ahora y morir luego completamente sobrio? Ahorremos esto para las últimas seis horas, cuando el aire se enrarezca y duela respirar; entonces nos terminaremos la botella y nunca sabremos ni nos importará cómo llegó el final.

Brandon dejó caer la mano.

—Caramba, Warren. Sangrarías hielo si te llegaras a cortar. ¿Cómo puedes pensar tan juiciosamente en un momento como este? —Hizo un gesto y la botella volvió a su lugar. Luego caminó hasta el ojo de buey y miró hacia fuera.

Moore se acercó para poner el brazo cariñosamente sobre el hombro del joven.

—¿Por qué amargarse, viejo? No puedes aguantar este ritmo. Dentro de veinticuatro horas estarás completamente loco.

No recibió contestación. Brandon tenía la mirada fija en el globo que llenaba la casi totalidad del ojo de buey.

—Mirar a Vesta tampoco servirá de mucho —agregó Moore.

Mike Shea se acercó.

—Estaríamos a salvo con sólo estar allá abajo, en Vesta. Hay gente allí. ¿A qué distancia estamos?

—No a más de trescientas o cuatrocientas millas a juzgar por su tamaño —contestó Moore—. No olvidemos que su diámetro es de sólo doscientas millas.

—Trescientas millas de la salvación —murmuró Mike—. Lo mismo sería si estuviésemos a un millón. Si por lo menos hubiese un medio de salir de la órbita que ha adoptado este maldito fragmento; alguna manera de darnos un empujón para empezar a caer. No habría peligro de estrellarnos porque el enano ese no tiene suficiente gravedad para aplastar un merengue.

—Tiene suficiente como para mantenernos en la órbita —retrucó Brandon—. Debe habernos atraído mientras estábamos inconscientes, después del choque. Lástima que no llegamos más cerca, tal vez podríamos haber aterrizado.

—Curioso lugar, Vesta —observó Mike Shea—. He estado allí dos o tres veces. ¡Un bodrio! Todo cubierto de una sustancia como nieve, sólo que no es nieve. No recuerdo cómo se llama.

—¿Dióxido de Carbono congelado? —aventuró Moore.

—Sí, hielo seco, así es ésa cosa carbonífera. Dicen que es eso lo que le da su brillo a Vesta.

—¡Claro! Eso le daría un alto albedo.

Mike le endilgó una mirada cargada de sospecha a Moore, y decidió dejar pasar el asunto.

—Es difícil ver algo causa de la nieve, pero si se mira con atención —señaló con el dedo— se puede ver una especie de mancha gris. Creo que es la cúpula de Bennett, que es donde tienen el observatorio. Y allá está la cúpula de Calorn, un depósito de combustible. Hay muchas más, pero no alcanzo a verlas.

Vaciló antes de dirigirse a Moore.

—Escucha, jefe. He estado pensando. ¿No nos estarán buscando al haberse enterado del accidente? ¿Y no les sería fácil encontrarnos, viendo lo cerca que estamos de Vesta?

Moore sacudió la cabeza.

—No Mike, nadie se va a enterar del accidente hasta el momento en que noten el atraso de la
Silver Queen
. Cuando el asteroide nos embistió no tuvimos tiempo de mandar un SOS. —Luego de lanzar un suspiro, continuó—: Tampoco nos buscarán desde Vesta. Somos tan chiquitos que aun a esta distancia no podrían vernos a menos que supiesen qué es lo que están buscando y exactamente dónde mirar.

—Hum. —Mike arrugó la frente, señal de profundos pensamientos. — Entonces tendremos que llegar a Vesta antes de que expire el plazo de tres días.

—Tienes la clave del asunto, Mike. Si supiésemos cómo encararlo…

De pronto Brandon explotó.

—Por amor de Dios dejen de hablar tonterías y hagan algo. ¡Hagan algo!

Moore se encogió de hombros y sin contestar volvió a la litera. Se estiró cómodamente, aparentando no tener preocupaciones, pero una pequeña arruga entre los ojos delataba su concentración. No existía la más mínima duda; estaban en pésima situación y tal vez por vigésima vez pasó revista a los acontecimientos del día anterior.

Después del choque con el asteroide que desgarró la nave, él se había apagado como una vela. Por cuánto tiempo no sabía, por habérsele roto el reloj y no existir otro. Cuando volvió en sí se encontró que él, su compañero de cabina Brandon y Mike Shea, un miembro de la tripulación, eran los únicos ocupantes de lo que quedaba del
Silver Queen
.

Este trozo giraba ahora en órbita en torno a Vesta, y por el momento la situación era más o menos cómoda. La reserva de alimentos alcanzaba para una semana. Además había un Gravitador regional bajo la habitación que los mantenía y los mantendría en peso normal por tiempo indefinido, por cierto por mucho más de lo que alcanzaría el aire. El sistema de iluminación no era satisfactorio pero se había mantenido hasta el momento.

Sin embargo no existía duda de dónde se encontraba el meollo de la cuestión. ¡Aire para tres días! No es que faltasen otros factores descorazonantes, como la falta de calefacción aunque se necesitaría mucho tiempo para que la nave inyectase suficiente calor en el vacío del espacio como para llegar a incomodarlos. Lo más importante era que ese resto de aeronave carecía de medios de comunicación y de un mecanismo de propulsión. Moore suspiró. Un solo reactor a combustible en buenas condiciones y asunto arreglado, pues un solo envión, bien orientado; los haría llegar sanos y salvos a Vesta.

La arruga entre los ojos se hizo más pronunciada. ¿Qué hacer? Tenían un solo traje espacial para los tres, un radiador de calor y un detonador. Esa era la suma total de elementos espaciales hallados al cabo de una cuidadosa búsqueda por las partes accesibles de la nave. Una situación bastante desesperante, sin duda alguna.

Volvió a encogerse de hombros, se levantó, y se sirvió un vaso de agua, que tragó mecánicamente mientras su mente seguía considerando el problema. De pronto tuvo una idea, y se quedó mirando el vaso vacío que tenía en la mano.

—Oye, Mike, ¿cómo andamos de agua? Qué raro que no haya pensado en ello antes.

Mike abrió los ojos al máximo, esbozando un gesto de divertida sorpresa.

—¿No lo sabía, jefe?

—¿Sabía qué?

—Que tenemos toda el agua con que salimos. —Agitó la mano en un gesto que abarcaba todo, pero al notar la expresión de total desconcierto de Moore, creyó necesario ampliar su declaración—. ¿No se da cuenta? Nos queda el tanque principal donde está almacenada la totalidad del stock de agua de la nave. —Señaló una de las paredes.

—¿Quieres decir que hay un tanque lleno de agua lindando con nosotros?

Mike asintió vigorosamente.

—Sí, una tina cúbica de cien pies por lado, ¡y tres cuartos llena!

Moore no salía de su asombro.

—Setecientos cincuenta mil pies cúbicos de agua —agregando de pronto—: ¿y cómo es que no se ha perdido por una de las cañerías rotas?

—No tiene más que una salida principal que corre a lo largo del corredor frente a esta pieza. Yo estaba arreglando esa cañería cuando nos agarró el asteroide y alcancé a cerrarlo. Cuando recobré el conocimiento abrí el conducto que conduce a nuestro grifo, y esa es la única salida que existe ahora.

Una curiosa sensación comenzó a gestarse en su interior; una idea semiformada en su mente que por más que Moore quisiese no podía sacar a la luz. Sólo sabía que lo que acababa de escuchar encerraba algo importante, esquivo aún, pero importante.

Entretanto Brandon que había estado escuchando a Shea en silencio, emitió una breve carcajada desprovista de todo humor.

—Por lo visto el destino se está divirtiendo a costa nuestra. En primer lugar nos coloca al alcance de un sitio seguro, y enseguida se encarga de que no podamos llegar a él. Después nos provee de comida para una semana, aire para tres días, y
agua para un año
. Agua para un año, ¿entienden? Suficiente para beber, para hacer gárgaras, para lavarse y bañarse y… cualquier cosa que uno desee. ¡Agua… al diablo con el agua!

—Vamos, Mark, tómalo con calma —dijo Moore intentando quebrar la melancolía del joven—. Haz de cuenta que somos un satélite de Vesta, y lo somos. Tenemos nuestro propio período de revolución y de rotación; un ecuador y un eje. Nuestro “polo Norte” está ubicado más o menos en la parte superior del ojo de buey, apuntando hacia Vesta, y el “Sur” en dirección opuesta, atravesando el tanque de agua. Como satélite tenemos una atmósfera y ahora, como ves, un océano recientemente descubierto. Hablando en serio no estamos tan mal. Nuestra atmósfera se mantendrá durante los tres días, podremos comer doble ración y beber agua hasta el cansancio. Qué diablos, tenemos agua para tirar…

La idea en gestación de pronto maduró, y el gesto displicente con que acompañó la declaración anterior quedó congelado en el aire. Cerró la boca con firmeza a la vez que levantaba la cabeza, pero Brandon, sumido en sus propios pensamientos, no se percató de los extraños gestos de Moore.

—¿Por qué no completas tu analogía de un satélite? —preguntó con desprecio—. ¿O en tu calidad de Optimista Profesional ignoras los hechos desagradables? Si yo fuera tú continuaría en esta forma, imitando la voz de Moore prosiguió: Hasta el presente el satélite es habitable y se encuentra habitado, pero debido a una inminente pérdida de aire se espera que en tres días se convertirá en un mundo muerto. Bueno, ¿por qué no contestas? ¿por qué insistes en hacer una broma de todo esto? No ves que… ¿
qué pasa
…?

Dijo esto en tono de sorpresa, y en verdad los gestos de Moore lo justificaban. Se había puesto de pie, y luego de darse un fuerte palmazo en la frente, quedó callado e inmóvil, mirando la lejanía a través de párpados que gradualmente se iban entornando. De pronto estalló.

—¡Lo tengo! ¿Cómo no pensé en ello antes? —Después el resto de su discurso se hizo ininteligible, mientras Brandon y Shea lo observaban, mudos y perplejos.

Cuando Mike sacó a relucir la botella de Jabra, Moore la apartó con impaciencia, y entonces, sin previo aviso, Brandon lo alcanzó con un puñetazo que lo mandó al piso.

—¿A santo de qué hiciste eso? —se quejó Moore frotándose el mentón, sorprendido ante la inesperada acción de Brandon que siguió gritando.

—Ponte de pie y lo haré de nuevo. No aguanto más; estoy harto de ser sermoneado y de escuchar tus tonterías. Tú eres el que se está volviendo loco.

—Loco no, tal vez un poco sobreexcitado, pero por amor de Dios escuchen. Creo saber cómo…

—Sí ¿eh? ¿Crees saber? Bueno, no lo acepto. Vas a alimentar nuestras esperanzas con algún plan idiota, para luego descubrir que no va, pero yo le voy a encontrar un verdadero uso al agua; te voy a ahogar en ella y así ahorrar un poco del aire.

Moore perdió el dominio de sí mismo.

—Mira, Mark, no te incluyo en esto. Lo voy a intentar solo. No necesito tu ayuda ni la quiero. Si estás tan seguro de morir, tienes un radiador de calor y un detonador: las dos armas en las cuales se puede confiar. Elige y mátate; Shea y yo no vamos a impedirlo.

El labio de Brandon se curvó en un débil y postrer gesto de desafío, pero enseguida capituló, total y abyectamente.

—Está bien, Warren, estoy contigo. Creo que no sabía muy bien lo que estaba haciendo. No me siento bien, Warren, yo…

—Está bien, muchacho —dijo Moore, genuinamente apenado—. Sé cómo te sientes pues estoy en el mismo brete, pero no debes rendirte. Pelea o te volverás loco de remate. Ahora trata de dormir y deja que yo me encargue de todo. Todavía vamos a salir de ésta.

Brandon llevó su mano a la frente dolorida, trastabilló hasta la litera y se dejó caer. Un llanto silencioso lo sacudió mientras Moore y Shea hacían de incómodos espectadores.

Por fin Moore codeó a Mike.

—Vamos —susurró— manos a la obra; a hacer historia. El compartimento número cinco está al final del corredor, ¿verdad? —Ante el asentimiento de Shea preguntó—: ¿Está herméticamente cerrado?

—Bueno —repuso Shea luego de pensarlo bien— la puerta interna sí, pero no sé si la externa. Puede muy bien haberse convertido en un colador. Cuando inspeccioné la pared para saber si seguía hermética no me animé a abrir la puerta interna, pues de haberle pasado algo a la externa ¡zas! —y acompañó la exclamación con un gesto por demás expresivo.

Entonces —dijo Moore— nos corresponde averiguar de inmediato el estado de la puerta externa. De alguna manera tendré que salir y arriesgarme. ¿Dónde está el traje espacial?

Descolgó la solitaria prenda de su lugar en el armario, lo colocó sobre su hombro y salieron al largo pasillo, pasando frente a puertas cerradas, barreras herméticas tras las cuales quedaban las cavidades abiertas que antes fueran cuartos de pasajeros. Al final del pasillo se detuvieron frente a la puerta hermética del compartimiento número cinco, que Moore inspeccionó cuidadosamente.

—Parece estar bien pero por supuesto no puede saberse qué hay fuera. ¡Dios mío, espero que funcione! —Frunció el ceño y agregó—: Claro que podríamos usar la totalidad del pasillo como un compartimento estanco, con la puerta de nuestra habitación como puerta interna y ésta como la externa, pero eso significaría la pérdida de la mitad de nuestra reserva de aire, y no nos podemos permitir ese lujo… por ahora.

Volviéndose hacia Shea dio la orden.

—El indicador muestra que la cerradura fue usada la última vez para entrar, de modo que tendría que estar llena de aire. Abre la puerta apenas un poquito, y si hay ruido de aire ciérrala de inmediato.

—Va —contestó Shea, y movió la palanca una línea. El mecanismo había sufrido ante el impacto del choque, y el suave y silencioso accionar de antes había sido reemplazado por un áspero y arrastrado ruido. Sin embargo seguía funcionando. Una tenue línea negra apareció a la izquierda de la cerradura para indicar que la puerta había cedido un cuarto de pulgada.

¡No hubo ruido de escape de aire!, y la expresión ansiosa de Moore cedió un poco. Sacó un cartoncito del bolsillo y lo sostuvo contra la abertura. De haber escape de aire el cartón se hubiese mantenido allí, empujado por el escape de gas, pero cayó al piso. Mike Shea humedeció un dedo y lo puso frente a la misma hendija.

—Gracias a Dios —dijo— ni señales de corriente.

—Bien —dijo Moore—. Muy bien. Ábrela más. Vamos.

Otra línea y la hendija se ensanchó, siempre sin escape de aire. Lenta, muy lentamente, línea tras línea, crujiendo, se fue abriendo más y más. Ambos hombres retuvieron la respiración, temerosos de que la puerta exterior aunque no estuviese perforada, hubiese recibido golpes capaces de debilitarla y hacer que en cualquier momento se desplomase. ¡Pero se mantuvo! y Moore, loco de contento, comenzó a meterse dentro del traje espacial.

BOOK: Cuentos completos
7.67Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Sheik's Command by Loreth Anne White
The Chosen Queen by Joanna Courtney
Sword of Light by Katherine Roberts
Southern Heat by Jordan Silver
Into the Darkness by Delilah Devlin
Atlantic Island by Shernoff, Fredric