Cuentos completos (363 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
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—Sin vacilación.

—¿Y dónde se encuentran computadoras más exactas y complejas que las nuestras?

—En ningún sitio, respecto a los alimentos.

—¿Y qué materias primas sirven? —preguntó el Gran Viejo con severidad. Luego añadió, sin aguardar la respuesta—: O esperaban que un joven gammerio pastara…

—No, Gran Viejo, tenían materias primas. En todos los mundos que visité hay materias primas, y también en los que no visité, según me contaron. Incluso en el mundo donde la materia prima se considera apta también para las cosas inferiores…

Tomasz enrojeció y gruñó:

—¡Idiotas!

—Mundos diferentes, costumbres diferentes —se apresuró a comentar Chawker Menor—. Pero, Gran Viejo, la materia prima es popular cuando algo conveniente es necesario, poco caro y nutritivo. Y ellos obtuvieron de nosotros sus primeras materias primas. Todos poseen una subespecie de hongos, que sacaron primitivamente de Gammer.

—¿Qué subespecie?

—La superficie A—5 —repuso Chawker Menor—. Es la más resistente, decían, y la que ahorra más energías.

—Y la más dura —agregó el Gran Viejo con satisfacción—. ¿Y qué aditivos de sabor emplean?

—Muy pocos —confesó Chawker Menor. Meditó un instante y continuó—: En Kapper tenían un aditivo muy popular entre los kapperianos, con bastantes… hum… posibilidades. Sin embargo, no está bien desarrollado, y cuando distribuí los sabores de lo que Lady me iba enviando se vieron obligados a admitir que el suyo no tenía comparación con los nuestros.

—Esto no me lo habías contado —interpuso Lady, que hasta entonces no se había atrevido a intervenir en la conversación en la que el protagonista principal era el Gran Viejo Tomasz—. De modo que mis sabores gustaron en los Otros Mundos, ¿eh?

—No los distribuí con frecuencia —se escudó Chawker Menor—. Soy demasiado egoísta para hacerlo, mas cuando lo hice, les gustó mucho, My lady.

Transcurrieron varios días antes de que los dos hermanos pudiesen estar solos.

—¿No estuviste en Kee? —quiso saber Mayor.

—Sí —asintió Chawker Menor bajando la voz—. Sólo un par de días. La estancia era demasiado cara.

—Estoy seguro de que a Viejo no le habría gustado ni siquiera esos dos días.

—Supongo que no se lo dirás, ¿verdad?

—Una observación falta de sentido común. Cuéntame.

Chawker Menor procedió a contarlo en detalle, aunque un poco cohibido, y finalizó:

—Lo cierto es, Mayor, que a ellos no les parece mal. No les hace sentirse culpables. Y esto me obliga a meditar que tal vez no exista un bien y un mal reales. Lo bueno es a lo que uno está acostumbrado. Y lo malo aquello a lo que no estás acostumbrado.

—Intenta decírselo a Viejo.

—Lo que él piensa es bueno, ya que es a lo que está acostumbrado, y ambos conceptos son iguales. Tienes que reconocerlo.

—¿Qué importa lo que yo reconozca? Viejo piensa que todo lo bueno y todo lo malo lo inventaron los forjadores de Gammer y que todo se halla en un libro del cual sólo existe un ejemplar, que es el que poseemos nosotros, por lo que los Otros Mundos son malvados. Claro está, habló metafóricamente.

—Y yo también lo creo, Mayor… metafóricamente. Pero me asombra ver con qué calma lo acepta la gente de los Otros Mundos. Yo podía… verles pacer.

El rostro de Mayor adoptó una expresión de asco.

—¿Te refieres a los animales?

—No parecen animales cuando pacen. Esta es la verdad.

—¿Les viste matar y diseccionar a los… a los?

—No —negó Chawker Menor apresuradamente—. Lo vi cuando todo había terminado. Lo que comían parecía cierta clase de materia prima y olía igual. Me imagino que sabía a…

Chawker Mayor expresó con el gesto su inmensa repulsión, y su hermano añadió, a la defensiva:

—Ya sabes que pacer fue lo primero. Me refiero en la Tierra. Y es posible que cuando desarrollamos las primeras materias aquí, en Gammer, intentásemos imitar el gusto de los alimentos de… de pasto.

—Prefiero no creerlo —replicó Chawker Mayor.

—No importa lo que prefieras.

—Escucha —se irritó Mayor—. No me importa lo que pacen. Si alguna vez tuviesen la ocasión de comer verdaderas materias primas, y no la subespecie A—5, sino los hongos engordados, como dice el refrán, y si poseyesen los aditivos sofisticados, y no los primitivos platos que usan, comerían siempre y no soñarían siquiera en pastar. Si pudieran comer lo que yo he obtenido, y lo que aún no he obtenido…

—¿Vas a presentarte al Concurso, Mayor? —le interrumpió Chawker Menor.

Chawker Mayor meditó un instante.

—Creo que sí, Menor —repuso al fin—. Creo que sí. Y aunque no gane, lo haré. Este programa mío es diferente —a medida que hablaba se iba excitando—. Es distinto a cualquier programa de computadora, que yo sepa; y funciona. Todo estriba… calló y cambió de tema—. Supongo que no te molestará que no te dé detalles, ¿verdad? No se los he contado a nadie.

—Sería tonto contarlos —Chawker Menor se encogió de hombros—. Si realmente es un buen programa puedes ganar una fortuna, ya lo sabes. Fíjate en el Gran Viejo Tomasz. Hace unos treinta y cinco años que inventó el Corredor-Canción y todavía no ha publico su sendero.

—Sí —asintió Mayor—, pero la gente adivina cómo lo consiguió. Y en mi opinión, no es realmente…

Volvió a callar y movió la cabeza como temeroso de decir algo que pudiese calificarse de
lése-majesté.

—La razón de haberte preguntado si ibas a presentarte al Concurso… —empezó Chawker Menor.

—¿Y bien…?

—Es que estaba pensando en presentarme yo.

—¿Tú? Si apenas tienes la edad.

—Tengo veintidós años. ¿Te importaría?

—No sabes bastante, Menor. ¿Cuándo has manejado una computadora?

—¿Cuál es la diferencia? Una computadora no es la respuesta.

—¿No? ¿Pues cuál es?

—Las papilas del gusto.

—Ya, no fallan jamás. Conozco esa canción, y todos saltaremos a través del eje cero, de un solo brinco, como dice el refrán.

—Hablo en serio, Mayor. Una computadora es solamente el punto de partida, ¿no es así? Todo acaba en la lengua, empieces donde empieces.

—Y, claro está, un Maestro Gustador como el chico Menor puede ganar.

Chawker Menor no estaba bastante tostado por el sol para ruborizarse sin que se le notara.

—Tal vez no sea un Maestro Gustador, pero sí soy un buen Gustador y tú lo sabes. Estando fuera de casa he sabido apreciar las buenas materias primas y lo que puede hacerse con ellas. He aprendido bastante… Oye, Mayor, todo lo que tengo es mi lengua y me gustaría devolver todo el dinero que Viejo y Lady se han gastado conmigo. ¿Te opones a que me presente? ¿Temes mi competencia?

Chawker Mayor se envaró. Era más alto y recio que su hermano, y su expresión no era amistosa.

—No temo a ningún competidor. Si quieres presentarte, hazlo, Menor. Pero cuando te avergüencen no vengas a llorar a mis brazos. Y te diré una cosa: a Viejo no le gustaría que tu lengua quede en mal lugar, como dice el refrán.

Nadie tiene por qué vencer al momento. Aunque no gane, habré ganado, como dice el refrán.

Chawker Menor dio media vuelta y salió de la sala. Se sentía un poco tonto.

Todo se fue olvidando paulatinamente. La gente ya estaba cansada de escuchar las cosas de los Otros Mundos. Chawker Menor había descrito a los animales vivos que había visto por quinta vez y cien veces había negado haber visto cómo los mataban. Había retratado de palabra los campos de cereales e intentado explicar cómo era la luz del sol cuando iluminaba a los hombres, las mujeres, los edificios y los campos, a través de un aire que se veía azul y brumoso a la distancia. Explicó por enésima vez que no era igual al efecto del sol en las salas con vistas al exterior de Gammer (donde apenas entraba nadie).

Y ahora ya todo había terminado, y a Chawker Menor le fastidiaba un poco que no le parasen en los corredores: no le gustaba haber dejado de ser una celebridad. Se sentía abatido mientras hacía girar el libro-película y trató de no enfadarse con Lady.

—¿Qué ocurre? —la inquirió—. No has sonreído en todo el día.

Su madre le contempló pensativamente.

—No resulta agradable ver las disensiones entre el mayor y el menor.

—Oh, vamos… —exclamó Chawker Menor con irritación y acercándose al conducto de la ventilación.

Era un día jazmíneo y a él le gustaba aquel aroma, por lo que, como siempre, se preguntó automáticamente cómo podría mejorarlo. Era muy débil, claro, puesto que todo el mundo sabía que los aromas florales muy fuertes deterioraban la lengua.

—No ocurre nada, Lady —replicó—, ni es ningún mal que quiera presentarme al Concurso. Todos los gammerios mayores de veintiún años pueden aspirar al premio.

—Pero no es de buen gusto competir con tu hermano.

—¡Buen gusto! ¿Por qué no? Yo competiré con todos los demás. Y con él, claro. Sólo es un detalle que tengamos que contender los dos. ¿Por qué no piensas que es él quien quiere competir conmigo, y no yo con él?

—Es tres años mayor que tú, Menor-mío.

—Y tal vez gane, Mi Lady. Tiene la computadora. ¿Te ha pedido Mayor que me convenzas para que no me presente?

—Oh, no, no. No pienses tal cosa de tu hermano.

Lady habló con vehemencia, evitando la mirada del hijo menor.

—Bueno, entonces te ha hablado y tú has comprendido lo que desea sin habértelo dicho con claridad. Y todo porque me he clasificado en la primera votación, cosa que él no creía.

—Cualquiera puede clasificarse —gritó Chawker Mayor desde el umbral.

Chawker Menor giró en redondo.

—¿De veras? Entonces, ¿qué te inquieta? ¿Y por qué no se han clasificado un centenar de aspirantes?

—Lo que un jurado estúpido decida. Menor, carece de importancia —replicó Chawker Mayor—. Aguarda a llegar ante la Junta.

—Puesto que tú también te has clasificado, Mayor, no necesitas hacer hincapié en lo estúpido que es el jurado.

—Hijo mío —intervino Lady, secamente—. ¡Basta ya! Quizá debamos recordar que es poco corriente que un Mayor y un Menor se clasifiquen conjuntamente.

Ninguno de los dos hermanos se atrevió a romper el silencio en presencia de Lady… pero el fruncimiento de sus cejas resultaron muy elocuentes.

A medida que transcurrían los días, Chawker Menor estaba más ocupado en preparar la última muestra de materia prima sabrosa que sus papilas gustativas primero y su zona olfativa después le dirían que era algo jamás gustado por una lengua gammeria. Visitó personalmente los tanques de materias primas, donde crecían los deleitosos hongos blandos -lejos de residuos desagradables- y se multiplicaban a una velocidad increíble, en condiciones cuidadosamente ideales, en tres docenas de subespecies básicas, cada una con sus distintas variedades.

(El Maestro Gustador, que probaba personalmente la materia prima sin sabor, o sea los hongos sin alterar, como decía el refrán, sabía escoger la mejor calidad de la sección y el corredor. Más de una vez había declarado el Gran Viejo Tomasz que podía elegir el mejor de los tanques y, a veces, incluso una porción de los mismos solamente, aunque nadie le había pedido que lo hiciese.) Chawker Menor no pretendía poseer la experiencia de Tomasz. pero saboreaba, gustaba, lamía y mordisqueaba hasta que decidía cuál era la subespecie exacta y la variedad que deseaba lograr, la que mejor se combinaría con los ingredientes que imaginaba. Un buen Gustador, afirmaba el Gran Viejo Tomasz, podía combinar los ingredientes mentalmente y gustar la mezcla sólo con la imaginación. Todos sabían que esto era en realidad una fanfarronada de Tomasz, pero Chawker Menor se lo había tomado en serio y estaba seguro de poder hacerlo.

Había alquilado un espacio de las cocinas, lo que era otro gasto para el pobre Viejo, aunque Chawker Menor gastaba menos que Mayor.

A Chawker Menor no le importaba tener menos espacio, puesto que, como no necesitaba computadoras, no necesita mucho. Los cuchillos trinchantes, las batidoras, los fogones, los especieros y los demás instrumentos de cocina ocupaban poco espacio. Y por otra parte, poseía una campana de hogar que le ayudaba a disimular y ahuyentar todos los olores. (Todo el mundo conocía el horror de los Gustadores que habían dejado escapar un simple olfateo y comprobaban después que durante una de sus combinaciones maestras era ya popular antes de poder presentarla ante la Junta.)

Como decía Lady, robar el producto de otra persona no era de buen gusto, pero se hacía y no existía recurso legal en contra.

Destelló la señal luminosa, en un código bien conocido. Era el Viejo Chawker. Chawker Menor sintió un aguijón de culpa como el que experimentaba de pequeño cuando picoteaba en las materias primas reservadas a los invitados.

—Un momento, mi Viejo —exclamó; y activamente colocó la campana de hogar en alto, cerró el tabique, quitó sus ingredientes de la mesa, metiéndolos en sus latas, y por fin se marchó cerrando la puerta a sus espaldas.

—Lo siento, mi Viejo —murmuró, intentando mostrar ligereza en el tono de voz—, pero la Gustación es algo capital.

—Comprendo —asintió Viejo, aunque sus ojos habían fulgurado un segundo, como contento de atrapar a aquel fugitivo del hogar—, pero apenas has estado en casa últimamente, con tanto tiempo pasado en los Otros Mundos, y necesito hablar contigo.

—No hay inconveniente Viejo. Iremos al salón.

El salón no estaba lejos y, por fortuna, estaba desierto. Las agudas miradas de Viejo hacían que aquel vacío fuese una suerte para Menor, por lo que éste suspiró audiblemente. Sabía que le aguardaba un sermón.

—Menor —dijo al fin Viejo—, eres mi hijo, y tengo deberes que cumplir respecto a ti. Sin embargo, mis deberes sólo consisten en subvenir a tus gastos y procurar que estés preparado para iniciar tu vida; también tengo el deber de reprocharte lo que hagas mal. El que desee lograr buenas materias primas no debe dejarlas junto a la carroña, como dice el refrán.

Chawker Menor bajó los ojos al suelo. Él, junto con su hermano, formaba parte de los treinta que se habían clasificado para la competición final que se celebraría dentro de una semana, y, según rumores oficiosos, Chawker Menor había conseguido un tanteo superior al de su hermano.

—Viejo —quiso saber—, ¿me pedirás que no haga lo que pueda para que venza mi hermano? ¿Que quede yo en mal lugar?

Viejo Chawker parpadeo, momentáneamente pillado de improviso, y su hijo cerró la boca con firmeza. Estaba claro que no había acertado.

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