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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

Cuentos completos (369 page)

BOOK: Cuentos completos
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Un día, Jim Sloane desafió a Bob Laverty a una carrera.

—Mi Teddy puede ganar a tu Dolly —dijo.

—Tu Teddy no se mueve —se burló Laverty.

—¿Qué te apuestas? —retó Sloane.

Toda la tripulación participó en el acontecimiento. Incluso el capitán arriesgó medio crédito. Todo el mundo apostó por Dolly. Al menos, se movía.

Jim Sloane cubrió todas las apuestas. Había estado ahorrando su sueldo a lo largo de tres viajes, y apostó todos sus milicréditos por Teddy.

La carrera empezó en uno de los extremos del Gran Salón. En el otro extremo se había colocado un montón de azúcar para Teddy, y un foco de luz para Dolly. Dolly se enroscó inmediatamente, y empezó a espiralear muy despacio su camino hacia la luz. La tripulación comenzó a corearla.

Teddy simplemente se quedó donde estaba, sin moverse.

—Azúcar, Teddy. Azúcar —dijo Sloane, señalando.

Teddy no se movió. Se parecía más que nunca a una roca, pero Sloane no pareció preocupado por ello.

Por último, cuando Dolly había espiraleado ya la mitad del camino cruzando el salón, Jim Sloane dijo casualmente a la roqueta:

—Si no vas hasta allí, Teddy, iré a buscar un martillo y te reduciré a gravilla.

Fue entonces cuando la gente descubrió por primera vez que las roquetas podían leer la mente. Fue también la primera vez que la gente descubrió que las roquetas podían teleportarse.

Apenas Sloane había formulado su amenaza, Teddy desapareció de su lugar y reapareció encima del montón de azúcar.

Sloane ganó, por supuesto, y contó sus ganancias lenta y morosamente.

—Sabías que esa maldita cosa podía teleportarse —dijo Laverty amargamente.

—No, no lo sabía —aseguró Sloane—. Pero sabía que iba a ganar. Era absolutamente seguro.

—¿Por qué?

—Hay un viejo refrán que todo el mundo conoce: «El Teddy de Sloane gana la carrera»
[17]
.

Decirlo de un vistazo (1977)

“To Tell at a Glance”

1

Elaine Metro aguardó con considerable compostura. Llevaba ya dos años —casi— como guía turística, y tener que manejar a hombres, mujeres y niños de una docena de mundos distintos (sin hablar de la propia Tierra), mantenerlos felices y seguros, responder a sus preguntas, y resolver las emergencias súbitas con acciones instantáneas, proporciona compostura.

Compostura o desmoronamiento, y Elaine nunca se había desmoronado. Ni esperaba hacerlo.

De modo que se sentó allí y practicó, como hacía a menudo, el tomar conciencia de su entorno. El calendario le destellaba la fecha —25 de febrero de 2076—, lo cual significaba que habían pasado seis días desde su cumpleaños número veinticuatro.

El espejo al lado del calendario reflejaba su rostro, o lo haría si simplemente se inclinaba un poco hacia un lado, proporcionándole un débil resplandor dorado. Eso ocultaba la palidez natural de su piel, y proporcionaba a sus ojos azules la ilusión de un ligero color avellana, y a su pelo castaño la ilusión de un toque de rubio. Algo halagador en su conjunto, pensó.

La cinta luminosa de las noticias parpadeaba encendiéndose y apagándose ocasionalmente. No parecía que estuviera ocurriendo nada vital en la Órbita. Se estaba construyendo una decimocuarta colonia, pero eso no tenía nada de extraordinario.

Había una sequía en África, allá abajo en la Tierra, pero eso tampoco tenía nada de extraordinario. Imaginen un mundo que no tenía ninguna forma de controlar su clima. ¡Primitivo!

¡Pero la Tierra era enorme! Como un millón de auténticos mundos puestos juntos.

Y sin embargo, había tan poco espacio. Incluso Gamma, donde había nacido y donde vivía Elaine…, incluso Gamma estaba un poco demasiado atestado. Quince mil personas y…

La puerta se abrió, y Janos Tesslen apareció. Era el presidente de la asamblea, y muy bueno por cierto, pensó Elaine. Al menos, ella había votado por él.

—Hola, Elaine —dijo el hombre—. ¿La he hecho esperar mucho?

—Según el reloj…, catorce minutos, señor.

Janos se echó a reír brevemente. Era un hombre robusto de sonrientes ojos, a veces incluso cuando sus labios no sonreían. Su canoso pelo estaba cortado muy corto, de una forma completamente pasada de moda, y le hacía parecer más viejo de los cincuenta años que probablemente tenía.

—Pase, Elaine —dijo—. Siéntese.

Se sentó, aceptando el uso de su nombre de pila de una forma completamente natural, aunque nunca había hablado con el presidente antes. En un mundo como Gamma, donde casi todo el mundo conoce a casi todo el mundo…, ¿por qué no?

Janos se sentó en el sillón giratorio de su amplia habitación —más amplia que cualquier otra habitación privada que Elaine hubiera visto nunca antes—, y dijo:

—Es interesante que me haya dicho usted que había estado esperando catorce minutos. ¿No hubiera sido mejor decir simplemente que llevaba esperando tan sólo un rato?

—Creo que la precisión en las cosas pequeñas puede ser importante —opinó Elaine.

—Muy bien. Me alegro que piense así, porque eso es precisamente lo que necesito de usted… Sus abuelos vinieron de la región de la Tierra de los Estados Unidos, ¿verdad?

—Sí, señor.

—Y ha retenido su herencia norteamericana, supongo.

—Estudié historia terrestre en la universidad. La historia norteamericana estaba incluida en ella…, pero soy una gammapersona.

—Sí, por supuesto. Todos lo somos. Pero usted es una gammapersona particularmente especial, puesto que va a salvarnos a todos.

Elaine frunció ligeramente el ceño.

—¿Perdón…?

—Ahora no importa. Me he adelantado más de la cuenta. Puesto que usted es una descendiente de estadounidenses, estoy seguro que sabrá que los Estados Unidos fueron fundados en mil setecientos setenta y seis.

—Sí. Este año es su tricentenario.

—Y que los Estados Unidos fueron fundados a partir de trece estados individuales. Como que hay ahora trece mundos independientes y funcionales en la Órbita Lunar; ocho de ellos aquí en la posición L-Cinco detrás de la Luna, y cinco en la posición L-Cuatro precediendo a la Luna.

—Sí, señor. Y un decimocuarto se está construyendo en L-Cuatro.

—Eso no importa. El Mundo Orbital Nu fue acelerado y el que ahora se está construyendo, Xi, está siendo retardado, para que durante todo el dos mil setenta y seis haya trece Mundos Orbitales, y no catorce o doce. ¿Entiende usted el porqué?

—¿Superstición? —preguntó Elaine, secamente.

—Su agudeza corta, joven, pero yo no sangro —dijo Janos—. No se trata de superstición. Se trata de sacarle ventaja al sentimentalismo. Los Estados Unidos constituyen la más importante región individualizada de la Federación de la Tierra, y si están dispuestos a votar a favor del establecimiento de una Federación independiente de Mundos Orbitales, este es el año en que conseguirlo. Combine el tricentenario con el número trece, y no podrán resistirse, ¿no cree?

—Sí, puedo ver que sería un buen impulso.

—Y la independencia sería útil para nosotros. La Federación de la Tierra es una fuerza conservadora que limita nuestra expansión. Cuando dejemos de estar atados a la Tierra, los Mundos Orbitales podrán ajustarse para que sus distintas economías encajen más eficientemente. Podremos ampliar esos estrechos límites en la órbita de la Luna y encaminarnos hacia el cinturón de asteroides, donde podremos convertirnos en una fuerza importante en la historia humana. ¿Está usted de acuerdo?

—Aquellos que saben de esos asuntos parecen opinar así.

—Desgraciadamente, hay fuerzas poderosas en la Tierra que están en contra de la independencia. Y también, aunque casi todos los habitantes de los Mundos Orbitales están por la independencia, no todos están por la unión. ¿Qué piensa usted de los habitantes de los Otros Mundos, Elaine? En su trabajo tiene constante contacto con ellos.

—La gente es la gente, señor —dijo Elaine—. Pero los habitantes de los Otros Mundos tienen diferentes costumbres y…, a veces los encuentro hostiles hacia nosotros.

—Exacto. Y ellos nos encuentran a nosotros… hostiles hacia ellos. Y a fin de no tener la unión, mucha de la gente de los Mundos rechazaría la independencia. Elaine, es asunto suyo conseguir esa unión para nosotros.

De vuelta a eso, pensó Elaine.

—¿Qué tengo que hacer para ello? —preguntó.

—Escuche —dijo Janos suavemente—, y se lo explicaré. Aquellos de la Tierra que se oponen a la independencia cuentan con la hostilidad entre los Mundos Orbitales, y pretenden hacer todo lo posible por incrementarla. ¿Qué ocurriría si se produjera algún sabotaje en Gamma, que es la fuerza más poderosa para la unión en la Órbita? ¿Qué ocurriría si ese sabotaje fuera grave, y pareciera que el responsable es algún otro mundo en particular? El sentimiento antiunionista aumentaría en Gamma, y habría muy pocas probabilidades de independencia este año. Más adelante, con la magia del setenta y seis ya no a nuestro lado, la cosa podría prolongarse años y años.

—Entonces debemos prevenirnos contra el sabotaje.

—¡Correcto! Y eso es lo que estamos haciendo. Es ahí donde entra usted. Hay cinco personas que vienen a Gamma. Turistas normales, aparentemente. Hay muchos más que esos cinco, por supuesto, pero son esos cinco en particular, uno de cada uno de cinco Mundos Orbitales distintos, los que nos interesan. Uno de nuestros agentes en la Tierra…, tenemos varios, ya sabe…

—Todo el mundo lo sabe. Especialmente la Tierra, supongo.

Janos reclinó su cabeza como para estudiarla más eficientemente.

—Tiene usted una forma de decir esas cosas que me gusta… Uno de nuestros agentes nos remitió un mensaje, que por desgracia nos llegó muy confuso. Un terrestre está viniendo a Gamma, un experto saboteador, y está viniendo como un habitante de los Mundos Orbitales. El mensaje nos decía la identidad falsa que había asumido, pero esa fue la parte que llegó más confusa.

—Supongo que no pueden comprobar ustedes con su agente porque ahora está muerto.

—Desgraciadamente, así es. Hicimos lo que pudimos por interpretar el mensaje, y lo que extrajimos puede aplicarse igualmente bien a cinco personas, de las cuales al menos cuatro son seguramente respetables habitantes de los Otros Mundos, y una de las cuales puede ser un terrestre disfrazado.

—Denieguen la entrada a los cinco, señor. O déjenles entrar, arréstenlos a todos, y examinen concienzudamente a cada uno.

—Pero si hacemos eso ofenderemos a los Otros Mundos en cuestión, y correremos el riesgo de conseguir exactamente lo que pretende el sabotaje.

—Una vez localizado el saboteador, podrán explicar satisfactoriamente el motivo de sus acciones.

—Si somos creídos. El mensaje era además lo suficientemente poco claro como para dejar abierta la posibilidad a que ninguno de los cinco sea un saboteador; a que todos ellos sean legítimos.

—Bien, entonces, ¿qué es lo que quiere que yo haga, Janos?

Janos se reclinó de nuevo hacia atrás en su sillón y por un momento sus sagaces ojos volvieron a evaluarla.

—Es usted una guía turística, y está acostumbrada a los de Otros Mundos y a la gente de la Tierra. Lo que es más, su historial muestra que es usted formidablemente inteligente. Haré que esas cinco personas le sean asignadas para un recorrido oficial por Gamma; no podrán negarse a un recorrido tal sin mostrarse descorteses; tan descorteses como para darnos una excusa para retenerlos. Usted estará con ellos durante varias horas, Elaine, y todo lo que tiene que hacer es decirnos cuál de ellos es el impostor…, o quizá que ninguno de ellos lo es.

Elaine agitó la cabeza.

—No veo cómo voy a poder conseguirlo. Sea quien sea, debe haber ensayado mucho su papel.

—Indudablemente. Supongo que incluso ha visitado el Otro Mundo del que pretende ser ciudadano; habla, actúa, y tiene el aspecto de uno de ellos; posee la documentación adecuada, y todo lo demás.

—¿Y bien, entonces?

—Pero nada puede hacerse a la perfección, Elaine. Descubra la imperfección. Ha estado usted en los distintos mundos en cuestión. Conoce a los de los Otros Mundos.

—No creo que pueda…

—Si fracasa —dijo Janos enérgicamente— puede que tengamos que recurrir a métodos más violentos y correr el riesgo de ofender a los Otros Mundos. O tendremos que hacer marcha atrás, si nos dice usted que no hay ningún impostor, o cometer un terrible error si señala a la persona equivocada, y entonces quién sabe el daño que puede hacerle el sabotaje a Gamma…, dejando completamente a un lado el fracaso de la unión. No debe usted fracasar.

Elaine apretó fuertemente los labios.

—¿Cuándo debo empezar? —preguntó.

—Llegarán mañana. Aterrizarán en el Muelle Dos, al otro lado del mundo.

Señaló con su dedo hacia arriba, en el casi inevitable gesto, y los ojos de Elaine se movieron brevemente hacia arriba, en una respuesta también casi automática.

Era completamente natural. Gamma, como todos los Mundos Orbitales, era una estructura en forma de rosquilla, toroidal. En el caso de Gamma, el hueco toroide dentro del cual vivía la población tenía algo más de tres kilómetros de diámetro. Uno podía viajar durante casi seis kilómetros a lo largo de la hueca curva del toroide para alcanzar el otro lado del mundo, o cortar siguiendo uno de los tres radios dobles que unían los lados opuestos del toroide.

Elaine recordó a un terrestre riéndose en una ocasión de la costumbre orbital de hablar del otro lado del «mundo» con referencia a la otra mitad del toroide, pero, ¿por qué no? Gamma estaba rodeada por el espacio, del mismo modo que la Tierra.

Janos interrumpió los pensamientos de la mujer.

—Tiene que hacerlo, Elaine.

—Lo intentaré, señor —dijo.

—Y no debe fracasar.

2

El apartamento de dos habitaciones de Elaine estaba en el Sector Tres, y tenía la gran ventaja de estar cerca del Centro de Desarrollo de las Artes. (En su juventud había soñado con ser actriz, pero le había faltado voz para ello…, aunque seguía gustándole verse bañada por la atmósfera teatral.)

En aquel momento, mientras se preparaba para subir hasta el Muelle Dos, deseó fervientemente que su voz hubiera sido mejor y sus talentos más acentuados…, de modo que ahora no tuviera que ser una guía turística enfrentándose a una tarea imposible.

Se vistió cuidadosamente. Su uniforme le sentaba como un guante y su aspecto era muy eficiente…, como siempre. Hizo un esfuerzo por parecer inexpresiva también. Se le ocurrió que si se presentaba a los cinco turistas mostrándose demasiado curiosa, demasiado inquisitiva, seguramente no conseguiría averiguar nada. De hecho, si sondeaba demasiado abiertamente, podía parecerle demasiado peligrosa a un hombre desesperado. Alguien preparado para sabotear todo un mundo no vacilaría en matar fríamente a una mujer joven.

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