Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
Pero eso significaba que Iota era el más pro-Tierra de los mundos, el menos partidario de la independencia y la unión. ¿Acaso un iotano no estaría más dispuesto a cooperar con un agente de la Tierra que cualquier otro habitante de los Mundos Orbitales? Pero, por otra parte, ¿acaso un agente de la Tierra no dudaría más en asumir una identidad iotana, puesto que eso lo haría más sospechoso?
¿Cómo podía decirlo?, pensó impacientemente.
¿Y Kappa, centrado en el ocio, las diversiones y la cultura? Era el más atractivo de los mundos que había visitado. Eso significaba que tendría que prestar mucha mayor atención al kappano, puesto que sus propios prejuicios podían influir allí.
¿Cómo podía alguien distinguir a un kappano de un pseudokappano? ¿O a un thetano de un pseudothetano? ¿O cualquier otra variedad de la misma variedad falsificada?
El problema estribaba en que la Tierra era tan variada en sus tipos de población que cualquiera de los habitantes de los Mundos Orbitales podía ser fácilmente imitado por algún terrestre en particular.
Pero consideremos esto… El agente, fuera quien fuese, actuaba contra la independencia y contra la unión de los Mundos Orbitales. ¿Evitaría delatar eso mostrándose ostentosamente anti-Tierra? Quizá se diera cuenta que ese tipo de ostentación sería en sí misma sospechosa. Aunque, teniendo en cuenta que el agente no sabía que nadie estuviera buscándole (¿o sí?), la cuestión podía ser irrelevante.
¿Resultaría seguro intentar algo más sutil? Si las fuerzas de la independencia y la unión confiaban en los valores emotivos del tricentenario, ¿podría ser maniobrada la conversación en esa dirección? ¿Mostraría el agente impaciencia ante la mención del 2076? ¿Mostraría algún sentimiento antiestadounidense?
Pero era posible que algunos habitantes de los Mundos Orbitales no compartieran esos sentimientos, sin que por ello tuvieran que ser forzosamente un terrestre disfrazado.
Elaine se dio cuenta que su mente estaba moviéndose en círculos cada vez más pequeños, inútilmente. ¿Qué podía utilizar como criterio para separar lo verdadero de lo falso? ¿Existía algún criterio?
Pero Janos había dicho: «No debe fracasar».
Estaba a punto de rendirse al lujo de la desesperación, cuando Benjo metió la cabeza por la puerta y anunció:
—Tus turistas están aquí. Espero que todo vaya bien… Adiós.
Elaine se preguntó si el adiós no tendría una connotación particularmente desagradable. Compuso su rostro mientras los turistas entraban por la puerta, e intentó componer también sus pensamientos.
Estaban alineados ante ella, y Elaine habló lentamente y, esperaba, de modo congraciador.
—Mi nombre es Elaine —dijo—. Si se sienten ustedes más cómodos utilizando mi apellido, ese es Metro. En Gamma no se utilizan títulos, y el uso del nombre de pila es común, pero pueden utilizar ustedes el sistema que consideren más conveniente.
El deltano pareció absolutamente desaprobador. Era un hombre alto y de anchos hombros. Parecía más alto aún gracias a un estúpido sombrero que no se quitó y una blusa larga color gris pizarra que le llegaba hasta media cadera. Sus pesadas botas resonaban fuertemente cuando caminaba, y sus huesudas manos de gruesos nudillos estaban ligeramente cerradas.
—¿Cuántos años tiene usted? —preguntó secamente, con un tono canturreante.
Su nombre, sabía Elaine por sus papeles, era Sando Sanssen, y por su conocimiento de las costumbres deltanas sabía que debía dirigirse a él por su apellido.
—Tengo veinticuatro años, señor Sanssen.
—¿Sabe usted lo suficiente de este mundo, a su edad, para sernos de utilidad?
Su brusquedad era deltana…; ¿demasiado deltana? Seguro que ella no había hecho nada para merecer aquel ataque.
Sonrió, y contestó amigablemente:
—Espero saber lo suficiente. Tengo la experiencia necesaria para mi trabajo. De hecho, mi Gobierno ha depositado una considerable confianza en mí, puesto que espera que les muestre todos los aspectos de la vida en Gamma que ustedes deseen conocer.
Ravon Jee Andor, de Kappa, captó su atención. Era de mediana estatura, y su pelo estaba muy cuidadosamente moldeado. Era más rubio de lo que tendría que ser por naturaleza (Elaine estaba segura de eso porque no se correspondía con sus ojos oscuros y la tonalidad de su tez), e iba vestido con excesiva ornamentación. Exudaba un perfume ligeramente acre que Elaine encontró atractivo. (Todo aquello era kappano, pero, ¿era kappano él también?)
Con un acento lleno de vocales abiertas y ligeramente sostenidas, dijo:
—Si desea complacer generosamente nuestros deseos, entonces creo que usted misma representa un aspecto de la vida en Gamma digno del más detenido estudio.
Quería ser un cumplido a la ornamentada manera kappana. Elaine estaba segura de ello. Utilizó los primeros dos nombres, tal como requerían las costumbres kappanas, para responder, también al estilo kappano:
—Me siento desolada, Ravon Jee, pero en estos momentos eso es imposible. Quizá algún momento futuro proporcione la oportunidad.
—¡Oh, ya basta, muchacha! —gruñó Medjim Nabellan, de Theta. El intenso color negro del rostro de la thetana (muchos thetanos, aunque no todos, eran negros) estaba rematado por ensortijados rizos grises, ocultos en su mayor parte bajo un sombrero de ala ancha sujeto a su barbilla por un elástico. Sus ropas lucían grandes franjas de alegres colores, y las llevaba sujetas con un nudo a su nuca—. Sigamos adelante con esto, y no malgaste su tiempo con esa basura kappana.
El kappano hizo una sardónica inclinación de cabeza y no perdió su sonrisa.
Elaine hizo una momentánea pausa. No había ninguna razón por la que el agente no pudiera ser una mujer o un negro o ambas cosas a la vez, y la impaciencia por seguir adelante bien podía ser la primaria e inocultable emoción de alguien cuya misión era el sabotaje a un mundo y que veía peligro en cualquier retraso.
—Creo que es estúpido tener un grupo en el que cada uno sea de un mundo distinto —dijo Yve Abdaraman, de Iota, la otra mujer del grupo, arrastrando las palabras de una forma tan pronunciada que hacía que su voz sonara soñolienta. Era bastante joven, bastante baja, bastante atractiva, con su tez ligeramente bronceada (y ella debía ser muy consciente de ese detalle, ya que su atuendo estaba todo él entonado en diversos tonos marrones)—. Si empezamos a discutir y a pelearnos entre nosotros, todo esto va a convertirse pronto en algo muy desagradable.
—Espero que no vayamos a discutir ni a pelearnos, Yve —dijo Elaine (los iotanos utilizaban sus nombres de pila, del mismo modo que los gammanos)—, y tan pronto como cada uno de ustedes me haga saber lo que desea ver particularmente…
—Sigamos adelante —dijo el quinto miembro, Wu Ky-shee, de Epsilon—, y se lo iremos diciendo por el camino, o vamos a perder nuestro tiempo.
Era bajo y regordete, y sus ojos tenían un pronunciado aspecto rasgado propio del este de Asia. Llevaba una especie de túnica que casi se arrastraba por el suelo, y hablaba con un ligero ceceo.
«Y es otro impaciente», pensó Elaine.
—Puesto que nos hallamos en una de las secciones residenciales —dijo—, creo que para empezar podemos dar una vuelta por las calles hasta la universidad. Allí encontrarán ustedes algunos ejemplos interesantes del diseño arquitectónico gammano…
Los condujo educadamente fuera, por delante de ella, rodeándolos para tomar la cabecera, mientras su mente iba inútilmente de uno a otro. Todos parecían merecedores de sus sospechas, pero ninguno de ellos parecía lo suficientemente merecedor.
Si tan sólo hubiera algo que fuera cierto para todos los Mundos Orbitales, y no para la Tierra…, algo tan sutil y penetrante que un impostor terrestre no pudiera prever y le descubriera… Pero, ¿qué podía ser algo así? ¿El tamaño? ¿Algo diferente?
Tenía que concentrarse en su trabajo.
—Este es el edificio central de la universidad de Gamma, construido hace cuatro años, con una ilusión de curvatura, tan sólo lo suficiente como para…
Siguió hablando mecánicamente, pero su mente, trabajando en otras direcciones, captó la ilusión de curvatura y, de allí…
Habían caminado pausadamente hasta más allá de los agradables hogares de aquella sección, cada uno de ellos con sus variados diseños y sus verdes céspedes, todos ellos marcados ornamentalmente por ligeras vallas diseñadas para señalar diferenciación antes que barrera. Aquel sector carecía de los racimos de casas de apartamentos que podían encontrarse en las otras dos secciones residenciales.
—Estamos llegando a la esclusa de aire que separa este sector del agrícola que tenemos enfrente —informó Elaine.
—Veo que mantienen las esclusas abiertas —dijo Sanssen—. ¿No es eso un descuido?
Su pronunciación de la última palabra fue tan extraña según los estándares de Gamma, que Elaine casi no la captó. (Perfectamente deltano, por todo lo que podía decir.)
—En absoluto —le aseguró—. Todo esta completamente automatizado. Cualquier vibración asociada con un impacto meteorítico o explosión interna, cualquier pérdida pequeña en la presión del aire, hará que todas las compuertas se cierren, sellando los seis sectores los unos de los otros. Y, naturalmente, se cierran durante la noche para impedir que la luz del día de las secciones agrícolas se filtre a las zonas residenciales.
—¿Qué ocurre si el meteorito o lo que sea golpea la maquinaria de las compuertas? —preguntó Ravon Jee, sonriendo
—Eso es muy improbable que ocurra. Pero aunque ocurriera, no sería fatal. Toda la maquinaria vital existe en dos juegos completos muy separados el uno del otro, capaces independientemente de atender a las necesidades de todo el mundo.
Hizo una pausa para asegurarse que todos los que estaban a su cargo habían pasado bien de un lado a otro de la compuerta. Se trataba únicamente de subir un corto tramo de escalera y bajar otro; seis peldaños hacia arriba y seis hacia abajo, pero los peldaños se extendían a lo largo de la anchura del toroide, y por ello se curvaban suavemente. Los terrestres encontraban a menudo divertido recorrer toda la largura de uno de los peldaños hasta descubrirse a sí mismos ligeramente inclinados con respecto a los demás miembros de su grupo.
Pero aunque observó los pies de los cinco, ninguno pareció vacilar o girarse hacia un lado en una momentánea curiosidad.
Elaine suspiró inaudiblemente. El terrestre, quienquiera que fuese, estaba bien entrenado…, o no era un terrestre.
Javon Jee Andor había permanecido junto a ella a lo largo de todo el sector agrícola, sin demostrar el menor interés por él. Ahora, cuando penetraron en el Centro de Reciclado, retrocedió y puso cara de desagrado.
—Yo no pienso entrar ahí. Los desechos animales no son mi idea de un delicioso escenario.
Elaine intentó disimular su repentina alerta tanto como le fue posible.
—Seguro que ustedes reciclan los desechos en Kappa, ¿no? —preguntó.
(A ningún terrestre le gustaba visitar el centro.)
—No en mi presencia —dijo Ravon Jee—. De hecho, no sé nada acerca de todos esos asuntos de ingeniería y estadísticas. Siga adelante, querida muchacha, yo esperaré aquí fuera. Lleve a ese deltano, sus botas son para eso precisamente, y a esa granjera de Theta, y a los demás también les gustará.
Elaine agitó la cabeza.
—Comprendo sus sentimientos, pero no puedo dejarle. Me temo que mi Gobierno lo desaprobaría. Venga. Yo sujetaré su mano, ¿de acuerdo?
Era el tipo de gesto galante que ningún kappano podía rechazar honorablemente. Ravon Jee, con una terrible expresión de desagrado, murmuró:
—Si es así, encanto, vadearé todo el estiércol que sea necesario, hasta las rodillas.
(Elaine no le creyó capaz de hacerlo.)
Se mantuvo cerca de él mientras cruzaban los antisépticos corredores. La mayor parte del proceso de reciclado quedaba oculto a la vista y era realizado de una forma totalmente automática. Pese a la forma en la que Ravon Jee fruncía su rostro, el olor era apenas perceptible.
Sanssen lo miraba todo atentamente, con sus enormes manos unidas a la espalda. Wu Ky-shee, inexpresivo, tomaba notas, y Elaine consiguió situarse detrás de él y ver lo que estaba escribiendo. Estaba en epsiloniano y le resultaba ilegible.
Ravon Jee, todavía sujetando su mano, observó:
—Supongo que me dirá usted que todo esto es esencial.
—También lo es —dijo ella—, a una gran escala, en la Tierra.
El hombre no respondió a este último comentario.
—Un caballero kappano —dijo— prescinde de tales cosas.
—¿A qué se dedica usted en Kappa? —preguntó ella.
—Soy crítico dramático. Estoy aquí para estudiar la escena gammana para mi periódico.
—Oh, ¿visitará la Tierra para el festival dramático conmemorativo del tricentenario?
(Se preguntó si existiría tal festival.)
—¿El qué, querida? —Su rostro siguió inexpresivo.
—El tricentenario estadounidense.
—No lo sé… —dijo él, vagamente—. ¿Dónde está situado su distrito teatral?
(¿Era excesiva su vaguedad? ¿Realmente no sabía nada en absoluto del tricentenario?)
—Está en la Sección Cuatro —contestó—, al otro lado del mundo.
Empezó a hacer el inevitable gesto, pero se contuvo.
Él alzó brevemente la vista, como todo el mundo hacía, y dijo desalentado:
—Bien, supongo que finalmente llegaremos allí.
Interesante, pensó Elaine. ¿Podía ser aquello la clave?
Medjim Nabellan dijo bruscamente:
—Mire, guía, estamos saliendo de este distrito granjero, y no hemos visto ningún ganado.
—Tenemos alguno, pero no en este sector. Consideramos el ganado antieconómico. Los pollos y los conejos pueden producir más proteínas mucho más rápidamente.
—¡Mentiras! No saben ustedes cómo hacerlo adecuadamente. Sus métodos de manejo de los animales están completamente desfasados.
—Estoy segura —comentó Elaine suavemente—que a nuestra Oficina de Agricultura le encantaría oírla.
—Espero que sí. Por eso precisamente estoy aquí, y ahora que ya he visto lo que están haciendo ustedes en este lugar, cualquier futuro recorrido turístico es una pérdida de mi tiempo. Me gustaría ir directamente a esa oficina.
—Me temo que me va a poner en un problema si insiste usted en abandonar el grupo —dijo Elaine—. Mi Gobierno creerá que la he ofendido.