Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
—Yankee Doodle —dijo Rubin pensativamente para sí mismo, y por un momento miró a Henry, que estaba parado cerca del aparador, con una pequeña arruga vertical entre las cejas.
Henry notó la mirada de Rubin, pero no respondió. Hubo un silencio reflexivo por unos momentos, y todos los Viudos Negros parecían estar de algún modo insatisfechos. Finalmente, Trumbull dijo:
—Puede ser que esté totalmente equivocado, Sam. Tal vez lo que haga falta sea recurrir a la psiquiatría. Ese tipo, Klotz, puede tararear Yankee Doodle en todos los momentos de tensión. Quizá su único significado resida en que oía a su abuelo cantarla cuando tenía seis años, o que quizá su madre lo hiciera dormir con eso.
Davenheim alzó el labio superior en un gesto de leve burla.
—No creerá que no pensé en eso… Interrogué a una docena de sus amigos. ¡Nadie lo oyó nunca tararear nada!
—Pueden haber mentido —dijo Gonzalo—. Yo jamás le diría nada a un oficial si pudiera evitarlo.
—Puede ser que nunca se haya fijado —dijo Avalon—. No son muchos los buenos observadores.
—Quizá mintiesen, quizá nunca se fijaron —dijo Davenheim—, pero si acepto sus declaraciones tal como fueron hechas, todas indicarán que el tarareo de Yankee Doodle está pura y exclusivamente relacionado con mi investigación y nada más.
—Quizá tenga relación sólo con la vida del ejército. Es una marcha referente a la Guerra Civil —recordó Drake.
—Entonces, ¿por qué sólo conmigo y no con nadie más en el ejército?
—De acuerdo —dijo Rubin—. Supongamos que Yankee Doodle significa algo en relación con esto. No perdemos nada. Veamos, entonces, cómo es la canción… ¡Por amor de Dios, Jeff, no la cantes!
Avalon, que ya había abierto la boca con la clara intención de cantar, la cerró de golpe. Su habilidad para seguir una melodía rivalizaba con la de una ostra, y en sus momentos más lúcidos él lo sabía.
—Recitaré las palabras —dijo con un resto de dignidad.
—Bien —dijo Rubin—, pero no la cantes.
Avalon asumió su aire más grave y comenzó a declamar con su voz más resonante de barítono:
Yankee Doodle se marchó a la ciudad
Montado en un pony.
Puso una pluma en su sombrero
y lo llamó macaroni.
Yankee Doodle sigue así
Como un dandy, Yankee Doodle
No pierdas el paso ni la música
y sé amable con las chicas.
—Es una cancioncita sin sentido, nada más —observó Gonzalo.
—¡Sin sentido! —dijo Rubin indignado—. Tiene un perfecto sentido. Es una sátira escrita por el cínico sofisticado de la ciudad contra el muchacho campesino recién llegado. Doodle es cualquier instrumento musical primitivo del campo —una gaita, por ejemplo—, de modo que un yankee doodle es cualquier campesino de una región apartada y boscosa tan sofisticado como una gaita. Viene a la ciudad en un pony y trata de causar una buena impresión, de modo que se viste con lo que él cree que es un traje de ciudad. Lleva una pluma en su sombrero y cree que es un verdadero señorito. Y macaroni significaba eso a fines del siglo dieciocho: un jovencito de ciudad, vestido ala última moda y experto bailarín. Las últimas cuatro líneas son el estribillo y muestran al muchacho campesino participando en una danza de la ciudad. Le dicen burlonamente que mueva las piernas y que sea galante con las damas. La palabra dandy comenzó a usarse a mediados del siglo dieciocho y significaba lo mismo que macaroni.
—Está bien, Manny, ganas tú —dijo Gonzalo—. La canción tiene sentido. ¿Pero qué tiene que ver con el caso de Sam?
—No creo que tenga ninguna relación —dijo Rubin—. No se ofenda, Sam, pero pareciera que Klotz se viera a sí mismo como el campesino que se burla del presumido de la ciudad y no pudiera evitar pensar en esa canción burlona y ahora invierte los papeles.
—Me parece, Manny —dijo Davenheim—, que usted cree que él debe ser un muchacho venido del campo porque su nombre es Klotz. Con esa lógica, usted debería ser un aldeano porque su nombre es Rubin
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. En realidad Klotz nació y se educó en Filadelfia, y dudo que alguna vez haya visto una granja. No es ningún campesino.
—Está bien —dijo Rubin—. Entonces puede ser que lo esté diciendo al revés. Quizá sea él el jovencito sofisticado de la ciudad que se ríe de usted, Sam.
—¿Porque yo soy un campesino? Nací en Stoneham, Massachusetts, y me eduqué en Harvard hasta graduarme de abogado. Y él sabe todo esto, también. Ha hecho suficientes referencias indirectas en sus momentos de torero.
—El haber nacido y haberse educado en Massachusetts ¿no la hace pasar por un yankee? —preguntó Drake.
—No un yankee doodle —porfió Davenheim.
—Puede ser que él piense así —dijo Drake.
Davenheim lo pensó un momento y luego dijo:
—Sí, supongo que puede creer eso. Pero si así fuera, creo que no lo tararearía abiertamente, de manera burlona. Mi opinión es que lo hace inconscientemente. Tiene una relación con algo que quiere ocultar, no con algo que trate de mostrar.
—Quizás espera ansioso el momento en que sus delitos lo hagan rico y pueda marcharse a la ciudad, "con una pluma en su sombrero", en otras palabras —observó Halsted.
—O quizá Klotz piense que su victoria sobre usted es una pluma para su sombrero —opinó Drake.
—Puede ser que alguna palabra en particular tenga algún significado —dijo Gonzalo—. Supongamos que macaroni signifique que esté conectado con la Mafia. 0 supongamos que "sé amable con las chicas" signifique que alguna mujer del ejército esté implicada. Todavía hay mujeres en el ejército, ¿no?
Fue en este momento cuando Henry dijo:
—Me pregunto, Sr. Avalon, si como presidente me permite usted hacer algunas preguntas.
—¡Vamos, Henry! Usted sabe que puede hacerlo en cualquier momento —contestó Avalon.
—Gracias, señor. ¿Me permitirá el coronel hacerlo?
Davenheim pareció sorprendido, pero dijo:
—Bien, ya que estás aquí, Henry, ¿por qué no?
—El Sr. Avalon recitó ocho versos de Yankee Doodle, cuatro de una estrofa seguidos por cuatro del estribillo —dijo Henry—. Pero las estrofas y el estribillo tienen diferentes melodías. ¿El conscripto Klotz tararea los ocho versos?
Davenheim pensó un momento.
—No, por supuesto que no. Tararea… eh… —Cerró los ojos, se concentró y continuó—: La-la-lara-lalá-la-la-la-lará-lalá-la-la-la-lará-lalá-la-la-la. Eso es todo. Las primeras dos líneas.
—¿De la estrofa?
—Así es. "Yankee Doodle se marchó a la ciudad, montado en un pony."
—¿Siempre esas dos líneas?
—Sí, creo que siempre.
Drake sacudió algunas migajas de la mesa.
—Coronel, usted dijo que el tarareo comenzaba cuando el interrogatorio era especialmente tenso. ¿Prestó atención a qué era la que se discutía exactamente en esos momentos?
—Sí, por supuesto, pero preferiría no entrar en detalles.
—Entiendo, pero quizás pueda decirme esto: en esos momentos, ¿se discutía sobre él o se trataba del sargento Farber también?
—Generalmente —dijo Davenheim— el tarareo comenzaba cuando él protestaba más enfáticamente de su inocencia, pero siempre por los dos. Debo reconocerle eso. Nunca ha tratado de justificarse él a expensas del otro. Siempre dice que ni él ni Farber han hecho esto o lo otro, o que no son responsables de una u otra cosa.
—Coronel Davenheim, ésta es una apuesta arriesgada —dijo Henry—. Si la respuesta es no, entonces no tendré nada más que decir. En caso, sin embargo, de que la respuesta sea afirmativa, podría ser que tuviésemos algo.
—¿Cuál es la pregunta, Henry? —dijo Davenheim.
—En la misma base donde están el sargento Farber y el conscripto Klotz, coronel, ¿hay algún capitán Gooden o Gooding o algo que se asemeje a este sonido?
Hasta ese momento, Davenheim había estado mirando a Henry con una grave expresión divertida, pero ésta se desvaneció en un instante. Su boca se transformó en una línea delgada y palideció visiblemente. Su silla chirrió en el piso cuando la empujó hacia atrás y se levantó.
—Sí —dijo enérgicamente—. El capitán Charles Goodwin. ¿Cómo diablos es posible que usted lo haya sabido?
—En ese caso, puede ser que sea él a quien busca. Si yo fuera usted, señor, me olvidaría de Klotz y de Farber y me concentraría en el capitán. Puede ser que él sea el contacto de mayor nivel que usted busca. Y puede ser que el capitán sea un tipo menos duro que el conscripto Klotz.
Davenheim parecía incapaz de pronunciar ninguna palabra.
—Me gustaría que explicara usted esto, Henry —dijo Trumbull.
—Es la canción del Yankee Doodle, como esperaba el coronel. La cuestión era, sin embargo, que el conscripto Klotz la tarareaba. Tenemos que considerar en qué palabras estaba pensando mientras tarareaba.
—El coronel mencionó que tarareaba las líneas que dicen "Yankee Doodle se marchó a la ciudad —montado en un pony" —dijo Gonzalo.
Henry sacudió la cabeza.
—El poema original de Yankee Doodle tenía cerca de una docena de versos y las líneas respecto al macaroni no estaban incluidas entre estos. Surgieron después, a pesar de ser hoy las más conocidas. El poema original habla de la visita de un joven campesino al campamento del Ejército Continental de Washington y se burla de la ingenuidad de éste. Me parece, por lo tanto, que la interpretación que el Sr. Rubin hizo respecto de la naturaleza de la canción era correcta.
—Henry tiene razón —interrumpió Rubin—. Ahora recuerdo. Incluso se menciona a Washington, pero como capitán Washington. El campesino ni siquiera conocía la naturaleza del rango militar.
—Sí —dijo Henry—. No conozco todas las estrofas y creo que poca gente las sabe. Quizás el conscripto Klotz no las conocía tampoco. Pero cualquiera que conoce algo del poema, sabe la primera estrofa o, por lo menos, los primeros dos versos, y eso es lo que el conscripto Klotz puede haber estado tarareando. El primer verso, por ejemplo, es la voz del joven campesino y dice: "Papá y yo fuimos al campamento". ¿Se dan cuenta?
—No —dijo Davenheim, sacudiendo la cabeza—. No muy bien.
—Se me ocurrió que cada vez que presionaba mucho al conscripto Klotz, diciendo, probablemente, "Farber y usted hicieron esto y lo otro", y él contestaba, "Farber y yo no hicimos ni esto ni lo otro", entonces comenzaba a tararear. Usted, coronel, mencionó que era en los momentos en que él negaba cuando esto comenzaba, y que él siempre negaba en nombre de los dos, de Farber y en el suyo propio. De modo que cuando decía "Farber y yo", se sentiría impulsado a cantar "Farber y yo fuimos al campamento". —Henry cantó el primer verso con una suave voz de tenor.
—Farber y él estaban en un campamento del ejército —dijo Davenheim—, pero ¡es increíble cómo estableció la relación!
—Si fuera eso solamente, sí, señor —dijo Henry—. Pero por eso le pregunté si había algún capitán Gooden en ese campamento. Si él fuese el tercer miembro de la conspiración, la tendencia a canturrear la canción sería irresistible. La primera estrofa, que es la única que conozco, dice…
Pero, entonces, Rubin lo interrumpió y, levantándose, rugió:
Papá y yo fuimos al campamento
Junto con el capitán Gooden
Y allí vimos a muchos hombres y muchachos
Como gallinas en el gallinero.
—Así es —dijo Henry tranquilamente—. Farber y yo fuimos al campamento junto con el capitán Goodwin.
—¡Dios mío! —dijo Davenheim—. ¡Ahí está! Si no es así, debe de ser la más extraordinaria coincidencia… y no puede ser. ¡Henry, ha dado en el clavo!
—Espero que sí. ¿Más café, coronel?
“The Curious Omission”
Roger Halsted mostraba una alegría apenas controlada cuando llegó al banquete mensual de los Viudos Negros. Desenrolló su bufanda (era una tarde fría y el suelo estaba cubierto por más de dos centímetros de nieve) y exclamó:
—¡Qué invitado les traje esta vez!
Emmanuel Rubin le lanzó una mirada por encima de su whisky con soda y le dijo con tono malhumorado:
—¿Dónde estabas? Hasta Tom Trumbull llegó antes que tú para el aperitivo. Pensamos que querías eludir tus responsabilidades de anfitrión.
Halsted pareció ofendido, y su frente, como de costumbre, enrojeció gradualmente.
—Llamé al restaurante. Henry…
Henry distribuía las paneras cuidando que el pan preferido de Geoffrey Avalon quedara a la vista.
—Sí, señor Halsted —dijo—. Informé a los socios del club que usted llegaría un poco tarde. Me parece que el Sr. Rubin se está divirtiendo a sus expensas.
—¿Qué invitado? —preguntó Trumbull.
—Por eso llegué con retardo. Tuve que recogerlo en White Plains y está nevando con más fuerza por allá. Tuve que telefonear al restaurante desde una gasolinera.
—¿Y? ¿Dónde está? —preguntó Mario Gonzalo, vestido con más elegancia que nunca, con una chaqueta deportiva color castaño, camisa a rayas y corbata del mismo tono.
—Abajo, en el baño. Se llama Jeremy Atwood; tiene cerca de sesenta y cinco años. Y tiene un problema.
Desde su imponente altura, Avalon frunció sus cejas gruesas y entrecanas.
—He estado pensando en ese asunto precisamente, caballeros. El propósito original de los Viudos Negros consistía nada más que en comer y conversar. Ahora, en cambio, hemos llegado a un punto en que nunca falta un problema que nos preocupe y que trastorne nuestra digestión. ¿Qué sucederá cuando no podamos encontrar ninguno más? ¿Nos desbandaremos?
—Entonces volveremos a las conversaciones inútiles —dijo Gonzalo—. Siempre estará Manny…
La barba rala de Rubin tembló visiblemente.
—Nada de lo que yo digo carece de utilidad. Mario. Pero aunque no tuviera ningún propósito, siempre queda la vaga esperanza de que mis palabras sirvan para educarte. Para comenzar, puedo mostrarte por qué tu última pintura es totalmente mala.
—Dijiste que te gustaba… —dijo Mario frunciendo el ceño y cayendo en la trampa.
—Sólo por el alivio que sentí cuando dijiste que era tu último cuadro y sólo hasta que descubrí que querías decir que era el más reciente.
Pero el invitado de Halsted subía las escaleras en ese momento. Se movía más bien lentamente y parecía cansado. Halsted lo ayudó a sacarse el abrigo, y cuando se quitó el sombrero se vio que era casi totalmente calvo. Sólo le quedaba un borde de cabello cano.