Definitivamente Muerta (18 page)

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Authors: Charlaine Harris

BOOK: Definitivamente Muerta
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Una silenciosa Diantha llenaba una carretilla con leña.

12

—Sam —dije en voz baja—. Necesito unos días libres. —Cuando llamé a la puerta de su tráiler, me sorprendió comprobar que tenía invitados, a pesar de que no había ningún coche aparcado cerca de su camioneta. J.B. du Rone y Andy Bellefleur estaban acomodados en el sofá de Sam, con unas cervezas y unas patatas de bolsa dispuestas sobre la mesa de centro. Sam estaba metido en todo un ritual de ratificación de la hombría—. ¿Estabais viendo el partido? —añadí, tratando de no sonar demasiado sorprendida. Saludé a J.B. y a Andy por encima del hombro de Sam, y ellos me devolvieron el saludo; J.B. con entusiasmo y Andy un poco menos contento. Si se puede saludar a alguien de forma ambivalente, eso fue lo que yo hice.

—Eh, sí, el baloncesto. Juegan los LSU... oh, bueno. ¿Necesitas librar ahora mismo?

—Sí —dije—. Ha surgido una especie de emergencia.

—¿Me lo puedes contar?

—Tengo que ir a Nueva Orleans para limpiar el apartamento de Hadley —contesté.

—¿Y tiene que ser justo ahora? Ya sabes que Tanya aún es nueva en esto, y Charlsie acaba de dejarlo, esta vez dice que definitivamente. Arlene no es tan fiable como en otros tiempos, y Holly y Danielle aún están con el susto en el cuerpo después de lo de la escuela.

—Lo siento —dije—. Si quieres despedirme y coger a otra persona, no te lo echaré en cara. —Me rompió el corazón tener que decir eso, pero era lo más justo para Sam.

Sam cerró la puerta del tráiler tras de sí y dio un paso hacia el porche. Parecía dolido.

—Sookie —dijo, al cabo de un instante—. Eres la persona más fiable que he tenido en cinco años. Puede que hayas pedido tiempo para ti un total de dos o tres veces. No voy a despedirte porque necesites unos días.

—Oh, vale. Bien. —Pude sentir cómo me sonrojaba. No estaba acostumbrada a que me elogiasen—. Quizá la hija de Liz podría pasarse a ayudar.

—Recurriré a la lista —dijo con tranquilidad—. ¿Cómo vas a ir a Nueva Orleans?

—Me llevan.

—¿Quién? —preguntó con voz amable. No quería que me enfadara porque sintiera que se estaba metiendo en mis asuntos (era lo que le podría haber dicho).

—El abogado de la reina —contesté en voz aún más baja. Si bien tolerantes hacia los vampiros en general, los habitantes de Bon Temps podrían ponerse un poco nerviosos al saber que su Estado tiene una reina vampira, y que su Gobierno secreto les afecta en muchos aspectos. Por otro lado, dadas las disputas políticas en Luisiana, también podrían pensar que era lo mismo de siempre.

—¿Y vas a limpiar el apartamento de Hadley?

Ya le conté a Sam lo de la segunda y definitiva muerte de mi prima.

—Sí, y tengo que descubrir qué me ha dejado.

—Me parece muy precipitado. —Sam parecía preocupado. Se pasó una mano por sus ondas de pelo rojizo dorado hasta que éste destacó sobre su cabeza como un halo. Necesitaba un corte de pelo.

—Sí, a mí también. El señor Cataliades intentó avisarme con más tiempo, pero mataron a la mensajera.

Oí que Andy le gritaba al televisor ante alguna gran jugada. Qué curioso, jamás habría pensado que Andy o J.B. fueran aficionados a los deportes. Había perdido la cuenta de las veces que había oído pensar a los hombres en asistencias y canastas de tres puntos, mientras sus mujeres hablaban de la necesidad de nuevos paños de cocina o de que Rudy había sacado una matrícula en álgebra. Cuando lo pensaba, me preguntaba si los deportes no daban a los tíos una alternativa segura a asuntos más peliagudos.

—No deberías ir —dijo Sam al momento—. Me parece que podría ser peligroso.

Me encogí de hombros.

—No me queda otra —dije—. Hadley me lo dejó, y tengo que hacerlo. —No estaba ni mucho menos tan tranquila como quería aparentar, pero no creía que fuera a ayudar en nada ponerme de los nervios.

Sam iba a decir algo, luego se lo pensó, y finalmente dijo:

—¿Es por dinero, Sook? ¿Necesitas el dinero que te ha dejado?

—Sam, no sé si Hadley tenía un mísero penique a su nombre. Era mi prima y tengo que hacerlo por ella. Además... —Estuve a punto de decirle que mi viaje a Nueva Orleans debía de ser importante, dado que alguien estaba poniendo tanto empeño en que no fuese.

Pero Sam solía ser muy aprensivo, sobre todo en lo que se refería a mí, y no quería ponerle más en guardia, cuando nada de lo que pudiera decir me convencería de no ir. No me considero una persona testaruda, pero estaba convencida de que era el último favor que le podía hacer a mi prima.

—¿Y qué me dices de llevarte a Jason? —sugirió Sam, cogiéndome de la mano—. Él también era primo de Hadley.

—Salta a la vista que no eran precisamente íntimos —dije—. Por eso me legó sus cosas a mí. Además, Jason tiene muchas cosas entre manos ahora mismo.

—¿Algo más, aparte de mandar de acá para allá a Hoyt y tirarse a la primera que se esté quieta el tiempo suficiente?

Me lo quedé mirando. Sabía que no era precisamente fan de mi hermano, pero no tenía idea de que su desprecio fuese tan profundo.

—En realidad, sí —dije, con un tono de voz tan helado como una jarra de cerveza recién servida. No tenía intención de hablar del aborto de la novia de mi hermano en un porche, sobre todo en vista del antagonismo de Sam.

Sam apartó la mirada, agitando la cabeza con desagrado hacia sí mismo.

—Lo siento, Sookie, lo siento de veras. Sólo pienso que Jason debería prestar más atención a la única hermana que tiene. Tú eres tan leal hacia él.

—Bueno, él no dejaría que me ocurriese nada malo —dije, desconcertada—. Jason lucharía por mí.

Sam dijo:

—Por supuesto. —Pero antes detecté un destello de duda en su mente.

—Tengo que hacer las maletas —dije. Odiaba marcharme. Al margen de sus sentimientos hacia Jason, Sam era alguien importante para mí, y la idea de partir dejando esta sensación de tristeza entre los dos me trastocó un poco. Pero escuché a los hombres rugir ante alguna jugada en el interior del tráiler y supe que tenía que permitir que volviese con sus invitados y sus placeres del domingo por la tarde. Le di un beso en la mejilla.

—Llámame si me necesitas —dijo, con aspecto de callarse muchas más cosas. Asentí, me di la vuelta y descendí los peldaños hacia mi coche.

—Bill, ¿dijiste que querías acompañarme a Nueva Orleans cuando fuese a terminar con el asunto del apartamento de Hadley?

—Al fin había anochecido y pude llamar a Bill. Fue Selah Pumphrey quien cogió el teléfono y, con voz gélida, llamó a Bill para ponerse.

—Sí.

—El señor Cataliades está aquí, y quiere marcharse lo antes posible.

—Me lo podías haber dicho antes, cuando supiste que vendría. —Pero Bill no parecía realmente enfadado, ni siquiera sorprendido.

—Envió una mensajera, pero la mataron en el bosque, cerca de casa.

—¿Encontraste el cuerpo?

—No, lo encontró una chica que venía con él. Se llama Diantha.

—Entonces, es Gladiola quien ha muerto.

—Sí—dije, sorprendida—. ¿Cómo lo has sabido?

—Cuando vas a un Estado —explicó—, la cortesía dicta que hay que visitar al monarca si tienes planeado quedarte un tiempo. Vi a las chicas alguna que otra vez, ya que son las mensajeras de la reina.

Miré al teléfono que tenía en las manos con el mismo aire pensativo que si se hubiese tratado de la cara de Bill. No pude evitar pensar en todo aquello rápidamente. Bill solía pasear por los bosques cercanos a mi casa... Y allí había muerto Gladiola. La mataron sin producir el menor ruido, con precisión y eficacia, seguramente alguien bien versado en el conocimiento de lo sobrenatural, alguien capaz de usar una espada de acero y cercenar el cuerpo de Gladiola.

Eran las características de un vampiro, pero muchas criaturas sobrenaturales hubieran podido hacer lo mismo.

Para acercarse tanto como para blandir la espada, el asesino tuvo que ser extremadamente rápido o gozar de un aspecto bastante inocuo. Gladiola no llegó a sospechar que la iban a matar.

Quizá conocía a su asesino.

Y el modo en que dejaron su pequeño cuerpo, abandonado descuidadamente entre los arbustos... Al asesino no le importaba que hallaran el cuerpo o no, aunque no cabía duda que la no putrefacción demoníaca había desempeñado su papel en todo ello. El asesino sólo quería su silencio. ¿Por qué la habían matado? Si me iba a enterar de toda la historia de boca del pesado abogado, su mensaje no tenía más propósito que prepararme para el viaje a Nueva Orleans. Iría de todos modos, aunque no hubiera tenido la posibilidad de entregármelo. ¿Qué se había ganado al silenciarla? ¿Dos o tres días más sumida en el desconocimiento por mi parte? A mí no me parecía motivación suficiente.

Bill estaba esperando que pusiera fin a la larga pausa en nuestra conversación, una de las cosas que siempre me ha gustado de él. No sentía la necesidad de rellenar las pausas en las conversaciones.

—La han quemado en el camino privado —dije.

—Por supuesto, es la única forma de deshacerse de cualquier cosa con sangre de demonio —dijo Bill, ausente, como si estuviese dedicando sus pensamientos a otras cosas.

—¿Por supuesto? ¿Cómo iba yo a saber eso?

—Pues ya lo sabes. Los insectos no les hacen nada, sus cuerpos no se pudren, y el sexo con ellos es corrosivo.

—Diantha parece muy vivaz y obediente.

—Claro, cuando está con su tío.

—El señor Cataliades es su tío... —dije—. ¿También lo era de Glad?

—Oh, sí. Cataliades es casi un demonio, pero su hermanastro Nergal lo es al completo. Nergal ha tenido muchos hijos medio humanos. Todos de madres diferentes, claro está.

No estaba segura de por qué aquello debía estar tan claro, pero no se lo iba a preguntar.

—¿Estás dejando que Selah escuche todo esto?

—No, se está duchando.

Vale, sí, aún me siento celosa. Y envidiosa: Selah gozaba del lujo de la ignorancia, mientras que yo no. Qué bonito era el mundo cuando no conocías el lado sobrenatural de la vida.

Claro. Entonces sólo te tienes que preocupar por las hambrunas, las guerras, los asesinos en serie, el SIDA, los tsunamis, el envejecimiento y el virus del Ébola.

—Ya vale, Sookie —me dije a mí misma.

—¿Cómo dices? —dijo Bill.

Me sacudí.

—Escucha, Bill, si quieres venir con el abogado y conmigo a Nueva Orleans, pásate por aquí dentro de media hora. De lo contrario asumiré que tienes otras cosas que hacer. —Y colgué. Quedaba mucho camino por delante hasta el Big Easy para pensar en todo aquello—. Si viene, estará aquí dentro de media hora —le dije al abogado, que estaba en la puerta.

—Bueno es saberlo —repuso el señor Cataliades. Se encontraba junto a Diantha, mientras ésta limpiaba con la manguera el borrón negro que manchaba la grava.

Volví a mi habitación y guardé mi cepillo de dientes. Repasé mi lista mental. Había dejado un mensaje en el contestador de Jason, le había pedido a Tara que, si no le importaba, pasara a comprobar mi correo todos los días, había regado mis pocas plantas (mi abuela pensaba que las plantas, al igual que las aves y los perros, debían estar fuera. Irónicamente, me había hecho con algunas plantas de interior al morir ella, y me esforzaba por mantenerlas vivas).

¡Quinn!

No parecía tener el móvil cerca, o no quería contestar. Le dejé un mensaje. Apenas habíamos llegado a la segunda cita, y tenía que anularla.

Me costó bastante determinar cuánto decirle de todo aquello.

—Tengo que ir a Nueva Orleans a limpiar el apartamento de mi prima —dije—. Vivía en un piso de Chloe Street, y no sé si allí hay teléfono. Así que supongo que te llamaré cuando vuelva. Siento mucho el cambio de planes. —Al menos esperaba que se diera cuenta de que realmente me sentía muy compungida por no poder cenar con él.

Bill llegó justo cuando llevaba mi maleta al coche. Traía una mochila, lo cual me pareció una graciosa sorpresa. Reprimí la sonrisa cuando le vi la cara. Incluso para los cánones vampíricos, Bill estaba muy pálido y consumido. Pasó de mí.

—Cataliades —dijo con un gesto de la cabeza—. Os acompañaré, si te parece bien. Lamento tu pérdida —expresó con otro gesto a Diantha, que alternaba largos y furibundos monólogos en un idioma que me resultaba imposible de comprender, y con una mirada helada que yo asociaba a una honda conmoción.

—Mi sobrina sufrió una muerte prematura —dijo Cataliades con esa forma suya de hablar tan particular—. No cejaremos hasta obtener venganza.

—Claro que no —afirmó Bill con su fría voz. Mientras Diantha abría el maletero, Bill se dirigió a la parte posterior del coche para meter su mochila. Cerré la puerta de casa con llave y recorrí a paso vivo los peldaños para poner mi maleta junto a sus cosas. Capté un atisbo de su cara antes de que se percatara de mi presencia, y ese atisbo me dejó helada.

Bill parecía desesperado.

13

Mientras nos dirigíamos hacia el sur, hubo momentos en los que me dieron ganas de compartir todos mis pensamientos con los demás. El señor Cataliades condujo un par de horas, al cabo de las cuales Diantha se hizo con el volante. Bill y el abogado no eran tipos de mucha conversación, y yo tenía demasiadas cosas en la cabeza como para socializar verbalmente, así que podía decirse que éramos un grupito bastante callado.

Me sentía tan cómoda como nunca había estado en un vehículo. Tenía el asiento que miraba hacia atrás entero para mí, mientras que Bill y el abogado iban sentados enfrente. La limusina era lo último en lujo sobre ruedas, al menos en mi opinión. Tapizada en cuero y acolchada hasta más allá de lo imaginable, en su interior había mucho espacio para las piernas, rincones donde colocar botellas de agua y de sangre sintética, así como un pequeño cesto con cosas para picar. El señor Cataliades era un gran aficionado a los Cheetos.

Cerré los ojos y me puse a pensar. La mente de Bill, como era de esperar, era un pozo de silencio, y la del señor Cataliades no se le alejaba mucho. Su cerebro emitía un zumbido de baja intensidad que casi resultaba reconfortante, mientras que las mismas emanaciones de la mente de Diantha vibraban de forma más aguda. Me encontraba paladeando un pensamiento cuando había hablado con Sam, y quería continuar persiguiéndolo mientras fuera capaz de seguirle la pista. Cuando fui capaz de darle forma, decidí compartirlo.

—Señor Cataliades —dije, y el gran hombre abrió los ojos. Bill ya me estaba mirando. Algo pasaba en su mente; algo extraño—. El miércoles, la noche en que su chica tenía que presentarse en mi casa, escuché algo en el bosque.

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