Read Definitivamente Muerta Online
Authors: Charlaine Harris
—Maravilloso. —Y a tenor de sus colmillos extendidos, cualquiera hubiera dicho que estaba excitado ante su preciosa esposa—. Llevas los dos.
—Por supuesto —dijo Sophie-Anne—, querido. —Su sonrisa era tan sincera como la de él.
Y se pusieron a bailar, aunque por la forma de zarandearla, supe que su malhumor le estaba conquistando. Tenía un gran plan, y yo se lo había arruinado... Pero, gracias a Dios, no sabía de mi participación. Sólo sabía que, de alguna manera, Sophie-Anne había conseguido recuperar su brazalete y salvar la cara, y que él ya no tenía nada con lo que justificar cualesquiera que fuesen sus planes. Tendría que echarse atrás. Después de aquello, probablemente se pusiera a buscar otra forma de derrocar a su reina, pero al menos yo estaría fuera de la refriega.
Quinn y yo nos acercamos a la mesa de los refrescos, situada en el extremo sur de la amplia sala, junto a una de las anchas columnas. Allí había camareros dispuestos con cuchillos para cortar jamón o carne asada. La carne estaba apilada en recios hierros.
Olía de maravilla, pero yo estaba demasiado nerviosa como para pensar en comer. Quinn me trajo un vaso de
ginger ale
del bar. Observé a la pareja mientras bailaba, y esperé a que el cielo se nos cayese encima.
—¿No hacen una pareja maravillosa? —dijo una mujer de elegante vestido y pelo canoso. Me di cuenta de que era la que venía detrás de nosotros.
—Sí, es verdad —convine.
—Soy Genevieve Thrash —dijo—. Éste es mi marido, David.
—Es un placer —saludé yo—. Soy Sookie Stackhouse, y éste es mi amigo, John Quinn. —Quinn pareció sorprendido. Me preguntaba si de verdad sería su nombre de pila.
Los dos hombres, tigre y licántropo, se estrecharon la mano mientras Genevieve y yo seguimos mirando el baile.
—Su vestido es precioso —dijo Genevieve, dando toda la sensación de que hablaba con sinceridad—. Hace falta un cuerpo joven y bonito para llevarlo.
—Gracias por el cumplido —contesté—. Exhibo más de ese joven cuerpo de lo que me gustaría, pero ha conseguido usted que me sienta mejor.
—Sé que su compañero lo aprecia —dijo—, igual que ese joven de allí. —Hizo un sutil gesto con la cabeza y miré en la dirección que indicaba. Era Bill. Estaba muy elegante con su traje, pero el mero hecho de que estuviésemos en la misma habitación provocaba que algo en mi interior se retorciese de dolor.
—Intuyo que su marido es el vicegobernador —dije.
—No se equivoca.
—¿Y cómo es eso de ser la señora del vicegobernador? —pregunté.
Me contó unas cuantas anécdotas divertidas de la gente a la que había conocido siguiendo la carrera política de su marido.
—¿Y a qué se dedica su joven acompañante? —preguntó, con ese entusiasmado interés que a buen seguro había ayudado a su marido a ascender en los peldaños de la política.
—Es coordinador de eventos —dije, tras un instante de titubeo.
—Qué interesante —dijo Genevieve—. ¿Y usted trabaja?
—Oh, sí —respondí—. Soy camarera.
Aquello resultó un poco desconcertante para la mujer del político, pero no evitó que sonriera.
—Es usted la primera a la que conozco —dijo, alegre.
—Y usted es la primera esposa de vicegobernador que conozco —dije yo. Maldita sea, ahora que había entablado conversación, me caía bien, y me sentía responsable de ella. Quinn y David seguían charlando, y creo que la pesca era el tema estrella—. Señora Thrash —añadí—. Sé que es usted una licántropo, y que eso quiere decir que es muy dura, pero le voy a dar un consejo.
Me miró interrogativamente.
—Vale su peso en oro —dije.
Arqueó las cejas.
—Está bien —dijo lentamente—. Le escucho.
—En la siguiente hora, aquí va a pasar algo muy malo. Tanto, que mucha gente podría morir. Puede quedarse y pasárselo bien hasta entonces si quiere, pero cuando pase, se preguntará por qué demonios no me hizo caso. Por otro lado, puede marcharse, aduciendo que se encuentra indispuesta, y se puede ahorrar un mal momento.
Me miraba concienzudamente. Pude escucharla debatiendo interiormente si tomarme en serio o no. Yo no tenía pinta de ser una rara desquiciada. Tenía aspecto de una joven atractiva normal con un acompañante cañón.
—¿Me está amenazando? —inquirió.
—No, señora. Trato de salvarle el culo.
—Bailaremos primero —decidió Genevieve Thrash—. David, cariño, bailemos un poco y luego marchémonos. Tengo el peor dolor de cabeza que recuerdo. —David se sintió obligado a dar por finalizada su conversación con Quinn para llevar a su mujer a la pista y empezar a bailar junto a la regia pareja vampírica, que pareció aliviarse ante la compañía.
Empezaba a relajar mi postura de nuevo, pero una mirada de Quinn me recordó que tenía que estar muy recta.
—Me encanta el vestido —dijo—. ¿Bailamos?
—¿Te atreves con un vals? —Esperaba que no se me hubiese caído la mandíbula al suelo.
—Claro —contestó. No me preguntó si yo sabía bailarlo, aunque lo cierto es que me estuve fijando mucho en los pasos de la reina. Sé bailar. Cantar no, pero la pista de baile me encanta. Nunca me había enfrentado a un vals, pero pensé que podría hacerlo.
Era maravilloso sentir el brazo de Quinn rodeándome mientras me movía grácilmente por la pista. Por un momento, simplemente me olvidé de todo y disfruté mientras no le despegaba la mirada de encima, sintiéndome como suelen hacerlo las chicas mientras bailan con el hombre con quien saben que harán el amor, tarde o temprano. Los dedos de Quinn en contacto con mi espalda desnuda me provocaban hormigueos por todo el cuerpo.
—Tarde o temprano —dijo—, estaremos en una habitación con una cama, sin teléfonos, y la puerta estará cerrada con llave.
Le sonreí, y vi por el rabillo del ojo que los Thrash salían por la puerta discretamente. Crucé los dedos por que les hubieran llevado el coche a la entrada. Y ése fue el último pensamiento normal que tuve en un tiempo.
Una cabeza voló junto al hombro de Quinn. Iba demasiado deprisa para darme cuenta de quién era, pero me sonaba de algo. La cabeza fue dejando una estela de sangre tras su avance por el aire.
Emití un sonido que pudo interpretarse como un aborto de grito.
Quinn se paró en seco, aunque la música siguió sonando durante un buen rato. Miró en todas direcciones, tratando de establecer lo que estaba pasando y cómo podríamos salir de ello de una pieza. Había pensado que un baile no estaría mal, pero debimos habernos marchado con la pareja de licántropos. Quinn empezó a tirar de mí hacia un extremo del salón de baile, mientras decía:
—Espaldas contra la pared.
Así sabríamos de qué dirección venía el peligro; buena idea. Pero alguien pasó por el medio y separó nuestras manos.
Hubo muchos gritos y movimiento. Los gritos procedían de los licántropos y otros seres sobrenaturales que habían sido invitados a la fiesta, y el movimiento era monopolio casi exclusivo de los vampiros, que buscaban a sus respectivos aliados en medio del caos. Ahí fue donde la horrible ropa de los seguidores del rey surtió su utilidad. Con una simple mirada bastaba para identificar a los seguidores del rey. Claro que aquello los convirtió también en objetivos fáciles, si es que no te caían bien el rey y sus secuaces.
Un vampiro delgado y negro con trenzas se había sacado de la nada una espada de hoja curva. La hoja estaba ensangrentada, y pensé que Trenzas era el decapitador. Lucía uno de esos trajes horribles, así que lo clasifiqué como alguien con quien no quería toparme. Si podía contar con aliados allí, ninguno trabajaba para Peter Threadgill. Me escondí detrás de una de las columnas del extremo occidental del refectorio, y estaba tratando de idear la forma más segura de salir de la estancia cuando mi pie golpeó algo que rodó. Era la cabeza de Wybert. Durante una fracción de segundo, me pregunté si aún podría moverse o hablar, pero las decapitaciones suelen ser bastante definitivas, seas de la especie que seas.
—Oh —sollocé, y decidí que más me valía mover el trasero, o acabaría como Wybert, al menos en un aspecto esencial.
Las peleas se habían extendido por toda la sala. No había visto el incidente que las provocó, pero algún pretexto le había servido al vampiro negro para sacar su espada y cortarle la cabeza a Wybert. Dado que Wybert era uno de los guardaespaldas personales de la reina, y que Trenzas formaba parte del séquito del rey, la decapitación podía considerarse como un acto muy decisivo.
La reina y Andre se encontraban espalda con espalda en el centro de la pista. Andre sostenía una pistola en una mano y un cuchillo largo en la otra, mientras que la reina se había hecho también con un cuchillo de trinchar del bufé. Les rodeaba un círculo de trajes blancos, y cada vez que uno caía, otro venía a sustituirlo. Era como la última batalla de Custer, encarnado éste en esta ocasión por la propia reina. Sigebert también estaba recibiendo su ración de acoso, y los miembros de la orquesta, en parte licántropos o cambiantes, y en parte vampiros, se habían dispersado. Algunos se sumaban al combate, mientras que otros trataban de huir. Estos últimos empezaban a atascar la puerta que conducía al largo pasillo. El tapón estaba servido.
El rey se defendía del ataque de mis tres amigos, Rasul, Chester y Melanie. Estaba segura de que encontraría a Flor de Jade a su espalda, pero me alegró ver que ella lidiaba con sus propios problemas. El señor Cataliades hacía todo lo que podía para... bueno, básicamente tocarla. Ella no dejaba de atajar sus intentos con su enorme espada, la misma que había cortado a Gladiola en dos, pero ninguno de los dos parecía que iba a dar su brazo a torcer a corto plazo.
Justo entonces, caí redonda al suelo y me quedé sin aliento durante un instante. Traté de incorporarme, pero noté que me apresaban la mano. Estaba atorada bajo un cuerpo.
—Te tengo —dijo Eric.
—¿Qué demonios estás haciendo?
—Protegiéndote —dijo. Sonreía con el frenesí de la batalla, y sus ojos azules relucían como zafiros. A Eric siempre le encantaba una buena pelea.
—No veo que nadie me haya atacado —dije—. Diría que la reina te necesita más que yo, pero gracias de todos modos.
Entusiasmado por la oleada de excitación, Eric me propinó un prolongado beso y cogió la cabeza inerte de Wybert.
—Vampibolos —dijo alegremente, y lanzó el repugnante objeto contra la espalda del vampiro negro con tal precisión y fuerza que consiguió tirarle la espada de la mano. Eric saltó sobre el arma con un poderoso salto, y, con un movimiento dotado de la misma fuerza, la esgrimió contra su propietario con mortal eficacia. Con un grito de guerra que no se escuchaba desde hacía mil años, Eric arremetió contra el círculo que rodeaba a la reina y a Andre con un salvajismo y un abandono que casi resultaban bellos, a su manera.
Un cambiante que buscaba otra forma de salir de la sala se tropezó conmigo con la fuerza suficiente como para desplazarme de mi posición, relativamente segura. De repente, hubo demasiadas personas entre la columna y yo, y el camino para volver estaba bloqueado. ¡Maldición! Podía ver la puerta que Wybert y su hermano habían estado custodiando. Se encontraba al otro lado de la sala, pero era el único paso libre. Cualquier forma de salir de ese sitio era buena. Empecé a deslizarme por las paredes para alcanzarla, tratando de evitar el peligro de los espacios abiertos.
Uno de los de los trajes blancos saltó para interponerse en mi camino.
—¡Tienes que venirte con nosotros! —aulló. Era un vampiro joven, incluso en un momento así se desprendía esa idea. Había conocido las comodidades de la vida moderna. Mostraba todas las señales de ello: dientes muy rectos alineados por aparato odontológico, un porte fornido derivado de la nutrición moderna, huesos recios y buena altura.
—¡Mira! —dije, y me aparté un lado del sostén. Miró, a Dios gracias, y le di una patada en los testículos con tal fuerza, que temí que se le fueran a salir por la boca. Eso debería tumbar a un hombre hecho y derecho, fuera cual fuera su naturaleza. El vampiro no fue ninguna excepción. Lo rodeé rápidamente para alcanzar la pared oriental, donde se encontraba la puerta.
Estaba aproximadamente a un metro, cuando alguien me agarró del pie y me tiró al suelo. Me escurrí en un charco de sangre y aterricé en él de rodillas. Por el color, supe que era sangre de vampiro.
—Puta —dijo Flor de Jade—. Zorra. —Creo que nunca la había oído hablar antes. La verdad es que podría haber vivido sin haberlo hecho. Empezó a tirar de mí, mano sobre mano, para acercarme a sus colmillos extendidos. No se levantaría para matarme, porque le faltaba una de las piernas. Casi vomité, pero me centré más en zafarme de su presa. Arañé la puerta con las manos y traté de apoyarme con las rodillas para apartarme de la vampira. No sabía si Flor de Jade podría morir de una herida tan grave como ésa. Los vampiros pueden sobrevivir a un montón de cosas que matarían a un ser humano, lo cual formaba gran parte de la atracción... «¡Echa el resto, Sookie!», me dije con fiereza.
El shock debió de darme fuerzas.
Extendí la mano y conseguí aferrar el marco de la puerta. Tiré con todas mis fuerzas, pero no había manera de librarse de la mano de Flor de Jade. Sus dedos empezaban a atravesar la piel de mi tobillo. No tardaría en romperme los huesos, y entonces sí que no sería capaz de caminar.
Con la pierna libre, empecé a patear la cara de la pequeña mujer asiática. Lo hice una y otra vez. Su nariz y sus labios sangraban profusamente, pero no me soltaba. Creo que ni siquiera notaba los golpes.
Entonces Bill saltó sobre su espalda, aterrizando con una fuerza suficiente como para romperle la columna. Relajó la mano que apresaba mi tobillo. Me aparté a rastras mientras él blandía un cuchillo de trinchar, muy parecido al que la reina sostenía, y lo hundió en el cuello de Flor de Jade, de lado a lado. Su cabeza se desprendió del cuerpo y se me quedó mirando.
Bill no dijo nada. Se limitó a darme esa prolongada y oscura mirada. Desapareció. Yo tenía que hacer lo mismo.
Los aposentos de la reina estaban a oscuras. Eso no era nada bueno. Más allá de donde llegaba la luz de la sala de baile, a saber lo que rondaba por allí.
Tenía que haber una salida al exterior desde allí. La reina no dejaría que la acorralaran así como así. Tenía que haber una forma de salir. Si mal no recordaba la orientación del edificio, tenía que alcanzar la pared opuesta.