Definitivamente Muerta (40 page)

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Authors: Charlaine Harris

BOOK: Definitivamente Muerta
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Acumulé fuerzas y me decidí a atravesar la estancia directamente. Ya estaba bien de arrastrarse por las paredes. Al infierno con ello.

Y, para mi sorpresa, funcionó, hasta cierto punto. Atravesé una estancia (un salón, supuse) antes de llegar a lo que debía de ser el dormitorio de la reina. El susurro de un movimiento volvió a activar mis temores, y me precipité hacia la pared para encender el interruptor de la luz. Al hacerlo, descubrí que me encontraba en la habitación con Peter Threadgill. Estaba encarado hacia Andre y había una cama entre los dos. Sobre la cama, estaba la reina, que había sido herida de gravedad. Andre ya no tenía su espada, pero Peter Threadgill tampoco. Lo que sí tenía Andre era una pistola, y cuando encendí la luz le disparó al rey en la cara. Dos veces.

Había una puerta detrás del cuerpo de Peter Threadgill. Tenía que ser la que conducía al exterior. Empecé a deslizarme por la habitación, apretando la espalda contra la pared. Nadie me prestó la mínima atención.

—Andre, si lo matas —dijo la reina con bastante calma—, tendré que pagar una gran multa. —Se estaba presionando un costado con la mano, su maravilloso vestido naranja ahora era negro y estaba humedecido por la sangre.

—Pero ¿acaso no merecería la pena, mi señora?

La reina meditó en silencio durante un momento, mientras yo desbloqueaba seis cerrojos.

—En líneas generales, sí—dijo la reina—. A fin de cuentas, el dinero no lo es todo.

—Oh, bien —respondió Andre, feliz, y alzó la pistola. Tenía una estaca en la otra mano. No me quedé a ver cómo Andre terminaba el trabajo.

Atravesé el césped con mis zapatos de noche verdes. Por increíble que pareciera, los zapatos seguían intactos. De hecho, estaban en mejor forma que mi tobillo, que había resultado bastante lastimado a manos de Flor de Jade. Tras dar diez pasos, me vi cojeando.

—Cuidado con el león —gritó la reina, y me di la vuelta para ver que Andre la llevaba a cuestas fuera del edificio. Me pregunté de qué lado estaría el león.

Entonces, el enorme felino apareció justo delante de mí. Un minuto antes, mi ruta de escape había estado despejada, y ahora tenía delante a todo un león. Las luces de seguridad exteriores estaban apagadas, y bajo la luz de la luna la bestia parecía tan bella y mortal que mis pulmones impregnaron el aire con miedo.

El león emitió un sonido grave y gutural.

—Vete —dije. No tenía nada con lo que enfrentarme a un león, y estaba al límite de mis fuerzas—. ¡Vete! —grité—. ¡Lárgate de aquí!

Y se coló entre los arbustos.

No creo que sea el comportamiento típico de un león. Puede que hubiera olido al tigre acercarse, porque, uno o dos segundos más tarde, apareció Quinn, moviéndose como una enorme y silenciosa ensoñación sobre el césped. Quinn frotó su enorme cabeza contra mí, y los dos nos dirigimos hacia el muro. Andre depositó en el suelo a su reina y saltó hacia el muro con grácil facilidad. Arrancó con las manos una porción de alambre de espino, con la magra protección de su abrigo retorcido. Luego, volvió a bajar y cogió en brazos a la reina con sumo cuidado. Se encogió y, de un salto, sorteó el muro.

—Bueno, eso no puedo hacerlo yo —dije, e incluso a mí me pareció un tono gruñón—. ¿Puedo subirme a tu lomo? Me quitaré los tacones. —Quinn se quedó junto al muro y yo deslicé el dedo por las tiras de las sandalias. No quería dañar al tigre poniendo demasiado peso en su lomo, pero también deseaba salir de allí más que nada en el mundo. Así que, tratando de pensar de forma optimista, cogí impulso desde el lomo del tigre y finalmente conseguí agarrarme al tope del muro. Miré hacia abajo. Parecía que había una buena distancia hasta la acera.

Pensando en cómo había ido la noche, me pareció un poco tonto preocuparse por una caída de unos metros. Pero me senté sobre el muro, repitiéndome en varias ocasiones y durante un largo momento que era una estúpida. Luego, conseguí girarme sobre el estómago y me colgué todo lo que pude, diciendo:

—¡Uno, dos, tres! —Y me dejé caer.

Me quedé allí tirada durante un par de minutos, pasmada ante el desenlace de la velada.

Allí me encontraba, tirada sobre una acera del casco viejo de Nueva Orleans, con los pechos colgando fuera del vestido, el pelo alborotado, las sandalias al hombro y un enorme tigre lamiéndome la cara. Quinn había conseguido saltar con relativa facilidad.

—¿Qué crees que sería mejor, ir por ahí como un tigre o como un hombre desnudo? —le pregunté—. Porque, de cualquiera de las formas, es muy probable que atraigas la atención. Yo, personalmente, creo que tendrás más probabilidades de que te peguen un tiro con forma de tigre.

—Eso no será necesario —dijo una voz, y Andre se asomó por encima de mí—. La reina y yo tenemos un coche, y os llevaremos adondequiera que os venga bien.

—Es todo un detallazo —respondí, mientras Quinn volvía a transformarse.

—Su Majestad se siente en deuda con vosotros —dijo Andre.

—Yo no lo veo así —dije. ¿Por qué me había dado por ser tan honesta? ¿Es que no podía mantener mi boquita cerrada?—. Después de todo, si no hubiera encontrado el brazalete y no se lo hubiera devuelto, el rey habría...

—Habría iniciado una guerra esta noche de todas formas —añadió Andre, ayudándome a ponerme en pie. Extendió una mano, y, de forma bastante impersonal, volvió a meter mi pecho derecho en el exiguo tejido verde lima del vestido—. Habría acusado a la reina de romper su parte del contrato, que dice que los regalos deben mantenerse como símbolos de honor del matrimonio. Habría iniciado una causa contra la reina, y ella lo habría perdido casi todo y habría quedado deshonrada. Él estaba dispuesto de uno u otro modo, pero al ver que la reina llevaba el segundo brazalete, tuvo que optar por la violencia. Ra Shawn la inició al decapitar a Wybert por haberse tropezado con él. —Di por sentado que Ra Shawn era el verdadero nombre de Trenzas.

No estaba segura de haberlo comprendido todo, pero lo que tenía claro era que Quinn me lo podría explicar mejor cuando tuviese más neuronas disponibles.

—¡Estaba tan decepcionado cuando vio que llevaba los dos brazaletes! ¡Y era el de verdad! —dijo Andre, felizmente. Se estaba convirtiendo en un torrente de parloteo. Me ayudó a llegar al coche.

—¿Dónde estaba? —preguntó la reina, que estaba estirada sobre uno de los asientos. Había dejado de sangrar, y sólo la tensión de los labios indicaba que el dolor seguía ahí.

—Estaba en la lata de café que parecía sellada —dije—. Hadley era muy buena con las manualidades. Abrió la lata con sumo cuidado, metió el brazalete y la volvió a sellar con una pistola de pegamento. —Había mucho más que explicar, sobre el señor Cataliades, Gladiola y Flor de Jade, pero estaba demasiado cansada para ello.

—¿Cómo burlaste los registros? —preguntó la reina—. Estoy segura de que los guardias lo buscaban.

—Llevaba el brazalete puesto, debajo del vendaje —dije—. El diamante destacaba demasiado, así que lo quité y lo metí en una funda de tampón. La vampira que me registró no pensó en abrir el tampón, y tampoco tenía mucha idea del aspecto que debía tener, ya que hará siglos que no tiene la regla.

—Pero me lo pusiste entero —dijo la reina.

—Oh, fui al aseo una vez que ya me habían registrado el bolso. También llevaba un pequeño tubo de pegamento rápido.

La reina no parecía saber qué decir.

—Gracias —dijo, al cabo de una larga pausa. Quinn se había subido con nosotros en la parte de atrás, desnudo. Me apoyé contra él. Andre se subió en el asiento del conductor y salimos de allí.

Nos dejó en la entrada del patio. Amelia estaba sentada en su tumbona con una copa de vino en la mano.

Cuando aparecimos, dejó el vaso muy lentamente y nos miró de arriba abajo.

—Vale, no sé cómo reaccionar —dijo finalmente. El coche maniobró para salir. Andre se llevaba a la reina a lugar seguro. No pregunté adonde, porque no quería saberlo.

—Te lo contaré mañana —dije—. El camión de la mudanza estará aquí mañana por la tarde, y la reina me ha prometido que habría gente para cargarlo y conducirlo. Tengo que volver a Bon Temps.

La perspectiva de volver a casa era tan dulce, que casi pude paladearla.

—¿Tienes muchas cosas que hacer en casa? —preguntó Amelia mientras Quinn y yo enfilábamos la escalera. Pensé que Quinn podría dormir en la misma cama que yo. Estábamos demasiado cansados para pensar en otra cosa; no era la mejor noche para empezar una relación, si no la había empezado ya. Puede que así fuera.

—Bueno, tengo que asistir a un montón de bodas —contesté—. Y tengo que volver al trabajo.

—¿Tienes cuarto de invitados libre?

Me detuve a medio camino.

—Es posible. ¿Lo necesitarías?

Era difícil de precisar en la penumbra, pero Amelia parecía algo avergonzada.

—He intentado algo nuevo con Bob —dijo—, y la verdad es que no ha funcionado como esperaba.

—¿Dónde está? —pregunté—. ¿En el hospital?

—No, está aquí —dijo, señalando al gnomo del jardín.

—Dime que estás bromeando —dije.

—Estoy bromeando —dijo—. Ése es Bob. —Y cogió a un gran gato negro con el pecho blanco que había estado enrollado en una maceta vacía. Ni siquiera me había dado cuenta de su presencia—. ¿No es mono?

—Claro, que se venga, siempre me han gustado los gatos.

—Pequeña —dijo Quinn—. Me alegro de que digas eso. Estaba demasiado cansado como para transformarme por completo.

Por primera vez, miré de verdad a Quinn.

Ahora tenía cola.

—Definitivamente duermes en el suelo —dije.

—Ah, pequeña.

—No es broma. Mañana volverás a ser humano del todo, ¿verdad?

—Claro. Me he transformado demasiadas veces últimamente. Sólo necesito descanso.

Amelia miraba la cola con los ojos redondos como platos.

—Hasta mañana, Sookie —dijo—. Mañana tendremos un viajecito por carretera, ¡y me quedaré contigo un tiempo!

—Nos lo pasaremos muy bien —respondí, terminando de subir la escalera como pude y profundamente feliz por haber guardado las llaves del apartamento en mi ropa interior. Quinn estaba demasiado cansado como para mirarme mientras las sacaba. Dejé que partes del vestido se me cayeran mientras abría la puerta.

—Qué divertido.

Más tarde, después de que Quinn y yo hubiéramos pasado por la ducha, uno después del otro, oí que llamaban insistentemente a la puerta. Estaba presentable con mis pantalones de dormir y mi camiseta de tirantes. A pesar de que lo que más me apetecía era ignorar la llamada, abrí la puerta.

Bill tenía muy buen aspecto para alguien que ha luchado en una guerra. No podría volver a ponerse el traje, pero no estaba sangrando, y si había sufrido cortes, ya se habían curado.

—Tengo que hablar contigo —dijo, y su voz era tan tranquila y relajada que no pude por menos que dar un paso fuera del apartamento. Me senté en el suelo de la galería, y él se sentó conmigo—. Tienes que dejar que te diga esto una vez —añadió—. Te amé. Te amo.

Alcé una mano en protesta, pero siguió hablando:

—No, déjame terminar —dijo—. Ella me envió, es verdad. Pero cuando te conocí, cuando supe cómo eras, te..., te quise de verdad.

¿Cuánto tiempo pasaría, desde que me llevó a la cama por primera vez, hasta que surgió ese amor? ¿Cómo iba a creerle después de haberme mentido de forma tan convincente, incluso desde el primer momento que nos vimos, desempeñando el papel de desinteresado mientras leía mi fascinación por el primer vampiro que conocía?

—He arriesgado la vida por ti —dije, notando cómo las palabras me salían en una secuencia irregular—. Le he dado a Eric un poder eterno sobre mí, por tu bien, cuando tomé su sangre. He matado por ti. No son cosas que yo suela dar por sentado, aunque a ti sí te pase..., aunque eso suponga el día a día de tu existencia. Para mí no es así. No sé si algún día podré dejar de odiarte.

Me levanté lentamente. Supuso un alivio el que no intentara ayudarme.

—Es posible que me hayas salvado la vida esta noche —le dije, mirando hacia abajo—, y te estoy agradecida por ello. Pero no vuelvas al Merlotte's, no merodees por mi bosque y no hagas nada más por mí. No quiero volver a verte.

—Te quiero —dijo, tozudo, como si se tratase de un hecho tan asombroso, de una verdad tan innegable, que tuviera que creérmelo. Bueno, lo hice en su momento, y mirad dónde me ha llevado.

—Esas palabras no son como una fórmula mágica —dije—. No te abrirán mi corazón.

Bill tenía más de ciento treinta años, pero en ese momento no me sentí menos que él. Me arrastré al interior, cerré la puerta y eché el pestillo. Recorrí el pasillo hasta el dormitorio.

Quinn se estaba secando y se volvió para mostrarme su musculoso trasero.

—Sin rastro de pelaje —dijo—. ¿Puedo compartir la cama contigo?

—Sí —respondí, y me metí. Él hizo lo propio por el otro lado y se quedó dormido al cabo de medio minuto. Al cabo de uno o dos, me deslicé junto a él y posé la cabeza sobre su pecho.

Y escuché el latido de su corazón.

23

—¿Qué le pasó a esa Flor de Jade? —preguntó Amelia al día siguiente. Everett conducía el camión y Amelia y yo íbamos detrás en su pequeño utilitario. Quinn se había marchado cuando me desperté, pero me dejó una nota diciendo que me llamaría después de contratar a alguien para sustituir a Jake Purifoy y terminar su siguiente trabajo, que sería en Huntsville, Alabama. Dijo que era un Rito de Ascensión, aunque yo no tenía la menor idea de lo que era eso. Concluyó la nota con un comentario muy personal sobre el vestido verde lima que no repetiré aquí.

Amelia tenía sus bultos hechos para cuando estuve vestida, y Everett dirigía a dos tipos corpulentos para cargar las cajas que me quería llevar a Bon Temps. Cuando volviera, se llevaría los muebles. No quería dárselos a la beneficencia. Se los ofrecí a él, pero cuando vio las falsas antigüedades me dijo educadamente que no eran de su estilo. Metí mis cosas en el maletero de Amelia y emprendimos la marcha. Bob el gato estaba en su propia jaula, en el asiento trasero. Le habíamos puesto sobre unas toallas, y le habíamos dejado un cuenco con agua y comida, y lo puso todo perdido. La caja de arena estaba en el suelo.

—Mi mentora supo lo que yo había hecho —dijo Amelia, lóbregamente—. Está muy enfadada conmigo.

No me sorprendía, pero no me parecía delicado decírselo, sobre todo después de que Amelia me hubiese ayudado tanto.

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