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Authors: Claudia Gray

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

Despedida (2 page)

BOOK: Despedida
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Se sentó a mi lado. Su cuerpo, alto y musculoso pero esbelto, me hacía sentir pequeña y delicada, y su pelo rubio oscuro brillaba incluso en ese entorno sombrío. Al notar su calor me imaginé delante de una chimenea en invierno. Cuando me rodeó los hombros, apoyé mi dolorida cabeza en su brazo y cerré los ojos. De ese modo podía fingir que no había una veintena de personas a nuestro alrededor charlando y riendo. Que no estábamos en un inhóspito almacén que olía a neumático. Que no había nadie en el mundo salvo Lucas y yo.

—Estoy preocupado por ti —me murmuró al oído.

—Yo también.

—El confinamiento no durará mucho. Cuando termine podremos buscarte algo de… comer. Y después podremos decidir cómo lo hacemos.

Entendí a qué se refería. Íbamos a escapar, tal y como habíamos planeado antes de que se produjera el ataque a Medianoche. Lucas deseaba abandonar la Cruz Negra casi tanto como yo, pero para eso necesitábamos dinero, un poco de libertad de movimiento y la oportunidad de hacer planes en privado. En esos momentos no podíamos hacer nada salvo esperar.

Cuando le miré vi preocupación en sus ojos. Le acaricié la mejilla, y sentí la aspereza de su barba de varios días.

—Estoy segura de que lo conseguiremos.

—Soy yo quien debería cuidar de ti. —Siguió observándome detenidamente, como si pudiera encontrar la solución a nuestros problemas en mi cara—. Y no al revés.

—Podemos cuidarnos mutuamente.

Me estrechó con fuerza y durante unos segundos no tuve que imaginar que estábamos en otro lugar.

—¡Lucas! —La voz de Eduardo rebotó en el cemento y el metal. Levantamos la vista. Estaba delante de nosotros, con los brazos cruzados sobre el pecho. El sudor dibujaba una «V» oscura en su camiseta. Lucas y yo nos separamos, no porque nos diera vergüenza, sino porque nadie era capaz de cargarse una escena romántica con tanta facilidad como Eduardo—. Quiero que patrulles el perímetro en el primer turno de esta noche.

—Lo hice hace dos noches —protestó Lucas—. Todavía no me toca.

El ceño de Eduardo se ensombreció aún más.

—¿Desde cuándo lloriqueas por los turnos como un niño en el parque que quiere el columpio?

—Desde que dejaste incluso de hacer ver que eras justo. Déjame en paz.

—¿O qué? ¿Irás a llorarle a tu mamá? Porque Kate quiere ver alguna prueba de tu compromiso, Lucas. Todos queremos verla.

Lo decía por mí. Lucas había infringido el reglamento de la Cruz Negra muchas veces para que pudiéramos estar juntos, más veces de las que los miembros de este comando sospechaban.

Lucas no se amilanó.

—No he dormido una noche entera desde el incendio. No pienso pasar otra en la zanja, esperando para nada.

Eduardo afiló su oscura mirada.

—Una tribu de vampiros podría atacarnos en cualquier momento…

—¿Y de quién sería la culpa? Después de tu sucia jugada en la Academia Medianoche…

—¿Sucia jugada?

—¡Tiempo muerto! —Dana, recién salida de la ducha y despidiendo un fuerte olor a jabón barato, formó una «T» con los brazos entre Lucas y Eduardo. Las largas trenzas le caían sobre la toalla fina y húmeda que llevaba alrededor del cuello—. Calmaos, ¿vale? Por si has perdido la cuenta, Eduardo, en realidad me toca a mí hacer guardia esta noche. Además, no estoy demasiado cansada.

A Eduardo no le gustaba que le contradijeran, pero no podía rechazar semejante ofrecimiento.

—Haz lo que quieras.

—¿Qué tal si me llevo a Raquel? —propuso Dana, desviando sutilmente la conversación—. La chica está deseando sernos de utilidad.

—Olvídalo, es demasiado novata. —Eduardo pareció sentirse algo mejor por haber tenido la oportunidad de imponerse. Se marchó sin decir nada más.

—Gracias —dije a Dana—. ¿Seguro que no estás cansada?

Sonrió.

—¿Qué pasa? ¿Temes que mañana me arrastre por los suelos como hacía Lucas hoy? Ni en sueños.

Lucas hizo ademán de darle en el brazo y Dana le sonrió con sorna. Estaban todo el día picándose, pero jamás hablaban en serio. Me dije que Dana era probablemente la mejor amiga de Lucas. Solo una verdadera amiga aceptaría pasarse la noche patrullando el perímetro, tarea que implicaba, como bien había dicho Lucas, tener que agacharse mucho, tener que tragar mucho barro y dormir poco.

Al poco rato, el grupo ya estaba preparándose para acostarse. La única intimidad que teníamos era la «pared», un montón de sábanas viejas suspendidas de una cuerda, que separaba la zona de hombres de la de mujeres. Lucas y yo estábamos arrimados a la sábana, separados únicamente por unos centímetros y una fina tela de algodón. Unas veces me tranquilizaba tenerlo tan cerca; otras me producía tal frustración que me entraban ganas de gritar.

«No es para siempre», me recordé mientras me ponía la camiseta que me habían prestado para dormir. El fuego había destrozado el pijama con el que había escapado; el único objeto personal que llevaba encima era el colgante de obsidiana que mis padres me habían regalado y que no me quitaba ni para ducharme. El broche de azabache que me había regalado Lucas cuando empezamos a salir lo guardaba en la bolsita del colgante. No me consideraba una persona excesivamente materialista, pero perder prácticamente todas mis cosas había sido demoledor. Por eso apreciaba tanto lo poco que me quedaba.

Cuando Kate gritó «Luces fuera», alguien apagó el interruptor casi al instante. Me acurruqué bajo la fina manta estilo militar. El catre no era blando, y tampoco cómodo —en realidad, los catres no molan nada—, pero estaba tan agotada que agradecía cualquier oportunidad de descansar.

A mi izquierda estaba Raquel, que ya dormía. Dormía mejor aquí que en Medianoche.

A mi derecha, invisible tras la ondeante sábana blanca, estaba Lucas.

Imaginé su cuerpo tendido en el catre. Consideré la posibilidad de acercarme de puntillas y tumbarme a su lado. Seguro que nos veían. Suspiré, renunciando a la idea.

Era la cuarta noche que fantaseaba. Y, como me había sucedido las demás noches, en cuanto el sentimiento de impotencia por no poder estar con Lucas fue desapareciendo empecé a preocuparme.

«Seguro que mamá y papá están bien», me dije. Recordaba el incendio perfectamente, la forma en que las llamas se alzaban a mi alrededor, la espesura del humo. Les habría sido fácil desorientarse, quedar atrapados. El fuego era de las pocas cosas que podían matar realmente a un vampiro. «Tienen siglos de experiencia. Han estado en peores situaciones. ¿Recuerdas lo que mamá te contó sobre el Gran Incendio de Londres? Si logró sobrevivir entonces, seguro que conseguía sobrevivir ahora».

Pero mamá no había sobrevivido al Gran Incendio. Sufrió terribles heridas y estuvo al borde de la muerte; mi padre la «rescató» convirtiéndola en un vampiro como él.

Últimamente, la relación con mis padres no pasaba por un buen momento. Eso no quería decir que deseara que les ocurriera algo malo. El solo hecho de imaginármelos indefensos y malheridos, o algo peor, me encogía el corazón.

No estaba preocupada solo por ellos. ¿Habría logrado Vic salir ileso de las llamas? ¿Y Balthazar? Siendo vampiro, tal vez la Cruz Negra fue a por él, o Charity, su trastornada y vengativa hermana, que casi nos impidió escapar a Lucas, a Raquel y a mí. ¿Y el pobre Ranulf? Era un vampiro, pero tan dulce e idealista que bien podía imaginarme a los cazadores de la Cruz Negra acabando con él.

Ignoraba por completo cómo estaban, y puede que nunca llegara a saberlo. Cuando decidí irme con Lucas, sabía que ese era un riesgo que debía aceptar, pero eso no quería decir que me gustara.

Mi estómago gruñó, ávido de sangre.

Gimiendo, me giré sobre el catre y recé para que me venciera el sueño. Era la única manera de silenciar mis miedos y ansias internas, aunque solo fuera durante unas horas.

Alargué una mano hacia la flor, pero en cuanto mi dedo rozó el pétalo, éste se tiñó de negro y murió
.


No era para mí —susurré
.


No. Para ti hay algo mejor —dijo la fantasma
.

¿Cuánto tiempo llevaba ahí? Era como si la hubiese tenido todo el rato a mi lado. Estábamos en los jardines de la Academia Medianoche, y oscuros nubarrones se cernían sobre el cielo. Las gárgolas nos miraban hostiles desde las imponentes torres de piedra. El viento azotaba los mechones de mi melena pelirroja en mi cara. Algunas hojas atrapadas en la ventisca atravesaron la sombra aguamarina de la fantasma. Se estremeció
.


¿Dónde está Lucas?

Al parecer, tenía que estar aquí, pero yo no recordaba por qué
.


Dentro
.


No puedo entrar ahí. —No porque tuviera miedo, sino porque, por alguna razón, parecía imposible que pudiera entrar en el internado. De pronto comprendí el motivo—. Esto no es real. La Academia Medianoche se incendió. Ahora ya no existe
.

La fantasma ladeó la cabeza
.


Cuando dices «ahora», ¿a cuándo te refieres?

—¡Arriba!

Todas las mañanas nos despertaba el mismo grito. Mientras yo me restregaba los ojos, tratando de recordar en mi modorra el sueño que ya había empezado a diluirse, Raquel saltó de la cama con una energía inusitada.

—Levántate, Bianca.

—Es solo el desayuno —rezongué. Las tostadas con mantequilla de cacahuete no eran como para tirar cohetes, la verdad.

—No. Ha ocurrido algo.

Medio atontada, me levanté y vi que los cazadores de la Cruz Negra ya estaban en pie. El agotamiento que sentía me decía que era imposible que hubiese amanecido. ¿Por qué nos sacaban de la cama en mitad de la noche?

Oh, no.

Dana entró corriendo y gritó:

—¡Confirmado! ¡Preparaos para la lucha!

—Los vampiros —me susurró Raquel—. Han venido.

Capítulo dos

E
n la habitación estalló la actividad. Los cazadores de la Cruz Negra se hicieron con ballestas, estacas y cuchillos. Con el cuerpo tenso, me puse los vaqueros.

No tenía ninguna intención de unirme a la lucha. Ninguna. Que hubiera decidido no convertirme nunca en vampira no significaba que estuviera dispuesta a unirme a una pandilla de fanáticos asesinos de vampiros.

Además, los vampiros que venían ahora a por nosotros no eran los asesinos dementes que daban mala fama a los zombis. Eran de la Academia Medianoche y venían simplemente a hacer justicia por lo sucedido en el internado, y probablemente a rescatarme.

Pero ¿y si intentaban hacer daño a Lucas? ¿Podría mantenerme al margen mientras atacaban al hombre que amaba?

A mi lado, Raquel empuñó una estaca con manos temblorosas.

—No hay vuelta atrás, tenemos que estar preparadas.

—Yo no… no puedo…

¿Cómo iba a explicárselo? No podía.

Lucas salió de la zona de hombres con la camisa por remeter y el pelo alborotado.

—Vosotras dos no vais a luchar —dijo—. No estáis preparadas. —Cruzamos unas miradas y supe que Lucas comprendía las razones por las que no podía participar.

Raquel le miró furiosa.

—¿Qué estás diciendo? ¡Desde luego que puedo luchar! ¡Ya lo verás!

Sin hacerle caso, Lucas nos agarró por el brazo y nos arrastró hacia el fondo del almacén.

—Vosotras dos os venís conmigo.

—Y un cuerno. —Raquel se soltó y echó a correr hacia la puerta de metal, que cruzó dando un fuerte portazo. Lucas blasfemó para sí y fue tras ella. Aturdida, le seguí.

Fuera, el cielo era de ese color gris plomizo que precede al alba. Los cazadores, en diferentes estados de desnudez, se gritaban unos a otros para tomar posiciones. Los cuchillos centelleaban bajo la luna, y podía oír los chasquidos de las ballestas al ser cargadas. Kate se hallaba acuclillada sobre la grava, con las manos hacia delante como una corredora y la cabeza ladeada para, según me dijo, oír mejor y así calcular el riesgo. Contemplé el campo circundante, descuidado y cubierto de maleza. Para la mayoría de los humanos habría parecido completamente tranquilo. Con mi agudizada visión podía divisar movimientos cada vez más cercanos. Nos estaban rodeando.

—Mamá —dijo Lucas en voz baja—, alguien debería llevarse a Bianca y Raquel al almacén. Todavía no pueden luchar, y serán vistas como… traidoras o algo así. Los vampiros irán a por ellas.

Desde su posición en un extremo del grupo, empuñando una ballesta, Eduardo dijo:

—¿Te estás escaqueando?

Lucas apretó la mandíbula.

—No he dicho que tenga que ser yo. Pero alguien debería quedarse con ellas, por si acaso.

—¿Por si acaso los vampiros consiguen pasar? La mejor manera de evitarlo es tener a todos nuestros combatientes en primera línea —espetó Eduardo—. A menos que solo estés buscando un pretexto.

Lucas apretó los puños y por un momento temí que fuera a golpear a Eduardo. Llamar cobarde a Lucas era del todo injusto, pero ese no era el mejor momento para discutirlo. Le puse una mano en el brazo, tratando de tranquilizarle.

Fue Kate, no obstante, quien intervino.

—Ya basta, Eduardo. Lucas, llévatelas al almacén. —Ni por un segundo desvió la mirada del horizonte, de los hipotéticos agresores que sabía se dirigían hacia aquí—. Necesitamos que empecéis a recoger nuestras provisiones. Todo lo deprisa que podáis.

Eduardo se volvió hacia ella.

—No vamos a salir corriendo, Kate.

—Te gusta más pelear de lo que tienes en estima tu vida —repuso ella sin mirarle—. Yo, en cambio, intento pensar como Patton. No dirijo este grupo para que todos mueran por la causa. Lo dirijo para que los vampiros mueran por la suya.

Las sombras avanzaban por la maleza como un solo cuerpo. Lucas se puso tenso y comprendí que podía divisarlas en la oscuridad tan bien como yo. Desde que bebí su sangre por primera vez, había empezado a desarrollar ciertos poderes vampíricos. Eso quería decir que sabía lo que yo sabía: que no disponíamos de mucho tiempo. Minutos, quizá.

—Vamos, Raquel —dijo Lucas, pero Raquel permaneció tercamente junto a Dana, negando con la cabeza.

—Aquí corremos peligro —intervine—. Por favor, Raquel. Podrían matarte.

La voz le tembló cuando dijo:

—Estoy cansada de huir.

Dana soltó la ballesta que estaba cargando y miró a Raquel. Su cuerpo entero parecía vibrar de energía. Era ella quien había detectado a los vampiros, era ella la que llevaba más tiempo siendo consciente del peligro, y ya tenía toda su atención puesta en el combate. No obstante, le habló con dulzura:

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