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Authors: Ian Fleming

Tags: #Aventuras, Intriga, Policíaco

Diamantes para la eternidad (13 page)

BOOK: Diamantes para la eternidad
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Un caballo entró con paso nervioso en el círculo con el número 201 en la grupa. El cántico empezó de nuevo.

—Seis mil, ahora siete mil, ¿alguien da más? Siete mil y tres y cuatro y cinco, ¿sólo siete mil quinientos por este hermoso potro de Teherán?; ocho mil, gracias señor; y nueve mil, ¿lo toma? Ocho mil quinientos y espera. ¿Quien da nueve ocho cinco? ¿Quién da nueve y seis y siete? ¿Quién pujará la gran cifra?

Hubo una pausa, un golpe del martillo y una mirada de reproche hacia los asientos donde estaban los propietarios más adinerados.

—Caballeros —continuó el subastador—, este espécimen de dos años es demasiado barato. Estoy vendiendo más potros ganadores por esa cantidad de dinero que los que he vendido en todo el verano. Vamos, ocho mil setecientos, ¿quién me da nueve? ¿Dónde hay nueve, nueve, nueve?

La momificada mano cargada de anillos y brazaletes sacó el lápiz de oro y bambú de su bolso e hizo unos cálculos en el programa. Bond vio que decían
34- Subasta Anual de Saratoga número 201, un potro bayo
. Los plomizos ojos de la mujer miraron a través de las sogas plateadas a los ojos eléctricos del caballo y alzó el lápiz de oro.

—Y nueve mil, tengo nueve mil, ¿quién da diez? ¿Alguien puja más de nueve mil, nueve uno, nueve uno, nueve uno? —Se interrumpió y lanzó la última mirada inquisitiva a los abigarrados asientos blancos, seguida de un golpe de martillo—. Adjudicado por nueve mil dólares. Gracias,
madam
.

Las cabezas se volvieron y la mujer, con aire aburrido, dijo algo al hombre sentado a su lado, que se encogió de hombros.

El 201, «un potro bayo», fue conducido fuera del ruedo mientras aparecía el 202, temblando por un momento bajo el shock de las luces, el muro de rostros desconocidos y la neblina de olores extraños.

Se produjo un movimiento en la fila de asientos situados detrás de Bond, y el rostro de Leiter apareció al lado del suyo.

—Está hecho —le susurró al oído—. Costará tres mil billetes, pero hará la trampa. Juego sucio en la última vuelta, justo al comienzo de su sprint ganador. Bien, muchacho, nos vemos por la mañana. —El susurro terminó.

Bond no miró a su alrededor, siguió contemplando las apuestas durante un rato y luego, lentamente, caminó bajo los olmos, apenado por un jockey, Tingaling Bell, que estaba jugando un juego tan peligroso, y por un gran caballo castaño llamado
Shy Smile
, que no sólo era un impostor, sino que además iba a jugar sucio.

Capítulo 12
Las Perpetuidades

Bond se sentó en la parte más alta de la tribuna, y a través de unos prismáticos alquilados observó como el propietario de
Shy Smile
comía pinzas de cangrejo.

El gángster estaba sentado en el recinto del restaurante, cuatro gradas por debajo de Bond. Frente a él se sentaba Rosy Budd, tragando salchichas y chucrut, y bebiendo cerveza de una jarra. A pesar de que la mayoría de las otras mesas estaban ocupadas, había dos camareros atendiendo la de ellos permanentemente, y el maítre hacía visitas frecuentes para ver si todo iba bien.

Pissaro parecía un gángster de tebeo de horror. Tenía el rostro redondo como una vejiga, en medio de la cual se apiñaban los rasgos: dos ojos como cabeza de alfiler, dos orificios nasales negros, una rosada boca húmeda de labios fruncidos, situada sobre una barbilla casi inexistente, y un cuerpo obeso enfundado en un traje marrón y camisa de cuello largo blanca, todo ello rematado por una elaborada pajarita color chocolate. Pissaro no prestó ninguna atención a los preparativos para la primera carrera; se concentró únicamente en su comida, echando de vez en cuando el ojo al plato de su compañero, como si se dispusiera en cualquier momento a clavar el tenedor en la comida ajena.

Rosy Budd era de complexión ancha y apariencia dura, con el rostro inmóvil y cuadrado de un jugador de póquer, en el cual los pálidos ojos yacían profundamente enterrados bajo las finas pestañas rubias. Llevaba un traje a rayas y una corbata azul oscuro. Comía con lentitud y rara vez levantaba la vista del plato. Cuando hubo terminado, cogió un programa de carreras y se puso a estudiarlo, volviendo las páginas con cuidado. Sin levantar la vista hizo un seco movimiento de cabeza cuando el maítre le ofreció el menú.

Pissaro se hurgó los dientes hasta que le sirvieron un gran plato de helado; entonces agachó la cabeza de nuevo y empezó a comerse el helado a grandes cucharadas.

A través de los prismáticos, Bond examinó a los dos hombres con curiosidad. ¿Hasta qué punto eran peligrosos aquellos tipos? Bond recordó a los fríos, totalmente entregados, jugadores de ajedrez rusos; a los brillantes y neuróticos alemanes; a los silenciosos, letales y anónimos hombres de la Europa Central; a la gente de su propio Servicio, los soldados de fortuna, los hombres que pensaban que valía la pena perder la vida por mil al año. Comparados con todos esos hombres, Bond decidió, aquéllos eran únicamente fantasías de adolescente.

Aparecieron los resultados de la tercera carrera; sólo faltaba una hora para Las Perpetuidades. Bond dejó los prismáticos y cogió el programa, esperando a que el gran tablero al otro lado de la pista empezara a parpadear con el movimiento de las apuestas.

Echó una última ojeada a los detalles.
Segundo Día. 4 de agosto
, decía el programa.
Apuestas Las Perpetuidades. 25.000 dólares añadidos. 52º Edición. Para caballos de tres años. Por suscripción de 50 dólares cada uno, para acompañar la nominación. Principiantes a pagar 250 dólares adicionales. Con los 25.000 dólares añadidos, de los cuales 5.000 dólares son para el segundo, 2.500 dólares para el tercero y 1.250 dólares al cuarto. El propietario del caballo ganador será presentado con un trofeo. Dos kilómetros.
Y seguía la lista de los doce caballos y sus propietarios, entrenadores y jockeis, y la previsión de probabilidades del Morning Forecast.

Los dos favoritos, el número 1,
Come Again
del señor C. V. Whitney, y el número 3,
Pray Action
, del señor William Woodward, tenían una predicción de seis a cuatro.
Shy Smile
, del señor P. Pissaro, entrenador R. Budd, jockey T. Bell, con una predicción de 15 a 1, era el último caballo en las apuestas. Tenía el número 10.

Bond dirigió de nuevo sus prismáticos hacia el recinto del restaurante. Los dos hombres habían desaparecido. Los ojos de Bond siguieron a lo largo de la pista hasta las luces intermitentes del gran marcador.

Todavía faltaba otro cuarto de hora. Bond se sentó y encendió un cigarrillo, repitiendo en su mente lo que Leiter le había contado, preguntándose si funcionaría.

Leiter había seguido al jockey hasta su hospedaje, donde le había mostrado su licencia de detective privado. Entonces, con mucha calma, le había hecho chantaje para que hiciera trampas en la carrera. Si
Shy Smile
ganaba, Leiter iría a los árbitros, expondría la jugarreta de la suplantación, y Tingaling Bell no podría correr nunca más. Pero el jockey tenía una posibilidad de salvarse. Si la aprovechaba, Leiter prometía no decir nada.
Shy Smile
debía ganar la carrera, pero ser descalificado después. Esto se podía conseguir si, en el esprint final, el jockey interfería con los movimientos del caballo que estuviese más cerca, de forma que pudieran demostrar que había impedido a ese otro caballo ser el ganador. Entonces se produciría una objeción, que tendría que ser mantenida. Sería fácil para Bell, en la última vuelta antes de la llegada, hacerlo de manera que convenciera a sus jefes que sólo había sido un caso de excesivo celo, que otro caballo le había cortado por la izquierda, que el suyo había tropezado. No existía razón imaginable alguna por la cual Bell no quisiera ganar (Pissaro le había prometido mil dólares extra si ganaba), y sería uno de esos golpes de mala suerte que a veces ocurren en las carreras. Y Leiter daría a Tingaling 1.000 dólares ahora y otros 2.000 si hacía lo que le decía.

Y Bell había sido comprado, sin ninguna vacilación, pidiendo que los 2.000 dólares le fueran entregados después de la carrera en los Baños de Lodo y Azufre Acme, donde iba todas las tardes a tomar un baño para mantener su peso bajo. A las seis en punto. Leiter le prometió que así lo haría. Y ahora Bond tenía 2.000 dólares en su bolsillo, aunque había consentido de mala gana en ayudar a Leiter yendo él a los Baños Acme a pagar si
Shy Smile
era descalificado.

¿Funcionaría?

Bond cogió los prismáticos y barrió la pista con ellos. Observó que los cuatro postes gruesos en los quinientos metros sostenían las cámaras automáticas que grababan la carrera completa y cuyas cintas estaban a la disposición de los árbitros pocos minutos después de cada final de carrera. Esta última, cerca del poste de llegada, era la que vería y grabaría cuanto pasara en la última vuelta. Bond sintió un cosquilleo de excitación. Faltaban cinco minutos y la barrera de salida estaba siendo puesta en posición, a unas cien metros a su izquierda. El poste de llegada se encontraba justo debajo de él. Enfocó sus prismáticos sobre el gran marcador. No había cambios en los favoritos ni en el premio de
Shy Smile
.

Los caballos llegaron trotando sin esfuerzo en dirección a la salida. Primero apareció el número 1,
Come Again
, el segundo favorito. Un gran caballo negro, llevando los colores azul pálido y marrón del establo Whitney. Estalló una ovación para el favorito,
Pray Action
, un caballo gris que parecía muy rápido llevando el blanco con lunares rojos Woodward del famoso Belair Stable, y, al final del campo, estaba el gran castaño con la estrella en la frente y las cuatro pezuñas blancas, y el pálido jockey llevando una chaqueta de seda lavanda con un gran diamante negro en el pecho y la espalda.

El caballo se movía tan bien que Bond echó un vistazo al marcador y no se sorprendió de ver que sus apuestas bajaban rápidamente a 17, luego a 16. Bond siguió mirando el marcador. En unos minutos el dinero de verdad sería apostado (todo excepto el resto de los 1.000 dólares de Bond, que permanecerían en su bolsillo). El altavoz anunció la carrera. Lejos a la izquierda, los caballos se colocaban detrás de la barrera de salida.

Ping, ping, ping; las luces sobre el número 10 en el marcador empezaron a parpadear: 15, 14, 12, 11 y, finalmente, 9 a 1. Entonces las luces pararon, las apuestas estaban cerradas. ¿Cuántos miles de dólares más se habrían ido a través de la Western Union a inocentes direcciones telegráficas en Detroit, Chicago, Nueva York, Miami, San Francisco y una docena más de apuestas fuera de curso a lo largo de Estados Unidos?

Una campana de mano repicó con agudo sonido. Había un olor eléctrico en el aire, y el murmullo de la multitud enmudeció. Entonces, con el estrépito de un trueno, los caballos cargaron en dirección a la tribuna, desapareciendo en un torbellino de pezuñas y tierra. Se produjo una momentánea visión de pálidos rostros encubiertos por las gafas de protección, un río de hombros ondulantes y grupas, un rayo de ojos salvajes y una confusión de números, de entre la cual Bond vislumbró sólo el 10 vital, muy cerca de las vallas. Entonces el polvo empezó a desaparecer, y la masa negra y marrón se encontraba ya en la primera vuelta, encauzándose lentamente hacia la recta. Bond sintió que los prismáticos le resbalaban con el sudor.

El número 5, un caballo negro extranjero, iba ganando por un cuerpo. ¿Era ese desconocido el caballo que iba a robar el show?

Pero allí estaba el número 1, poniéndose a su altura, y luego el número 3, y el número 10 a medio cuerpo por detrás de los líderes. Sólo esos cuatro en cabeza, destacados del pelotón por tres cuerpos de distancia. Tomaron la curva. El número 1 iba en cabeza. El negro Whitney. El número 10 iba cuarto. El número 3 ganaba terreno con Tingaling Bell cabalgando el castaño sobre sus talones. Los dos pasaron al número 5, acortando distancias con el número 1, que seguía en cabeza por medio cuerpo. Llegaban a la última curva y luego la recta final. El 3 iba en cabeza con
Shy Smile
en segunda posición y el número 1 a un cuerpo de distancia.
Shy Smile
se estaba poniendo a la misma altura que el favorito. Estaban igualados llegando a la última curva. Bond contuvo el aliento. ¡Ahora! ¡Ahora! Bond casi pudo oír el chirrido de la cámara sobre el gran poste blanco. El número 10 iba en cabeza, justo sobre la curva, pero el número 3 se le acercaba por el lado de la valla. Centímetro a centímetro, los caballos acortaron distancias. De repente, la cabeza de
Shy Smile
golpeó la del número 3; entonces sus cuartos delanteros tomaron ventaja y, sí, de pronto el jinete de
Pray Action
se puso de pie en los estribos, forzado a reducir su velocidad, y en unos segundos
Shy Smile
le llevaba un cuerpo de ventaja.

Se produjo un murmullo de desaprobación entre la multitud. Bond bajó los prismáticos, se sentó y observó como el castaño, cubierto de espuma, pasaba el poste como un trueno, seguido a cinco cuerpos de distancia por
Pray Action
y con
Come Again
perdiendo el segundo puesto por milésimas de segundo.

«No está mal —pensó Bond, mientras la multitud se agrupaba a su alrededor—. No está nada mal.»

¡Qué bien que lo había hecho el jockey! Su cabeza tan agachada que incluso Pissaro tendría que admitir que Bell no podía ver al otro caballo. La posición natural para tomar la recta final. La cabeza todavía bien agachada al pasar el poste, y el látigo golpeando frenéticamente en los últimos metros de la carrera, como si
Tingaling
todavía pensara que estaba sólo a medio cuerpo de distancia del número 3.

Bond esperó a que fueran anunciados los resultados. Se produjo un coro de silbidos y abucheos.

Número 10,
Shy Smile
, cinco cuerpos.

Número 3,
Pray Action
, medio cuerpo.

Número 1,
Come Again
, tres cuerpos.

Número 7,
Pirandello
, tres cuerpos.

Los caballos se acercaban a medio galope para ser pesados, y la muchedumbre gritaba pidiendo sangre mientras Tingaling Bell, con una sonrisa de oreja a oreja, echaba el látigo al asistente, saltaba del caballo y cargaba con la silla hacia las balanzas.

Entonces se produjo una explosión de júbilo. Al lado del nombre de
Shy Smile
había aparecido la palabra «OBJECIÓN» escrita con letras blancas sobre negro, mientras el altavoz decía:

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