El aprendiz de guerrero (7 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia-ficción

BOOK: El aprendiz de guerrero
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—¿Cuál eligieron?

—El día de la cesárea. Me alegra. Me hace sólo seis meses más joven que tú. De otro modo, serías casi un año mayor, y me han advertido acerca de las mujeres mayores…

Esta broma provocó al fin una sonrisa y Miles se tranquilizó un poco. Hizo una pausa, mirando la pantalla con un ojo semicerrado, y, luego, introdujo otra pregunta.

—Es raro —murmuró.

—¿Qué?

—Un proyecto médico militar secreto, con mi padre como director, nada menos.

—Nunca oí que él también anduviera en investigación —dijo Elena, enormemente impresionada—. Seguro que era un experto.

—Eso es lo curioso, él era estratega de Estado Mayor. Jamás tuvo nada que ver con investigación, que yo sepa. —Un código, ya para entonces familiar, apareció tras la siguiente pregunta—. ¡Maldita sea, otro sello! Haces una simple pregunta y obtienes una simple pared de ladrillos… Ahí está el doctor Vaagen con guantes de goma en las manos, junto a mi padre. Vaagen debió de hacer el trabajo verdadero, entonces. Eso explica lo otro. Quiero ver debajo de ese sello, maldición… —Miles silbó una melodía muda, mirando al vacío y haciendo tamborilear los dedos.

Elena empezaba a parecer desalentada.

—Estás adquiriendo ese aire de mula terca —observó con nerviosismo—. Quizá deberíamos dejar todo esto. Realmente, ahora ya no importa.

—La marca de Illyan no está en ésta. Podría ser suficiente…

Elena se mordió el labio.

—Mira, Miles, realmente no es… —Pero Miles ya estaba lanzado—. ¿Qué estás haciendo?

—Probando uno de los viejos códigos de acceso de mi padre. Estoy bastante seguro de él, excepto por unos pocos dígitos.

Elena tragó saliva.

—¡Bingo! —gritó Miles bajando la voz, al ver la pantalla que comenzaba a vomitar datos. Leyó ávidamente—. ¡Así que de ahí es de donde provenían esos reproductores uterinos! Los trajeron al volver de Escobar, después de que fracasara la invasión. Por Dios, los despojos de guerra. Diecisiete de ellos, cargados y funcionando. Debieron de parecer realmente alta tecnología en su momento. Me pregunto si los habremos saqueado.

Elena empalideció.

—Miles, ¿no estarían haciendo experimentos humanos o… algo como eso, no? Seguramente tu padre no lo hubiera aprobado, ¿no?

—No lo sé. El doctor Vaagen puede ser muy, hmm, obsesivo con su investigación… —El alivio aflojó su voz—. Oh, estoy viendo lo que pasó. Mira aquí… —La pantalla holográfica comenzó a desplegar otra lista en el aire—. Todos fueron enviados al Orfanato del Servicio Imperial. Deben de haber sido niños de nuestros hombres muertos en Escobar.

La voz de Elena se puso tensa.

—¿Niños de hombres muertos en Escobar? Pero ¿dónde están sus madres?

Se miraron el uno al otro.

Pero, si nunca hubo mujeres en el Servicio, salvo unas pocas médicas y técnicas civiles —dijo Miles.

Los largos dedos de Elena se cerraron fuertemente sobre el hombro de Miles.

—Mira los datos.

Volvió a proyectar la lista.

—¡Miles!

—Sí, lo veo. —Detuvo la pantalla—. Criatura femenina entregada a la custodia del almirante Aral Vorkosigan. No enviada al orfanato con el resto.

—¡La fecha, Miles, es mi cumpleaños!

Miles se libró de los dedos de Elena.

—Sí, lo sé. Por favor, no me rompas el cuello.

—¿Podría ser yo? ¿Soy yo? —Su rostro se puso tenso de esperanza y de temor.

—Yo… Son todo números, ¿ves? —dijo prudentemente Miles—. Pero hay mucha identificación médica: huellas de los pies, retina, grupo sanguíneo… Pon tu pie aquí encima.

Elena saltó a la pata coja, quitándose los zapatos y las medias. Miles la ayudó a colocar el pie derecho sobre la placa holográfica. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para reprimirse y no dejar correr una mano por ese increíble muslo sedoso que asomaba por la falda arremangada. Piel como un pétalo de orquídea. Se mordió el labio; dolor, el dolor le ayudaría a concentrarse en el pie. De todas maneras, malditos pantalones ajustados. Esperaba que ella no lo hubiera notado…

Fijó la óptica láser. Una titilante luz roja apareció unos segundos bajo el pie de Elena. Miles indicó a la máquina que comparase contornos y huellas.

—Teniendo en cuenta los cambios desde la infancia hasta la edad adulta… ¡Dios mío, Elena, eres tú! —Se felicitó a sí mismo. Si no podía ser soldado, tal vez tuviera futuro como detective…

La sombría mirada de Elena le atravesó.

—Pero ¿qué significa? —Su cara se congeló de repente—. ¿No tengo… era… soy algún tipo de clon o de invento? —Se puso a llorar entonces y su voz temblaba—. ¿No tengo una madre? No tengo madre, y eso era todo…

El éxito de su identificación positiva se le escurrió al ver la angustia de Elena. ¡Idiota! Ahora, él convertiría a la madre soñada de Elena en una pesadilla… No, era la propia imaginación de Elena la que estaba haciendo esto.

—¡Eh, no, por cierto que no! ¡Tengo otra idea! Obviamente, eres la hija de tu padre, y no te estoy insultando; todo esto sólo significa que a tu madre la mataron en Escobar, no aquí. Y, más aún —se incorporó para expresarlo dramáticamente—, ¡esto te convierte en la hermana que perdí hace mucho!

—¿Eh? —dijo Elena, perpleja.

—¡Seguro! O… de todas maneras, hay un diecisieteavo de probabilidades de que provengamos del mismo reproductor —Dio vueltas alrededor de ella, conjurando la farsa contra los terrores de la joven—. ¡Mi diecisieteava hermana gemela! ¡Debe de ser el Quinto Acto! ¡Ánimo, esto significa que en la próxima escena te casarás con el príncipe!

Elena rió por entre las lágrimas. De pronto, en la puerta sonaron golpes amenazantes. Fuera, el cabo gritó con voz innecesariamente alta:

—¡Buenas noches, señor!

—¡Los zapatos! ¡Mis zapatos! ¡Devuélveme las medias! —siseó Elena.

Miles le arrojó las cosas, apagó el ordenador y cerró la tapa, todo en un solo frenético y fluido movimiento. Se catapultó al sofá, tomó a Elena por la cintura y la arrastró con él. Ella rió nerviosamente y maldijo, peleando con su segundo zapato. Una lágrima marcaba todavía una huella reluciente en su mejilla.

Miles deslizó una mano por el cabello de Elena y atrajo su rostro hacia el suyo.

—Será mejor que esto parezca bien. No quiero que el capitán Koudelka sospeche nada. —Dudó un instante, y su sonrisa trocó en seriedad. Los labios de Elena se fundieron con los suyos.

Las luces se encendieron; ellos se separaron de un salto. Miles espió por encima del hombro de ella y, por un momento, se olvidó de cómo exhalar.

El capitán Koudelka. El sargento Bothari. Y el conde Vorkosigan.

El capitán Koudelka parecía sonrojado, con un ligero pliegue en un costado de la boca, como si se le fugara una enorme presión interna. Miró de lado a sus acompañantes y se contuvo. Es rostro pétreo del sargento era glacial. El conde estaba enfureciendo rápidamente.

Miles descubrió por fin qué hacer con todo el aire que había retenido.

—Está bien —dijo en un tono seguro y didáctico—, ahora, después de
Concédeme esa gracia
, en la siguiente línea dices:
Con todo mi corazón; y mucho me alegra también ver que ahora estás tan arrepentido
. —Miró de lo más impertinentemente a su padre—. Buenas noches, señor. ¿Estamos ocupando su espacio? Podemos ir a ensayar a otro lado…

—Sí, vamos —dijo Elena con voz aguda, recogiendo con celeridad el pie que Miles le había proporcionado.

Dirigió una sonrisa tonta a los tres adultos, ahora que Miles había resguardado su honor. El capitán Koudelka retribuyó la sonrisa de todo corazón. El conde, de algún modo, se las arregló para sonreír a Elena y fruncir amenazadoramente el ceño a Miles al mismo tiempo. El ceño del sargento era democráticamente universal. El guardia de servicio pasó de sonreír a sofocar una carcajada cuando Miles y Elena huyeron por el corredor.

—Conque no puede fallar, ¿eh? —gruñó Elena cuando tomaron el ascensor.

Él ejecutó un pirueta en el aire, desvergonzadamente.

—Una retirada estratégica, en orden; ¿qué más puedes pedir siendo una desconocida, sin número ni clasificación? Sólo estábamos ensayando esa vieja obra. Muy cultural. ¿Quién podría objetar? Creo que soy un genio.

—Creo que eres un idiota —dijo ella furiosamente—. Mi otra media está colgando de tu hombro.

—Oh. —Giró el cuello y se quitó la prenda adherida. Se la devolvió a Elena con una débil sonrisa de disculpa—. Supongo que eso no habrá quedado muy bien.

Elena le miró.

—Y ahora me van a echar un sermón. Considera a cada hombre que se acerca a mí como un potencial violador; probablemente ahora también me prohíba hablarte. O me envíe otra vez al campo, para siempre… —Llegaron a la puerta—. Y, además de eso, me… me mintió acerca de mi madre.

Se refugió en su dormitorio, golpeando tan fuerte la puerta que estuvo cerca de pillar unos dedos de la mano de Miles que se estaba levantando en protesta. Éste se inclinó contra la puerta y dijo ansiosamente a través de la madera labrada:

—¡Eso no lo sabes! Sin duda, habrá una explicación absolutamente lógica, y yo voy a encontrarla…

—¡VETE! —fue el aullido amortiguado que recibió como respuesta.

Vagó indeciso por el pasillo unos minuto más, esperando una segunda oportunidad, pero la puerta permanecía intransigentemente cerrada y silenciosa. Después de un rato, tomó conciencia de la rígida figura del guardia de servicio del piso, al final del corredor. El hombre, cortésmente, no le miraba. El destacamento de seguridad del primer ministro estaba, después de todo, entre los más discretos, así como entre los más eficaces que había a disposición. Miles maldijo por lo bajo y, arrastrando los pies, volvió al ascensor.

4

Miles se cruzó con su madre en un pasillo de la planta baja.

—¿Has visto últimamente a tu padre, querido? —preguntó la condesa Vorkosigan.

—Sí (desafortunadamente), fue a la biblioteca con el capitán Koudelka y el sargento.

—A hurtadillas por un trago —dedujo ella con una mueca —con sus viejos camaradas de tropa. Bueno, no puedo culparle; está tan cansado… Ha sido un día tétrico. Y sé que no ha estado descansando lo suficiente. —Le miró de modo penetrante—. ¿Cómo has dormido tú?

Miles se encogió de hombros.

—Bien.

—Mm. Mejor voy a buscarle antes de que tome más de un trago; el alcohol tiene la inoportuna tendencia a ponerle grosero, y acaba de llegar ese intrigante conde Vordrozda, acompañado por el almirante Hessman. Va a tener algún problema por delante si esos dos andan juntos.

—No creo que la extrema derecha reúna mucho apoyo, con todos los viejos soldados alineados sólidamente detrás de mi padre.

—Oh, Vordrozda no es derechista en el fondo; es sólo personalmente ambicioso, y montará cualquier potro que vaya en su dirección. Ha estado sudando alrededor de Gregor durante meses… —Una chispa de cólera apareció en sus ojos grises—. Lisonjas e insinuaciones, críticas indirectas y esas púas sucias que mete entre las propias dudas del muchacho; le he visto trabajar. No me gusta —dijo enfáticamente la condesa.

Miles sonrió.

—Nunca lo hubiera supuesto. Pero seguramente, no debes preocuparte por Gregor.

Siempre le había causado gracia la costumbre de su madre de referirse al emperador como si más bien fuera su niño retardado adoptado. En cierto sentido era verdad, ya que el antiguo regente había sido el tutor personal y político de Gregor mientras éste era menor.

La condesa hizo un gesto.

—Vordrozda no es el único que no dudaría en corromper al muchacho en cualquier área en la que pueda hundir sus garras: moral, política, lo que quieras; si pensara que eso va a hacerle avanzar un centímetro, y al diablo con el bienestar general de Barrayar… o de Gregor si es necesario para ello. —Miles reconoció al instante lo último como una cita del único oráculo político de su madre, su padre—. No sé por qué esta gente no puede escribir una constitución. Ley oral… ¡qué manera de procurar y manejar un poder interestelar! —Ésta era una opinión vernácula, puramente betana.

—Papá ha estado mucho tiempo en el poder —dijo Miles con tono tranquilo —; creo que habría que arrojarle un torpedo para alejarle de su función.

—Ya lo han intentado —observó la condesa Vorkosigan, volviéndose abstraída—. Me gustaría que pensara seriamente en retirarse. Hemos tenido tanta suerte —su mirada recayó melancólicamente en él —casi siempre…

También ella está cansada, pensó Miles.

—La política nunca se detiene —agregó, mirando al suelo—. Ni siquiera durante el funeral de su padre. —Se iluminó con cierta malicia—. Ni sus parientes. Si lo ves antes que yo, dile que lady Vorpatril le está buscando, eso le completará el día… No, mejor no, porque entonces no le encontraríamos más.

Miles alzó las cejas.

—¿Qué quiere tía Vorpatril que haga por ella ahora?

—Bien, desde que lord Vorpatril murió, ella ha estado tratando de que ocupe el lugar del padre con respecto al idiota de Ivan; lo cual está bien, hasta cierto punto. Pero hace un rato me atrapó, cuando no podía encontrar a Aral; parece que quiere que Aral lleve al muchacho a un rincón y le dé una reprimenda por, eh…, rondar a las muchachas de la servidumbre, lo cual debe resultar completamente violento para ambos. Nunca entendí por qué esta gente no corta el cordón de sus chicos y los deja que descubran su propia condenación, como las personas sensatas. También podrían, por ejemplo, tratar de detener una tormenta de arena con un pañuelo… —Se alejó hacia la biblioteca, murmurando en voz baja su epíteto favorito—. ¡barrayaranos!

Fuera había caído una húmeda oscuridad, convirtiendo las ventanas en opacos espejos del tenue y amanerado jaleo de la Casa Vorkosigan. Miles miró al pasar su propia imagen: cabello oscuro, ojos grises, rostro pálido, facciones demasiado marcadas para satisfacer la estética. Y encima, un idiota.

La hora le recordó la cena, cancelada probablemente a causa de los hechos. Resolvió hacer acopio de canapés, los suficientes para soportar un estratégico retiro en su cuarto durante el resto de la velada. Se asomó por un arco del vestíbulo para asegurarse de que ninguno de los temidos miembros del equipo geriátrico anduviera por allí. El salón parecía contener sólo a gente de mediana edad, a quienes no conocía. Se acercó a una mesa y comenzó a atiborrar con comida una servilleta de fina tela.

—Evita esas cosas púrpuras —advirtió en su oído una voz afable, familiar—, creo que son una especie de algas marinas. ¿Tu madre tiene otra vez un ataque nutritivo?

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