De camino trató de repasar la conversación con aquel hombre que decía estar interesado en salvar su alma, aquella especie de misionero que creía que su alma necesitaba salvación, como si no hubiese sido suficiente la purificación que recibió en sus largos años de estancia en aquel infierno al que llamaban Haití. ¿De quién podría tratarse? ¿Por qué casi huyó de él? ¿Por qué se aparecía ahora que Jean había muerto y que las cosas comenzaban a ponerse más negras que las noches de invierno? Kennedy no era un ermitaño, pero tampoco sería ganador de un concurso de simpatía, muchas personas lo conocían por haber oficiado unos pocos meses después de su regreso a pedido del padre Ryan. La gente de Nueva Orleans era agradable, cálida y con un gran sentido de la hospitalidad, pero él mismo se había encargado de lavar cualquier buena voluntad de los vecinos, fue él quien se apartó para evitar el tener que contar una y otra vez su estancia en Haití. Por eso ahora no tenía amigos, no había nadie que se preocupara por si había comido, si había dormido o por su depresión al perder a Jean. De no ser por la visita de los policías nadie después de Jean habría pisado su apartamento. Cruzó la calle distraído en sus pensamientos y el timbre ronco de una motocicleta lo hizo pegar un salto.
—¡Maldito viejo, tenga cuidado! —gritó un chico repartidor de pizzas que estuvo a punto de arrollarlo.
Adam no hizo más que mirarlo, lo vio hacerle gesticulaciones obscenas mientras conducía su vespa por la calle desierta.
Bronson se negaba a pensar que Adam Kennedy pudiera estar implicado en aquel crimen perpetrado en la iglesia. ¿Por qué habría el sacerdote de profanar un lugar que consideraba un santuario? Había indagado sobre la vida de aquel hombre y no era diferente a muchos tipos que se dedicaban toda la vida a ayudar al prójimo, si bien luego de su regreso de Haití se había convertido en una especie de ermitaño, eso no era motivo para pensar que perseguiría a aquellos tipos que habían intentado robarle para asesinarlos de aquella manera, sobre todo porque no habría actuado al calor del momento, sino que entre el primer enfrentamiento y el segundo debía estar la conversación que tuvo con la familia McIntire. Johnson por su parte quería detener al sacerdote para someterlo a un interrogatorio. Johnson era de un carácter más explosivo que Bronson, quizá por su juventud, pero algo le decía a Bronson que en su compañero existía alguna razón para odiar a la iglesia, ya que constantemente se refería a ella como la red de pederastas o cosas similares. Bronson no deseaba exponer a Kennedy a un interrogatorio infame como al que de seguro lo sometería su compañero, pero si no hallaban pronto alguna pista, no le quedaría más remedio, al fin y al cabo era el único sospechoso hasta ese momento y si bien el asesinato había sucedido apenas hacía unas horas, sabía que la cobertura de los medios pronto lo harían demasiado popular para evitar dar declaraciones.
Debían entrevistarse con el padre Ryan y con la familia McIntire y a pesar de que no le agradaba la idea, dejó que Johnson visitara al sacerdote y se dejó para sí la visita obligada a los McIntire. Mientras conducía a la casa iba repasando la historia del crimen, los dos hombres colgando de sus talones en media iglesia le revolvía el estómago, el charco de sangre en el que resbaló la mujer, el crucifijo, la pelea que Kennedy había tenido con aquellos dos antisociales, tenía que admitirlo, Adam Kennedy no las llevaba todas consigo, pero esperaba que los McIntire pudieran ofrecer una buena coartada. En media hora estuvo frente a la casa de los McIntire, reparó en la ventana del segundo piso quebrada, pero no le dio mayor importancia. Alexander salió a recibirlo al jardín.
—Buenas tardes, agente.
—Buenas tardes señor McIntire, soy el detective Bronson, hablé con usted hace un par de horas.
—Lo estaba esperando, pero antes de hacerlo pasar quisiera pedirle un favor.
—Usted dirá.
—Se trata de mi esposa, usted sabe, perdió un hijo hace muy poco y está algo… yo diría que confusa —dijo después de una pausa para buscar las palabras adecuadas.
—Lamento lo de su hijo.
—Hijastro en verdad, pero era un chico por el que sentía gran aprecio a pesar de los problemas que daba.
—¿Qué tipo de problemas?
—Usted sabe, era un adolescente, tenía malas juntas y algunos vicios que no pude arrancarle.
—Somos padres, no ángeles.
—Es verdad, a veces el demonio nos gana la partida.
—¿Es usted religioso señor McIntire?
—No señor. Mi esposa si lo es, Jenny es la religiosa de la familia.
—¿Lo era su hijastro?
—Jeremy era algo extraño, se podría decir que era religioso a su manera, pero no de una religión profesada abiertamente.
—¿Se refiere a que acudía a alguna especie de culto…?
—¿Satánico?
—Algo por el estilo.
—Tonterías de muchacho, creo que la juventud de hoy en día busca llamar la atención con sus trajes, sus aretes en cada parte del cuerpo, sus tatuajes y todas esas cosas.
—No tiene ni que decírmelo, sé bien de que habla.
—Pues Jeremy era algo por el estilo, un gótico decía él.
—Algo con lo que usted no comulgaba.
—Fui marine detective, serví en la marina y eso me dio una disciplina férrea que intenté inculcar en el muchacho, pero creo que solo conseguí que se hiciera más rebelde.
—Supongo que su esposa sufrió mucho por ello.
—Como lo haría toda madre, solo que ahora… se lo ha tomado un poco mal.
—Supongo que estará en duelo.
—Así es, pero algo le ha trastornado la mente y cree de alguna forma que su hijo ronda por aquí.
—Creo no entenderle.
—Dice que Jeremy se comunica con ella, que mantienen conversaciones.
—Lamento escuchar eso. Ha intentado llevarla a un médico.
—De hecho, allí es donde aparece el padre Kennedy, el hombre es un excelente psiquiatra, aunque no deja de mezclar su profesión con su papel de curita y eso hace que se sesgue un poco, según mi opinión claro.
—¿A qué se refiere?
—A que Kennedy de alguna manera alentó en Jenny esas ideas de muertos que regresan de sus tumbas.
—¿Cómo Lázaro?
—No, no es algo como eso, más bien yo diría que todo lo contrario, Kennedy se dejó decir que en su estancia en Haití fue testigo de apariciones provocadas por el vudú o la Santería.
—Parece imprudente decirle eso a una madre que acaba de sufrir una pérdida.
—Eso mismo pensé yo y se lo dejé saber. Estaba muy molesto cuando lo enfrenté para decirle que no me gustaba que inculcara en mi esposa ideas tan descabelladas.
—¿Y cómo reaccionó?
—Yo diría que avergonzado, me pidió disculpas y prometió quitarle de la cabeza esas ideas equivocadas a mi esposa.
—¿Y habló con ella?
—En varias ocasiones, pero en cada una de ellas Jenny decía tener nuevos contactos con Jeremy y terminaban discutiendo de muy mala manera.
—¿Diría que Kennedy tiene poca paciencia?
—Diría que es un hombre, ninguno de nosotros la tiene para lidiar con una mujer histérica.
—¿En estas discusiones vio a Kennedy ponerse violento?
—No es fácil tratar con mi esposa, es obcecada y saca de sus casillas a cualquiera, pero entiendo que Kennedy fue boxeador o algo por el estilo y que a manera de terapia, cuando le suceden estas cosas, suele golpear una bolsa de arena hasta hacerse sangrar las manos.
—Es un hombre fuerte a pesar de su edad.
—No es alguien con quien me gustaría liarme a golpes, menos después de lo que les hizo a esos hombres.
—Se refiere usted a que…
—Les dio una buena lección cuando intentaron robarle, creo que no era un día de suerte para esos infelices, primero Kennedy los golpea y luego aparecen colgando de la iglesia.
—Debe haberse sorprendido mucho al enterarse.
—No mentiré diciendo que me dio pena, esos tipos eran peligrosos y aunque no avalo a un justiciero que ande por ahí haciendo justicia por su propia mano, tampoco creo que Nueva Orleans estará peor sin esa lacra en las calles.
—¿Conocía usted a esos fulanos?
—Tanto como conocerlos no, ahora que he visto las imágenes en la televisión me parece que los había visto antes de cuando buscaba a Jeremy en los barrios bajos.
—¿Cree que Jeremy los conocía?
—Eso es algo que no sabremos nunca.
—Supongo que no. Dígame señor McIntire, su mujer ¿está enterada de lo que sucedió?
—Se lo he contado, preferí anticiparle yo la noticia a que la viera en los noticieros. Creo que está muy influenciable últimamente.
—¿Y cómo reaccionó?
—Yo diría que de manera normal. Odia a ese tipo de personas por lo de Jeremy, así que no esperaba que dijera una oración en su memoria.
—¿Cree que su mujer los conociera?
—Es posible que los haya visto recientemente, le ha dado por frecuentar los sitios por donde andaba Jeremy en busca de respuestas o quizá incluso en busca de verlo en alguna callejuela.
—Lamento que se exponga de esa manera y sé bien que estará en una época difícil, pero me gustaría hablar con ella.
—Por supuesto, pase usted agente Bronson.
Jenny estaba en la segunda planta y se asomó por las escaleras cuando oyó el ruido de los hombres al entrar a la casa.
—Jenny, este hombre es el agente Bronson y está indagando sobre el asesinato de que te hablé, quiere hacernos algunas preguntas.
—Buenas tardes agente Bronson —dijo Jenny sosteniéndose de la baranda de la escalera.
—No me tomará mucho tiempo.
—Con gusto agente —dijo Jenny bajando las escaleras con algo de temor.
—Veo que se ha lastimado usted —dijo Bronson al estrechar su mano.
—Soy una torpe, me corté con unos vidrios en el piso de arriba.
—La ventana que vi, entonces…
—Así es, no se cómo se quebró pero de seguro al intentar levantar los vidrios del suelo me he cortado.
Alexander miró a Bronson intentando decirle con la mirada que aquello era fruto de un desvarío más de aquella atormentada mujer.
—Lamento su accidente —dijo soltándole la mano que sujetaba desde que la mujer lo saludó.
—No se preocupe usted, agente Bronson. Pero dígame, ¿En que puedo servirle?
—Como ya le ha dicho su esposo, estoy investigando el asesinato de esos dos hombres que aparecieron en la iglesia…
—Es algo que atemoriza, que sucedan estas cosas en Nueva Orleans, pero a decir verdad agente, creo que el mundo estará mejor sin esos hombres.
—¿Los conocía usted?
—Eran basura, de la que vende drogas a los jóvenes y entiendo que son los mismos que intentaron asaltar al padre Kennedy.
—¿Y eso lo sabe porque…?
—Yo se lo he dicho —se adelantó a decir Alexander, hablé con el sacerdote y él mismo me lo confirmó.
—Entiendo. ¿Dónde vio usted a Kennedy?
—Vino a visitarnos hace unas horas.
—¿Para algo en especial?
—Quería saber como estaba Jenny, la otra vez que vino mi esposa estaba algo alterada.
—Me comporté como una idiota, parece que tuve una discusión con Alexander en presencia del sacerdote y debió marcharse preocupado.
—También vino porque lo fui a buscar a la iglesia, cuando escuché la noticia pensé que podía tratarse del cura…
—Es verdad, recuerdo que un uniformado así se lo hizo saber.
—El padre fue muy gentil al visitarnos, después de todo debe tener muchas cosas en qué pensar y aun así se preocupa por nosotros.
—El padre Kennedy es una maravilla —dijo Jenny frotándose las manos nerviosamente— me ha ayudado mucho luego de la desaparición de mi hijo.
—Supongo que la consuela saber que está en un lugar mejor.
—¿Mejor? ¿Qué puede ser mejor que estar con su madre?
—Me refiero a que…
—Mi Jeremy no está muerto.
—Jenny por favor… —dijo Alexander ante el cambio de humor de su esposa que empezaba a ponerse violenta.
—Alexander cree que estoy loca, pero no es así, el mismo padre Kennedy se lo puede decir, él vivió muchos casos en Haití donde aquellos que creían muertos…
—Kennedy ya se ha disculpado por alentarte en esas tonterías.
—No son tonterías —dijo mirándolo con rabia y apretando tanto los puños que sus vendajes comenzaron a sangrar.
—Está bien, como tú digas.
—Señora McIntire, se ha vuelto a hacer daño.
—No es nada agente, luego me cambiaré los vendajes.
—¿Puedo ayudarla? Sé algo de primeros auxilios.
—No es necesario, ya la curaré yo —dijo Alexander tomándola por el hombro mientras su esposa se revolvía para evitar el contacto.
—Señora McIntire —dijo Bronson intentando evitar la desagradable situación— ¿desde hace cuanto conoce usted al padre Kennedy?
—Yo diría que hace un par de años.
—¿Lo conoció en la iglesia?
—Lo conocí cuando me lo recomendaron para intentar ayudar a Jeremy con un problema de adicción, recién volvía de su misión en Haití y se comportó muy amable conmigo.
—Le tiene usted cariño.
—Es un hombre de Dios, un verdadero ángel que solo desea ayudar.
—¿Diría usted que es violento a veces?
—Es un padre vigoroso, si es a lo que se refiere, un tipo fuerte que tal vez no encaja con la imagen de cura que nos hacemos.
—¿Alguna vez lo ha visto fuera de sus casillas?
—En varias, sobre todo tratándose de mal vivientes.
—Entiendo.
—¿El padre no tolera a esos hombres?
—Y hace bien en no hacerlo, estos tipos solo saben hacer daño, son como el que había en Haití, creo que se llamaba la Mano de los Muertos.
—Un nombre aterrador.
—El tipo era un médico brujo una especie de hechicero a quien el padre Kennedy combatía.
—Un santero y un sacerdote en lucha, eso debe ser todo un espectáculo.
—No es nada de lo que usted deba burlarse —dijo con la mirada fija en el agente.
—Lo siento, no era mi intención molestarla.
—Es solo que usted no conoce de lo que es capaz esa gentuza, quizá debería conversar con el padre Kennedy para que le hable de las incontables porquerías que hacía este hombre con los de la isla.
—Supongo que se me erizará la piel.
—Más que eso, la Mano de los Muertos era un tipo poderoso, con el poder del maligno.
—¿Se refiere a Satanás?
—Por supuesto, a quién más. El demonio que habitaba en chicos y grandes y a quien el padre Kennedy debió de expulsar.