Barbary todavía tiene alquilado un pisito en
Mark Street, W.
, en el que hacía vida de soltera antes de mi regreso de la India. Ocasionalmente sub alquila por temporada, pero como el alquiler es modesto y nos parece conveniente mantener una especie de
pied a terre
en la ciudad, lo conservamos desocupado como ahora. Una mujer hace la limpieza y lo ventila tres o cuatro veces al mes, y como el edificio tiene calefacción central y se puede conseguir qué comer con sólo encargado, siempre está listo para ocuparlo en el acto.
A unos cien metros de allí hay una sucursal con ser vicio nocturno de una Farmacia Francesa, y Barbary, que durante el viaje habla permanecido silenciosa y preocupada, quiso bajarse con el pretexto de que había olvidado traer algunos artículos esenciales de
toilette
. Yo me dirigí al pisito, entré, abrí las ventanas y acomodé las valijas.
Estaba por encargar la cena por teléfono cuando llegó Barbary. Dejó sobre la cómoda un paquetito envuelto en el conocido papel rosado de la Farmacia. Hasta entonces no habíamos discutido en detalle ni el crimen ni el plan de acción que pondríamos en práctica, y personalmente no me sentía dispuesto a hacer trabajar mi cerebro esa noche. Considerando todos los acontecimientos, mi fin de semana había sido de dura prueba, los efectos del sopor que me había provocado la droga comenzaban a hacerse sentir. Barbary, por el contrario, parecía más dispuesta y con la mente más clara que durante el resto del día, y mientras comíamos quiso tratar la cuestión.
—Esta noche no harás nada —le dije, en respuesta a una pregunta—. Tengo la mente
dopada
y cuando entre en acción tendré que estar bien despierto. Nos acostaremos temprano, pasaremos una noche tranquila y por la mañana atacaré a esa chica Yorke.
—Eso es lo que tú crees más conveniente —agregó Barbary—, pero yo comenzaría esta noche. Me siento perfectamente bien en verdad, y tengo un plan que podría dar resultado. Dime, Roger, ¿dónde vive el abuelo de Bryony?
—
Devonshire Square
, número diez —respondí—. Pero seguramente no te propones ir allí esta noche.
—Ése era mi propósito; esto es, a menos que te opongas con alguna razón de peso, después de oírme. Creo que mi plan es bueno pero es asunto tuyo vetarlo por cualquier inconveniente. A propósito, ¿todavía no tendrán noticias de la muerte de, Bryony, verdad?
Moví la cabeza negativamente.
—No, eso es la síntesis, lo que quiso decir Thrupp cuando nos presentó libertad de acción hasta mañana al mediodía. Es un procedimiento completamente irregular, pero Thrupp quiso favorecemos así. De todos modos, de lo que la misma Bryony me dijo, deduzco que Mr. Forrester, su abuelo, no está en condiciones de entender la noticia aunque se la hayan comunicado y no hay más que él en la casa, aparte dé los sirvientes y la enfermera. Thrupp puede excusarse, si lo cree necesario, diciendo que ella no, tenía documentos, y que le llevó tiempo identificarla. Lo interesante sería que yo pudiera ver a Ann Yorke antes de que ella se enterara o, mejor, que yo pudiera hacer uso de las noticias para impresionarla y hacerla hablar, si resultara difícil. El factor sorpresa es esencial en todo buen ataque, ¿sabes? De todas maneras, ¿qué proyecto tienes? Temo que no pueda dejarte hacer nada que perjudique o se anticipe a mi visita de mañana.
—¡Oh! Pero no es así. –Barbary sacudió sus rizos y me sonrió—. Mi idea es completamente distinta y no hay razón alguna para que mi visita pueda relacionarse con la tuya. Sin embargo, mi plan y el tuyo dependen de que podamos visitar a Ann Yorke antes de que se entere de lo de Bryony y, como tú piensas, yo debo hacer mi trabajo esta noche.
—Cuéntame, pequeña —insistí.
—Escucha, pues —dijo Barbary, y me lo contó.
E
RA UN
buen plan, y sus posibilidades de éxito me impresionaron. A pesar de eso, no me gustaba.
Es decir, me gustaba la idea pero me disgustaba el rol que mi prima se había asignado. Como creo, ya se habrán dado cuenta que tengo debilidad por Barbary, la aprecio demasiado para considerar con ecuanimidad su propósito. Así se lo hice saber. Pero como me arreglo mejor para tratar estos asuntos delicados por escrito que de palabra, seguramente no me expliqué bien. De todas maneras, mis objeciones, fueron pasadas por alto y Barbary se fue a su dormitorio.
Dije que mi prima Barbary desapareció de su dormitorio pero era una criatura distinta la que surgió quince minutos más tarde. Era aún Barbary, si logro explicarme, porque no había hecho esfuerzo alguno por esconder sus facciones, en el sentido estricto de la palabra.
Pero no era la Barbary que yo conocía y amaba desde hacía tiempo. Era una Barbary distinta, una que podía haber sido Barbary si su vida y carácter se hubieran encauzado de otra manera.
Mi prima no es una de ésas amazonas que desprecian por entero los cosméticos, pero los usa con tanta discreción y habilidad que da la impresión de no estar maquillada. Importa de Sevilla (nada menos) un colorete raro y costoso y una cajita le dura todo un año. Su polvo es de París y lo gasta con igual medida. También usa loción para el cutis y una o dos clases de crema, de la mejor calidad, pero todo aplicado con la mayor economía. Excluye el lápiz de labios, porque los suyos son rojos por naturaleza y con toda razón se opone a disfrazarlos. En verdad, todo su arreglo tiende a ayudar a su naturaleza en vez de ocultarla. A menudo he descubierto a otras mujeres; que le miraban con insistencia la cara, intrigadas por descubrir si estaba maquillada o no. Los hombres, menos suspicaces y de mente más bondadosa, dan por descartado que no usa cosméticos.
Pero esta Barbary que salió del dormitorio del piso de
Mark Street
era una joven completamente distinta, hábilmente transformada. ¡Adiós los labios de fresa y la luz clara y pícara de sus ojos oscuros! La metamorfosis no sólo me sorprendió, sino que me chocó. Había en ella algo malsano, ultrasofisticado y decadente. Parecía sensual y viciosa. Comprendía ahora su visita a la Farmacia Francesa. Las mejillas con un colorete espantosamente vívido y sobre éste una gruesa capa de polvo harinoso. Los labios de color mandarina y la pintura aplicada tan al descuido que los hacía más llenos y les daba un aspecto sensual.
Tenía las ojeras pintadas y toda su persona despedía un perfume exótico pseudooriental, reminiscente de cosas que era mejor olvidar.
Pero lo que más me chocó fueron sus ojos, mientras permanecía allí posando junto a la puerta. Tenía una mirada corrupta de apetito mórbido, que repelía, y sin embargo atraía. No soy un moralista, pero detesto la gente que toma sus pasiones demasiado en serio, y esta criatura de aspecto lujurioso y corrompido no parecía conocer otra ocupación o placer. Aun siendo una extraña hubiera engendrado en mí una sensación ineluctable de fariseísmo. Sabiéndola mi prima, el espectáculo me sublevaba.
Cuando me repuse de la primera impresión, tuve que reconocer que la transfiguración era soberbia y en completo acuerdo con el plan que se había trazado.
Apechugué, asentí y la felicité, y entonces ella milagrosamente despojó sus ojos de toda lepra y me dedicó su sonrisa más pura.
—No me esperes levantado, querido —dijo, Y se volvió para partir—. Se te ve rendido y mañana tendrás un día pesado. De cualquier modo, no tardaré aun en el supuesto caso de que tenga suerte. Puede que todo el plan fracase; entonces regresaré casi al instante. Desvístete y acuéstate. Juro que te despertaré si hay algo interesante que contar.
Acepté con reservas.
—No estoy nada seguro de que deba permitirte hacer esto, Barbary. Supongo que estarás a salvo, pero no puedo olvidarme de lo que le ocurrió a Bryony. ¿No me permites que te acompañe hasta fuera de la casa, por lo que…?
—No, no te permitiré. Eso echaría todo por tierra. No me pasará nada, Roger, de veras. No hay el menor indicio de peligro, querido. Vete a la cama como un niño bueno, y la tiíta Barbary te contará un bonito cuento cuando vuelva. Hasta luego, amorcito. Seguramente no te sentirás insultado si te beso con este unto…
Me sonrió normalmente una vez más. Después la mirada viciosa volvió a sus ojos como por arte de magia, y partió.
A
PESAR
de mi fatiga y de la recomendación de Barbary, no me acosté. Quería engañarme a mí mismo diciéndome que tenía demasiada pereza para levantarme del sillón donde estaba tumbado, pero en realidad sabía que no podría descansar hasta que mi prima regresara. Hice el enorme esfuerzo de mezclarme un whisky con soda y de cargar mi pipa y después me recosté nuevamente, pensativo y preocupado.
Siempre noté que en los momentos de importancia crítica el factor tiempo se burla de nuestros sentidos. Mientras el reloj de una iglesia daba las nueve pensé que en realidad habían pasado treinta y tres horas desde mi encuentro con Bryony en
The King of Sussex
y escasamente doce horas desde el descubrimiento de su cuerpo bárbaramente asesinado en
Shafthollow Bowl
. Sin embargo para mi mente cansada ambos acontecimientos pertenecían a un período lejano de la historia.
Parecía imposible creer que hacía sólo veinticuatro horas aquel cuerpo joven y delicado había reposado en mi cama de
Gentlemen’s Rest
. y que ahora sus despojos bestialmente mutilados yacían sobre el mármol frío de la morgue del pueblo. Aunque fui soldado y presencié espectáculos horrendos en el campo de batalla, nunca me atrajo la sangre y el sólo pensar en tal carnicería me sublevaba. Creo no ser delicado ni de poco aguante pero detesto ver y hasta pensar que otros puedan ser objeto de crueldad o sufrimiento. Puedo soportar el dolor como el que más, pero rehuyo contemplar el sufrimiento de otros, especialmente si son mujeres o animales.
Ese día me había tocado en suerte presenciar el espectáculo más horrible dé mi vida.
Había visto las cosas diabólicas que le habían hecho a la pequeña Bryony, la pobre hija de Lulú. Aun hoy, cuando escribo mucho después del suceso, recuerdo la mezcla de rabia y de náusea que el espectáculo me produjo. Esa noche en
Mark Street
, cuando la horrible experiencia databa de pocas horas, estaba bajo un sopor que no me permitía analizar mis sensaciones.
Todo cuanto sé es que en un rincón de mi mente bullía una anticuada sed de venganza, de venganza mosaica, diría yo, más que de justicia cristiana. Sin embargo, permítaseme decir en mi defensa que esta sed estaba instintivamente relegada en el fondo de mi mente para dar paso al examen minucioso del campo de batalla de la guerra de ingenio que se avecinaba.
«Primero caza el oso, luego vende la piel.»
El tiempo, como dije, se burla de la mente sacudida y sobrecargada. Parecía haber transcurrido un siglo desde el asesinato de Bryony. Sin embargo, cuando casi dos horas después oí abrirse la puerta del departamento, hubiera jurado que no habían transcurrido más de diez minutos.
B
ARBARY
se dejó deslizar en la habitación. Como le es característico, no perdió tiempo riñéndome porque estaba aún levantado. Simplemente me sonrió con una de sus acostumbradas sonrisas, a través de la mefítica máscara de su maquillaje. Había terminado su farsa y ahora asomaba a sus ojos una luz que me hizo sentir lleno de ansiedad.
—¿Conseguiste algo? —pregunté.
—Creo que sí —afirmó—. Aunque tal vez no tenga importancia. No te entusiasmes, Roger. En seguida te contaré, pero no puedo soportar más estos afeites. Sé bueno y consígueme algo de beber mientras me preparo el baño. Después puedes venir a conversar conmigo a través de la puerta.
Poco después estaba yo sentado al borde de la cama de mi prima y a través de la puerta del baño llegaba a mí el ruido que hacía Barbary mientras se quitaba vigorosamente la pintura y el polvo.
Cuando se aplacó la primera furia de la campaña antigrasa la oí recostarse en el agua con un suspiro de alivio.
—¿Estás ahí, Roger? Te diré que, en general, tuve bastante suerte, aunque no sé si lo que descubrí puede resultar de interés. De cualquier modo, vi a Ann Yorke…
—Un momento —dije—. Siento interrumpirte, querida, pero considerando que mañana tengo que ir yo allí, y que no deben sospechar que tengo algo que ver contigo, debo pedirte todos los detalles. ¿Cómo entraste? ¿Qué nombre diste? ¿Con qué excusa viste a esa chica Yorke?
—Bien. Tuve en cuenta lo que me habías dicho acerca de que no tenían noticias de la muerte de Bryony, por lo tanto, con todo desenfado, fui a la puerta principal, toqué el timbre y le pregunté al mayordomo si estaba Bryony. A propósito, debe de haber sido el mismo Dukes el que abrió, juzgando por lo que Bryony me había contado. Una respetable reliquia de setenta a ochenta, con la cara como la de uno de los obispos de la coronación de la Reina Victoria. Un poco duro de oído, pero no mucho, y creo que se está poniendo un poco corto de vista o de lo contrario está inmunizado contra las mujeres decadentes y pintadas que puedan llegar preguntando por Bryony. De todas maneras, creo que se guiaba por mi voz más que por mi aspecto, porque se mostró muy respetuoso y dijo que sentía decirme que Miss Hurst no se encontraba en la casa. Yo dije: «¡Al diablo!» y pregunté cuándo volvería, a lo que Dukes contestó que no tenía informes precisos pero que creía que su ausencia; no se prolongaría demasiado. Un viejo ardid que me hubiera hecho la mar de gracia en ocasión menos trágica. Bien, yo repetí que era un gran trastorno, y luego, como si se me ocurriera en ese momento, pregunté si Miss Yorke estaba en casa y desocupada. Dukes me dijo que si yo pasaba, él se iba a asegurar (¿por qué tienen siempre los mayordomos que «asegurarse», querido?) y me introdujo en una pieza de recibo en la planta baja. Di el nombre de Miss Rever (no tengo la menor idea por qué), me serví un cigarrillo con boquil a rosada que encontré allí en una caja plateada y me senté a ver qué pasaba.
—Bien —la animé—. Todo bien hasta ahora, desde mi punto de vista. ¿No adelantaste a Dukes ninguna información acerca de quién eras ni de tus relaciones con Bryony?
—Ni una palabra. De todas maneras no fue necesario. Dukes pareció aceptarme a ojos vista, o más bien a voz oída, y no era nada curioso. Bien, unos minutos después apareció Ann Yorke en persona. Una chica terriblemente bonita, Roger; pequeña, morocha, de tipo apasionado, ¿entiendes? Supe por instinto e inmediatamente por qué había congeniado con Bryony. Son de tipo completamente distinto, pero se adivina que eran pájaros del mismo plumaje. ¡Oh!, me imagino que sabes lo que quiero decir. No hay nada obvio o evidente en Ann. En realidad, parece demasiado decente para que sea cierto, y sus ojos tienen esa maravillosa mirada ultrainocente que tenían los de la pobre Bryony cuando se acordaba de algo. No sé decir si Ann Yorke podría engañar o no a un hombre. A mí por cierto no me engañó.