Mucho me temo que se me cerraron los ojos, pero bueno es recordar que me desperté y me volvió la lucidez como un relámpago cuando la manija de la puerta comenzó a girar silenciosamente. Y al ver que aparecía en la puerta la figura de Barbary vestida con el pijama, y que avanzaba hacia mí, me senté en la cama con asombro. La luz de la luna era mucho más fuerte ahora, y me sentía criminalmente consciente de que mis cuarenta pestañeos debían haber sido lo menos cuatrocientos.
—Todo va bien —murmuró, señalando el cuarto contiguo—. Tuve una media hora bastante mala, pero por último conseguí calmarla. Después la persuadí de que tomara una fuerte dosis de bromuro, y ahora está profundamente dormida. Con un poco de suerte dormirá perfectamente hasta mañana.
—¿Conseguiste que te dijera algo?
Hubo una pequeña pausa antes de que contestara.
—Nada definido —dijo por último—, pero, de todas maneras, comienzo a tener ideas, Roger.
Mucho me temo que sean fantásticas. Por el momento me reservaré el juicio sobre ellas, si no tienes inconveniente.
—¡Déjate de reservas! —repliqué firmemente—. Para ser francos, también tengo yo nociones fantásticas. Prometamos no burlamos de nuestras ideas si son completamente diferentes, y comparemos teorías. Si eres tímida, yo empezaré.
—A mí —dijo Barbary—, entre paréntesis, me vendría bien una taza de café. Me siento horriblemente soñolienta ya, y apenas si son las doce y media…
—¿Las doce y media?
¡Corpo di Bacco!
¡Entonces me quedé dormido! Esto no puede ser, querida. Tenemos que estar alerta toda la noche. El termo está sobre el tocador.
Nos reanimamos con café caliente cargado y encendimos cigarrillos. Y después, hablando en voz baja, empezamos con alguna timidez a exponer el principio de la teoría que había estado retozando en mi imaginación. Estaba preparado para que se me hiciera burla, pero mi prima escuchaba con las cejas fruncidas y una expectante solemnidad en sus ojos castaños. Lejos de expresar incredulidad, asentía gravemente a la descripción de mis ideas.
—Mucho me temo —murmuró cuando hube terminado—, mucho me temo que estés en lo cierto, porque éste es, precisamente, mi pensamiento, y sería extraño que los dos llegáramos, independientemente, a la misma equivocada conclusión, ¿no es cierto? ¡Dios mío!, pienso que es horrible. Horrible y casi inverosímil. ¿Suceden estas cosas… realmente, Roger querido?
Me encogí de hombros.
—Nunca tuve conocimiento directo de un caso real —contesté—, pero he sabido de varias fuentes (fuentes dignas de crédito) que suele suceder. Además, abajo, en el estudio, hay un ejemplar de Montague Summers, y sé que lo has leído, aunque nunca lo discutiste conmigo. Son unas teorías endiabladamente raras, ya sé, pero no es ficción, Barbary. Summers es un investigador honesto, y ése es un libro sensato. Puede parecer fantástico, pero hay algo en él, y me parece que vale como si nos hubiéramos tropezado con un caso real.
Hubo otra pausa corta y tensa, y después Barbary dijo, vacilando:
—Bryony no dijo nada directamente relacionado con esta clase de cosas, Roger. Pero sí una o dos cosas, que dudo recuerde haberlas dicho, que… bueno, que parecen estar de acuerdo con la otra clase de cosas. Si me entiendes lo que quiero decir…
Sabía qué quería decir, pero muy vagamente.
—Mejor sería que me lo dijeras, querida —le comuniqué.
Barbary me explicó, a disgusto y con vacilación, pero con toda claridad, y conforme hablaba un sudor frío me corría por la frente y detrás de las orejas. La evidencia estaba todavía lejos de ser completa, pero casi había el material suficiente para convencerme.
Era obvio también que ahora quedaba poca duda en la mente de mi prima. Su rostro parecía indeciso y consumido a la luz de la luna, y ella temblaba ligeramente. Extendí una mano y tomé su antebrazo suave, y curtido.
—Lo primero que haremos en la mañana será hablar a Thrupp —declaré alentándola—. Mi propia creencia es que él ha llegado a la misma conclusión, aunque no haya querido insinuarlo mientras no se me ocurriera a mí, por temor a estar equivocado. Mañana pondremos nuestras cartas sobre la mesa y pediremos ver las suyas, y si estamos de acuerdo todos sobre esto, haremos lo ineludible: acusar a Bryony y apurarla hasta que hable claro. Podemos mantener a Thrupp apartado, pues como policía no está autorizado, pero tú y yo podemos ir hasta el fin. En cuanto a mí, no me inclinaría a ser meticuloso en un caso como éste.
Mi prima asintió lentamente con la cabeza.
—Y ¿después? —preguntó—. Quiero decir que suponiendo que ella hable claro, ¿qué haremos?
—Pues, atravesar la maraña y aclarar el desorden, querida; aunque entonces, como es natural, es cuando nos retiraremos graciosamente del escenario y dejaremos la tarea a Thrupp. Sin embargo, esto es mirar un tanto lejos. No debemos olvidar que nuestra primera ocupación es pasar la noche y poder presentar a Bryony sana y salva hasta el final. Una vez que se haya levantado el sol y Thrupp se haya reunido con nosotros, podremos afrontar la segunda escena.
Barbary asintió de nuevo.
—Una cosa a la vez —convino con una débil sonrisa—. Bueno, me gusta que hayamos tenido esta conversación, Roger, y que hayamos dado con una posible clave de todo este misterio. Bastante horrendo, si estamos en lo cierto, pero sería un alivio saberlo. Sin embargo, «mejor se conoce al diablo…»
—Exacto. Eso es lo que yo creo —dije bostezando—. ¡Puff! Estoy endiabladamente cansado, querida, a pesar de tu excelente café. Tomemos otra taza.
Barbary bostezó de manera pesada.
—Me has contagiado. Ni siquiera hay la probabilidad de dormir un minuto esta noche, Roger, aunque lo necesitara. No se puede dormir con estas cosas en la imaginación.
—Ya sé.
Tomé la taza que me extendía y la sorbí gustoso.
—En este momento me siento como si nunca me volviera a dormir, aunque bien sabe Dios que estoy horriblemente cansado. Procura que no te venza el sueño —proseguí—. Sé que es bastante difícil, pero recuerda que las cosas siempre parecen peor a esta hora de la madrugada. Recuerda también lo que me dijo Thrupp: que Bryony se ha metido en este lío abrumador simplemente porque le ha quedado un resto de decencia. Si se hubiera encenagado del todo no se hubiese presentado esta situación, y no debemos olvidar que hay que tener en cuenta esto. Ha sido una loca y algo peor, pero, bueno, creo que muchos de nosotros no nos sentiremos orgullosos cuando el Ángel Acusador empiece a leer nuestros legajos. Por lo menos yo…
—Lo mismo yo. —Mi prima se inclinó y me besó.
—Bueno, ahora me vuelvo a la cama —murmuró—. No debí haberla dejado sola tanto tiempo, me parece, pero yo tenía que aclarar esto contigo.
—Me alegro que lo hayas hecho, Barbary. Siento haberte metido en todo esto, querida. Te estás portando maravillosamente. ¿Tú no tienes inconveniente en dormir con ella?
—Naturalmente que no, bobo. No digas tonterías. Bueno, te dejo. Todo parece tranquilo, ¿verdad?
—Tranquilo como la tumba, si éste no es un símil poco afortunado —repliqué—. Iré contigo y atisbaré desde tus ventanas. Pienso qué estarán haciendo Custerbell y la
Bestia Rubia
. ¡Condenados!… Yo esperaba que se presentaran a la puerta del frente y tocaran el timbre, pero parece que no han aparecido.
Me deslicé de la cama y juntos fuimos de puntillas a la otra habitación. Aquí, en una paz iluminada por la runa, nuestra joven huéspeda dormía profundamente, sus cortos rizos castaños en un desorden atrayente, contra la blanca almohada, y su viva carita vuelta hacia los rayos directos de la brillante luna. Muy joven y extrañamente virginal parecía, y a su vista se aguijoneó en mi mente una nueva rebeldía contra la teoría que mi prima y yo habíamos formado. Seguramente habíamos estado ladrando equivocadamente en el árbol. ¿Sería posible que esta joven hermosa pudiera haber hecho las cosas que nuestras especulaciones, tan de mala gana, le atribuían? Parecía imposible. Y sin embargo…
Con gran precaución me acerqué a una ventana y contemplé la noche. De nuevo una inefable paz parecía extenderse sobre el mundo. La luz de la luna era tan poderosa que se podían ver distintamente las hojas de los distantes árboles, los capullos de las flores y hasta las florecillas de un grupo de arvejillas a unas veinte yardas. Ni un signo de vida perturbaba la quietud de la escena; ni un soplo de aire movía una hoja o un pétalo en el jardín. Todo estaba tan silencioso y tan inmóvil como una fotografía.
Desde la próxima ventana podía ver los arbustos donde Thrupp y Haste estaban emboscados, pero no había ni vestigios de ellos. Sus posiciones debían estar bien elegidas, reflexioné con aprobación, pues los rayos de la luna parecían penetrar hasta los espacios entre la franja exterior de los arbustos, y sin embargo los espías estaban totalmente invisibles…
En silencio me dirigí hacia la tercera ventana, desde donde se divisaba hasta la Parroquia. Las hermosas líneas de la iglesia parecían acentuadas por la luz de la luna, y aún desde esta distancia podría describir cada uno de los cuadros, en forma de diamantes, de las ventanas de la iglesia. Mientras yo miraba, el reloj tintineó con voz argentina la una menos cuarto, y yo reflexioné que en otros tres cuartos de hora la Comunidad estaría levantada desfilando a través de los claustros hacía la iglesia para cantar el Oficio de la Noche.
Mi prima se había acostado ya. Junto a ella estaba Bryony, inmóvil como una efigie de mármol, a no ser por el ritmo de su respiración apenas perceptible. Parecía cansada, ¡pobre criatura!, y yo sabía que su cansancio natural, más el efecto del bromuro que Barbary tan solícitamente le había administrado, le permitiría dormir, aun en medio de un terremoto. Siendo así, no tenía ya objeto mantener cerradas las puertas entre las dos habitaciones. Las pocas revelaciones que había hecho, tan desconsideradamente, a mi prima, no se parecían en nada a una amplia confesión de sus aflicciones, pero yo estaba casi seguro que ellas daban fuerte evidencia a nuestra teoría.
Mi proyecto original de pasar la noche en una silla colocada en la puerta de comunicación, se vió frustrado por la luna, cuyos rayos estaban ahora iluminando el mismo lugar donde yo tendría que sentarme. Hacerlo allí ahora hubiera significado volverme abominablemente visible a cualquiera que estuviera en las ventanas. Pero al mismo tiempo yo estaba decidido a no cortejar el sueño, otra vez, volviendo a la cama. Me sentía desesperadamente cansado, pero dormirse en su puesto en servicio activo es una ofensa capital ante las leyes militares, y aquella noche, de cualquier forma, yo estaba de centinela en servicio activo. Por consiguiente, coloqué una silla pequeña y no muy confortable en un obscuro rincón de la habitación exterior, puse mi revólver a mano y después de una palabra final murmurada a Barbary, comencé la vigilancia. Aunque ahora no podía ver directamente la habitación de las jóvenes, hubiera sido imposible que alguien se moviera allí sin proyectar una fuerte sombra, que difícilmente hubiese yo dejado de ver. Comprobé una vez más que todas las ventanas estaban aseguradas.
Mi precaución final contra el sueño fue beber todavía otra taza del cargado y excelente café de Barbary. Después encendí un cigarrillo y aflojé mis cansados músculos tanto como las limitaciones de la silla lo permitían.
Estaba completamente seguro de que no me dormiría.
M
E DESPERTÉ
justamente siete horas más tarde, encontrándome con que la luz del sol desbordaba en la habitación.
Tenía el dolor de cabeza más espantoso que nunca había conocido. Mis ojos estaban legañosos y fuera de foco. Mi boca sugería vívidamente una abandonada conejera. Mi cerebro también estaba tan obscurecido y entorpecido, que todos los nervios y músculos de mi cuerpo estaban momentáneamente paralizados. Durante unos segundos no pude moverme ni recordar el motivo por el que tenía que ponerme en movimiento sin tardanza.
Y después, como un relámpago, se me presentó la realidad. Con un esfuerzo hercúleo me puse de pie, solamente para volverme a sentar, ya que mis piernas no me sostenían. Impotente, permanecí sentado, boqueando durante un instante, cuando en la Parroquia la campana daba las ocho.
A la tercera tentativa conseguí separar la lengua de mi paladar y encontrar mi voz.
—¡Barbary! ¡Barbary!! ¡¡¡BARBARY!!!…
Nadie contestó.
—¡Barbary!, ¿estás ahí? ¡¡Barbary!!… ¡Condenada!, ¿no me escuchas?
Nadie contestó.
El pánico se apoderó de mí. Algo terrible había sucedido. Yo debía obrar sin demora. Algo espantoso había sucedido, no solamente a mí, sino también a los otros. Yo debía, yo debía…
Reforzando toda mi fuerza física con la última onza de voluntad, conseguí ponerme de pie otra vez. Mi cabeza estallaba, pero esta vez mis piernas consiguieron cumplir con su obligación.
De una u otra forma pude ponerlas en movimiento, y un par de horribles torceduras me llevaron a la puerta de comunicación. Otro supremo esfuerzo y mis torturados ojos pudieron contemplar la escena.
La cama estaba en algún desorden, como si la ropa hubiera sido apartada muy precipitadamente. En un lado de la cama, el menos desordenado, estaba la insensible figura de mi prima Barbary. Durante un horrible momento creí que estaba muerta, tan blanca e inmóvil parecía. Pero al mirarla se movió desasosegadamente y dio un suspiro extraño como un estertor.
De Bryony Hurst no había vestigios, salvo el hueco de la almohada donde se había apoyado su hermosa cabeza, y sus abandonados vestidos arrojados descuidadamente en un par de sillas próximas. La muchacha había desaparecido, desaparecido como un sueño.
P
ERDONADME
si me deslizo ligera y rápidamente sobre los hechos siguientes.
La desaparición de Bryony me hizo recuperar mis facultades, y de repente me encontré otra vez, cuerdo, más dominado y espantosamente tranquilo. Tres pasos impetuosos me condujeron junto a la cama, donde precipitadamente me aseguré de que Barbary, aunque inconsciente, estaba viva y aparentemente ilesa. Después me precipité a la ventana del medio, levanté el pestillo (que no había sido tocado) y la abrí de par en par. Ésta es la ventana que mira a los arbustos.
—¡Thrupp! —aullé agudamente—. ¡Thrupp!, ¿dónde diablos estás?
Nadie contestó.
—¡Haste! ¡Sargento Haste! ¡Dios mío!, ¿dónde infiernos se ha metido todo el mundo?