El caso de la joven alocada (19 page)

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Authors: Michael Burt

Tags: #Policiaca

BOOK: El caso de la joven alocada
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—Pero cualquiera que intente acuchillar a Bryony, protegida como está actualmente, se va a divertir. Y lo mismo puede decirse de cualquier otro método de asesinar, que requiera real contacto entre el matador y la víctima, como el de estrangular, colgar y otros por el estilo. En las presentes circunstancias, yo creo que también podemos agregar la posibilidad de sutiles venenos Borgia, de electrocución, y de las formas más extrañas de homicidio, favorecidas por
Mes dames
Christie y Sayers. ¿Qué queda, entonces? Thrupp gruñó.

—Te sorprendería —murmuró—. Queda una larga y penosa serie de posibilidades, amigo Roger.

¿Sabes que me agrada tu idea de vigilar la casa desde afuera? Me gusta el elemento «sorpresa» que hay en ella. Nos permitiría volver a tomar la iniciativa tan pronto como se iniciara un ataque, contando siempre, naturalmente, con que Haste y yo podamos ocultamos en estos matorrales sin que nos vean.

—Esto es fácil —dije—. Mira, Thrupp: estos matorrales corren hasta un cerco con setos, y este cerco corre suavemente por los terrenos de la Parroquia hasta algunas yardas dentro de
Abbots Lodging
. En otras palabras, si tú y Haste fueran desde aquí a
Abbots Lodging
a través del túnel, podrían dar la vuelta, ocultos durante todo el trayecto, hasta los matorrales. Yo podría ir con ustedes hasta Lodging, señalar el camino, y después echar la llave y volver a casa por el sótano. Sí, estoy seguro que esto es lo que conviene, Thrupp. Como dices bien, te da la ventaja de la sorpresa, pues para nosotros es una inesperada disposición la que tomamos. La contestación desde el jardín a una amenaza de esta clase significaría atrincheramos en la casa, y permitir que nos asediaran, confiando a la suerte el rechazo de los ataques. Pero que dos tercios de la guarnición salgan antes de que comience el asedio y tomen posición en la retaguardia de los atacantes, es un golpe táctico maestro. ¿No te parece?

—En todo caso, es lo mejor que podemos hacer, y creo que nos decidiremos a ello. Naturalmente, es siempre posible que no pase absolutamente nada esta noche. Pueden demorar el ataque por algún tiempo. Le anunciaron a Bryony que la matarían dentro de una semana, ¿no es cierto?

—Sí, pero habrían cortado la línea del teléfono. Lo sé. Mira, estoy empezando a tener mis dudas.

¿Cortaron el, cable con el premeditado propósito de aislarnos del mundo, como lógicamente hemos pensado al principio? ¿O fue simplemente para dar al operario una oportunidad de venir?

Recuerda que esto es muy posible. Ahora creo que no estuvimos acertados en recibir su visita como lo hicimos. Habría sido mejor que no me hubiera dejado ver, y que tú hubieras simulado creer el cuento. Sin embargo, es inútil lamentarse cuando se ha derramado la cerveza. El individuo a estas horas ya habrá dicho que estoy aquí contigo y que tenemos sospechas. Por otra parte, y por fortuna, nada dijimos que pudiera sugerir que lo imaginábamos mezclado en el asunto de Bryony. Podíamos haber creído, simplemente, que venía por tu platería. Otra pregunta: ¿me reconocieron o no? Parece que no. Pero entonces, si esperaba encontrarme aquí, hubiera estado preparado para recibirme, sin dar señas de sobresalto o reconocimiento.

—Yo pensaba preguntarte esto —interrumpí—: ¿Saben esos individuos que tienes el asunto en tus manos? ¿Te conocen de vista?

Thrupp pareció dudoso.

—La contestación a esas preguntas podría ser no —dijo—. Confiemos en que sea así, de todas maneras. Hasta ahora, Roger, hemos sido extraordinariamente cuidadosos y sutiles en este asunto. Oficialmente, yo no me ocupo de él. Está en manos del Superintendente Boex, ayudado por un Inspector llamado Browning y por nuestro amigo, el Sargento Haste. Browning y Haste están en él, naturalmente, pero Boex es poco menos que un mascarón, para distraerlos. Hasta ahora no ha aparecido en el asunto, aunque he hecho la mayor parte del trabajo entre bastidores. Por lo tanto, a menos que haya una filtración en alguna parte, para ellos yo no debo estar relacionado con el asunto. En cuanto a la segunda pregunta, no tengo la menor idea si puedo ser reconocido o no.

Como sabes, no soy exactamente una figura pública y a la inversa de alguno de mis colegas —Dios los bendiga— desde que entré en
Yard
me he separado de mi camino para evitar la publicidad. No obstante, me gano allí el pan de cada día, y apenas si puedo llevar una nariz postiza siempre que estoy de servicio. Cualquiera que haya estado interesado en mis movimientos me habrá visto entrar y salir de sopetón de
Yard
con bastante frecuencia.

—Con todo, hay una buena probabilidad de que nuestro amigo el operario te haya tomado por un simple amigo mío.

—¡Oh, sí!, aunque sería estúpido confiar demasiado. Y además está Haste. Se sabe que se ocupa del asunto, y por, eso he evitado estar con él todo el día, y no quise que viniera aquí hasta que anocheciera. Entre paréntesis, debe estar al caer. ¿Qué hora es?

Pero en este momento su pregunta fue contestada por el reloj de la Parroquia que empezaba a dar las diez. Simultáneamente sentimos pasos apagados que cruzaban el hall y que se detenían justamente junto a la puerta. Creí que sería Barbary que venía a reunirse con nosotros. En vez de la de ella fue una voz ronca masculina la que llegó apagada a nuestros oídos.

—Sargento Haste, presente, según instrucciones recibidas por teléfono, señor. ¿Debo salir o quiere usted entrar?

12

C
ON NUESTRA
sorpresa por encontrar a Haste dentro de la casa en vez de vedo llegar desde afuera, Thrupp y yo nos condujimos con calma ejemplar. Deliberadamente Thrupp terminó el whisky, sacó el tabaco de su pipa, se puso de pie con lentitud y dijo:

—Entremos, Roger.

El sargento Haste, de pie, bien atrás, en un obscuro rincón del hall, resultó ser un hombre menudito de obscuros cabellos y de alrededor de 30 años. Estaba esmerada pero discretamente transformado; con un saco sport de lana y pantalones de franela gris. Thrupp estudiadamente no le prestó atención y se encaminó a mi estudio, que se encuentra en el lado derecho del hall. Haste y yo lo seguimos.

—¿Cómo diablos entró usted? —preguntó Thrupp vivamente tan pronto como cerramos la puerta.

—Por la ventana de la despensa, señor —contestó el sargento detective—. Me acerqué a la casa por la parte de atrás, de acuerdo con sus órdenes, para llegar lo más reservadamente posible.

Con esta única excepción, todas las ventanas del piso bajo estaban cerradas, señor, así es que pensé que podía aprovechar esta abertura para dar la vuelta y venir al frente. Confío en que no me equivoqué, señor.

Thrupp resopló.

—Al contrario, demostró bastante más inteligencia que yo, que dejé la ventana abierta —admitió—. La abrí cuando estaba averiguando dónde estaba el corte del cable telefónico —continuó dirigiéndose a mí— y me olvidé de cerrarla, como un imbécil. Gran cosa que Haste la haya descubierto, aunque, como es natural, yo hubiera hecho la ronda antes de cerrar la noche.

No siendo por los últimos resplandores del crepúsculo y por la luz dorada de la luna que ascendía, el estudio estaba en la obscuridad. Thrupp se acercó a las ventillas, cerró las cortinas y después fue encendida la luz eléctrica.

—Es la hora de nuestra conferencia final —anunció vivamente—. Tendremos que efectuada en dos partes, ya que no se puede dejar sola a Bryony, y no quiere admitirnos, policías vulgares, en su… su virginal morada. Roger, necesito cinco minutos con Haste para ponerlo en antecedentes.

Haz el favor de revisar todas las puertas y ventanas, y de asegurarte de que estén cerradas con llave y cerrojo, y obstaculizadas en toda forma. Mucho me temo que esto tenga algo de fuga interior, pero mejor es eso que un cuchillo en los riñones. Una vez hecho eso, ve a relevar a Barbary y dile a tu prima que venga aquí. Quiero estar seguro de que ella entiende nuestro plan de defensa, y también le pediré que nos prepare algunos termos con café para ayudamos a pasar la noche.

Cuando haya hecho eso, volverá a hacerse cargo de Bryony y tú puedes bajar para cambiar impresiones antes de que nos lleves a
Abbots Lodging
y cierres el túnel. Después, puedes volver aquí y acostarte. A propósito, ¿tienes a mano esas armas de fuego ilegales?

—En el cajón del fondo del escritorio —repliqué, buscando las llaves. Abrí el cajón y tomé las armas—. Supongo que será mejor el automático —murmuré—. El revólver hace un agujero bastante feo.

—¿Barbary sabe tirar? —preguntó Thrupp.

Me reí.

—Bastante mejor que yo —admití—. Hombre, tengo una idea. Ella puede tener el automático, y yo me quedo con el revólver.

—Bueno —ordenó Thrupp—. Cárgalos y toma un puñado de balas para cada uno. Pero, atención: nada de tiros, no siendo cosa de vida o muerte, y aun siendo así, tira más bien a herir que a matar.

En el Departamento Central se asustan como niñas solamente con pensar que se lastime a los criminales, y me costó gran trabajo conseguir permiso para que Haste y yo pudiéramos traer nuestras armas.

Después de cargar nuestros revólveres —y de correr sus seguros, dejé a los dos detectives y me dispuse a cerrar la casa. Lo hice minuciosamente, sin molestar a las mujeres hasta que tuve la seguridad de que nadie podría entrar sin romper los vidrios o echar abajo una puerta. Extremé mis precauciones con una cuidadosa revisión de todas las habitaciones de la casa. Siempre había la posibilidad de que alguien pudiera estar ya oculto o que alguien hubiera entrado y salido dejando una bomba de tiempo o alguna otra máquina infernal semejante. No es que pensara hacer descubrimiento tan sensacional, pero tengo la mente un tanto ordenada.

Sin embargo, diez minutos de inspección bastaron para convencerme de que la casa estaba libre de hombres y máquinas. Después, seguí hasta mi propio dormitorio, llamé a la puerta y cuando hube gritado mi identidad, fui inmediatamente admitido por Barbary.

Bryony estaba ya en la cama. Presentaba un aspecto notablemente atractivo, vestida con pijama color jade brillante. Barbary estaba vestida todavía, aunque observé que había llevado su ropa de noche. Ambas jóvenes parecían animadas y en excelente armonía.

Expliqué brevemente que Thrupp necesitaba ver a Barbary, y ella se fue en seguida. Cerré con llave y después procedí a asegurar todas las ventanas de las dos habitaciones. Lo hice a disgusto pues el calor era agobiador todavía, y parecía criminal excluir el poco aire fresco que había.

Bryony me contemplaba desde el lecho, sus grandes ojos verdes apenas visibles a la débil luz. Yo había dado instrucciones a mi prima de que no se hiciera ver luz en el piso superior, pues había que evitar que cualquiera que se hallara espiando, supiera cuáles dormitorios se encontraban en uso.

Completé mi tarea y permanecí contemplando pensativamente a mi huéspeda. Un pseudo rayo de luna había trepado a través de la ventana y estaba iluminando ahora como un halo el glorioso castaño de sus cabellos.

—Estoy resultando un estorbo, ¿verdad? –murmuró con su vocecita mansa.

—Así es —asentí, conciso.

—Y no valgo la pena.

—No soy yo quien tiene que decirlo.

—¡Oh, Roger!; eso no es muy amable…

—No creo ser amable.

—Y sin embargo… ¡Oh!, no quería decir eso, Roger. Lo siento. ¡Qué torpe soy! Usted es realmente muy cariñoso, pero lo que pasa es que no me quiere mucho, ¿verdad?

Me encogí de hombros y me senté a los pies de la cama.

—No veo que le importe un rábano a nadie lo que pienso de usted —dije—. Realmente no me desagrada, si es que quiere saberlo, pero creo que necesita usted le den unos buenos azotes.

—Y supongo que le gustaría: dármelos.

—Al contrario. No veo por qué había de tomarme la molestia. Se adula usted a sí misma, jovencita. No digo que sea suya toda la culpa, pero me parece que ha estado jugando a ser mayor de edad desde una edad precoz. Esto hace que tenga ideas equivocadas en su mayoría. Y la idea particular que ahora procuro corregirle, es que todo hombre a quien encuentra, inmediatamente ansía poseerla. Es un engaño bastante corriente entre mujeres de su edad y condición, pero creo que es la vanidad de las vanidades.

Hubo un corto silencio. Después…

—Barbary, en verdad, es endiabladamente atractiva, Roger…

Con un esfuerzo me contuve de hacer una réplica obvia, pues no quería darle la satisfacción de que viera que su maliciosa observación me había alcanzado. Con nuestros íntimos amigos y conocidos hemos convenido clara y terminantemente que Barbary y yo no seremos molestados con el asunto de nuestras relaciones privadas, y me fastidiaba que esta criatura, que después de todo, era una simple desconocida, tuviera la audacia de investigar en terreno prohibido.

Algo en mi aspecto debió haberle prevenido a Bryony que no debía insistir en sus esfuerzos de tentar, en tal dirección, y durante los breves minutos siguientes la habitación estuvo ahogada en un silencio que aplastaba los tímpanos. Cuidadosamente evité mirar en su dirección, pero podía ver su cara, con el rabillo del ojo. El rayo de luna se había deslizado ahora más abajo, y yo estaba consciente de que ella fijaba sus ojos en mí. Después, de repente, se sentó en la cama, enlazó sus dedos detrás de su cabeza e inclinándose ligeramente hacia adelante inquirió con gran seriedad:

—¿Cuánto tiempo tardó en crecerle esa barba, Roger?

La tensión que había entre los dos se derrumbó como las hojas de oro de un electroscopio.

Reí y Bryony se echó hacia atrás contra sus almohadas con un pequeño suspiro de alivio.

—Esta barba especial —informé, acariciando la excrecencia en cuestión con amorosos dedos— creció en tres semanas justamente, lo cual, por si no lo sabe, es un tiempo bastante bueno para un modelo de esta forma. Haciéndolo así, batió un récord a sus predecesoras en quince y dieciséis días, respectivamente, pero corresponde señalar…

—Entonces, ¿éste es su primer esfuerzo? —me interrumpió.

—¡De ninguna manera!… Como le di a entender, es el tercero.

La barba número uno vió la luz por primera vez hace más de doce años, cuando yo estaba aislado, en un pequeño fuerte de barro en la frontera noroeste con una compañía de
sikhs
, y tuve la desgracia de dejar caer mi única navaja de afeitar en un pozo de treinta pies de profundidad. (Los
sikhs
, como quizás sepa, no se afeitan.) No pude pedir prestada una navaja, y no me quedó otra cosa que hacer que emular su ejemplo y hacerme de una barba. No era muy buena, porque yo era bastante joven, y creció por zonas. Además, apenas si pude escapar de ser arrestado y juzgado por la Corte Marcial del Mariscal General, cuando, al fin, fuimos relevados, por, contravenir el copioso párrafo de las reglamentaciones del Rey, que en aquellos días ordenaban que «el pelo del labio inferior estará afeitado, pero no el superior; las patillas, si se llevan, serán de longitud moderada». Sin embargo, tuve otra oportunidad, con la condición de que me afeitara inmediatamente, y durante unos cinco días después mi barbilla y mis mejillas fueron tan suaves como las de un bebé. Vino después la barba número dos cuando las exigencias del Servicio, el Servicio de Información, si quiere saberlo, hicieron conveniente que me mezclara con ciertos elementos sospechosos que estaban complotando colocar una bomba en la rueca de Mr. Ghandi, y echarle la culpa al Virrey. Esta barba, teñida de un convincente tono púrpura oscuro, sirvió a su país bien y noblemente mientras duró, lo que no fue por mucho tiempo, pues lamento decir que las ingratas autoridades declinaron permitirme seguir llevándola como un recuerdo de los extraordinarios acontecimientos en que había participado.

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