El ciclo de Tschai (80 page)

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Authors: Jack Vance

BOOK: El ciclo de Tschai
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Un relámpago carmesí invadió el cielo, seguido casi inmediatamente por el resonar del trueno; la lluvia empezó a caer a torrentes. Reith condujo corriendo a la muchacha hasta la choza. Entraron y se detuvieron, con la lluvia golpeteando sobre el techo de hierro.

—Los Khor son una gente impredecible —dijo Reith—, pero no puedo imaginarlos visitando su bosquecillo en una noche como ésta.

—¿Por qué tendrían que venir, aunque fuera en cualquier otro momento? —murmuró Zap 210, malhumorada— Aquí no hay nada excepto esos grotescos danzarines. ¿Acaso ése es el aspecto de los Khor?

Reith comprendió que la muchacha se refería a las figuras talladas en los troncos.

—En absoluto —dijo—. Soy una gente de piel amarilla, muy precisa y formal. Los hombres y las mujeres se parecen mucho entre sí, tanto en apariencia como en disposición. —Intentó recordar lo que le había dicho Anacho: «Una gente sorprendentemente secreta, con costumbres secretas, distintas de día que de noche, o al menos eso es lo que se dice. Cada individuo posee dos almas que vienen y van con el amanecer y el anochecer; el cuerpo contiene dos personas distintas. » Más tarde, Anacho había advertido: ¡Los Khor son tan sensibles como las serpientes de especia! No habléis con ellos; no les prestéis atención excepto en caso de necesidad, en cuyo caso debéis utilizar el menor número posible de palabras. Consideran la locuacidad como un crimen contra la naturaleza... Nunca demostréis la presencia de una mujer, no miréis a sus niños: sospecharán que les estáis lanzando una maldición. ¡Y por encima de todo ignorad sus bosquecillos sagrados! Su arma es el dardo de hierro, que lanzan con extrema precisión. Son una gente peligrosa..

Reith repitió las advertencias del mejor modo que pudo recordarlas; Zap 210 fue a sentarse en uno de los bancos.

—Échate —dijo Reith—. Intenta dormir.

—¿Con el ruido de la tormenta, y con este horrible hedor por todas partes? —protestó Zap 210—. ¿Son así todas las casas del
ghaun
?

—No todas —murmuró Reith. Fue a mirar por la puerta. Las alteraciones causadas por los relámpagos y el ocaso sobre los árboles causaban la ilusión de una frenética orgía erótica. Zap 210 no tardaría en hacer preguntas que Reith no sentía ningún deseo de responder... Sobre el techo repiqueteó una repentina granizada y luego, bruscamente, la tormenta hubo pasado, y no pudo oírse nada excepto el viento suspirando entre las hojas de los dyans.

Reith regresó al centro de la choza. Dijo, con una voz que sonó falsa incluso a sus propios oídos:

—Ahora puedes descansar; al menos ya no hay ruido.

Ella emitió un sonido apagado que Reith fue incapaz de interpretar, y se dirigió hacia la puerta. Volvió la vista hacia Reith.

—Alguien se acerca.

Reith se apresuró a su lado y miró fuera. Al otro lado del claro se erguía una figura vestida con atuendos Khor: Reith no pudo determinar si era hombre o mujer. Se metió en la choza directamente opuesta a la que estaban ellos.

—Será mejor que nos vayamos mientras tenemos la oportunidad —dijo Reith a Zap 210.

Ella le hizo retroceder.

—¡No, no! Ahí viene otro.

El segundo Khor entró en el claro y alzó la vista al cielo. El primero salió de la choza llevando una antorcha encendida al extremo de una pértiga, y el segundo corrió rápidamente hacia la choza en la que se hallaban Reith y Zap 210. El primero pareció ignorarle. Apenas entró el Khor, Reith, ignorando todas las reglas de la galantería, le golpeó fuertemente; en un caso así hombre y mujer eran lo mismo. El Khor se derrumbó inerte. Reith se inclinó sobre él: era un hombre. Le arrancó la capa, ató sus manos y sus pies con los cordones de sus sandalias, y lo amordazó con la manga de su chaquetilla negra. Con la ayuda de Zap 210 arrastró al hombre hasta detrás del perchero con las máscaras. Allí Reith registró rápidamente el inerte cuerpo, encontrando un par de dardos de hierro, una daga y una bolsa de piel blanda conteniendo sequins, que Reith se apropió, no sin un cierto sentimiento de culpabilidad.

Zap 210 permanecía de pie junto a la puerta, contemplando fascinada el exterior. El primero en llegar había sido una mujer. Llevando una máscara femenina y un atuendo blanco, permanecía de pie junto a la antorcha que había clavado en uno de los soportes cercanos a la plataforma central. Si se sentía perpleja por la desaparición del hombre que había entrado en la choza, no lo aparentaba.

Reith miró también al exterior.

—Bien; mientras solamente sea una mujer...

—¡No! Vienen más.

Tres personas aparecieron separadamente en el claro, dirigiéndose a las otras tres chozas. Una de ellas, revestida con una máscara femenina y una túnica blanca, emergió con otra antorcha, que colocó en un soporte, y se inmovilizó como la primera. Las otras dos salieron un poco después, llevando máscaras masculinas y túnicas blancas como las de las mujeres. Se dirigieron a la plataforma central y se situaron cerca de las mujeres, que no hicieron ningún movimiento.

Reith empezó a comprender algo de la finalidad del bosquecillo sagrado. Zap 210 seguía mirando, fascinada.

Reith se puso nervioso. Si los acontecimientos proseguían tal como sospechaba, iba a sentirse impresionada y horrorizada.

Aparecieron otras tres personas. Una de ellas se dirigió a la choza donde estaban Reith y Zap 210; Reith intentó hacer con él lo mismo que había hecho con el otro; pero esta vez el golpe no fue lo suficientemente rápido y el hombre cayó con un gruñido de sorpresa. Reith estuvo inmediatamente sobre él y sofocó sus posibles gritos hasta que se desvaneció. Utilizando como antes los cordones de sus zapatos y su capa, lo ató y amordazó, y le despojó también de su bolsa.

—Lamento convertirme en un ladrón —dijo Reith—, pero mi necesidad es mucho más grande que la tuya.

Zap 210, de pie junto a la puerta, lanzó un sorprendido jadeo. Reith acudió a mirar. Las mujeres —ahora eran tres— se habían despojado de sus ropas y ahora estaban desnudas. Empezaron a cantar, un canto sin palabras, dulce, suave, insistente. Los tres hombres con sus máscaras masculinas empezaron a girar lentamente en torno a la plataforma.

Zap 210 murmuró, casi sin aliento:

—¿Qué están haciendo? ¿Por qué exhiben sus cuerpos? ¡Nunca había visto nada parecido!

—Es sólo su religión —dijo Reith nerviosamente—. No mires. Ve a acostarte. Duerme. Tienes que estar agotada.

Ella le lanzó una franca mirada de sorpresa y desconfianza.

—No has respondido a mi pregunta. Me siento muy embarazada. Nunca antes había visto a una persona desnuda. ¿Son toda la gente del
ghaun
así... tan poco decorosa? Y el canto: estremece oírlo. ¿Qué pretenden hacer?

Reith intentó mantener su pose.

—¿No sería mejor que durmieras? Esos ritos no harán otra cosa más que aburrirte.

—¡No me aburren! ¡Estoy sorprendida de que la gente pueda ser tan osada! ¡Y mira! ¡Los hombres!

Reith inspiró profundamente y llegó a una decisión desesperada.

—Ven aquí. —Le tendió una máscara femenina—. Ponte esto.

Ella retrocedió, entre asombrada y asustada.

—¿Para qué?

Reith tomó una máscara masculina y la ajustó sobre su propio rostro.

—Nos vamos —dijo.

—Pero... —La muchacha se volvió fascinada hacia la plataforma.

Reith le hizo dar media vuelta, le puso uno de los sombreros Khor en la cabeza, se encasquetó otro, examinó el efecto.

—Van a vernos —dijo Zap 210—. Nos perseguirán y nos matarán.

—Quizás —admitió Reith—. De todos modos, será mejor que nos vayamos. —Miró a su alrededor, escrutando el claro—. Ve tú primero. Camina hacia la parte de atrás de la choza. Yo iré tras de ti.

Zap 210 salió de la choza. Las mujeres en la plataforma cantaban con una urgencia casi insoportable; los hombres estaban ahora también desnudos.

Reith se reunió con Zap 210 en la parte de atrás de la choza. ¿Habían sido observados? El canto proseguía, ascendiendo y descendiendo.

—Camina hacia la salida del bosque. No mires atrás.

—Esto es ridículo —murmuró Zap 210—. ¿Por qué no debo mirar atrás? —Pero avanzó hacia los árboles, con Reith a cinco metros a sus espaldas. De la choza les llegó un salvaje grito de furia. El canto se interrumpió en seco. Hubo un sorprendido silencio.

—¡Corre! —dijo Reith. Huyeron a través del bosquecillo sagrado, arrojando a un lado sombreros y máscaras. Tras ellos se oyeron llamadas de apasionada furia, pero, quizá frenados por su desnudez, los Khor no se lanzaron en su persecución.
[25]

Reith y Zap 210 llegaron al lindero del bosque. Se detuvieron para recuperar el aliento. A medio camino en su ascensión en el cielo, la luna azul brillaba por entre unas pocas nubes deshilachadas; el resto del cielo estaba despejado.

Zap 210 alzó la vista.

—¿Qué son esas pequeñas luces?

—Las estrellas —dijo Reith—. Soles muy lejanos. La mayor parte de ellos controlan una familia de planetas. Los hombres vinieron de un mundo llamado Tierra: tus antepasados, los míos, incluso los antepasados de los Khor. La tierra es el mundo de los hombres.

—¿Cómo sabes todo esto? —preguntó Zap 210.

—Algún día te lo contaré. Pero no esta noche.

Echaron a andar bajo el estrellado cielo, y algo en las circunstancias que les rodeaban situó a Reith en un extraño marco mental. Era como si fuera de nuevo joven y estuviera caminando sin rumbo fijo por una pradera de la Tierra iluminada por la luz de las estrellas con una esbelta muchacha de la que se había enamorado. Tan intenso se hizo el sueño, o la alucinación, o lo que fuera que se había apoderado de él, que tendió la mano y cogió la de Zap 210, que le seguía penosamente. Ella le lanzó una extraña mirada desaprobadora, pero no protestó: aquél era otro aspecto incomprensible del sorprendente
ghaun
.

Siguieron así durante un rato. Luego, gradualmente, Reith fue recuperando sus sentidos. Estaba caminando por la superficie de Tschai; su compañera... Dejó el pensamiento incompleto por una variada serie de razones. Como si hubiera captado el cambio de su estado de ánimo, Zap 210 retiró irritadamente su mano; quizá por un cierto espacio de tiempo ella también hubiera estado soñando.

Siguieron caminando en silencio. Finalmente, con la luna azul colgando directamente sobre sus cabezas, alcanzaron el promontorio de piedra caliza, y encontraron una protectora oquedad en su base. Envolviéndose en sus capas, se acurrucaron contra un montón de arena... Reith no pudo dormir. Permaneció tendido, mirando al cielo y escuchando el sonido de la respiración de la muchacha. Como él, permanecía despierta. ¿Por qué se había sentido tan urgentemente impulsado a abandonar el bosquecillo Khor, a riesgo de ser perseguidos y muertos? ¿Para proteger la inocencia de la muchacha? Ridículo. Intentó escrutar su rostro, una mancha pálida a la luz de la luna, vuelto hacia él.

—No puedo dormir —dijo ella con voz suave—. Estoy demasiado cansada. La superficie me asusta.

—A veces también me asusta a mí —dijo Reith—. ¿Preferirías volver a los Abrigos?

Como siempre, ella dio una respuesta tangencial.

—No puedo comprender lo que veo; no puedo comprenderme a mí misma... Nunca había oído un canto como ése.

—Cantan canciones que no cambian nunca —dijo Reith—. Canciones que tal vez procedan incluso de la vieja Tierra.

—¡Se exhibieron sin ropas! ¿Es así como actúa la gente de la superficie?

—No todos —dijo Reith.

—Entonces, ¿por qué actuaban de esa forma?

Más pronto o más tarde, pensó Reith, la muchacha iba a tener que aprender los procesos de la biología humana. Pero no esta noche. ¡No esta noche!

—La desnudez no significa mucho —murmuró—.

Todos tenemos un cuerpo muy parecido al de los demás: —¿Pero por qué querrían exhibirse así? En los Abrigos siempre permanecemos cubiertos, a intentamos evitar la «conducta indecorosa».

—¿Qué es exactamente la «conducta indecorosa»?

—La intimidad vulgar. La gente que toca a otra gente a y juega con ella. Todo eso es completamente ridículo.

Reith eligió sus palabras con cuidado.

—Tal vez ésta sea la conducta humana normal... como tener hambre o algo parecido. ¿Tú nunca has sido «indecorosa»?

—¡Por supuesto que no!

—¿Ni siquiera has pensado en ello?

—Una no puede evitar el pensar.

—¿Nunca ha habido ningún joven con quien hayas deseado especialmente ser amiga?

—¡Nunca! —Zap 210 estaba escandalizada.

—Bueno, ahora estás en la superficie, y puede que las cosas sean un poco distintas. Será mejor que duermas. Mañana tendremos a todo un poblado de Khor persiguiéndonos.

Reith se quedó finalmente dormido. Despertó una vez para descubrir que la luna azul había desaparecido y que el cielo estaba completamente oscuro excepto la luz de las constelaciones. Desde muy lejos le llegó el triste ulular de las jaurías nocturnas. Cuando volvió a arrebujarse en su capa Zap 210 dijo en un susurro soñoliento:

—El cielo me asusta.

Reith se acercó más a ella, involuntariamente, o así le pareció, tendió la mano para acariciar su cabeza, su ahora suave y denso pelo. Ella suspiró y se relajó, despertando en Reith un embarazoso sentimiento de protección.

Transcurrió la noche. Un resplandor rojizo apareció por el este, pasando al lila y destiñendo hacia un amanecer color miel. Mientras Zap 210 seguía acurrucada en su capa, Reith investigó las bolsas que había tomado de los Khor. Se sintió complacido al descubrir sequins por valor de noventa y cinco: más de lo que había esperado. Desechó los dardos, una especie de afiladas agujas de hierro de veinte centímetros de largo con una cola de piel; se metió la daga en el cinturón.

Ascendieron el promontorio, y no tardaron en llegar a su cresta. Carina 4269, cada vez más alto a sus espaldas, lanzó su resplandor por toda la orilla, revelando otra extensión de playa y lodosas llanuras, con a lo lejos otro promontorio muy semejante al que tenían bajo sus pies. El poblado Khor ocupaba la ladera de una colina a algo más de un kilómetro a su izquierda. Casi a sus pies, un malecón zigzagueaba por la lodosa llanura y penetraba en el mar: una precaria construcción de pilones, cuerdas y planchas, vibrando a la corriente que torbellineaba en torno a la base del promontorio. Había media docena de botes amarrados a los pilones: embarcaciones de doble proa, altas en ambos extremos como esquifes provistos de mástiles. Reith miró hacia el poblado. Unas cuantas volutas de humo se elevaban hacia el cielo desde los negros techos de hierro; aparte esto no se veía ninguna otra actividad. Reith volvió su inspección a los botes.

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