Unos minutos después, aparece Minoo. Lleva un vestido azul claro que Vanessa reconoce de la fiesta de noveno y el pelo revuelto como una nube negra alrededor de la cabeza.
—Siento llegar tarde —se disculpa con ese tono monocorde que suele usar últimamente.
La directora asiente.
—Siéntate —ordena impaciente.
Minoo sube al escenario y se sienta junto a Vanessa.
—Comprendo que tenéis ganas de iros a la fiesta, pero antes quiero hablar con vosotras. Os traigo buenas noticias —dice la directora—. El Consejo ha decidido que podéis empezar a entrenar magia defensiva este otoño. Nos pondremos con ello en agosto.
Si no fuera tan lamentable, Vanessa se habría echado a reír. Ahora, después de casi un año de la muerte de Elías, le parece al Consejo que ha llegado el momento de que aprendan a defenderse.
La directora ha «congelado las sesiones de entrenamiento» desde el mes de abril. Seguramente, hasta ella empezó a cansarse de que no encontraran nada en el
Libro de los paradigmas.
Al final ni siquiera tenían que mentirle. Desde que vencieron a Max, el
Libro
ha estado mudo. Nada de rituales, de prácticas ni de consejos incomprensibles. La vieja gruñona ha estado más gruñona que nunca.
Las Elegidas se han visto regularmente en casa de Nicolaus para hacer los ejercicios de magia de siempre. Minoo solo ha participado pasivamente y las demás no han protestado.
No saben nada de su poder. La teoría de Nicolaus es que, cuando venció a Max, ella actuó como un espejo, reflejando su magia. Nadie sabe lo que hay dentro de Minoo, lo que puede hacer en realidad. Nadie lo dice en voz alta, pero le tienen miedo.
—Así que al Consejo le parece que
ya
sí hemos alcanzado la madurez para aprender algo de autodefensa, ¿no? —pregunta Linnéa.
—La situación lo exige —responde la directora—. Es cierto que la cosa ha estado tranquila desde Navidad, pero quien atacó a Minoo entonces puede seguir por aquí cerca. Aguardando el momento.
Lo único que la directora sabe de Max es lo que sabe todo el mundo: nada en absoluto. Fueron muy meticulosas a la hora de elegir las pistas que encontraría la Policía cuando llegara al instituto.
Fue Nicke quien encontró a Max inconsciente en el comedor. Había, además, una pistola sin registrar, con las huellas de Max. Los periódicos especularon sobre si el suceso guardaría o no relación con el pacto de suicidio, pero el interés por la noticia no duró demasiado. La historia no resultaba igual de emocionante sin un cadáver sangriento de por medio, ya que solo tenían a un profesor de matemáticas en coma.
—Puede que parezca que ha pasado el peligro —continúa la directora—. Pero esto no ha hecho más que empezar. Lo que habéis vivido hasta ahora no es nada en comparación con lo que se avecina. —Hace una pausa—. Sé que tenéis grandes capacidades. Habéis madurado durante este año y habéis hecho grandes cosas.
Si tú supieras… piensa Vanessa.
—Tengo muchas ganas de seguir trabajando con vosotras este otoño. Ahora tenéis que iros, si queréis llegar a la fiesta —advierte la directora.
Y entonces les sonríe con tanta sinceridad y calidez que Vanessa se sorprende.
—Que tengáis un buen verano, chicas. Desde luego, os habéis ganado unas vacaciones.
Anna-Karin está sentada al fondo contemplando el salón de actos abarrotado. Ida, Julia y Felicia forman parte del coro que está en el escenario. Están resplandecientes.
Jari no ha venido. Se graduó hace unos días y la mayoría de los de tercero no están hoy en el instituto. Anna-Karin aún se avergüenza cuando lo ve y, seguramente, seguirá pasándole lo mismo el resto de su vida. En cierto modo, le parece bien. Le parece justo.
En el centro de la sala están Erik, Kevin y Robin, uno al lado del otro. Se repantigan tanto como pueden y están hablando en voz alta, a pesar de que Ove Post los ha mandado callar siseándoles. Erik hace señas a Ida con la mano, trata de hacerle perder la concentración. Anna-Karin ha oído rumores de que están saliendo. Se le ponen los pelos de punta solo de pensar en los hijos que tendrían.
Anna-Karin piensa en lo que dijo el abuelo:
«Cuando aquellos niños perversos te hacían la vida imposible, Mia siempre me decía que no me involucrara, que también a ella la trataban igual de pequeña y que sobrevivió».
Su madre casi nunca le ha contado nada de cuando era pequeña. ¿A ella también la acosaban en la escuela? ¿Por eso es como es? ¿Fue ella otra Anna-Karin? ¿Romperían los acosadores algo que fue imposible reparar?
«A Mia le atraían esos hombres, los que no tenían mucho que dar.» Quizá pensaba que no merecía nada mejor.
Anna-Karin se pregunta lo maltrecha que estará ella. Si alguna vez llegará a sentirse libre de ese odio suyo. Y, si no lo consigue, ¿terminará como su madre?
Porque el odio sigue allí, en su interior. A veces emerge como si estuviera en ebullición, amenazando con desbordarse. Y entonces le cuesta contenerse y no usar la magia. Pero ha resistido. No por la comisión de investigación del Consejo, sea cual sea su resultado. No, ha resistido por las demás.
Lo hace por Vanessa, que pasa a escondidas una botella de refresco entre Michelle y Evelina. Anna-Karin puede oler el alcohol desde donde está.
Lo hace por Linnéa, que está sentada con los alternativos, se apoya en el hombro de una chica de pelo azul y, de vez en cuando, mira a Vanessa.
Lo hace por Minoo, que estaba sola hasta que Gustaf Åhlander llegó y se sentó a su lado. Anna-Karin ha tratado de hablar con ella. Sabe lo que es sentir miedo de tu propio poder, de lo que puedes llegar a hacer. Pero Minoo se niega a abrirse. Ha dejado fuera al mundo entero.
Lo hace incluso por Ida, que lleva enamorada de Gustaf desde cuarto. Ida, que adora a su caballo,
Troja.
Son dos pistas hacia otra Ida más humana, y a eso debe aferrarse Anna-Karin.
Exactamente igual que los hermanos no se eligen, tampoco las Elegidas han tenido esa posibilidad. Y exactamente igual que los hermanos, tienen que aprender a convivir.
Evelina y Michelle chillan borrachas en el oído de Vanessa, una a cada lado, como si formaran unos auriculares enormes.
—¡Vente! —le gritan.
—Pero si ni siquiera tengo ganas de hacer pis —ríe Vanessa.
—¡Bueno, tú ven! ¡Es nuestra noche! —insiste Evelina bebiendo directamente de la botella.
Vanessa vuelve a reír.
—Os espero aquí —dice empujándoles hacia los arbustos, más al pie de la colina de Olsson.
Ella se agacha y se tumba encima de Wille. Mehmet, Lucky, Jonte y algunos más también están allí. Suena la música de un altavoz portátil. Besa a Wille, y él le devuelve el beso, y todo lo que necesita saber existe en ese beso. Todo se arreglará.
—Mira, ahí está esa tía —dice Lucky.
Vanessa se aparta de Wille a disgusto y levanta la vista.
Mona Månstråle está fumando en el sendero. Lleva una chaqueta de ante marrón con flecos. Y calza un par de botas con espuelas. De verdad, con espuelas.
Y Mona Månstråle mira directamente a Vanessa, y dibuja una sonrisita. Es como una provocación. Vanessa se levanta tambaleándose con los tacones y se coloca bien la lazada del escote.
—¿Qué haces? —pregunta Wille.
Ella se ríe, la cabeza le da vueltas.
—Ahora mismo vuelvo —responde.
Se acerca tanto a Mona que esta se incomoda. Mona retrocede un paso.
—¿Me invitas a un cigarro? —dice Vanessa.
Mona le enciende uno y se lo da. Se miran mientras dan una calada. El tabaco de Mona es fuerte. Sabe como a picadura de calcetín viejo.
—¿Querías algo o qué? —pregunta Vanessa.
Oye a Evelina y a Michelle reír como locas entre los arbustos.
—Hace mucho que no se te ve el pelo —responde Mona irritada.
—Puede que ya no necesitemos tus mejunjes.
—Los necesitaréis. No tenéis ni idea de lo poderosos que son vuestros enemigos.
Pero no consigue asustar a Vanessa que, precisamente hoy, ha decidido pasar de todo eso. Pasar de la responsabilidad, de pensar en el Apocalipsis y en Nicke y en todo el mal que hay en el mundo. Es verano y están de vacaciones.
—¿No me vas a decir que voy a moriiiir? —pregunta Vanessa.
Le disgusta oír cómo tartamudea, porque le resta parte del efecto a sus palabras.
—Pues quizá deberías ir otra vez a la escuela de adivinas porque, como puedes ver, estoy viva, y mucho —añade.
Mona suelta una carcajada.
—No puedo ver
toda
la verdad acerca del signo —dice.
—Vaya, no me digas. ¿Por qué no me sorprende que reinterpretes tus predicciones cuando ves que no se han cumplido?
—El
nGetal
significa la muerte, desde luego —dice Mona—. Pero la muerte también puede simbolizar subversión, cambio. Dejar tras de sí algo y empezar otra cosa nueva. Volver a nacer, por así decirlo. Toda tu vida se vuelve del revés y tienes que reconsiderarlo
todo.
Mona se acerca un poco más y le pone los labios en el oído. A Vanessa el olor a tabaco y a incienso casi le da náuseas.
—En tu caso, el
nGetal
estaba muy próximo al
muin.
El amor.
Mona se retira y le echa en la cara una nube de humo.
—Que lo pases bien —se despide, antes de alejarse.
Vanessa se queda pasmada en medio de la nube de humo.
—¿De qué coño hablabais? —grita Wille.
Vanessa se queda viendo cómo se aleja Mona.
Se siente casi sobria. Tira el cigarro de calcetín de Mona, pisa la colilla y se da media vuelta.
El sol arranca destellos al agua del canal. Al otro lado está la iglesia. El cementerio. Sabe lo que tiene que hacer.
—¡Nessa! —le grita Michelle desde los arbustos.
Pero ella ya está en camino.
Minoo cruza el cementerio. Lleva el sobre con las notas doblado dos veces. La máxima calificación en todo, salvo en gimnasia, como siempre. Pero no sintió el alivio habitual, sino más bien el recuerdo del alivio.
Cuando todos se abrazaron y se desearon lo mejor para el verano, ella se escabulló del aula. Luego se dirigió al riachuelo con el que había soñado la noche anterior. Aunque sabía que era imposible, esperaba que Rebecka estuviera allí, esperándola.
No fue así.
Desde que Minoo sintió el alma de Rebecka, ha abrigado la esperanza pueril de que vuelva. Desde el lugar en el que ahora se encuentra…
Cuando atisba la tumba de Rebecka, Minoo ve que ya hay alguien allí. No, no junto a la tumba de Rebecka, sino junto a la de Elías.
Es Linnéa.
Minoo se detiene y sopesa la posibilidad de marcharse. Pero Linnéa se da la vuelta en ese momento.
—Hola.
—Hola —responde Minoo, y se acerca.
Linnéa tiene un ramo enorme de rosas rojas. Aún lleva el plástico puesto.
—Las he robado —dice—. Es algo así como una tradición. Elías siempre robaba flores para mí. Un día llegó a mi casa con un macetero, del Café Monique.
Minoo sonríe. Le resulta extraño, como si hubiera olvidado cómo se hace.
Linnéa se sienta entre la tumba de Elías y la de Rebecka.
—La directora lo sabe —dice—. Sabe que fue Max, y sabe que nosotras hicimos que ahora esté donde está. También sabía que estábamos practicando en casa de Nicolaus.
A Minoo le lleva unos instantes comprender lo que acaba de decir Linnéa. Es tan típico de ella soltar afirmaciones capaces de revolucionar el mundo así, sin avisar.
Minoo está a punto de protestar cuando, de pronto, comprende que eso lo explica todo.
La mirada tan extraña que le dirigió la directora en el parque el invierno pasado. Ahora comprende que trataba de animarla. La directora tenía que transmitir las órdenes del Consejo. Por eso les dijo que no persiguieran a Gustaf. Pero sabía en todo momento lo que estaban haciendo, y las dejó que siguieran. Se tragó sus evasivas, sus mentiras. Debió de comprender muy pronto que estaban entrenando por su cuenta. Y cuando Max cayó en coma, no debió de costarle mucho adivinar lo que había pasado.
—¿Cuándo lo supiste? —pregunta Minoo.
—Lo sé desde hace un tiempo —dice Linnéa, mientras escarba con el pie en el césped—. Me alegro de que hayas venido. Llevo tiempo queriendo hablar contigo de una cosa, pero no sabía cómo decírtelo… Lo que ocurrió en el comedor. No puedes seguir ignorándolo. Acabará matándote. Ya te está matando.
—¿A qué te refieres? —susurra Minoo.
—Tú querías a Max. Era un asesino, pero tú lo querías. No es algo que se supere así, sin más.
—En cuanto supe que era él…
—Ya, ya lo sé —la interrumpe Linnéa—. Pero antes, te inspiraba tantos sentimientos… Y te debió de resultar repugnante cuando supiste lo que había hecho. Yo me odiaría a mí misma si supiera que había estado colgada por el asesino de Elías.
—Ya lo he superado —asegura Minoo.
—Vale, ya lo has superado. Quedamos en eso —concluye Linnéa—. Pero no has superado lo del humo negro.
Minoo se la queda mirando. Linnéa sabe cosas que no le ha contado a nadie.
—Comprendo que te cagaste de miedo —dice Linnéa—. Pero la cosa no mejorará porque no lo cuentes. Puede que juntas averigüemos por qué tu magia y la de Max eran tan parecidas, y por qué nadie podía verla.
—¿Y tú cómo sabes eso? —la interrumpe Minoo.
Tiene la sensación de que debería saberlo. De que debería haber sumado dos y dos hace tiempo.
—¿Recuerdas que Vanessa dijo que, aquella noche, podía oírme en su cabeza? Pues era algo nuevo. Ni siquiera me di cuenta de que lo estaba haciendo. Pero…
Duda un instante. Se retuerce las manos, como si estuvieran luchando.
—Empezó el verano pasado.
—Vale —dice Minoo con el tono más neutral posible.
—Al principio no comprendía qué era. O sea, es que era tan… imposible. Al principio solo pasaba de vez en cuando. Simplemente, pillaba cosas.
No es capaz de decirlo, comprende Minoo de pronto. Y quiere que lo diga yo.
Y, de repente, todo encaja. De repente, halla la explicación de miles de momentos raros.
—Puedes leer el pensamiento —dice Minoo—. Ese es tu poder. Y lo has tenido todo el tiempo.
Al principio, parece que Linnéa vaya a negarlo. A retractarse de todo. Pero al final se relaja y asiente.
—La primera vez que nos vimos, era muy reciente —explica—. Poco antes de que encontráramos a Elías. Sabía que fuiste a los servicios porque tenías la costumbre de refugiarte allí en el recreo. Simplemente, esa información apareció en mi cabeza.